Una hilera de macetas adorna el camino. Se escucha un ruido, como un alud continuo. El cuerpo de Matías Ola se convierte en líquido, en una partícula de agua inmerso en un paisaje azul que lo envuelve. Ahora mismo lleva casi dos horas de entrenamiento en la piscina que tiene en su casa de San Telmo. Un andarivel de veinticinco metros de largo por dos de ancho que mandó a construir especialmente para poder nadar. Un oasis en el contexto de un barrio histórico y de valores culturales.
"Soy consciente que este lugar donde nado es increíble. Ver el agua es tranquilizador y me encanta estar acá, lo disfruto", dice a LA NACION, mientras hace una pausa y toma un sorbo de agua. Enseguida deja la caramañola en el borde, se sumerge y se impulsa. Patada, brazada, respira. Su mente ya avizora a su próximo desafío: cruzar a nado ida y vuelta el Río de La Plata en marzo. Será una travesía más en su historial, una hazaña que le demandará entre 30 y 35 horas para completar los 100 kilómetros entre Punta Lara-Colonia-Punta Lara.
El agua ya es una extensión de su cuerpo. Son las siete de la tarde de un lunes de enero y Matías Ola lleva 4500 metros de nado. Lejos está de demostrar signos de debilidad y de cansancio, él elige reírse. Siempre se ríe al comenzar cada frase. "La natación siempre me sacó de todo. Me mantiene distraído y me da la posibilidad de despejarme si algún día estoy triste. Acá es donde se me ocurren las ideas, donde pienso. Estas dos horas y medias que estoy nadando es donde trato de organizar lo que tengo que hacer", dice, con tono tranquilo.
La natación fue mi herramienta para curarme el asma. Usaba todos los aerosoles para estar bien de salud pero la enfermedad me alejaba del deporte en mi infancia.
Matías Ola, de 34 años y nacido en Tucumán, supo modificar su futuro. Las ganas de meterse en el mar no le llegaron por casualidad: fue la urgencia. En su infancia, la natación fue la encargada de expulsarlo de una vida incómoda gobernada por el asma "No sabía que este deporte iba a ser mi herramienta para curar mi asma. Me enamoré de la natación porque me dio todo como persona. Muchas veces el asma me alejó del deporte cuando era chico. Aprobaba educación física con certificado médico porque no podía ni correr", recuerda.
Matías Ola es esa misma persona que ahora entrena con la tranquilidad que le da su amplia experiencia como nadador de aguas abiertas. En cada una de sus travesías, transmite y lleva un mensaje: crear y generar conciencia sobre los cuidados del medio ambiente e incentivar a más personas a practicar natación.
Nadó en las geografías más insospechables sin utilizar traje de neopreno. Atravesó el Canal de Beagle entre Argentina y Chile. Cruzó el Canal de la Mancha. Entrenó en los glaciares, frente al Perito Moreno, en pleno invierno. También conectó el mundo a nado por los cinco continentes. De Europa a África a través del Estrecho de Gibraltar. Unió Europa con Asia por Turquía cruzando a nado en el Bósforo. África por el Golfo de Aqaba, en Jordania y también en Egipto. Nadó en las Islas Malvinas con el objetivo de hermanar las dos culturas y ofrecer un mensaje de paz y de armonía.
El mar te lastima con la sal. Me pasó de salir con la boca muy hinchada y las manos lastimadas. Reconozco que a veces me asusta. Pero no le doy importancia al peligro.
Consciente que sus carreras no son de competición, Matías Ola no entrena para ganar absolutamente nada ni a nadie. Entrena por el propio placer del disfrute, para estar a buenas consigo mismo. "Mi vida gira alrededor de mi deporte. Todos mis proyectos, mis viajes, incluso mi forma de hacer turismo y de relacionarme con los demás, es a través de la natación", dice, una vez finalizado su sesión de entrenamiento.
-¿Qué desafíos te proponés para este año?
-El 10 de mayo tengo mi revancha en Hawai, en el canal de Molokai. Es una travesía de los siete océanos. En julio nadaré en Japón y será una de mis revanchas personales porque es la segunda vez que voy. Allí encontré mucha dificultad el año pasado, corrientes que no me dejaron nadar. Me picaron muchas medusas, llevaba 18 horas nadando y tenía hidratación para 20. No valía la pena quedarme sin hidratación y todavía estaba bastante lejos. En ese momento sabía que no podía arriesgarme. Y en septiembre tengo el Canal de la Mancha, en Inglaterra.
