Es músico y dueño de un restaurante de pastas, vive hace 30 años en Miami y le cocina a Leo Messi
Viajó a los Estados Unidos para trabajar como camarero, y le servía espaguetis a los capos de la mafia. Su suerte cambió cuando abrió su restaurante
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A los 18 años, Gerardo (Gerry) Cea se fue de la Argentina para probar suerte en los Estados Unidos y, por intermedio de su tío, comenzó a trabajar en Nueva York como camarero. Hasta ahí, una historia de muchos. Pero las mesas que servía tenían una particularidad: llevaba los famosos spaghettis and meatballs, fideos con albóndigas, a los capos mafia de la Gran Manzana.
Fue camarero de Toninos, uno de los restaurantes de la mafia, y al que más miedo le tenía era a John Gotti, el gánster de la familia Gambino. “Sabía que era un asesino, porque fue quien mandó a matar a Paul Castellano, el jefe de Nueva York y dueño de los restaurantes. Cuando lo matan, Toninos comenzó a decaer. Cambié a Antoloti, donde iba John Gotti, y realmente asustaba”, cuenta Gerry.
Les servía pastas en una cacerola en el medio de la mesa y pescados enteros al horno, que tenía que limpiar frente a ellos. “Cuando cerraba el restaurante, de 15 a 18, me quedaba de guardia por si venía alguno de ellos a comer. El día que mataron a Castellano, llegaron a las tres y media de la tarde. Estaban todos locos dando vueltas, algo estaba por pasar, y nosotros les servíamos café. A las cinco, mataron al jefe a cuatro cuadras”.
El tío de Gerry trabajaba en Sparks Steak House, en la 46th St., donde mataron a Castellano. Cuando Gerry vio que el panorama laboral no era auspicioso decidió viajar a Miami, donde vivía su abuela. “Con mi familia llegamos en 1988 y fue muy duro. En esa época, los restaurantes trabajaban seis meses y después no iba nadie, te quedabas sin trabajo. Perdimos el poco dinero que mis viejos habían traído de la Argentina y quedamos en la lona. Así fue que, en 1993, después de haber sufrido y aprendido muchísimo, agarré todas las fuerzas y con 15 mil dólares ahorrados pude comprar el local de lo que hoy es Prima Pasta”.
El día que abrieron, tenían sólo 28 sillas; su papá y su mamá trabajaban en la cocina, y él estaba al frente para recibir a los comensales. Abrieron a las seis de la tarde, no entraba nadie y la tristeza se apoderó de él. Pero, de golpe, a las seis y media empezaron a llegar los autos y el lugar se llenó.
-¿Cuál fue el secreto para que llegara gente?
-Venía construyendo el lugar muy de a poco, estuve casi dos meses poniendo carteles que decían Café Prima Pasta abre en 30 días, en 29, y así. Es un lugar en la Calle 71, casi Collins, una intersección donde pasa todo el mundo, los que van a South Beach como a Bal Harbour. Por eso funcionaron los carteles. El primer día se llenó y no nos daban las piernas para atender y sacar los platos de la cocina. La gente entró y se encontró con una música espectacular, un ambiente hermoso, un olor riquísimo a ajo dorado y a comida. A los tres días tenía 28 personas comiendo, y otras 40 haciendo fila afuera. Al toque salimos en el Miami Herald como el mejor restaurante de la ciudad. Fue agotador porque no sabía nada de negocios, de hacer las compras: lo único que sabía era atender a la gente, y mi viejo, cocinar. Era un placer tener un restaurante famoso, pero el desgaste físico era terrible.
-¿Cómo es hoy Prima Pasta, después de 30 años?
-Mantiene los mismos platos y otros que agregamos. Abrimos con espagueti a la puttanesca, fetuccini Alfredo, pollo y carne a la parmigiana, linguini negro con mariscos, agnolotti de ricota y espinaca al pomodoro. Teníamos el clásico carpaccio y el mejor prosciutto de Parma. Y, acordándome de lo mejor de la mafia, desde el primer día ahorré para ofrecer una botella de Dom Perignon, una de Cristal, y los mejores vinos de Europa. Sin embargo, a la gente le recomendamos buenos vinos que no son caros. Si quieren gastar, también tienen un Brunello di Montalcino, o un Barolo. Vi mucha gente que estafaba a los clientes recomendando vinos de 100 dólares; yo soy todo lo opuesto, por eso nos va bien. Incluso con personajes como Michael Jordan, que me agradeció por haberle recomendado un vino de 45 dólares cuando podía pagar uno de mil.
- Y un día llegó Michael Jordan...
-La hija de una familia cubana, que viene desde el primer día, me llamó para hacer una reserva y venir con su novio. Cuando llega, era él. Imaginate la cara de Jordan cuando nosotros la saludábamos a ella, él pensaba ¿Y estos quiénes son? Tanto le gustó el lugar, y nuestra onda, que muchas veces venía solo, se sentaba en la barra a tomar una cerveza, o se juntaba con sus amigos, todos gigantescos.
-Pasaron de 28 a 140 sillas.
-En 1995 sumamos un saloncito más, después alquilé la parte de atrás, y en 2000 compramos la propiedad. Es el día de hoy que sigo remodelando. Tengo otro salón llamado la Cava, que surgió por la visita de los chicos de la selección y de Leo Messi con su familia. Como me di cuenta lo mal que la pasaban en algunos restaurantes, hice el salón con acceso directo al estacionamiento de atrás.
