El 16 de junio de 1983, hace cuatro décadas, Ernesto Tito Lowenstein inauguró la primera temporada de esquí en el Valle de Las Leñas Amarillas
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Parado frente a una fila interminable de esquiadores ansiosos por abordar la telesilla, en Bariloche, Ernesto Tito Lowenstein tuvo una visión. Como buen emprendedor, tiene el don de encontrar oportunidades donde todos pasan de largo. Ya había hecho historia, con tan solo 20 años, cuando trajo la primera máquina de fabricar hamburguesas y fundó Paty. En esa tediosa espera comprendió que había un mercado insatisfecho y se propuso fundar un nuevo centro de esquí. Así, a principio de los 70, comenzó a gestarse Las Leñas.
-Imagino que es fanático del esquí, Tito.
-No, no tengo facilidad para los deportes. Lo único que me gusta es manejar. No hice el negocio de Las Leñas porque me gustaba esquiar. Era muy malo. Tal es así que a “Cartón” Benavidez, que era el profesor del Cerro Catedral, le dieron el premio “Tronco de Oro” porque me enseñó a esquiar a mí.
-¿Es cierto que comenzó a fantasear con crear su propio centro de esquí en la fila de una telesilla o es pura épica?
-(ríe) Es cierto. Mientras veía la fila de los esquiadores me acordé de un cliente que teníamos en Francia, donde estaban en auge las pistas de esquí. Hablé con él y después de algunas vueltas me invitaron a almorzar a una empresa llamada Grand Travaux de Marseille (GTM). No sé por qué los franceses siempre hacen los negocios mientras comen… La dirección de la empresa estaba ocupada por ingenieros con obras importantes en su haber. Yo trataba con quienes habían hecho la represa de Asuan, la mega obra que “ordenó” el caudal del Nilo, con quien construyó el túnel que atraviesa la Bahía de la Habana, una obra maestra de la ingeniería… Aprendí mucho de ellos, fueron socios excelentes. Ahí comenzamos a hablar de la posibilidad de construir un nuevo centro de esquí en el país. Ellos hicieron los estudios correspondientes, con la participación de mi gran amigo Eduardo Do Porto, Roberto Thorstrup y Cartón Benavidez. En Francia, en el centro de esquí SuperDévoluy, en los Alpes, me acercaron una carpeta con tres opciones.
-¿Cuáles eran las opciones alternativas a Las Leñas?
-La primera era el Cerro Tronador, pero de entrada dijeron “no va por el clima”. La segunda quedaba en Bariloche, dentro de un Parque Nacional, que contaba con una ventaja importantísima: tenía miles de camas. Por último me presentaron algo que se llamaba “Valle de Las Leñas Amarillas”, un lugar que yo desconocía. Ellos llegaron a Las Leñas por cuento de un francés amante del esquí. Resulta que esa tierra, las 228 mil hectáreas del Valle Las Leñas, era de Bunge & Born. Ellos habían comprado la propiedad para hacer un centro de esquí. ¿Por qué no hicieron ellos el centro de esquí de Las Leñas? Porque el día que firmaron la compra de la propiedad fue el día que secuestraron a los dos hermanos Born… ¡y mandaron todo a la mierda!
-Bariloche parecía la opción más clara, casi obvia. ¿Por qué eligió Las Leñas?
-Elegí Las Leñas porque era propiedad privada: yo quiero mandar en mi casa. En Bariloche hubiese tenido una concesión en Parques Nacionales, me hubiesen mandado a renegociar con cada gobierno… Decidí asumir el riesgo mayor.
-¿Cómo era su sociedad con los franceses?
-Su director me dijo que ellos siempre tomaban el 25 por ciento, que yo debía asumir el 75 restante. Cerramos el negocio por teléfono. Fundé la sociedad sin abogado propio, en el estudio Marval/O’Farrell que patrocinaba a GTM. Nunca fui ventajista. Mi única ventaja es que trabajo, yo quiero ganar mi guita. Me acuerdo que el primer presupuesto de Las Leñas fue de 1.540.000 dólares. ¿Y sabés cuánto fue el gasto real? 1.580.000 dólares, le erramos por muy poco. Ojo, la transparencia y los números mandan en los negocios.
-El desarrollo de Las Leñas suponía un desafío mayor en cuanto a infraestructura: no había hoteles, pero tampoco rutas, aeropuerto…
-El aeropuerto de Malargüe lo hicimos nosotros. En ese momento, para que lo escuchen los funcionarios de hoy, tenías la posibilidad de descargar parte de tus impuestos en obras que redunden en un servicio para la gente. También se hicieron 20 kilómetros de rutas, que no tenían traza siquiera. La provincia nos hizo firmar una garantía bancaria por la que nos comprometíamos a llegar a mil camas en tres años. Al segundo año alcancé el objetivo y levanté la garantía.
