“La Angostura es un refugio con su propia mística y me encanta la vida que construí acá”, revela en exclusiva el hombre que conquistó una vida a su medida en la Patagonia
Fueron meses a todo vapor para Martín Zorreguieta (44), quien a fines de julio se embarcó junto a su socio, Leandro Andrés, en la titánica tarea de mudar su restaurante, Tinto Bistró, a la entrada de Villa La Angostura. Tras catorce años en aquel lugar clásico donde desensillaron con su proyecto en 2002, se respiran aires de cambio en la vida del “Zorro” –como lo llaman con cariño quienes lo conocen– y de su mejor amigo.
“La obra nos llevó casi medio año de trabajo. Hicimos la cocina de cero y tuvimos que hacer varias refacciones internas, eléctricas y de gas, además de un gran trabajo de carpintería”, cuenta con entusiasmo el hermano de Máxima de Holanda , quien confió en la ayuda de la comunidad que lo recibió con los brazos abiertos cuando llegó en busca de una vida en contacto con la naturaleza. “En este último tiempo, que estuvimos corriendo, mis amigos y los chicos de la banda [Papas Bravas, su grupo de rock] nos ayudaron muchísimo. El bajista hizo de herrero, un guitarrista trabajó como carpintero y el otro nos dio una mano con la electricidad. Hasta un amigo, que es holandés y se dedica a la carpintería fina, hizo los cielorrasos”, nos confía con orgullo Martín, quien hizo a un lado su habitual hermetismo por el entusiasmo que le genera este gran cambio.
Son las 12 del mediodía de un sábado de diciembre y el check-list de la inauguración del “Nuevo Tinto”, como lo llaman con Leo, ya está repleto de tildes. Hace días que el segundo hijo de Jorge Zorreguieta y María del Carmen Cerruti trabaja catorce horas por día y el esfuerzo ya empezó a dar sus frutos. Es que salvo los equipos de sonido, que hay que buscar a última hora, todo está listo para la gran apertura, que será esta misma noche. “Aunque no suelo tener el ritmo que tuvimos hasta hoy, trabajo y viajo muchísimo durante todo el año. Por eso me encanta el momento en que lo único que queda es disfrutar”, le cuenta a ¡Hola! Argentina, mientras su mirada se pierde en la inmensidad del Nahuel Huapi.
Estamos a quince kilómetros del restaurante, en un camping público, donde Martín va a agasajar a sus amigos, que volaron especialmente para acompañarlo en el reopening de Tinto, con un picnic patagónico. Mientras Leo, que está a cargo de la cocina de Tinto, y Deborah de Corral preparan los manjares y Ernesto Catena descorcha unas botellas de Mara, el Pinot Noir que hicieron juntos con uvas de la zona, Martín se prepara para conversar con ¡Hola! Argentina.
–¿Cómo es llevar adelante un proyecto con tu mejor amigo?
–Tiene sus cosas. No deja de ser una convivencia y es todo un aprendizaje. Los dos cedemos muchísimo y es casi como una relación de pareja. Después de catorce años de ser socios con Leo, ya sabemos qué es lo que cada uno aporta a Tinto: él es más creativo, yo soy más práctico y cada uno pone lo suyo para que la cosa funcione. En estos casos, la amistad se fortalece o se destruye. Principalmente, porque cualquier discusión laboral puede transformarse en una discusión personal en un instante y, en ese sentido, los dos somos muy prudentes. Por suerte, nuestra amistad se fortaleció a través de los años y hoy somos familia.
–De hecho, estuviste casado con la hermana de Leo, Mariana Andrés.
–Sí. Con Leo fuimos amigos, primero; cuñados y socios, después; y ahora sólo somos amigos y socios. [Se ríe]. En realidad, somos familia porque yo soy el padrino de Olivia, su hija mayor. Mi ex, Mariana [con quien estuvo casado seis años], nos ayudó mucho con la decoración, las compras y la logística de ambos Tintos.
–Para vos, ¿qué significa la amistad?
–Si bien hay un montón de maneras de definir la amistad, para mí es sinónimo de lealtad y de disfrute compartido.
–Describite como amigo.
–¡Qué difícil! [Piensa]. Soy relajado y más bien callado. Hago más de lo que digo e intento estar cuando me necesitan. Para mí la amistad es sagrada y en estos meses que estuvimos corriendo con el nuevo Tinto, todos mis amigos vinieron a preguntarme en qué podían ayudarnos. Y lo hicieron. Yo creo que la amistad es eso: un ida y vuelta que, como en todo vínculo desinteresado, es por sentimiento.
–¿Qué es lo que más te gusta hacer con tus amigos y con tu familia?
