El trabajo del ocio. Decidir cómo pasar el tiempo libre se ha convertido en algo muy estresante
Las vacaciones están llenas de pendientes y el fin de semana, más cargado que la agenda de lunes a viernes. La desconexión está demasiado pautada y no parece suficiente. Para que el cerebro se active, se requiere descanso, sin embargo, el modo en que se define el ocio hoy se ha complejizado
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Se asocia al ocio con hacer nada. Panza arriba mirando el techo. Panza abajo sobre la arena viendo el horizonte. La contemplación silenciosa y quieta del paisaje. La escucha atenta de la naturaleza. Quedarte en casa haciendo fiaca o sentarte en la plaza a ver pasar a los demás. Sin embargo, el dolce fare niente está virando a dolce fare molto. En una bisagra dicotómica han quedado por un lado las ganas de disfrutar del tiempo libre haciendo poco y nada y, por el otro, el afán de maximizar ese espacio para encarar todo aquello que se tiene ganas de hacer y se ha postergado. Para mucha gente, tener que decidir cómo pasar el tiempo libre se ha convertido en algo muy estresante, lo que podría bloquear el disfrute del ocio.
La doctora en Filosofía y profesora de la Universidad de Cracovia, Maria Zowislo, se ha especializado, entre otros fenómenos, en la antropología del ocio. Cuenta a La Nacion Revista que “las herramientas primitivas de piedras nos hablan de al menos tres importantes mensajes de nuestra prehistoria: ese primer hombre que les dio forma debió tener algún tiempo libre para pensar en problemas de la vida e inventar implementos. En segunda instancia, esas herramientas primitivas deben haber sido una ayuda real y un medio para acelerar y relajar la carga de trabajo y deben haber dado una pequeña cantidad de tiempo discrecional para evitar la actividad compulsiva; y, por último, dichas herramientas se convirtieron en primer material para la transformación estética imaginativa, dando el primer impulso por el arte. Así que el arte fue la primera acción no obligatoria y no funcional en el campo de la actividad libre y una frontera posible a establecer entre lo biológico y lo cultural para la existencia de especies infrahumanas y humanas, la primera centrada en simplemente permanecer vivo y permitiendo una conducta reflexiva”.
Parece lógico que para que aparezca una idea debe haber espacio. Para que el cerebro se active, se requiere descanso. Sin embargo, el modo en que se define el ocio hoy se ha complejizado. De hecho, mientras que en el pasado (incluso en uno muy lejano como en Grecia o Roma), se ostentaba como riqueza la existencia del ocio, hoy la falta de tiempo libre se exhibe como un símbolo de estatus. El especialista Brad Aeon, profesor asistente en la Escuela de Ciencias Administrativas de la Universidad de Quebec, en Canadá, afirma que “el ocio siempre ha sido el antónimo del trabajo, pero no necesariamente ausencia. El tiempo libre de calidad convocaba a practicar deportes, aprender un instrumento musical o propiciar el debate y discutir de filosofía. El ocio no era sencillo, pero gratificante”.
Tal vez es por eso que la nada profunda, angustia. Marissa Sharif, profesora asistente de marketing en The Wharton School es autora principal de una investigación que se publicó en el Journal of Personality and Social Psychology. Mientras investigaba junto con su equipo de trabajo acerca de cuánto tiempo de ocio sería apropiado según las personas participantes, encontró algunos datos reveladores. “Detectamos –explica– que las personas deberían esforzarse por tener una cantidad moderada de tiempo libre para gastarlo como quieran. En los casos en que se encontraron con cantidades excesivas de tiempo discrecional, como cuando se jubilan o han dejado un trabajo, los resultados sugieren que no se sienten tan gratificados y que deberían contar con un propósito”.
De ese lado del análisis, la doctora Laura Maffei, endocrinóloga y autora del libro Alicia en el país del estrés (Albatros), confirma que “no está escrito en ningún lado que la ecuación siempre sea ocio igual buena gestión del estrés. Los estresores pueden ser también imaginarios y con la misma potencia que si fueran reales y tangibles. Dichos factores hacen que nuestro cerebro siga enchufado detectando peligros imaginarios, muchas veces inmersos en emociones como la ansiedad”.
“Si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar”, dijo William Shakespeare. Parecería que una cuestión clave está en definir de qué se trata el ocio. “Para mí –explica la comunicadora María Freytes, creadora de Filosofanding, un proyecto reflexivo en Instagram–, es ese espacio que se abre para disfrutar, para conectar con el sentido real de la vida, del ser, con las cosas que nos alegran, que nos dan contento, que nos dan significado, que reflejan nuestra propia esencia y ese ocio. A ese no hacer nada lo pensaría más como un espacio vacío donde lo nuevo puede aparecer. Un hueco en el que pueden emerger las cosas con mayor profundidad, con mayor sentido. Los filósofos dirían que uno se encuentra a sí mismo cuando frena y cuando tiene tiempo para escucharse de forma más honda. La velocidad y el ruido te obligan a permanecer todo el tiempo en ese lugar de disturbios y de estímulos que te distraen”.
