En un año ya de por sí cargado de tensiones, por la pandemia y las dificultades económicas, el Gobierno puso nuevamente a la cadena agroindustrial en tensión por una simple declaración periodística.
Fue la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, quien dijo que al Gobierno no le iba a temblar el pulso si tenía que cerrar las exportaciones de carne vacuna para frenar la suba de los precios de los cortes en el mercado interno. Aunque luego alivió la advertencia, dijo que también se estudiaban otros mecanismos como encajes o cupos.
Tras la reacción adversa de la cadena y de la oposición la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, dijo que el Gobierno no estaba en ese punto (de prohibir las exportaciones). Pero el daño ya estaba hecho, como afirmó el coordinador de la Mesa de las Carnes, Dardo Chiesa, en declaraciones a CNN Radio. En otras palabras, el productor que ahora tiene que sembrar pasturas o comprar alambres o el industrial frigorífico que está estudiando ampliar la capacidad de frío de su planta debe sumar el factor de riesgo político a sus decisiones.
La advertencia de Español no hizo otra cosa que revivir las consecuencias de la política que llevó adelante el kirchnerismo para la actividad desde 2005 hasta 2015. Como se sabe, todos los instrumentos que se aplicaron (aumento de peso mínimo de faena, suba de derechos de exportación, listas de precios máximos en Liniers, cierre de exportaciones, compensaciones, encajes productivos y ROE rojo, entre otros) para lo único que sirvieron fue para perder más de diez millones de cabezas de ganado, cerrar más de cien frigoríficos y lograr una merma de ingresos de divisas por exportaciones por 10.000 millones de dólares, según calculó un estudio de la Universidad Católica Argentina (UCA). Salvo en períodos breves, el consumidor no se benefició.
El mismo gobierno que ahora amenaza con cerrar las exportaciones de carne es el que ha mantenido incontables reuniones con el Consejo Agroindustrial Argentino (CAA), que promueve justamente lo contrario: una ley que otorgue estabilidad fiscal y financiera a las exportaciones del agro para atraer inversiones, divisas y empleo en todo el país. Y estas reuniones no fueron con funcionarios de segundas o terceras líneas.
Los representantes del CAA fueron recibidos por el presidente Alberto Fernández en Olivos y por la vicepresidenta, Cristina Kirchner, en su despacho del Senado. Además, fue el propio Presidente quien destacó el trabajo con el CAA en el mensaje de apertura de sesiones ordinarias del Congreso. No pueden decir que no había aval político.
Además, hace menos de seis meses Fernández participó de un acto en el que se anunció un plan de la industria frigorífica para realizar inversiones por 187 millones de dólares. Y destacó que esos proyectos permitirían multiplicar por dos los ingresos por exportaciones generadas por la carne vacuna.
Con la advertencia/amenaza de Español el Gobierno se centra en las consecuencias del problema y no en las causas. El origen está en la inflación, provocada por el aumento del déficit y del gasto público. Para la visión oficial, en cambio, el incremento sostenido de precios se debe a la voracidad por ganancias de los sectores económicos y, en el caso de la producción agropecuaria, a la suba de los precios internacionales. Omite el impacto de la caída del poder adquisitivo de la población.
Es cierto que han subido los precios internacionales de los granos, particularmente desde agosto, pero, como se sabe, es un mercado que tiene ciclos alcistas y bajistas. Un año atrás, salvo a los productores, a nadie le importaba una soja a US$320 o un maíz a US$140. En todo caso, se sigue soslayando cómo se puede insertar la Argentina de forma virtuosa en los ciclos alcistas.
En el caso de la carne vacuna se vislumbra una tendencia alcista de precios en los últimos 20 años, apenas cortada por las crisis financiera de 2008 y 2012, según explica Miguel Gorelik, consultor y director del sitio Valorcarne. “El crecimiento de las clases media en los países asiáticos está detrás de este fenómeno, hay más gente viviendo en las ciudades”, señala. En enero pasado, destaca, China importó un millón de toneladas de todo tipo de carnes, un récord absoluto, debido a la recuperación de su economía y a que no superó la crisis de la peste porcina africana que mermó un tercio de su rodeo porcino.
Respecto de la Argentina, Gorelik opina que “cerrar las exportaciones sería un verdadero disparate”. Destaca que la industria frigorífica argentina viene ampliando su capacidad de producción en los últimos seis años, preparándose para un escenario de aumento de la demanda externa e interna. “Las inversiones ya iniciadas no se van a frenar, pero se podrían demorar las que todavía no se decidieron”, advierte. Los fantasmas regresan y se corporizan.
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