La culpa es del Gobierno, no de los otros
El cierre de las exportaciones de carne con el que amenazó una funcionaria ya fue aplicado por el kirchnerismo con desastrosos resultados para el país
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Lo que en el ámbito académico ha sido el desatino inmenso de la Universidad de Buenos Aires de abrir las aulas a un condenado por delitos comunes, como el exvicepresidente Amado Boudou, lo ha empardado, en cuanto al daño a los intereses económicos del maltrecho país, la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, quien dijo que si los precios de la carne no bajan, “no dudaremos en cerrar las exportaciones”.
La amoralidad campante en el núcleo seudorrevolucionario del oficialismo no produjo arrestos de remordimiento público por la insólita invitación hecha a un sujeto que derruye con su presencia la sacralidad cívica y cultural que la UBA debe custodiar en beneficio de las mejores tradiciones y del papel rector que le corresponde infundir entre sus miles y miles de alumnos. En cuanto al despropósito con el que Paula Español amenazó de un día para otro con destruir uno de los rubros esenciales de las exportaciones argentinas, hubo algunas voces gubernamentales que le salieron al cruce. Aprecian, al menos, que las 900.000 toneladas exportadas el año último aportaron al Banco Central 2700 millones de dólares, indispensables para importar desde insumos industriales hasta las vacunas contra el coronavirus por las que clama hoy la población.
En ambos casos, sin embargo, el daño está hecho. Se ha caído, por un lado, en la reiteración demostrativa de la ligereza con la cual valores esenciales de una sociedad que se respeta a sí misma, al menos para ser respetada por los demás, son basureados por quienes deberían constituirse en los principales garantes de su vigencia. Y, por el otro, se ha confirmado que a la ausencia de un programa económico de gobierno a casi un año y medio de la transferencia del poder se suma, por si fuera poco, la inestabilidad permanente de las pocas reglas que se hallan en vigor.
Se ha dicho que las ideas y el estilo con el que se expresa la secretaria de Comercio Interior son más propios del Instituto Patria, donde anidan los cabecillas de una concepción política que ha recibido esta semana gravísimas palizas en la región, que de la Casa Rosada, sobre la que tampoco se puede decir que sea un dechado de buenas maneras y de sano criterio en la administración de los recursos nacionales. Quienes dijeron que volvían al poder mejores que en el pasado han vuelto peor, porque ni siquiera han aprendido algo de la experiencia desoladora que dejaron en 2015 para el país.
Quienes dijeron que volvían al poder mejores que en el pasado han vuelto peor, porque ni siquiera han aprendido algo de la experiencia desoladora que dejaron en 2015
La cuestión suscitada en torno de las carnes debería haberle costado ya el cargo a quien con tanta imprudencia ha llevado más zozobra a quienes miran con preocupación el estado de las cuentas públicas, tan abultadas en resultados inexplicables como lo están los precios por culpa de una espiral inflacionaria que lleva meses en el nivel insoportable del 4% mensual. La amenaza de Paula Español nada tiene de original: el cierre de las exportaciones de carnes fue aplicado irresponsablemente por el presidente Néstor Kirchner en 2006. La explicación fue que lo hacía para controlar los precios internos. No tenía noción de lo que afirmaba.
Un estudio gestado en la Universidad Católica Argentina demuestra que el país perdió, como consecuencia de esa decisión, el ingreso de 10.000 millones de dólares y enlodó, una vez más, la confianza de los mercados extranjeros en el grado de nuestro cumplimiento con las expectativas abiertas y los compromisos adquiridos. De las 770.000 toneladas que la Argentina exportaba en 2005 se cayó, así, a 220.000 en 2010; del tercer lugar que ocupábamos en el ranking entre los mayores exportadores mundiales de carnes pasamos al decimotercero. Eso sí: se creó una nueva fuente de corrupción con la creación del Registro de Operaciones de Exportación (ROE), que extendía certificados a quienes consideraba aptos para exportar, mientras la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (Oncca) se ocupaba de subsidiar a establecimientos de engorde a corral. Primero, los amigos; después, el país, como se documenta en los cuadernos de Centeno.
Esa malhadada política generó, además, entre otras consecuencias, que en cuatro años el stock de ganado bovino se redujera en 10 millones de cabezas y se cerraran 100 frigoríficos, con la pérdida de más de 10.000 puestos de trabajo. Entre los que cortan avenidas y puentes a diario en reclamo de aumentos en las prestaciones gratuitas del Estado, ¿nada de esto los conmueve para reclamar soluciones más de fondo a sus problemas, como sería pedir el estímulo económico, jurídico y moral para que se levanten más empresas, crezcan las que aún están de pie y vengan capitales de inversión a fin de que haya más empleos dignos, en lugar de que se empuje a criollos y extranjeros a un éxodo muchas veces irremediable para el país?
La secretaria de Comercio Interior quiere más regulación a las actividades económicas. Está lejos de comprender que la política que abraza es como las drogas adictivas, que nunca son suficientes y terminan por destruirlo todo. Los 670 productos de la categoría de “precios cuidados” subieron como máximo en 2020 el 14%, pero el año cerró con una inflación del 36%. La ley de góndolas, en vigor desde marzo de 2020, cuenta ahora con un Código de Buenas Prácticas, que interfiere en las relaciones entre los comercios y sus proveedores e ignora la razón suficiente por la cual se establecen modalidades y plazos de pagos diferenciados en toda sociedad capitalista.
De las 770.000 toneladas que la Argentina exportaba en 2005, se cayó a 220.000 en 2010: del tercer lugar que ocupábamos en el ranking entre los mayores exportadores de carnes, pasamos al decimotercero
Nada les alcanza a estos gobernantes. Ni una presión fiscal más alta que nunca, ni el retraso tarifario de los servicios públicos, ni un dólar de valor irreal que conspira contra el único crédito genuino con que cuenta el país: el de proyectarse principalmente hacia el mundo con exportaciones en las que tiene ventajas competitivas relativas, como las del campo. Esas ventajas se fundan, más que en la riqueza de los suelos, en los índices de productividad de sus gentes y de las industrias asociadas, en el trabajo, la creatividad y la perseverancia, agredidas ahora –y no es de extrañar– por quien abreva ideas en el instituto superior (de alguna manera hay que llamarlo) del núcleo reducido pero duro del kirchnerismo que rodea a la vicepresidenta.
La Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina (Amcham), que agrupa a las empresas norteamericanas en el país, con 605 socios representativos del 19% del PBI, ha dicho, en el tono de quien ha sido sacado de las casillas, que “los argumentos sobre la política de administración de comercio interior son irracionales” y que “los niveles de sostenibilidad económica son mínimos”. Por su parte, Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), una de las entidades de la Mesa de Enlace, ha calificado la intimidación de retomar el cierre de las exportaciones cárnicas de “síntoma de decadencia intelectual”.
Como bien ha apuntado CRA, el actual nivel de esas exportaciones es del 27,3% de lo producido en carnes bovinas. Si en algo ha aumentado el precio de estas, el Gobierno debe buscarlo en la infinidad de causantes que ha manipulado con la temeridad de quien arroja nafta al fuego y reconocer que casi un tercio del costo de la carne –el 29,2%– se debe a impuestos.