Martina Kist y Alex Gronberger decidieron darle un giro a su vida y emprender un viaje de nueve meses; “No hay edad para empezar una aventura”.
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Hasta fines del año pasado, Martina Kist (58) y Alex Gronberger (61) llevaban una vida que podría definirse como clásica: cuatro hijos, una casa, dos autos. Una vida familiar marcada por el cronograma escolar de Tobías, su hijo menor, el único que aún vivía con ellos, y el horario de oficina de Alex, que ocupaba un alto cargo en una compañía multinacional.
Todo estaba armado, todo era cómodo. Pero la dinámica cambió cuando Tobías terminó el colegio y decidió aplicar a una universidad en el exterior. “Veníamos poniendo un montón de energía a la creación de nuestra familia. Y a medida que se acercaba la fecha de su graduación y de su viaje, pensábamos: ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos con la casa, qué hacemos con toda esta energía? Tenemos que aplicarla a otra cosa. Y así salió esta idea loca”, cuenta Alex, con una sonrisa. Todavía no puede creer lo lejos que llegaron.
El matrimonio vendió la casa, todos los muebles, los dos autos, y se compró un avión utilitario, un Cirrus SR22 2008. Alex, que a diferencia de su esposa, seguía trabajando, se pidió un año sabático. Juntos, se propusieron un proyecto que a simple vista parecía delirante, pero que con el correr de los meses se volvió cada vez más concreto y viable: dar la vuelta al mundo.
Fueron, en total, 260 días -casi nueve meses- de recorrido; 320 horas de vuelo y 25 países visitados. “Más que una vuelta al mundo, en realidad, fueron dos. Porque la circunferencia de la tierra son unos 40.000 kilómetros, y nosotros hicimos casi 80.000″, explica Alex. “Eso es por el recorrido que hicimos”, suma Martina, nacida en Holanda, que conoció a Alex, argentino, cuando ambos trabajaban en Francia para la misma empresa, y años más tarde, se mudó con él a Martínez, Buenos Aires. A diferencia de su esposo, ella no pilotaba desde joven, pero aprendió a hacerlo durante los meses anteriores al viaje para poder ser la copiloto.
Nueve meses y dos carry on
El matrimonio partió del aeropuerto de San Fernando a principios de marzo de este año y regresó al país por la misma pista el domingo pasado. Los dos eligieron viajar liviano: para los nueve meses, llevaron tan solo dos equipajes de mano, para su ropa -desde ojotas hasta botas de nieve- y dos bolsos, uno para las camperas de invierno de ambos y otro para cargar los objetos de seguridad de la aeronave.
De Buenos Aires, viajaron hacia Estados Unidos, con varias paradas en el medio, y después cruzaron el Atlántico norte, con pausas en Groenlandia e Islandia. Luego de recorrer Europa, volaron a San Petersburgo y cruzaron Rusia, de oeste a este, siguiendo la ruta del Transiberiano. Desde Siberia, cruzaron por el estrecho de Bering hacia Alaska, para después bajar por América de regreso a la Argentina.
Es la primera vez que un avión monomotor argentino logra dar la vuelta al mundo. La pareja, sin embargo, no viajó con la intención de romper un récord en particular, sino, en palabras de Martina, con la idea de satisfacer su “curiosidad sobre el mundo y su gente” y conocer todo tipo de lugares, culturas y personas.
“La gente fue amorosa en todo el mundo. En Rusia, especialmente en lugares que no son turísticos, los locales nos miraban como si fuéramos bichos raros. Muchos ni sabían dónde quedaba la Argentina, pero sí sabían que era lejos”, cuenta Kist. “Les generamos curiosidad y se acercabana a ayudarnos -acota su marido-. Argentina genera simpatía en el mundo, es una cosa rara. Obviamente no decían: Messi, Maradona”.
Debido a la pandemia, no pudieron visitar todos los destinos que querían conocer, como un par de países bálticos y algunos del Sudeste Asiático. Como estos últimos eran muchos y cada uno tenía distintos requisitos de ingreso, eligieron cruzar Asia por Rusia. En la mayoría de los destinos, se hospedaron en departamentos a través de la aplicación Airbnb, que reservaban apenas tocaban tierra. En los lugares donde no funcionaba esta aplicación, optaban por un hotel.
-¿Cuáles fueron los lugares más increíbles que sobrevolaron?
-Alex: -Lo primero que nos arrancó la cabeza fue los Lencoes de Maranhao, en el norte de Brasil. Son dunas blancas al lado del mar, donde se forman miles de lagunas por la lluvia. Nos habían avisado que existía y lo buscamos con el avión. Después, todo el Caribe, con las islas y las aguas de todos los colores. El Gran Cañón también fue impresionante. Aterrizamos adentro, en una pista. Absolutamente divino. También sobrevolamos la arqueología maya en México: Palenque, Yucatán
-Martina: En Croacia pasamos por encima del Parque Nacional de los Lagos de Plitvice. Son lagos en terraza. Y en Groenlandia pasamos tres horas volando sobre el hielo para atravesar el país. Lo que también es super super lindo es la Patagonia. Después de haber recorrido todo el mundo, nos dimos cuenta de que es uno de los lugares más lindos que hemos sobrevolado.
-Seguramente también pasaron momentos de miedo.
