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Danielle Collins, la resiliente: de anunciar su retiro a ganar el título en Miami, donde todo comenzó
La estadounidense de 30 años venció a la kazaja Elena Rybakina y emocionó a todos
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A los 30 años, Danielle Collins está a punto de hacer historia. No importan ahora sus títulos anteriores, ni la final en el Australian Open 2022. Tiene un match-point para ganar el Masters 1000 de Miami, ése que de chica soñó con ver en primera persona y su propio padre le dijo que para estar presente debería jugarlo. Ahí está ella, que se sobrepuso a una endometriosis y a una artritis reumatoidea para seguir compitiendo, aún con dolores. Por su cabeza pasa todo como un tsunami, mientras pega un revés cruzado que será inalcanzable para su rival, la kazaja Elena Rybakina, cuarta preclasificada del torneo. Collins se agacha, festeja con un grito ahogado. Está al borde de las lágrimas. Es la sexta campeona más veterana en la historia del torneo. Y la de más bajo ranking (ocupa el puesto 53).
Collins grita cada punto, levanta su puño izquierdo. Se da ánimo. Pide aliento. Da saltitos, siempre en movimiento; nunca quieta. Esa energía la llevó a probar el golf, su nuevo hobby. Y a hacer pilates, su antídoto contra los dolores articulares. Luce suelta, desahogada. Como si el 0-3 que lleva en el año ante jugadoras Top 5 en el año no importara. Como si la decisión tomada en Australia de retirarse a finales de temporada la hubiera liberado. “Tengo otras cosas que quiero conseguir en mi vida fuera del tenis. Y quisiera tener el tiempo para lograrlas. Por supuesto, tener hijos es una gran prioridad para mí”, dijo entonces para justificarse. En esta semana, en la que mostró tal vez el mejor tenis de toda su carrera, Collins ahondó: “Vivo con una enfermedad inflamatoria crónica que afecta la posibilidad de quedar embarazada. Es una situación profundamente personal que ya he explicado. Es mi elección, y hay mucho más en juego que el tenis y mi carrera, que estoy disfrutando; me divierto mucho. Me encanta venir aquí y competir. Pero se trata de una decisión de vida, que debería ser fácilmente entendible”.
Collins vence a Rybakina por su carácter, más que por el tenis. Por el deseo de ganar, más que por la potencia de sus golpes o la estrategia. Tras un primer set súper igualado, la estadounidense sale indemne del séptimo game, en el que su rival tiene cuatro chances de break. Zafa de todas. Y en el duodécimo juego, 6-5 arriba, define el primer parcial luego de un error no forzado de la kazaja. Collins se envalentona con el aliento de su gente en el Hard Rock Café Stadium, allí donde los Miami Dolphins juegan al fútbol americano. La estadounidense, después de todo, nació en la Florida, en St. Petersburg, a tres horas y media de auto del estadio. Es local; es su torneo. Es su despedida a lo grande.
El segundo set muestra más del carácter de la estadounidense, que jamás se da por vencida. Su estrategia es clara: puntos cortos para evitar que Rybakina imponga su mayor repertorio de golpes. Nada de peloteos largos desde la base. Otra vez, el séptimo game es clave: el partido está 3-3 y Collins logra mantener su servicio tras zafar de tres puntos de quiebre. Puño apretado, mirada al box. Gestos de confianza. Huele sangre y le quiebra el saque a su rival para ponerse 5-3. Con el servicio, debe esperar al cuarto match point para cerrar el partido. Para ganar el torneo más importante de su carrera. Justo en su temporada despedida; en su último baile.
Collins se hace grande en el mismo torneo donde se dio a conocer, allá por 2018. La estadounidense era número 93 del ranking mundial y había accedido al cuadro principal desde la clasificación. Y llegó hasta las semifinales, dejando en el camino a nombres propios como Coco Vandeweghe (por entonces número 16 del mundo) en segunda ronda y ni más ni menos que Venus Williams en los cuartos de final.
Hoy no hay quien la frene. Todavía a mil pulsaciones por lo que acaba de vivir, pide tiempo a los oficiales de la WTA que la requieren para hablar con la prensa; para la ceremonia de premiación. Levanta los brazos y agradece el apoyo del público. Minutos más tarde, toma el micrófono como flamante campeona del Masters 1000 de Miami: “No veo la hora de tomar ese trofeo”, confiesa. “Fue un torneo duro. Jugué contra las mejores del mundo”, dice. Y tiene un especial mensaje para las fisioterapeutas del torneo, a las que agradece: “He tenido varios desafíos de salud y ustedes hacen de todo. Son las primeras en llegar y las últimas en irse”.
Collins continúa: “Jugué mucho tenis en mi carrera, pero en ningún lado me sentí como acá. Siempre quise estar aquí. Gracias a todos los que me han apoyado”. “Probablemente haya sido la última vez que te veamos aquí”, le dice James Blake, ex tenista y ahora director del torneo de Miami. Collins sonríe por lo que acaba de conseguir. Como dijo alguna vez, los tenistas se sobreponen a todos los contratiempos imaginables para hacer realidad el sueño de ser profesionales. “Quienes no están involucrados en el deporte de alto rendimiento e incluso los fans podrán decir ‘eso duele’”, dijo alguna vez en relación a alguna lesión o enfermedad. Y continuó: “Pero somos realmente resilientes, todos nosotros. Y lo somos por nuestra habilidad para recuperarnos rápido cuando las cosas no salen como queremos, ya sea un par de puntos en la cancha, un partido duro, una lesión o la pérdida de algún ser querido. Realmente somos gente muy resiliente”, confesó. Danielle Collins es la imagen viva de lo que dice. A los 30 años, en su última temporada y tras convivir con dos enfermedades y dolores crónicos, levantó el trofeo más importante de su carrera.
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