Romper el molde. La guerra cultural de las medialunas, entre el “croissant cereal”, las formas de muffins y los perfumes
El fanatismo neoyorquino por nuevos aspectos de pastelería que modifican, o destruyen creativamente, el estilo tradicional
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NUEVA YORK.– Son las siete de la mañana y se larga una lluvia torrencial. Pero a los foodies de Brooklyn nada los detiene. Están dispuestos a hacer casi una hora de fila, sea bajo el paraguas o sea bajo cualquier protección improvisada. Sin ir más lejos, tras las primeras gotas, un hipster delante de esta redactora se saca su camisa de franela escocesa y queda con el torso desnudo con tal de proteger con ella su pelo con cubana impecable. Nadie se mueve del lugar. El objetivo es comprar cereal para el desayuno: una caja de cartón cuyo contenido cada uno debe llevar de regreso a casa para verter sobre la leche. A un precio de 50 dólares, que aun en épocas de inflación es una barbaridad.
“Yo era el tipo de persona que creía que jamás haría más de 40 minutos de cola por algo que no fuese ilegal”, reconoce un motoquero vestido con tanto cuero que parece sacado de un documental sobre los Hell’s Angels. “Pero una vez que probás esto, no podés arrancar el día con nada más”.
“Esto” son croissants tan pequeños que pueden comerse con cuchara como los copitos clásicos. Se hacen a mano, cada día sólo se ofrece un puñado de paquetes, y lanzaron a una minúscula patisserie de Brooklyn Heights a una fama estratosférica en los medios sociales, en las guías gastronómicas y –como bien prueban las masas a la espera de ser de los pocos afortunados– a la vida real.
El “croissant cereal” es parte de la revolución de las medialunas en Estados Unidos, que arrancó justo hace una década con la invención del “cronut”, un donut con masa de croissant. En 2022, por ejemplo, se volvió viral el Suprême, un croissant redondo, sólido como un ladrillo, que se sostiene parado en el plato –ideal para las fotos–y que está relleno y bañado con cremas de distinos sabores y colores.
En 2023 viene pisando fuerte una baguette rodeada de masa de croissant. Todos los medios hablan de esto y hasta la biblia local que es The New York Times le dedicó una página entera. A pesar de haberle ganado el Mundial a los franceses, y de que puedan conseguirse en un puñado de panaderías argentinas, nuestras medialunas quedan fuera de toda discusión: el croissant es más grande, tiene las puntas rectas, es menos brilloso y, sobre todo, de masa más aireada.
"Todo es destrucción creativa y se entiende: EE.UU. es una nación de espíritu emprendedor frenético, creatividad inquieta y desprecio por los cánones"
Por el contrario, quien hoy no aparece en Instagram con su cruffin (mezcla de croissant y muffin) o cragel (mezcla de croissant y bagel) no existe. O no vive en Nueva York. En el caso de la pastelería de Brooklyn, una marca de perfumes ya lanzó Crumb Couture, un eau de toilette basado en lo que huelen las medialunas recién salidas del horno ahí.
“Es una explosión schumpeteriana –dijo Steven Kaplan, profesor emérito de historia europea de la Universidad de Cornell–. Todo es destrucción creativa y se entiende: EE.UU. es una nación de espíritu emprendedor frenético, creatividad inquieta y desprecio por los cánones”.
Por supuesto, los medios franceses no tardaron en hacerse eco de la tendencia, en muchos casos como un nuevo ejemplo de la eterna forma en la que los norteamericanos “masacran” la venerable cocina de les bleus.
“Este tipo de cosas son raras en Francia, al menos en su iconoclastia más radical, porque los franceses internalizan códigos y normas y tienen respeto por ciertas creaciones ancestrales”, explicó Kaplan, considerado el máximo especialista en pan francés a ambos lados del Atlántico. No se rasga, sin embargo, las vestiduras: “Parte de la típica explosión creativa norteamericana es formidable; pero buena parte de ella, felizmente efímera”.
Por las dudas, en el caso del Petite Croissant Céréale, medios franceses aclararon: la patisserie de Brooklyn Heights es de un très charmant ingeniero en sistemas originario de Grenoble que se puso a cocinar durante la pandemia y lo desarrolló. Pero la que tuvo la idea y posteó todo en Instagram –claramente, la culpable– fue su mujer, ciento por ciento norteamericana.