-¿Preferís nadar en el río o hacerlo en el mar?
-Reconozco que el mar me asusta mucho más. Es que el mar te lastima con la sal. Cuando son travesías que estás muchas horas en el agua salada, me pasó de salir con la boca muy hinchada y las manos lastimadas. En cambio, en el río no voy a tener esos problemas. Seguro tendré inconvenientes con la visibilidad del agua. Sobre todo cuando entrás a Buenos Aires, que acá el agua está mucho más sucia. Con mi proyecto que se llama "Unir el Mundo" quiero poder desarrollar un centro de natación en Tucumán al que tengan facilidades todos los chicos de mi provincia. Todo esto le dio relevancia a mi vida. Nado porque hay un mensaje que lo quiero llevar a todos lados.
Mi familia vive en Tucumán. Sé que me tienen admiración, pero también se preocupan cuando estoy de noche metido en el mar.
Matías Ola entiende que en el mar pueden pasar cosas extrañas, como lo que le pasó en Hawai el año pasado cuando se encontró con dos tiburones. Aprendió a ver los riesgos en el momento, pero lejos está de detenerse. "No le doy importancia al peligro que pueda encontrar en mis travesías porque eso me generaría una preocupación que puede distraerme de mis objetivos. Sé que tengo que nadar y por lo menos me siento seguro. Quizás naturalizo todo. Entiendo que la gente se ponga loca cuando comento estas cosas. Me preguntan si tengo miedo, y yo no siento miedo ni al nadar con olas de hasta cuatro metros. Todo eso me genera mucha adrenalina y me gusta".
-¿Cuál es esa experiencia que siempre tenés presente que te haya cambiado la forma de pensar y de sentir?
-En mis últimas charlas que doy en los colegios siempre hago mucho hincapié en el fracaso y en la capacidad que tenemos siempre de volver a intentarlo. Considero que muchos sentimos que a veces no logramos hacer las cosas que queremos. Que nos cuesta mucho, que tenemos un montón de obstáculos y a mi eso me pasó muchísimo en la natación. De haberme esforzado tanto pero fracasar muchísimo. Y lo importante es que a pesar de eso, nunca fue la razón para que yo haya parado y enfocarme en nuevas metas. Seguí con el próximo desafío y logré completarlo, logré superarlo, logré mi meta. Y ahora vuelvo a intentarlo. Eso es lo que me enseña la natación.
Su meta es conquistar los siete océanos. Es cruzar a nado siete estrechos y canales del mundo sin traje de neopreno.
-En la soledad con la inmensidad del mar, ¿percibís lo que pasa afuera mientras estás nadando?
-Al mirar a la embarcación, yo ya me doy cuenta como están las cosas. Porque no me siento cómodo nadando. Porque veo que mi entrenador no tiene equilibrio, que no me puede dar bien la hidratación. En esos momentos, me digo que no es el día. Eso trato de convencerme. No tengo miedo jamás. A veces me enojo con diferentes situaciones del mar. Es que soñé tantas veces con cruzar canales, estrechos... Por ejemplo, llegar hasta Japón, tomar un tren, ir a un pueblo pesquero para lanzarme al mar. Y luego por distintas razones, no poder hacerlo. Ahí sí me enojo, me siento frustrado. Tengo dos o tres días de desgano. Pero después pasa.
-¿Te sentís valorado y respetado acá en el país?
-(Piensa) Cancillería es el ministerio que me está apoyando y el único que me está acompañando. Pero yo no busco que me apoyen. Solo me encantaría que el deporte y que muchos jóvenes tengan la misma oportunidad que tuve yo para representar a la Argentina en el mundo. La natación es un deporte muy costoso. De hecho cree una Asociación Civil con la idea de buscar una figura legal que se vinculen todos tipos de atletas y ayudarnos entre todos. A través de los proyectos yo he logrado hacer bastante. Con la natación de aguas abiertas conocí muchísimos atletas de todo el país. Muchos no llegan porque no tienen dinero y fueron a la Secretaría de Deporte y no consiguen financiación. Cuando escucho otras historias me da un poco de bronca. Porque a nivel nacional no existe un apoyo para todos los deportistas amateur.
Se escucha un silencio. La sesión de entrenamiento en la pileta ya terminó y Matías Ola apura sus pasos para buscar un licuado de frutas. Después se sienta en el borde y moja los pies con la certeza inapelable de que el agua le pertenece.
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