Si existiera un índice que mida semanalmente la relación del Gobierno con la agroindustria, sin duda la semana que concluyó se encontraría como una de las peores de ese vínculo.
Con disputas abiertas, algunas cerradas con amenazas de por medio, e incluso peleas hasta con los mismos que habitualmente se podrían contar en el historial de “amigos”, así cerró la semana el Gobierno en la relación con el campo.
La virulencia dio paso a las señales amigables que varios integrantes del elenco del oficialismo habían dado en la última edición de Expoagro. Si el objetivo antes buscado era tender puentes mínimos de credibilidad, quedaron sus escombros ahora desparramados y no va a ser sencilla su reconstrucción.
Quedaron en el olvido las palabras recientes del ministro de Agricultura, Julián Domínguez, de no volver a afectar a la actividad en general. El mismo funcionario había hablado de “despejar incertidumbres y miedos” solo unos días antes que el último domingo su cartera cerrara el registro para exportar harina y aceite de soja y se desatara una catarata de rumores en torno de las retenciones.
En el sector juran que no sabían lo que se venía. Que no hubo señales de alerta que anticipara la jugada. La desesperación del secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, por apostar a más planes que fracasaron para frenar la inflación, como los fideicomisos, terminó arrastrando al Gobierno otra vez a decisiones equivocadas.
En la foto, el Gobierno en general quedó desdibujado y remontar cualquier esfuerzo por mejorar la credibilidad será cuesta arriba. Se enfrentó a los exportadores de granos y subproductos, a los mismos que les había devuelto el diferencial en el complejo soja, que vienen mascullando bronca precisamente por los fideicomisos.
También chocó con los exportadores de carne del Consorcio ABC, que se plantaron y avisaron que no iban a continuar en el programa de Cortes Cuidados. La resistencia de ellos duró poco. A las 24 horas, luego de una advertencia de Feletti de aplicar la ley de abastecimiento e incluso el desafío de Domínguez de no habilitarles ventas al exterior, los exportadores del ABC pusieron bandera blanca. Algo igual obtuvieron: promesas de mejores precios y más exportaciones en el marco del esquema de ventas al exterior administradas.
Lo que dejó como conclusión estos diversos choques es que, claramente, en la agroindustria está colmada la paciencia para aceptar más intervenciones. Los mismos aliados en otras oportunidades se terminaron sublevando.
Si la imagen del Gobierno en general quedó dañada en la relación con el campo, la del ministro de Agricultura quedó averiada. Quizá, de ahora en más, no alcance con frases de elogio al sector para convencer.
Con un Gobierno que, dos años después de asumir, decidió declarar, tarde, la “guerra contra la inflación”, hay alarma por una radicalización que termine afectando cada vez más al sector agropecuario.
Cuando saltó la medida sobre las exportaciones de harina y aceite de soja, muchos dijeron que los productores no tenían de qué preocuparse, que a ellos no se los iba a tocar.
Los productores igual reaccionaron. Saben que los distintos eslabones están vinculados y cualquier cosa los termina perjudicando. Ya están curados en salud con las medidas intervencionistas y, lamentablemente, descreen. Justo en un momento donde la complejidad del mundo requiere otra cosa en materia de relación con el sector.
Protestas
Las asambleas que productores autoconvocados y de entidades comenzaron a realizar con foco en definir algo, que quizá podría tener la forma de una marcha a Buenos Aires u otras acciones, son una prueba del malestar.
No alcanza con ver lo que pasa en materia de precios internacionales. Tampoco con el excelente clima de negocios que tuvo la pasada edición de Expoagro. Como varios productores hoy movilizados dijeron, los pesos en la mano pierden segundo a segundo su valor y mejor convertirlos en algo que sirva.
La campaña dejará heridos por los quebrantos de la sequía. Y ya hay que pensar en lo que viene. En un escenario otra vez complejo por la suba de costos derivada de la invasión de Rusia a Ucrania y la misma realidad interna que ralentiza importaciones necesarias, al Gobierno le espera un arduo trabajo por armar el rompecabezas de una credibilidad rota.
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