En su libro Jamás tan cerca. La humanidad que armamos con las pantallas (Paidós), Agustín Valle, especialista en subjetividad mediática y comunicación, agrega una variable a la definición de ocio. “Parecería que descansar se ha convertido en cortar con el celular”, señala en su obra. “Ahora –relata– puede haber vacaciones del trabajo, irse a la playa, y que el ritmo atencional, el estado de alerta por solicitudes y respuestas, se mantenga sin ninguna modificación sustancial. Si viajamos a cosechar pruebas de nuestro feliz descanso, su publicación especular llena el espacio vacante de lo laboral”.
¿Qué es descansar, entonces? ¿Qué configura el ocio? “No existe no hacer nada, en rigor –afirma Valle–. El descanso siempre estuvo cerca de la recreación y, por tanto, de lo lúdico, del juego. Porque requiere la instauración de un ambiente. Es por eso que siempre se lo asoció con el viaje: porque el viaje propende a la reambientación, experimentar la elaboración de un nuevo ambiente, de un territorio. Viaje, descanso, campo de juego. Acaso descansar consista en experimentar”.
James Wallman, pronosticador de tendencias y autor de Time and How To Spend It (El tiempo y cómo gastarlo), afirma que “el ocio no mejora la calidad de vida a menos que uno sepa cómo usarlo de manera efectiva”. El especialista define el tiempo de ocio como cualquier momento en el que no se está ocupado con el trabajo o las tareas del hogar, con o sin pago. En una de sus investigaciones detectó que la mitad del tiempo libre de los estadounidenses se dedica a ver televisión o streaming. A partir de este hallazgo, Wallman sugiere que “algunas experiencias de ocio son ‘basura’ y otras son como ‘superalimentos’”. Dentro de esta última categoría, la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) sostiene que el individuo entra en un estado de flujo, “un estado de experiencia óptima que surge de una intensa participación en una actividad que es agradable. Flow (fluir) se trata de estar en el presente y realmente disfrutar”, explica Wallman.
El filósofo, matemático, lógico y escritor británico ganador del Premio Nobel de Literatura Bertrand Russell creía que la capacidad de utilizar el ocio con sabiduría era la prueba final de una civilización.
Pero para quien probablemente sea el científico que más tiempo ha dedicado al estudio del ocio, ese cálculo viene ligado con otras variables no siempre sencillas de barajar. Geoffrey Godbey profesor emérito de la Universidad de Penn State, autor o coautor de 12 libros y un centenar de artículos que tratan sobre el comportamiento del ocio, la historia y las filosofías del ocio, advierte que “los problemas del uso del tiempo en nuestra sociedad no son las que tradicionalmente consideramos. La ecuación trabajo-ocio no se transforma en más beneficiosa cuando el último le gana al primero, no se trata de trabajar menos horas lo que caracteriza al buen ocio. En cambio, sí entran cuestiones como nuestras actitudes hacia el tiempo, la distribución desigual del ocio a lo largo del ciclo de vida y el deterioro de la educación para el uso digno del ocio”.
De hecho, es posible que aquellos que destinan más dinero al ocio también trabajen más tiempo para conseguirlo. “Las personas con un alto nivel educativo a menudo buscan trabajos bien remunerados que requieren candidatos altamente productivos dispuestos a trabajar muchas horas –sugiere Aeon–. Lo que implica que con más frecuencia son los bien retribuidos y educados los que más se quejan de no tener suficiente ocio”. En este debate de la cantidad de ocio disponible, se abre una nueva vía: la de su aprovechamiento. “Debemos maximizar la utilidad hedónica del ocio, o el valor de disfrute y hacer que cada hora cuente”, afirma Aeon.
“Ese espacio de vacío parece improductivo, no está necesariamente asociado con el hacer inmediato –aporta Freytes– y como el tiempo está hoy valorado como un bien escaso, preciado y tiene que volverse productivo y rentable, parecería que el tiempo libre no es un buen negocio. Cuando ese vacío tiene una búsqueda, es un vacío consciente donde tarde o temprano aparece la conexión con uno mismo y llega a esos estados de flow de los que mucha gente habla. No hay renta que pague eso”. Coincide Carina Castro Fumero, neuropsicóloga pediátrica con especialización en neurodesarrollo y autora de ¿Qué puedo hacer yo? (Albatros). “Nos vemos impulsados a vivir en un presente que es cada día más competitivo, que nos lleva a siempre querer más, a lograr más, a esa incapacidad de no querer perder el control, de ser más exitosos, de tener más riqueza, de tener más logros e, incluso, a tener más y mejor ocio según los estándares que nos impone el afuera, entonces viajamos a un futuro ansioso que nos limita y nos quita ese gran regalo de vivir el presente y de poder disfrutarlo”.
