Suba de precios al consumidor, frigoríficos cerrados y pérdida de mercados fueron, entre otras, las consecuencias de la intervención sobre la actividad en los primeros doce años de kirchnerismo
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La amenaza de la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, de cerrar las exportaciones de carne vacuna para frenar la suba de precios revivieron en el sector las consecuencias que dejaron los diez años de controles de los primeros gobiernos kirchneristas.
Según un estudio de la Universidad Católica Argentina (UCA) la merma en el ingreso de divisas por exportaciones fue de US$10.000 millones a partir de 2006 si se hubiera mantenido el ritmo de los embarques que había hasta 2005.
Aunque las restricciones al comercio comenzaron antes, en la memoria de la cadena de ganados y carnes está grabada a fuego el 9 de marzo de 2006, cuando Néstor Kirchner ordenó prohibir las exportaciones de carne con el mismo argumento que se pregona hoy: controlar los precios internos.
“No nos interesa exportar a costa del hambre del pueblo”, dijo Kirchner en un acto en Avellaneda, y exclamó: “Exporten, ganen, pero vendan la carne a los argentinos al precio que corresponde”.
Hoy, el consultor Víctor Tonelli recuerda: “Fue el año del Mundial de fútbol en Alemania, el principal comprador de carnes argentinas por valor; el impacto comercial de la medida fue tremendo”.
“En apenas cuatro años, las exportaciones argentinas bajaron de 770.000 toneladas alcanzadas en el 2005 a un promedio de 220.000 toneladas durante seis años a partir del 2010. Por ello pasamos de participar del 10% del mercado mundial y ocupar el tercer lugar de exportadores a menos del 2% y bajar al puesto 13”, señala.
Además del cierre de las exportaciones a lo largo de los años hubo otra batería de medidas como el Registro de Operaciones de Exportación (ROE), un certificado que servía para autorizar quién podía o no exportar, el aumento de los derechos de exportación, la obligación de mantener stocks mínimos a las plantas frigoríficas -conocidos como encajes, entre otras.
Y también estuvieron las “compensaciones” que se otorgaban a los establecimientos de engorde a corral con la intención de desacoplar los precios internacionales del maíz y la soja con los de los alimentos en el mercado interno que derivaron en denuncias de casos de corrupción como las que salpicaron a la Oficina Nacional de Control Comercial (Oncca). Las irregularidades llegaron a tal punto que hasta la propia Cristina Kirchner ordenó disolver el organismo en marzo de 2011.
Sin incentivos
El conjunto de medidas de control provocó un desincentivo en la producción ganadera que tuvo un impacto directo sobre la oferta de carnes. “En apenas cuatro años el stock argentino bajó en más de diez millones de cabezas y la producción anual que, en 2005 había alcanzado 3,15 millones de toneladas, se redujo más del 20%, producto de una liquidación brutal por falta total de estímulos a la producción”, explica Tonelli.
De esa forma, las consecuencias fueron exactamente opuestas a las buscadas. “No solo cayeron las exportaciones, sino que la oferta disponible para el mercado interno se redujo y se generó una caída del consumo de 62 kg/habitante/año en 2005 a 57 kg entre 2010 y 2012”, añade, y enfatiza: “la escasez fue de tal magnitud que el precio del ganado subió entre 2009 y 2011 cerca del 300%”. Este impacto, finalmente, se trasladó a los precios en las carnicerías.
En tanto, Luis Miguel Etchevehere, exministro de Agricultura durante la gestión de Mauricio Macri, recuerda que por el cierre de las exportaciones y de las políticas de control sobre la cadena, se cerraron más de cien frigoríficos y se perdieron entre 10.000 y 12.000 puestos de trabajo.
“También hubo un daño intangible sobre la credibilidad argentina como exportador confiable, tuvimos que hacer un trabajo artesanal con los compradores para convencerlos de que el país no iba a volver a cerrar las exportaciones”, señala en referencia a las gestiones que llevó adelante el anterior gobierno para recuperar los mercados perdidos.
La defección argentina, por ejemplo, sirvió para consolidar a Paraguay como exportador de carne a Chile, uno de los principales destinos del país, y para que Uruguay, con un stock vacuno inferior al argentino, abriera mercados de alto poder adquisitivo como Japón.
“El trabajo de restitución de la confianza que hicimos sirvió para que hoy tengamos embarques por más de 900.000 toneladas e ingresos de divisas por más de US$2500 millones”, añade Etchevehere. “No se puede volver a cometer la estupidez de cerrar las exportaciones de carne”, advierte.
El exfuncionario, que retomó su actividad en la casa consignataria de hacienda de su familia, puntualiza que hay otras alternativas de consumo a la carne vacuna como las carnes aviar o porcina cuando suben los precios. “Se consumen más de cien kilos promedio anual por habitante de todas las carnes, hay alternativas”, sostiene.
Respecto de otra de las consecuencias de las políticas de restricciones al negocio del ganado y las carnes, Tonelli, a su vez, señala que además de la pérdida de mano de obra formal en la industria frigorífica hubo un “crecimiento de la informalidad de todo tipo, con cooperativas truchas, pérdidas de inversión y de prestigio e inserción en el mercado internacional”.
Eso, junto con la caída de la oferta de carne y precios más altos para el consumidor provocó “una tormenta perfecta’', según concluye el especialista.
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