–Como este es un lugar muy turístico, siempre me visitan. Por eso, y en la medida de lo posible, trato de agasajarlos con un buen programa, como un picnic cerca del agua, una salida en lancha o, los invito a pescar. Casi siempre llevo la caña cuando salimos y en invierno, cuando tengo la oportunidad, subo a esquiar al cerro. Eso es lo lindo de vivir acá.
UNA HERENCIA: LA PESCA CON MOSCA
–¿Qué te cautivó del fly-fishing?
–Cuando me mude para acá, era un fanático de la pesca con mosca y debo confesar que ya no soy el loco que era antes. Creo que es algo que pasa con los años y con la pérdida de la juventud: las pasiones extremas se van redondeando.
–Tiene fama de ser un deporte solitario.
–Si bien soy de salir a pescar solo, prefiero ir con amigos o con Eli [Elizabeth del Río (41), la maestra jardinera que lo conquistó hace doce años y que el gran público “conoció” en junio de 2014, a través de las fotos que los medios publicaron del casamiento de Juan, el hermano de Martín, en Viena]. Me gusta que sea un momento de conexión con la naturaleza, pero también con otros. Los montañeses somos un poco solitarios.
–¿De quién heredaste la pasión por la pesca con mosca?
–De mi viejo, que me enseñó cuando era muy chiquito, cuando salíamos de excursión con él. Para mí siempre fue una aventura emocionante: es algo que compartimos mucho en aquel entonces y que seguimos compartiendo al día de hoy.
–¿A qué edad aprendiste a pescar?
–A los 8, creo. Después fui bastante autodidacta, incorporé varios vicios, y fue Mel Krieger [un conocido pescador texano, que se dedicó a la enseñanza y a la difusión del deporte], que venía a La Angostura seguido, quien cambió mi técnica. Aprendí mucho de él en las dos clínicas que hice y, si bien todavía tengo un montón de defectos en mi estilo, no necesito más.
–¿El amor por el Sur también sentís que se hereda?
–Sí, se hereda. O para ser más exacto: se aprende y se incorpora si tenés la afinidad, porque te puede pasar que te hayan traído de chico y que no hayas vuelto más. Es muy personal.
–Tuvieron una casa en el cerro Catedral.
–Sí, se incendió [en un incendio terrible, en enero de 1996, que arrasó con varias casas históricas frente al cerro].
–De chico, ¿qué era lo más te gustaba de tus vacaciones acá?
–Tiene que ver con lo que me trajo a vivir a Villa La Angostura, después. La aventura, el contacto con la naturaleza, los silencios, los momentos en familia, comer un picnic a la vera de un lago o de un río con ellos. Las experiencias forman parte de las pasiones, ¿no? Yo tengo muy buenos recuerdos y por eso estoy viviendo acá.
–¿Cómo era cuando salían a la ruta desde Buenos Aires?
–El viaje era parte de la experiencia y de la desconexión de las vacaciones. Eran otras épocas: no existían los celulares y estabas dieciséis horas adentro de un auto, entonces dibujabas, leías, dormías o jugabas a adivinar la provincia del auto que venía de frente por la letra de la patente o a sacar el modelo por las luces. Viéndolo desde la hipercomunicación actual, es difícil pensar en pasar veinte días incomunicado, pero el descanso era otro porque la desconexión era real. Jugabas afuera, salías a pescar y si estaba feo, te quedabas adentro, con el backgammon o las cartas.
–¿Siempre iban a su casa en Bariloche?
–Empezamos yendo a casas que alquilábamos y, en su momento, hicimos mucho camping, siempre por esta zona: Bariloche, San Martín de los Andes, Esquel. El Parque Nacional Los Alerces, de hecho, fue el lugar donde pesqué por primera vez.
–¿Cuál es un lindo recuerdo tuyo de esos tiempos?
–De grande, un gran recuerdo que tengo es en el Carrileufú, con toda la familia pescando y charlando, en armonía, en paz y con mucha felicidad. De chico, el esquí en Bariloche. Íbamos en invierno con la familia y con un montón de amigos y era espectacular. Me acuerdo de lo divertido que era y del cansancio, porque esquiábamos de sol a sol. Era un esfuerzo económico muy grande para mis padres y había que aprovecharlo.
–¿Qué es lo que más te gustaba de esquiar?
–De chico era un fanático de la velocidad y de los saltos. Correr carreras y ver quién saltaba más alto y más largo era lo que más me divertía, sin lugar a dudas. Ahora se me pasaron las locuras. [Sonríe].
–Tal es la pasión que sentías por el Sur que decidiste echar raíces acá. ¿Cómo es Villa La Angostura?