Sofía Chas, autora especialista en cuentos infantiles, abocada al mundo de las emociones, invita a “dejar de lado tanto estímulo, casi todo originado en el celular, y volver a conectar con esos que somos cuando descansamos. Volviendo a aprender a estar solos, en silencio”. Por ese mismo camino va Valle, que afirma que “el capitalismo 24/7 nos ofrece el infinito en la pantalla. Así, en la quemazón general, en la inercia conectiva, tal vez el más eficiente patrón que jamás haya habido, podemos ver un franco atentado contra la facultad, natural, distintiva de nuestra especie, de experimentar el armado de ambientes existenciales, la potencia de inventar modos de estar y hacer; la verdadera recreación”.
En su libro Spending time: The Most Valuable Resource (Gastando tiempo: el recurso más valioso), el economista estadounidense Daniel Hamermesh explica que “nuestra capacidad para comprar y disfrutar bienes y servicios ha aumentado mucho más rápidamente que la cantidad de tiempo disponible para disfrutarlos”. Un círculo interminable de angustia en espiral del que habla Castro Fumero. “De alguna manera ya no podemos vivir el presente, nuestra química cerebral se encuentra alterada”.
Para entender el valor simbólico del tiempo, Anat Keinan, profesora asociada de marketing en la Escuela de Negocios Questrom de la Universidad de Boston, concluyó que las personas hoy están dispuestas a esforzarse para adquirir experiencias coleccionables en su tiempo de ocio, transformándolo en un espacio no remunerado económicamente, pero que se resignifica desde una mirada productiva. “Al trabajar una lista de verificación experiencial en lugar de simplemente disfrutar el momento, construimos nuestro CV del tiempo libre”, afirma. Una rueda que vuelve competitivo también el hecho de listar en qué se ocupa el no hacer nada. “Desde el estado de WhatsApp a las actualizaciones en Instagram –sigue Keinan–, la acumulación de lo leído, visitado, viajado, comido se vuelve una carrera sin fin, donde el ocio empieza a ser preocupante, tal vez tan condicionante para la angustia y la depresión como los espacios que no son de libre albedrío”.
“Es que el ocio se ha convertido en meta –aporta Godbey–. Sea para exhibirlo como trofeo o para entrenarse en sacarle partido, como si se tratara de acumular riqueza ociosa, como fortuna en propiedades materiales”. Coincide Keinan: “El consumo ostentoso solía ser una forma en que las personas mostraban su dinero a través de bienes. Ahora, hacen alarde de cómo utilizan su tiempo libre. No se trata tanto del dinero que cuesta, sino más bien de cuántas cosas, diversas y exóticas pueden hacer”. Ese círculo productivo que invade la vida ociosa también genera una doble demanda de energía para hacer y para mostrar. No solo se trata de leer las últimas novedades editoriales, sino de, incluso con carácter de mayor valor por sobre la lectura misma, contarles a otros lo leído, aunque esos otros puedan no pertenecer al círculo social”.
Un reciente estudio reveló que las personas internalizamos el ocio como desperdicio. Selin A. Malkoc, profesora de marketing en la Universidad Estatal de Ohio y coautora de dicho trabajo, sostiene que “podemos encontrar algunos trucos para desviar esa idea y reformular el concepto sin que signifique grandes cambios”. Es que, según coinciden la mayoría de los especialistas consultados, si se intenta quitar la mala hierba de la productividad durante el tiempo libre, lo más probable es que se corten algunas hojas superficiales, y crezca con más fuerza. Malkoc sostiene que el buen ocio puede encararse como una respuesta aprendida. “Relajarse, bajar la guardia y crear buenos recuerdos debería ser la consigna –dice–. Estar en el aquí y ahora es la clave para efectivamente estar en posición de ocio. Si no es posible, o es difícil, una herramienta útil es encontrarle lo memorable a ese instante. Cuando la mente registra un recuerdo e intenta ‘enmarcarlo’ para la posteridad, se exige en detenerse en ese momento. No hay pasado desperdiciado ni futuro angustiante”.
La otra clave, esta vez de Godbey, es ir de poco. “Tal vez sea bueno trabajar un par de horas en los días libres si eso relaja a la persona para el resto de la jornada. O pautar algo del tiempo libre, y no el resto. Es mucho más posible lanzarse al vacío si algo de todo queda bajo control”.
Una forma de practicar el ocio puede ser salir a caminar sin rumbo fijo, “sin una utilidad aparente, concentrarse en el mero paseo, distraerse del fin o del destino y armar y rearmar el rumbo deseable”, sugiere Calmels. Algo que llama el elogio de la deriva. El aforista y periodista estadounidense Bill Vaughan solía decir que los fumadores de pipa pasan mucho tiempo limpiando, preparándose y divirtiéndose con su pipa, y con ello se les va el tiempo de hacerse problema.