-El día que llegó Messi fue histórico…
-La primera vez fue hace más de diez años. Me llamó un periodista deportivo para avisarme que había estado con Messi y otros jugadores, y que les había recomendado mi restaurante. Un día suena el teléfono y el chico que lo atiende me dice me acaba de llamar Leo Messi, hablé con él y dijo que está viniendo con 14 personas. Mi respuesta fue te están jodiendo. Y, de golpe, apareció con toda la familia. En ese momento no pude controlar la situación y tuve que llamar a la policía, porque había como 100 personas afuera. Me acerqué a la mesa y le pregunté si querían salir por la puerta de atrás, pero me contestó no te preocupes, si la gente está afuera es porque me vino a ver, tengo que salir a saludar. El tipo salió, se sacó fotos, saludó, firmó y se fueron. A los dos días volvió a llamar el padre y, a partir de ahí, vienen siempre. Una familia hermosa. Volvieron hace unos años y se sentaron en el salón de la Cava, para tener privacidad. Después, él nos recomendaba y empezaron a venir todos los otros jugadores, como (Leandro) Paredes, (Rodrigo) De Paul, o los de AFA.
-¿Por qué el restaurante se hizo famoso entre las celebridades?
-Siempre fui odiado por los diarios y revistas locales, porque nadie podía entrar a sacar fotos ni molestar a la gente. Me dan pena los fotógrafos que trabajan para vender su trabajo, pero en Nueva York había aprendido a darles privacidad a los clientes, en un espacio para comer y protegerlos. Después, cuando salían por la puerta, que pasara lo que pasara. Así se corrió la bola entre los músicos, que antes de sacar un disco venían a Prima Pasta, ponían la canción en un auto en el parking, o se las ponía yo cuando cerrábamos el restaurante. Eso pasó con Cristian Castro y con Diego Torres. Color esperanza se escuchó en Prima Pasta una semana antes de que se masterice el tema. Se transformó en un restaurante donde la gente se siente cómoda y una especie de lugar para pedir un deseo. Acá también se conocieron muchísimas personas, y a todos les gusta celebrar su cumpleaños. Comodidad, luz baja, música tranqui, comida rica, un servicio que te trata como un ser humano. Que te digan hola, chau y que no te jodan.
-También incursionaste en la música, ¿cómo fue?
-Antes de llegar a los Estados Unidos vivía en Once, a tres cuadras del estudio de grabación ION, uno de los más famosos de la Argentina. Estaba en sexto grado de la primaria y mi amigo me llevó al estudio porque su tío era David Lebón. Así conocí a toda la banda Serú Girán. Pasamos dos años yendo a la casa de ellos, viendo todas las grabaciones. Siempre me atrajo la música, me compré una guitarra eléctrica, pero nunca le dediqué tiempo. Cuando a los 18 años me fui, la vida me llevó al trabajo sin parar, abandonar mi país, y la música quedó relegada. Pasaron los años y, al cumplir 50, me di cuenta de que tenía una colección de 40 guitarras firmadas, la de Mercedes Sosa, la de Gustavo Cerati, Pappo, Lenny Kravitz, UB40, guitarras por todos lados.
El día que llegó Lenny Kravitz a comer, haciéndome el canchero le dije vení que te muestro la oficina, que en realidad es una sala de instrumentos. Le di la guitarra eléctrica, y me dijo: Esa es tuya, tocala. Y se sentó en la batería. Así fue que me bauticé. Y me metí de lleno en el estudio de grabación del productor Rudy Pérez, quien escribió canciones de Luis Miguel, y sentía que no podía tocar. Me dijo: vos quedate tranquilo. Y así me quedé grabando con el micrófono y la guitarra, y se fue. A la noche me llamó y me dijo: escuché tu música y la toqué en el piano. Tenés dos opciones: hacerlo para vos como un hobby o hacerlo bien, con los músicos que te acompañen.
Así empecé a grabar con el guitarrista de Chayanne, el bajista que tocó 10 años con los Bee Gees, el baterista de Montaner. Yo venía con un rock y se volvían locos. De golpe estaba en el estudio y llegaban a grabar sus discos José Feliciano, Beyoncé, Christina Aguilera. Era una locura. Me siento principiante, pero Diego Torres me invitó a tocar con él una vez y me dijo: no te preocupes porque la música es para compartir, es para uno, sólo tenés que disfrutar y escuchar. Hoy, a los 56, me di cuenta de que lo mío no es tocar en vivo, sino crear canciones, y eso me encanta.
-Además del restaurante y la música, colaborás con una fundación.
-Sí, la Fundación Jean Maggi. Él tuvo polio y no puede caminar, pero viajó con una bicicleta de mano hasta el Himalaya. Después creó una fábrica de bicicletas para ayudar a millones que están en sillas de ruedas. Compuse dos temas para ayudar a la fundación. Uno es Mil caminos, que es como el himno que se escucha cada vez que un chico recibe una bicicleta, y está en el documental Superadaptados, que dirigió (Juan José) Campanella y por el que ganó un Emmy. La otra canción se llama Hoy. A Diego Torres le encantó y la agregó a su disco. Además, como siempre busco la manera de ayudar a la fundación, llamé a Messi y el capo me hizo el aguante y donó una remera que firmó en el Mundial. Eso traerá bastante repercusión para hacer más cosas para ellos.
-Después de tantos años fuera del país, ¿te reconocés como argentino?
-Sí, claro, porque nunca dejé mi acento ni las costumbres. Siempre el mate, el asadito, cada tanto mi viejo trae empanadas, tenemos flan y el helado con dulce de leche. Si llega un argentino a Prima Pasta me desarmo, será porque sufrí tanto cuando me fui que cuando vienen a verme mis paisanos les saco una alfombra roja adicional. Esa es para mi gente, para mis argentinos.