Ayer, el presidente Alberto Fernández nos informó que, gracias a las restricciones a las exportaciones, los precios de la carne vacuna al consumidor habían bajado un 2,3% por sobre los vigentes en los primeros 10 días de junio pasado. Seguramente, por falta de buena información y lo exiguo del medio utilizado (Twiter), lo importante no es lo que dice sino lo que no dice:
- Es erróneo cuando insiste en asegurar que el precio internacional impacta negativamente en los precios de la carne vacuna pagadas por nuestros compatriotas toda vez que el valor promedio de exportación de la carne preparada en cortes envasados resultó 20% más barata que el precio de la carne al consumidor argentino.
- Se equivocan cuando toman como base del 1° al 10 de junio porque el cepo en su máxima expresión comenzó el 20 de mayo y, por lo tanto, el mes de base es abril, que fue el último mes sin impacto del cepo exportador.
- Corrigiendo el error, los precios al consumidor de agosto por sobre los de abril siguen estando 11,6% más caros y no más baratos.
- Que, para alcanzar el resultado comunicado, adicionalmente prohibieron la exportación de siete cortes que representan cerca del 25% de la res, cuyos precios debido a la fuerte restricción comercial, evolucionaron con valores 35% menores que los precios del resto de la res.
- Que, para lograr aminorar la suba, las restricciones a las exportaciones costó en los primeros 3 meses cerca de US$1000 millones, cifra calculada analizando todos los aspectos por el Instituto de Estudios Económicos de la Sociedad Rural Argentina (SRA).
- Tampoco se menciona que en los últimos tres meses y, debido al cepo exportador, se incrementó en un 20% el volumen de la carne enviado al mercado interno. Pese a este enorme volumen, los precios no bajaron en mínima proporción confirmando que el problema de precios no pasa por las exportaciones.
- Finalmente, tampoco considera que para alcanzar lo que denomina el compromiso de su gobierno destrozó la imagen de seriedad y confiabilidad de la Argentina frente a sus proveedores, el trabajo genuino y de calidad de los trabajadores, las expectativas de los ganaderos comprometiendo la oferta futura y, por último, la confianza de los industriales de mantener esquemas significativos de inversión para agregar valor e incrementar la oferta laboral.
Innumerables voceros salieron a justificar la medida sin considerar el extraordinario costo que lleva acumulado, convirtiendo en un éxito el rotundo fracaso que implica el costo y la sustentabilidad de todos los actores que directa o indirectamente están vinculados a la cadena de ganados y carnes.
La historia reciente ya ha probado el daño que genera este tipo de medidas. Resultaría más proactivo volver a analizar en detalle las causas que provocaron la suba de la carne al consumidor y los mecanismos adecuados para su solución para parar el drenaje de daños innecesarios.
Luego del desastre que provocó la pandemia, ¿no deberían escuchar a todos los actores de una cadena productiva que, más allá de sus circunstanciales diferencias, ha aunado su voz para coincidir en forma unánime de lo innecesario de la medida? Si creen que han logrado su objetivo, ¿no sería hora de recomponer el daño generado?
El autor es consultor ganadero
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