Un laberinto tiene salida. Quien está dentro, atrapado, sabe que, a pesar de las paredes infranqueables, hay un camino que conduce a la libertad. Quizás, la angustia mayor, no sea el encierro en sí mismo, sino el hecho de saber con certeza, que no cabe el consuelo de la resignación, ya que la escapatoria existe. Atormenta el hecho de saber, que solo falta tener el ingenio necesario para poder encontrar la salida.
Los controles de precios, las mediciones al centímetro de las góndolas, las resoluciones cada vez más enérgicas, las listas de precios escritas en piedra e inmodificables bajo una inflación galopante, las declaraciones altisonantes acusando a los “especuladores”, los cierres de exportaciones ya sean formales como el caso de la carne, o informales vía misteriosos “Acuerdos de responsabilidad social” como el caso del trigo, o bien los remanidos derechos de exportación funcionan como las frustrantes paredes de un laberinto. Todos, absolutamente todos. Un laberinto que indefectiblemente, y de manera impiadosa, le cierra el paso a los argentinos que queremos desesperadamente salir de nuestros propios problemas. Pero no podemos. Los mismos golpes contra esos muros, parecen alentarnos a insistir, y a volver embestir con más furia las mismas paredes. Los resultados no cambian. Por el contrario, salimos más débiles y lastimados, volviendo a la encrucijada inicial.
En “La casa de Asterión”, cuento escrito por Jorge Luis Borges, Asterión, el protagonista, encerrado en un laberinto, reconoce que se lo acusa de “soberbia, misantropía y tal vez de locura”. Él quiere liberarse, pero no sabe cómo. No tiene la perspectiva necesaria para guiarse hacia la salida y a su definitiva redención. Él es una víctima. No se lo puede culpar.
De la Argentina podría decirse que también es una victima de su propio laberinto. Un laberinto de sólidas paredes ideológicas que rechaza visceralmente las reglas del mercado, la libertad de precios y el libre comercio. Esa ideología construye muros sin atalayas que cierran visiones y perspectivas nublando la vista. Las fuerzas en lugar de canalizarlas para producir más, y aumentar la oferta de alimentos, se gastan en embestir esas mismas paredes.
¿Pero cuál es la salida? La salida ya la encontraron la inmensa mayoría de los países: liberación de los precios, apertura de la economía, comercio exterior fluido, y para el caso de productores de alimentos, fomentar la exportación, y de esa manera aumentar la producción generando mejor y más empleo. Todo esto se puede hacer mientras se atiende a la demanda más postergada de manera directa.
Recién nos vamos a liberar de la frustración de estar encerrados, cuando sigamos el “Hilo de Ariadna”, que dejo marcado el capitalismo en muchos países. Ya sea en países limítrofes, o de otros bloques comerciales, donde al menos la discusión sobre cuál es el camino de la formación de precios, lo tienen resuelto.
Lo más difícil, y lo reconozco, es la transición de un sendero al otro. No es sencillo salir del fervor de los demoledores choques frontales contra las paredes ciegas, y en su lugar reflexionar para llegar a la conclusión que hay una salida menos torpe. Al igual que Asterión, que concluye que el “ridículamente” se considera un prisionero, mientras exclama: “¿Repetiré que no hay puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura”? Asterión sabe que hay salida, pero el no la encuentra.
El encierro y el laberinto de precios de los alimentos, lo hemos creado nosotros mismos. Pero tiene salida. Es solo animarse a seguir el hilo, y desandar el camino recorrido.
El autor es productor agropecuario
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