-Martina: Si, varios. Uno de los momentos donde más miedo tuve fue en Moscú
-Alex: Fue la ciudad que vimos más de cerca -se ríen-. Estábamos empezando a aterrizar en un aeropuerto chico. Como los controladores siempre le dan prioridad a los aviones grandes, que bajan rápido, a nosotros nos mandan por abajo. Veníamos a 150 metros, que ya es muy bajo, ves los edificios muy cerca, y el controlador nos dice: ‘está aterrizando un avión grande, así que por favor bajen a 400 pies’, que vienen a ser unos 70 metros. Te juro que pasábamos al ras de los edificios.
Como todo aviador experimentado, Alex elige evitar las temperaturas bajas y las precipitaciones. Por eso, planeó hacer el cruce del círculo ártico (Groenlandia, Islandia, Siberia y Alaska) durante una época del año donde las temperaturas sean más bien “cálidas”. Para lograrlo, comenzaron el cruce bien entrada la primavera, el 15 de mayo, y lo finalizaron antes del inicio del otoño, el 17 de septiembre. Según explica, es riesgoso viajar por esa zona en otro momento del año. “Si la temperatura es bajo cero y hay nubes, corrés el riesgo de que el ala se convierta en un bloque de hielo y el avión no vuele”, explica Martina.
Ese conocimiento no impidió que la pareja pasara un mal momento en una ocasión, mientras volaban cerca del Devil ‘s Tower, en Wyoming, Estados Unidos. “Nos habían dicho de esta gran piedra, en el medio de la nada, y queríamos verla. Estaba bastante nublado, pero seguíamos bajando porque sabíamos que estábamos cerca. Cuando estábamos a 500 metros, de repente, apareció al lado nuestro. Le dimos una vuelta y, cuando quisimos subir, empezamos a atravesar muchas nubes y se empezó a formar hielo sobre las alas del avión. El avión ya no volaba bien. Era como volar un piano. Si se formaba hielo en el motor, se paraba. Por suerte, no pasó”, cuenta Alex. En México, el matrimonio también se topó con un huracán, Pamela, pero había recibido la información con tiempo y logró pasarlo por debajo sin correr ningún riesgo.
“El viaje fue un desafío grande, pero posible. Me enseñó que uno puede hacer más de lo que cree y que no hay edad para empezar una aventura”, afirma Kist. Ella se retiró hace tres años de su trabajo, en la misma empresa donde sigue trabajando su marido. Desde entonces, se dedica a escribir. Ya ha escrito dos libros y el próximo, anticipa, será sobre el viaje. Su idea es volcar todo lo que escribió en su diario durante los últimos nueve meses para recrear la aventura vivida.
“Lo hicimos en un momento de quiebre en nuestras vidas -dice Alex, en referencia a la mudanza de su hijo menor-. Decidí tomarme un año sabático. Ahora miro para atrás y pienso: Que bueno que se nos ocurrió hacerlo ahora, que todavía tenemos un montón de energía, en vez de esperar a que yo me retirara. Cuando me retire, seguramente ya no tenga esta misma energía ni este mismo foco”.
Desde que volvieron a Buenos Aires, Martina y Alex viven en un departamento que alquilaron de manera temporal a una cuadra del Puerto de Olivos. “Como vendimos nuestra casa, no teníamos a donde ir, así que alquilamos por Airbnb, como hicimos durante el viaje”, dice Martina, entre risas. Se muestra tranquila. En un par de horas, deberán desalojar el departamento. Su idea es quedarse un tiempo en la casa de un familiar, hasta saber su próximo paradero. El año sabático de Alex se termina en unos meses y él está esperando a que la empresa le comunique a qué parte del mundo lo van a transferir. A ambos les divierte la idea de mudarse, lo consideran una nueva aventura.
A un lado de la puerta del departamento, esperan sus dos equipajes de mano, que siguen siendo su única carga. La pareja piensa mantener la filosofía que iniciaron con el viaje: “Queremos seguir viviendo con lo mínimo y necesario. Es más sencillo”, dice Martina. “Estar liviano te permite seguir en movimiento, viajando. Los bienes materiales tienen que ser una plataforma, pero muchas veces son anclas”, dice Alex.
La mudanza no es algo nuevo para ellos. A lo largo de sus 21 años de matrimonio, han vivido en varios lugares diferentes por trabajo, como París, Chicago y ahora Argentina. Para ellos, la nueva mudanza es una nueva forma de reinventar su vida juntos, como matrimonio, esta vez sin sus hijos.
-¿El viaje por el mundo mejoró la relación de pareja?
Los dos asienten.
-Martina: Creo que nos conocemos más ahora de lo que nos conocíamos antes, aún estando casados hace 21 años.
-Alex: Fue muy bueno para los dos. Pasamos nueve meses como un equipo, como piloto y copiloto, los dos mirando para adelante, con desafíos totalmente desconocidos para nosotros, que requerían lo mejor de cada uno para que todo saliera bien. Planificaciones, papeles, Covid-19. Fue realmente muy bueno para la pareja. Antes, nuestro proyecto en común era criar a nuestros hijos. Ahora que eso se terminó, nos reinventamos. Tener un proyecto en común, sea cual fuera, sin duda es bueno para cualquier pareja. Es tirar para adelante juntos.
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