El 17 de abril de 1998, hace exactamente 25 años, murió la prestigiosa fotógrafa que vivió con pasión y formó una gran familia junto al beatle
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Sus padres la anotaron como Linda Louise Eastman pero pasó a la historia como Linda McCartney. Fue una fotógrafa muy talentosa, autora de algunos de los retratos más emblemáticos del rock de los 60 y 70, hizo también una carrera en la música y fue además la referente visible del movimiento vegetariano en el Reino Unido, publicando varios libros de cocina cruelty free y fundando una exitosa línea de alimentos veganos congelados. El mundo, sin embargo, la conocía simplemente como “la esposa de Paul McCartney”.
Dicen que era amable, sencilla, y es evidente para cualquiera que estaba loca por Paul y que formó con él una de las parejas más estables y amorosas de la historia del rock. Pero para los fans de los Beatles, sin embargo, cargó con la acusación de haber sido, secundando a la “gran arpía” Yoko Ono, una especie de gran intrigante, instigadora con la japonesa de la crisis final entre Lennon y McCartney y principales “culpables” ambas de la ruptura de la banda.
Linda murió de cáncer hace 25 años, el 17 de abril de 1998. El tiempo se detuvo para ella cuando tenía 56, casi 30 de matrimonio, cuatro hijos y una vida llena de proyectos y momentos felices mucho más allá de los Beatles.
¿Una vida a la sombra de sir Paul? No parece. Esa chica americana, alguna vez odiada por las fans de los cuatro de Liverpool por ser “antipática, rubia y desgarbada” y por haberse robado al último y más codiciado beatle soltero, parece haber sido mucho más.
Fotógrafa del rock
La vida de Linda, en efecto, fue fascinante desde antes de la llegada de Paul. Nació el 24 de septiembre de 1941 en el pequeño pueblo de Scarsdale, estado de Nueva York, a una hora de Manhattan. Segunda de cuatro hermanos en una familia judía de clase media alta (inmigrantes rusos del lado del padre y alemanes del lado de la madre), creció en un ambiente artístico marcado por las galerías, museos y espectáculos de Nueva York, a los que se sumaba el trabajo de su padre, Lee Eastman, uno de los abogados especialistas en la industria del entretenimiento más importantes de los Estados Unidos. La madre de Linda, Louise Lindner, provenía de una familia adinerada de Cleveland, dueña de una importante compañía de indumentaria femenina.
Cuando terminó el secundario, Linda ingresó a la Universidad de Arizona, en Tucson, para estudiar Artes. Se sentía un espíritu libre, amante de las expresiones artísticas, la naturaleza y los animales, y a la vez gozaba de los privilegios de clase que le otorgaba la posición social de su familia. Su novio, Joseph Melville See, Mel, estudiaba en su misma universidad un posgrado en Geología y Antropología. Allí, en Tucson, Linda descubrió su pasión por la fotografía y se anotó en un curso con la prestigiosa fotógrafa Hazel Larsen Archer.
En 1962, siendo Linda apenas una jovencita, su madre murió en un accidente aéreo. En medio de ese golpe atroz quedó embarazada, se casó sin pensarlo demasiado y a fin de ese año nació Heather, su primera hija. El matrimonio duró poco. En 1963, Mel decidió ir a hacer una investigación a África y Linda, en lugar de acompañarlo, inició los trámites de divorcio. Años después lo explicaría así: “Crecí. Mi vida empezó otra vez con un nuevo sentimiento de libertad”.
Se instaló entonces con su hija en Nueva York, en un pequeño departamento en el Upper East Side, y consiguió trabajo como recepcionista en la revista Town and Country. También se lanzó de lleno a la noche y la música neoyorquina, que vivían un momento extraordinario, un shock cultural, el hipismo, la búsqueda espiritual de estrellas del pop… Las malas lenguas, cuando se ensañaron con Linda, la caracterizaban en esa época como una groupie que se acostó con varios famosos antes de “cazar” a Paul McCartney (son conocidos sus efímeros affaires con Warren Beatty, Mick Jagger y Jim Morrison, entre otros). Otras lenguas, en cambio, la veían transitar alegremente, junto a sus amigas, la libertad militante de la segunda mitad de los 60.
Mientras tanto, Linda seguía aprendiendo de fotografía. Y le llegó su gran oportunidad en 1966, cuando los Rolling Stones viajaron a Nueva York, se instalaron en un barco y el mánager mandó una invitación a Town and country para fotografiarlos. Linda capturó la invitación y allí fue con su cámara decidida a enfrentar a las fieras, ya que Jagger y cía. eran un dolor de cabeza para cualquier fotógrafo. Por supuesto, les hizo unas fotos espectaculares: tenía talento y un carisma muy especial para conseguir lo que quería (en este caso, algunas de las mejores fotos de los Stones en la historia y un encuentro íntimo con Jagger).
Fue un antes y un después. Sus fotos de los Rolling Stones llegaron a todas las revistas, Linda dejó el trabajo de recepcionista y se convirtió en una de las fotógrafas favoritas del rock.
A partir de entonces, su carrera fue meteórica. En poco tiempo desfilaron ante su lente Bob Dylan, Jimi Hendrix, Aretha Franklin, The Beach Boys, Janis Joplin, Simon & Garfunkel, The Doors, The Who, Neil Young, BB King, Frank Zappa, todos… En 1968 fue la primera mujer en hacer la foto de tapa de la revista Rolling Stone con un retrato de Eric Clapton, y ese mismo año se convirtió en la retratista oficial de la sala de conciertos Fillmore East.
Para entonces, ya había fotografiado también a los Beatles.
