El salteño que puso una parrilla en Indonesia: cocinar sin carne argentina y un permiso especial para vender vino
“Pancho” Suárez se instaló en Yakarta junto a su mujer en 2017 y abrieron “La Posta”; cocinó para Juan Pablo II en 1987 y se manifestó emocionado por la visita del papa Francisco a la ciudad
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YAKARTA.- “La vida es muy distinta, totalmente distinta… En Yakarta todo es completamente distinto en todos los sentidos, hay horarios distintos para comer, es distinta la comida, el agua, ellos son casi todos musulmanes, rezan varias veces por día, la rutina es distinta de la nuestra, pero, bueno, se vive bien. Es todo muy bueno comercialmente y no hay sobresaltos”, afirma Francisco Suárez.
Francisco “Pancho” Suárez es uno de los pocos argentinos que viven en esta metrópolis donde, junto a su esposa, Kat, británica, abrió en 2017 “La Posta”, la única y auténtica parrilla argentina en la capital de Indonesia, con sabores norteños, porque él nació hace 72 años en Salta.
Según fuentes diplomáticas, viven en Yakarta apenas unas 20 familias argentinas, unas 50-60 personas, entre las cuales se encuentran funcionarios o profesionales de multinacionales. La mayor cantidad de argentinos, unas 250-300 personas, viven en la paradisíaca y conocida isla de Bali. Allí, a más de 1000 kilómetros al este, hay argentinos que son médicos, ingenieros o empleados del sector de servicios vinculados al turismo.
“Nos conocemos todos”, asegura “Pancho”, quien después de haber estado varios años en Valencia, España, donde junto a su mujer tenía un restaurante, decidió comenzar una nueva aventura en este pujante país del sudeste asiático en 2015. “Mi suegro, que también vive acá y está casado con una indonesia, nos dijo por qué no veníamos a conocer y bueno, vinimos y nos quedamos”, cuenta a LA NACION.
En medio de una metrópolis con el tránsito cortado y enloquecido por la presencia de su compatriota ilustre y tocayo, Suárez lamenta no haber podido ir a la misa masiva que presidió el Papa este jueves porque tuvo que quedarse al frente de la parrilla.
“Me emociona mucho que haya venido el Papa porque soy católico. Lamentablemente no pude ir a verlo porque no puedo dejar el restaurante, pero lo más increíble es que le di de comer a Juan Pablo II cuando estuvo en Salta en 1987″, evoca. “Yo trabajaba entonces en un restaurante de mi familia muy grande, una bestialidad, que se llamaba La Castiza y que estuvo a cargo del catering papal”, revela, riendo. “Tengo mucha historia, imaginate que he trabajado en el ceremonial de la provincia de Salta durante varios años, con muchas experiencias… [el exgobernador] Roberto Romero me llevaba en helicóptero para que le cocinara”, agrega este argentino que dio clases en la escuela del famoso chef Gato Dumas.
Padre de tres hijas ya grandes, que viven en la Argentina y con quienes suele reunirse en España -“a mitad camino”-, Suárez dice que le va muy bien con La Posta, restaurante considerado la mejor parrilla de la ciudad, que tiene una clientela fiel, formada por diplomáticos latinoamericanos, argentinos y europeos, chinos, indonesios, japoneses, australianos y demás.
En un ambiente típicamente argentino -con música, decoración y un inmenso mapa del país-, aunque junto a su mujer fabrican excelente dulce de leche casero que sirve para los alfajores y el rogel, y el menú incluye empanadas salteñas cortadas, revuelto de gramajo, humita en chala, lengua a la vinagreta, chimichurri, milanesas y platos típicos y demás especialidades norteñas, la carne de la parrilla no es argentina.
Las góndolas de los supermercados de Yakarta se encuentran frutas, vinos y langostinos congelados argentinos, pero la Argentina aún está trabajando para introducir carne y otros productos que necesitan certificación halal (que cumpla con los requisitos de la ley islámica).
“No hay costillas ni nada que tenga hueso y la mayoría de la carne viene de Australia, Canadá y Holanda y a veces vía Singapur llegan lomo, solomillo y peceto…La carne local es de piedra y hay muy poca vaca”, precisa. Él cuenta con un permiso especial para vender alcohol, que está prohibido para los musulmanes religiosos, aunque “hay muchos que toman igual y muchos que también comen cerdo”, asegura.
“Trabajo muy bien, los horarios son distintos porque abro de 11 a 15 y después de las 17 hasta las 21.30 o 22 máximo. Acá a las diez de la noche se acaba todo, acá no hay cafecito en la esquina y después de las diez hay sólo clubes nocturnos abiertos. Si no comiste antes de las diez, te tenés que ir a dormir sin comer porque no encontrás nada”, advierte. Y confiesa que es justamente eso, el aspecto social, lo que más le falta en este país.
“Insisto, comercialmente acá es todo muy bueno, sin sobresaltos, todo es normal, nada que ver con los restaurantes que tenía en Salta, que iban a los saltos, que si venía el sindicato, el delegado, la inspección de aquí o de allá… Acá, aunque es un país de mucha corrupción, si pagás los impuestos, no te molestan nada de nada”, indica.
“Aunque socialmente es paupérrimo, muy flojo, no sólo por el idioma -casi nadie habla inglés-, sino sobre todo por las costumbres… Y nosotros nos tenemos que adaptar a ellos: es todo muy distinto, la vida es totalmente distinta”, reitera.
Consultado acerca de qué es lo que más extraña de la Argentina, la respuesta es contundente. “Las hojitas de coca para coquear, las pizzas argentinas, los fiambres argentinos, los quesos argentinos, el comer un lomito suelto, el salir a tomar un café”, contesta, sin dudar. “Es muy difícil la vida acá”, reconoce, de todos modos, siempre sonriente.
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