Matías Tucci, de 41 años, fundó junto a su padre una fábrica de balanceado en la localidad bonaerense de Bragado; armó una importante red de distribución
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“Siempre fui un busca, un apasionado por el mundo de los negocios”. Así se define Matías Tucci, un emprendedor nato que montó tiempo atrás, junto a su padre Roberto, un proyecto de nutrición animal que no paró de crecer.
Ese espíritu creativo y de progreso constante viene desde pequeño. Aun recuerda sus veranos de chico en Bella Vista, Buenos Aires, cuando le pedía a su madre ir al mayorista de alimentos para comprar bolsas de golosinas y cajas de bombuchas para revender en un kiosco informal que ponía en una esquina del barrio, cerca de su casa.
Cuando tenía 12 años, encontró otra manera de ganar algo de dinero: se convirtió en un tipeador profesional, donde profesores y alumnos les pasaban hojas escritas a mano y él se las devolvía impresas en computadora. “Por ese tiempo no había tantas y yo usaba la de mi padre. Cobraba por hoja un peso o sea un dólar en ese entonces”, contó a LA NACION.
Pasó el tiempo y llegó el momento de ir a la universidad para estudiar administración de empresas. Si bien muchas ideas rondaban en su cabeza, prefirió focalizarse en adquirir conocimientos en distintas compañías multinacionales.
En 2001, en plena debacle económica del país, con mucha experiencia en economía real, comenzó con su primer proyecto formal: una distribuidora de golosinas y accesorios para mascotas. Alquiló un depósito con foco en la venta mayorista. El negocio marchaba pero de a poco, las charlas con su padre en el altillo de la casa iban “gestando algo importante”.
“Mi padre era productor agropecuario, tenía un pequeño campo en Ascención, entre Junín y Rojas, donde hacía agricultura. Tenía mucha experiencia en los agronegocios y conocía mucha gente”, relató.
En esas conversaciones cada vez más frecuentes, decidieron convertirse en socios y hacer nacer a Prenut, un negocio de alimentos balanceados para la crianza familiar de animales de granja, por ejemplo gallinas en el campo.
Consiguieron en Villa Mercedes, San Luis, una fábrica que les trabaje a fasón, es decir le enviaban la materia prima y los bolsas con su marca donde envasarlos y luego ellos se encargaban de venderlos.
Sin oficina y a pulmón, había que hacer conocer la marca. Para esto, los viajes al interior fueron cada vez más en aumento. Cuyo, Córdoba, Santa Fe y de a poco la provincia de Buenos Aires, fueron los lugares que comenzó a visitar el joven emprendedor.
“Soy un tipo tímido pero cuando llega el momento de vender un producto me sale bien. Me gusta la venta. Está muy metido en mí, el sacar charla para la negociación y sobre todo detectar qué es lo que necesita el cliente”, se describe.
Para Tucci, siempre estuvo claro que no quería un negocio sino que quería fundar una empresa de cero. Llegó un segundo contrato de fábrica en Pilar y con eso llego la primera oficina en Escobar. Asimismo, a los alimentos de granja, sumaron para perros y gatos, con proveedores de primer nivel. Al tiempo agregaron otra tercera fábrica en Luján, siempre a fasón.
Con una enorme distribución en el interior, el negocio comenzó a demandar otros productos. Era tiempo de pensar en ser ellos mismos quienes fabriquen los alimentos. “Había que dar el paso, profesionalizarnos y ser nosotros quienes industrialicemos la materia prima. Era la manera de convertirnos en empresa”, señaló.
Tener una fábrica y depósitos propios le permitiría expandirse. Bragado fue el lugar elegido para eso, ya que la ciudad estaba bien ubicada por acceso a materia prima y para la logística en su comercialización.
A fines del 2005, buscaron un socio local y le propusieron ser parte del proyecto. Construyeron la planta que en 2006 comenzó a producir. Año tras año, el negocio crecía pero en 2012, cuando Tucci terminó un MBA sobre pymes, fue el punto de inflexión.
“La cultura de criar animales de granja en casas estaba desapareciendo porque los hijos de quienes nos compraban los alimentos no querían continuar con esa actividad. Había que sumar otros productos para que la empresa continúe”, describió.
Con un giro importante, decidieron meterse en el negocio de nutrición para grandes animales, en especial para leche y de carne.
Si bien tenían aceitado el proceso industrial, era un negocio totalmente nuevo que demandaba un conocimiento técnico, esto es abastecer a productores de manera continua con cantidad y calidad.
Como pyme había que elegir donde se ponían las fichas, ya que en pequeños animales estaban compitiendo con firmas muy grandes, era difícil hacer las inversiones que se necesitaba y, además, les quitaba capital de trabajo.
“Estamos en un negocio donde los insumos están en dólares y se vende en pesos. En la actualidad, el fuerte de nuestro negocio está puesto en nutrición animal de grandes animales. El partido que nosotros podíamos jugar era ese. Es así que en 2016 decidimos discontinuar los alimentos para mascotas, quedándonos solo con los de granja”, dijo.
Aspirando a convertirse en una compañía aun más profesional, sumaron a un socio estratégico, uno de sus principales proveedores de materia prima de la zona: “Era una sinergia tremenda, era abrir el juego para crecer. Fue una decisión acertadísima que nos potenció”.
En la actualidad, poseen más de 400 clientes de grandes animales y más de 25 distribuidores. Su planta opera 24 horas y aun mantienen algo de fasón. Se convirtieron en una firma líder en alimentos para pequeñas mascotas como conejos, hámster y pájaros, donde tomaron un nicho poco explotado. “Para las grandes empresas es un nicho chico pero para nosotros es enorme”, remarcó.
A 20 años de ese primer proyecto, para Tucci, miembro de la Asociación de Emprendedores (ASEA), lo más duro de emprender es el proceso que uno vive, “la infinidad de obstáculos y lo resiliente que uno debe ser y, a la vez, lo más lindo es sacarlo adelante”.
“A pesar de que se tienen buenas ideas, quedan muchos en el camino, por un contexto que no ayuda y en el que se toman malas decisiones. Soñamos que emprender sea más fácil en la Argentina”, cerró.
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