Y un día llegó sir Paul
La primera vez que se encontró con Paul McCartney fue en 1967, en el club Bag O’Nails de Londres. Ella estaba con sus amigos del grupo Animals y terminaron tomando unas copas todos juntos. Nada pasó entre ellos esa noche pero Linda aprovechó el encuentro para presentarse ante Brian Epstein, representante de los Beatles, y mostrarle su portfolio. Epstein la invitó entonces a la sesión fotográfica por el lanzamiento del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band que iba a realizarse cuatro días después: allí, con su simpatía, su blazer a rayas y su pelo rubio, Linda consiguió que los cuatro Beatles posaran relajadísimos para ella… Y charló largo y tendido con Paul.
Linda volvió a Nueva York y casi un año después, en mayo del 68, se encontraron nuevamente en una presentación de los Beatles en el Hotel Americana de Manhattan. Ahí Paul le pidió el teléfono, la llamó al día siguiente y le propuso una cita insólita: acompañarlo en la limusina hasta el aeropuerto sentada en el asiento de atrás, entre él y Lennon. Entre las giras, la crisis que se estaba armando en la banda y las miles de chicas que lo asediaban, sir Paul no tenía tiempo para más.
Un mes después, sin embargo, Paul pasó varios días en Los Ángeles y la invitó a su bungalow del Hotel Beverly Hills: ahí hubo un primer encuentro romántico, pero después cada uno volvió a su vida. La crisis de los Beatles empeoraba y McCartney estaba pasando por un momento fatal. En septiembre, le pidió a Linda que fuera a verlo a Londres así que ella se tomó un avión y se apareció sin más en la famosa mansión de la calle Cavendish. Más tarde contaría que la casa estaba sucia, desordenada, nada funcionaba, como un alter ego de la depresión del dueño. Pero Linda no se asustó y algo mágico sucedió en aquellos días; nunca más se separaron.
Las fans la odiaban, por supuesto, pero Paul se enamoró locamente. Viajaron juntos a Nueva York para buscar a Heather, que entonces tenía 6 años, y luego se instalaron en Londres. Entretanto, entre diferencias económicas y contractuales, los Beatles como banda parecían cada vez más cerca de un final poco feliz y –una de cal y otra de arena- Linda quedó embarazada.
El 12 de marzo del 69 Paul y Linda se casaron en el registro de Marylebone, entre un enjambre de fotógrafos, empujones, desmayos y miles de fans llorando. Algunas hasta intentaron lanzarle a Linda algún escupitajo. Bajo la lluvia, la pareja sonreía imperturbable junto a Heather: Paul con traje negro, camisa rosa y corbata amarilla; Linda con gabardina color camel, vestida igual que su hija. Ninguno de los otros Beatles concurrió a la ceremonia. Ocho días después, John Lennon se casaba en segundas nupcias con Yoko Ono en Gibraltar.
En agosto fue la última sesión de los Beatles, Linda dio a luz a Mary y Paul adoptó legalmente a Heather. En los muros de Cavendish aparecían pintadas con insultos para Linda, acusándola del final de la banda. Con este panorama, y con Paul de duelo, la familia decidió retirarse a una granja que habían comprado en Escocia. Allí, de a poco, McCartney fue recuperándose y la pareja se encontró disfrutando de la vida de campo y pasando una de sus etapas más felices. Hay fotos preciosas de Linda retratando esta época. Nació la tercera hija, Stella, y nació también un proyecto de banda nueva, Wings.
A pesar de que nunca había hecho música, Paul convenció a Linda de integrarse a Wings como tecladista y coros. Ella aceptó y, junto a tres músicos y los chicos (después de Stella llegó el hermanito menor, James), se transformaron en una familia que cada tanto giraba por el mundo dando conciertos. En los primeros tiempos Linda era muy criticada por sus pobres condiciones musicales pero, fiel a su estilo relajado y decidido, se fue formando hasta lograr un nivel más que aceptable. En este marco trataban además de darles a los hijos una vida lo más “normal” posible, enviándolos a colegios públicos y ocupándose ellos mismos de su cuidado.
Linda supo combinar maravillosamente su vida familiar y el éxito de la banda con su labor como activista por los derechos de los animales y promotora de la cultura vegetariana, que inculcó a Paul y sus hijos. Amaba cocinar y publicó un libro con recetas veganas que se transformó en bestseller, lo que la impulsó a crear una línea de alimentos congelados para supermercado que también fue bestseller. Entretanto, nunca abandonó del todo su carrera como fotógrafa, que se volvió más personal y experimental y en la que logró algunos trabajos de un preciosismo sorprendente. ¿A la sombra de sir Paul? Claramente no parece.
Última canción de amor
En los casi treinta años que pasaron juntos, hubo muchas “tontas canciones de amor” para Linda y otros tantos momentos entrañables. Pero en 1995 la vida dispuso otro destino: a Linda le detectaron un cáncer de mama en estado avanzado y tres años después murió por una metástasis en el hígado en los brazos de Paul. Tenía 56 años y pasó sus últimos días rodeada por su esposo y sus hijos, andando a caballo por el campo en su rancho de Arizona, su lugar en el mundo.
La sobreviven sus cuatro hijos: Heather, ceramista y alfarera; Mary, fotógrafa como su madre; Stella, rutilante diseñadora de moda; y James, otro músico McCartney.
También la sobrevivió Paul, que después de años de desconsuelo y algunas tristes experiencias amorosas parece haber encontrado la paz hace tiempo junto a su tercera esposa. A la muerte de Linda, atravesado de dolor, la había despedido con estas palabras: “Linda ha sido, y sigue siendo, el amor de mi vida… El mundo es un lugar mejor por haberla conocido. Su mensaje de amor vivirá para siempre en nuestros corazones. Te amo, Linda.”
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