–Es un pueblo chico, de montaña, y eso acerca mucho a la comunidad. El ambiente es muy familiar y la gente es buena y respetuosa. Cuando tenés un problema, todo el mundo colabora y la demostración máxima de ese espíritu fue con la crisis del volcán, que el pueblo se puso el tema al hombro y salió adelante [a mediados de 2010, la erupción del volcán Puyehue, en Chile, cubrió de cenizas la localidad, que tardó un año y medio en recuperarse]. A su vez, La Angostura es una villa turística y, en ese sentido, es muy cambiante: es un pueblo, sí, pero bastante cosmopolita.
–¿Qué buscabas cuando te mudaste?
–Me vine porque no quería vivir más en la ciudad y porque quería cambiar mi estilo de vida. Soy un amante de la naturaleza y este es uno de los tantos lugares que tiene Argentina –y el mundo– para desarrollar una vida en contacto con ella. La Patagonia es un refugio, un vergel con su propia mística y me encanta la vida que construí acá. Después de todos estos años, haberme ganado un lugar en una comunidad que me contiene me hace muy feliz.
–¿Cómo es vivir lejos de la familia?
–Muchos de los que vivimos en La Angostura tenemos a nuestras familias lejos, entonces, de alguna manera, la terminás conformando con tus amigos. Igual, la familia se extraña muchísimo.
–¿Aun de grande y aunque vivas lejos desde hace mucho tiempo?
–Sí… Y más aún cuando sos “familiero”, como yo. Por suerte, tengo la posibilidad de verlos cada tanto porque vienen y yo voy para allá.
–Ahora están los grupos de familia en WhatsApp y uno puede estar muy en contacto.
–¡WhatsApp es una bendición y una condena! [Se ríe]. Es una bendición porque estamos todos en contacto, nos mandamos fotos todo el tiempo y estamos superinformados. Pero son tantos los grupos, más allá de la familia, que es una condena: si no agarrás el teléfono por 5 o 6 horas, estás frito, te sobrepasa la cantidad de mensajes.
MI HERMANA, LA REINA
La charla cambia cuando intuye la cercanía del hot topic por excelencia: Su Majestad, Máxima. Como el ritmo del agua de un río tranquilo y caudaloso, que se modifica cuando una leve pendiente y un encuentro de rocas aceleran su curso, no es un tema del que le interese hablar. Dueño de una personalidad tan discreta como amable, Martín está acostumbrado a que le hablen de su hermana mayor, pero como sus padres y sus hermanos menores, Juan e Inés, le sonríe a los comentarios, casi sin pronunciar palabras.
–¿En qué ocasiones suele venir tu familia?
–No hay ocasiones, se presentan oportunidades.
–¿La Villa se revoluciona cuando llega la familia real de Holanda?
–Un poco. [Sonríe]. Todo el pueblo me lo comenta.
–¿Cómo te llevás con los sentimientos de adoración que suscita Máxima?
–Me dan mucho orgullo.
–Hace tiempo decidiste resguardar tus pensamientos y sentimientos respecto de su figura, ¿por qué?
–Porque me di cuenta de que no me corresponde hablar de terceros.
EL AMOR TIENE ALMA NEUQUINA
La guardia del “Zorro” tampoco baja cuando se le pregunta por su gran amor, Elizabeth, con quien comparte todos sus días en el “jardín de la Patagonia”, el lugar que, por esas coincidencias del destino, eligió para echar raíces tiempo después de que Máxima se convirtiera en princesa de Holanda.
–¿Qué podés contar de Elizabeth?
–[Piensa]… La quiero muchísimo y es mi compañera.
–¿Qué te enamoró de ella?
–Su tranquilidad. Soy hiperactivo y ella me baja, me da serenidad.
–¿Cómo es estar tanto tiempo con alguien?
–Hay parejas que están cincuenta años juntas… ¿Qué te puedo decir? Nuestra convivencia es como la de cualquier otra pareja: no somos la excepción, somos una pareja bastante convencional.
–En la que hay amor, supongo…
–¡Y, sí! Después de doce años, estamos en el horno si no. [Se ríe].
–¿Cómo describirías tu vida con ella?
–Te voy a decir una sola palabra: armoniosa.
–En otra charla con ¡Hola! Argentina dijiste que pasar por el Registro Civil no estaba entre sus planes, ¿por qué?
–Porque ninguno de los dos siente la necesidad de casarse.
–¿Tener hijos tampoco sigue entre sus prioridades?
–Así es.
–¿Y cuáles son sus prioridades, hoy?
–Por lo pronto, descansar del caos que vivimos los últimos cinco meses con la apertura del nuevo Tinto e irnos de vacaciones.
–¿Adónde se va una persona que vive en un paraíso?
–En general, los que vivimos en el Sur buscamos el horizonte, el mar. Con Eli nos encanta ir a Las Grutas, a un lugar cerca de la playa, a contemplar y disfrutar del agua salada.
- Texto: María Güiraldes
- Fotos: Tadeo Jones
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