En Camilo Aldao, provincia de Córdoba, Leila Azan es dueña y maneja la única planta faenadora de hacienda del departamento de Marcos Juárez
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“¿Y si lo compramos nosotros?” Esa fue la pregunta que Leila Azan, tímidamente pero cargada de entusiasmo, le realizó a su marido, cuando se enteró que el único frigorífico del pueblo del que se proveía su carnicería iba a cerrar definitivamente. Lo primero que se le vino a la mente cuando se enteró de la noticia es que ya no iba a poder faenar en Camilo Aldao, provincia de Córdoba, e iba a tener que buscar otro lugar por lo que su rentabilidad caería, indefectiblemente.
Es que esta emprendedora, de 33 años nacida en San Miguel de Tucumán, aprendió desde pequeña a ser resiliente y a no temerle a los nuevos desafíos. El abandono de sus padres a los tres meses de edad y el quedar al cuidado de su abuela materna la hicieron fuerte para enfrentar lo que le deparara el destino.
Así creció, en soledad, donde mientras su abuela iba a vender cosas para poder parar la olla, ella repartía su tiempo en la escuela y en almuerzos en lo de una vecina. Sus maestros y la señora que le daba de comer todos los mediodías fueron, junto quien la crio, los pilares y el sostén de su infancia. De tanto en tanto aparecían sus padres con otras hermanas que también las iban dejando en ese hogar.
Un día en 2000 su abuela enfermó. Entonces su padre, que lo habían trasladado como jefe del Correo Argentino a Camilo Aldao, debió hacerse cargo de sus cuatro hijas y las llevó al pequeño pueblo de 4500 habitantes. Fue difícil para una niña de 12 años comenzar a convivir con alguien a quien desconocía. Mientras estudiaba buscaba una “solución rápida para dejar ese hogar”.
Fue así que muy joven se puso en pareja y quedó embarazada, pero al tiempo la cosa no funcionó. Separada, con una hija y sin trabajo, las deudas comenzaron a agobiarla. Noche tras noche, se desvelaba en cómo conseguir un trabajo. Una mañana se enteró que el dueño de un supermercado alquilaba la carnicería dentro del local y fue a su encuentro. Al principio, el empresario se mostró reacio a dar el negocio a alguien sin experiencia en el rubro, entendía que no bastaba las buenas intenciones, pero luego al no tener otro oferente decidió probar con Azan.
“Aun sin saber nada, era una oportunidad para mi y empecé. El dueño se quedaba con el 5% de la facturación, lo cual era muchísimo porque en una carnicería los márgenes son chicos, pero a mí no me importaba. Contraté un buen carnicero y yo me puse en la caja”, cuenta a LA NACION.
En ese tiempo conoció a Juan José Mondino, que también estaba incursionando en una fábrica de chacinados en el pueblo y se pusieron en pareja. En cuestión de meses, el local comenzó a funcionar, por lo que el dueño le ofreció hacerse cargo de otras sucursales en pueblos vecinos como Corral de Bustos e Isla Verde.
Sin embargo, duró poco esa brisa: el dueño vendió todos los supermercados y los nuevos propietarios, al ver que el negocio marchaba, decidieron no alquilársela más. De nuevo era empezar de cero, “pero ya con otra espalda y ahora con carnicería propia”. A las afueras del pueblo, cerca de donde su marido tenía la planta de chacinados, instaló el nuevo local. Y como ya no dependía de qué quería vender el dueño, se puso un objetivo por delante: vender a precios muy económicos y competitivos.
“Yo estuve del otro lado del mostrador y era horrible cuando no llegaba a comprar un pedazo de carne. Mi idea era que la gente venga y compre; funcionó. Venía gente de otros pueblos a comprar, hacían filas en la vereda para conseguir esos precios bajos. De esto hace cinco años”, describe.
Fue creciendo hasta que un día se enteró que el frigorífico donde se faenaba su hacienda iba a cerrar porque los socios habían decidido dejar de invertir en ese negocio debido al poco trabajo que había.
“Cerraban y dejaban 40 personas en la calle y para nuestro pueblo era una pérdida tremenda todos esos puestos de trabajo. A su vez, éramos usuarios del frigorífico, porque matábamos ahí. Nuestra preocupación era que íbamos a tener que hacer muchos kilómetros para comprar las medias reses y nos llevaría a encarecer el precio al público. Fue ahí cuando le pregunté a mi marido de comprarlo nosotros”, dice.
Enseguida, Mondino le tiró abajo su iniciativa. “¿Cómo lo compramos? Eso debe salir una fortuna. Es algo muy alejado para nosotros”, le dijo.
Pero tal fue la insistencia de Azan que su marido decidió hablar con uno de los socios. “Vinieron a casa, pero el número que nos dijeron era inalcanzable para nosotros”, detalla. Esos días fueron interminables, buscando estrategias de cómo sostener esos precios bajos y cómo manejar el aumento de costos.
Sin embargo, al poco tiempo, como no consiguieron otros interesados, los propietarios de la planta regresaron y les pidieron una nueva propuesta y garantías de la compra.
“Nos dio a pagar en cuotas a cinco años. Les dijimos que íbamos a trabajar duro para saldarlo. Con todo el miedo del mundo y una gran inexperiencia, cerramos el negocio. Cuando nos hicimos cargo nos enteramos que había un gran desorden económico, con muchas deudas y embargos. Pero la pandemia nos ayudó a acomodarnos con los plazos, a trabajar y a poder ir cumpliendo cada una de las obligaciones que la empresa necesitaba para ponerse de pie”, remarca.
Era un mundo nuevo, mucho más complejo, de sindicatos fuertes y de problemas a diario. Vendieron su camioneta para comprar un camión frigorífico para hacer el repartos y empezó a girar la rueda. “En la primera reunión que tuvimos con los empleados, me paré al frente de todos esos papás de familia, porque yo no dejaba de pensar que detrás de cada uno había una familia. Sentí que a partir de ese momento llevaba una gran responsabilidad, no solamente por concretar nuestro desafío, sino que para que esa gente esté tranquila de que su sueldo iba a estar”, destaca.
Así está hace cuatro años, cerrando toda la cadena del negocio cárnico, faenando para ellos y prestando servicios para otros usuarios. Son el único frigorífico del departamento Marcos Juárez, que faena por mes unos 1200 porcinos y unos 400 vacunos.
En la actualidad, pese a que el negocio funciona, la rentabilidad es mínima. Por eso abrieron el abanico de la empresa y para autoabastecerse comenzaron a comprar terneros para hacer invernada en un campo cercano. Y ahora buscan incursionar en producir su propio alimento balanceado.
“Muchas veces necesito mirar atrás para dar un nuevo impulso y seguir adelante ya que el país y su incertidumbre algunas veces te pinta un destino incierto y no te deja cómo soñar tranquila”, señala.
Uno de los problemas que tiene hoy en día es la habilitación de la planta, donde solo le tienen permitido el tránsito provincial, es decir que solo puede comercializar dentro de los límites de Córdoba. “Nos falta muy poco, pero todo es muy burocrático. Hay que invertir mucho dinero; para conseguir un crédito los bancos nos piden una supercarpeta. Son US$250.000 para hacer las modificaciones que solicita el Senasa para darnos la habilitación. Esperamos que el gobierno de Milei tenga más flexibilidad. Lo que nosotros pedimos es que nos den la habilitación provisoria por un año y en ese tiempo cumplimos con la obra. Y si al año vuelven y la obra no está terminada, nos clausuran de por vida si quieren”, cierra.
Esta nota se publicó el 16 de mayo de 2024
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