-Evidentemente, no tenía dudas con su producto, con Las Leñas.
-Yo entendía que el negocio futuro era el turismo. Mirá, en parte soy responsable de que existan los fines de semana largos. Yo le propuse al ministro de Educación de aquél entonces (que también incluía Turismo) que analizara la posibilidad de extender los fines de semana que estaban cerca de un feriado nacional. Eran pocos, de cuando en cuando. Y así se hizo.
“En la Argentina se puede hacer... cuando hay voluntad, cuando se quiere”
La inauguración de Las Leñas tiene fecha cierta: 16 de junio de 1983. Las obras, que comenzaron el 20 de enero de 1982, terminaron antes de lo previsto. En la primera etapa, se estrenaron tres telesillas que trepaban hasta la cumbre, en 3400 metros. Y abrieron sus puertas tres hoteles: Escorpio, Acuario y Géminis. En total, sumaban 480 camas. Un detalle revelador: los nombres de los primeros hoteles, como los de las pistas y los medios de elevación, fueron sugeridos por Alan Lowenstein, hijo de Tito, que entonces era apenas un pre-adolescente y estaba obsesionado con la cultura y mitología grecorromana.
La apertura del Valle de Las Leñas fue una revolución que dio un nuevo impulso a la provincia. Ese mismo día, además del centro de esquí, se inauguró el aeropuerto de Malargüe, que recibió el primer vuelo de pasajeros entre Aeroparque y Malargüe. Además, se habilitó el último tramo de la ruta 40 pavimentada. Tito Lowenstein no tiene dudas: “En Argentina se puede hacer... cuando hay voluntad, cuando se quiere”.
Las Leñas tuvo un crecimiento vertiginoso. Tito, que no terminó la secundaria, dice que hizo las cosas demasiado rápido. “Me comí el tiempo”, dirá más adelante. Multiplicó la capacidad hotelera por diez y convirtió a su centro de esquí en un destino para los esquiadores más exigentes.
-El deporte también lo reconoció: Las Leñas fue sede de la Copa del Mundo de esquí alpino.
-Esa es una historia fantástica. A través de la carne conocí a Serge Lang, creador de la Copa del Mundo. Fue una noche lluviosa en Basilea. Hablamos en alemán. Me presenté como el “presidente de Las Leñas” y él se presentó como “presidente de la Copa del Mundo”. Le dije, en alemán, “eso no es cierto. Usted puede decir que es presidente de la copa del hemisferio norte. Cuando haga un torneo en el hemisferio Sur va a poder decir que es la copa del mundo”. El tipo me respondió: “¿Usted me paga dos pasajes en Swiss Air, en primera?”. Lo invité, conoció Las Leñas, y así nació la Copa del Mundo en Las Leñas. Fue algo espontáneo, pura relación.
-¿Cómo termina su relación con Las Leñas?
-Mal. Esa es la historia triste. Me fundí. ¿Y sabés quién tiene la culpa? El que te está hablando. Podría echarle la culpa a la híper o a alguien más, pero cuando uno tiene la culpa debe asumirlo. Me fundí, pagué todo, vendí todo mi arte… pero hoy camino por Buenos Aires y no debo un mango.
-¿Cuál es su culpa? ¿Porqué se fundió?
-Quise hacer las cosas demasiado rápido. Me bandeé, fue un error mío. Llegué demasiado pronto a las tres mil camas. Me comí el tiempo.
-¿Volvió a Las Leñas?
-Muy poco. Me hace mucho mal, me movilizaba emocionalmente. Una vez, volviendo de Las Leñas, choqué. La última vez que estuve fue en 2015, cuando fui a llevar las cenizas de Eduardo Do Porto, que fue vicepresidente de Las Leñas.
-¿El proyecto Las Leñas era mucho mayor al que conocemos?
-El proyecto de Las Leñas podría ser enorme. La propiedad es gigantesca, imagínese: el avión de los rugbiers uruguayos cayó dentro de la propiedad que hoy es Las Leñas y no lograron encontrarlos…
Hoy, 13 de junio, es “día de los leñeros”. El centro de esquí que Tito Lowenstein proyectó en Bariloche a principios de los 70 mientras esperaba su turno en la telesilla, sigue funcionando. En aquél páramo donde construyó la base y sus hoteles, creció un pueblo. Los chicos asisten a una escuela primaria que lleva el nombre de su madrina, Dora Brenner de Lowenstein, madre de Tito.
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