Había un dólar oficial y uno paralelo, que se solía cambiar en sitios insólitos, como farmacias, a cinco veces el valor "real". Colapsados los hoteles tradicionales, los moteles y hospedajes transitorios eran una alternativa habitual: aceptaban hasta cuatro personas en pequeñas habitaciones para parejas. Los vuelos solían estar sobre vendidos y las valijas despachadas eran una moneda al aire en cada cambio de sede. Un gol (a favor o en contra), que sugería permanecer en la misma ciudad, era celebrado con entusiasmo. En ciudades como Caracas o Maracaibo no era extraño el ingreso con armas a las discotecas y bares. La advertencia por la supuesta inseguridad era una norma, de día y de noche, en las afueras o en los centros urbanos. La antigua banda ancha, una alta velocidad de internet, sólo era posible en los edificios públicos, como consulados, en hoteles 5 estrellas o en algunos estadios.
Los medios sugerían, todos los días, el impulso del gobierno de expropiar empresas privadas. Las cadenas de hoteles internacionales de vanguardia estaban primeros en la nómina. Se advertían los elocuentes vestigios de lo que hoy llamamos "grieta" en nuestro país. La inauguración de la "primera Copa América de la historia en Venezuela" fue en San Cristóbal, con un eufórico Hugo Chávez. Postales de la copa del "chavismo", que tuvo un oscuro desenlace, con serias denuncias de corrupción, señaladas años después. Y en el campo de juego, resultó el peor golpe en una final en la historia reciente para la Argentina, el primer gran desconsuelo en celeste y blanco para Lionel Messi. "Disfruté mucho esa Copa América, fue mi primera copa. Brasil no hizo un buen torneo, Uruguay tuvo todo para dejarlos fuera en los penales (en las semifinales, el gigante se impuso por 5-4, luego de empatar 2-2), termina pasando Brasil y nos mete tres contras en la final", contó Leo, tiempo atrás. Había cumplido 20 años en Venezuela 2007.
El golazo de Messi contra México
La cita fue largos años antes de Brasil 2014 y las dos finales sudamericanas perdidas por penales contra Chile. El seleccionado era un equipazo (Verón, Riquelme, Messi, Tevez), que sufrió el 15 de julio una paliza por 3 a 0 con Brasil en el encuentro decisivo. Había ganado todos los partidos. Pasaron 13 años de esa pesadilla, que fue un sueño de toques y goles durante casi todo el recorrido. Y en el recuerdo, además, quedó la imagen de Coco Basile, metido en la pileta del hotel Crowne Plaza Maruma, tomando unos tragos, en la calurosa, húmeda y amable Maracaibo.
Chávez inauguró el 26 de junio el histórico torneo en Venezuela, un país que, a diferencia de sus colegas de América del Sur, no tiene al fútbol como máxima atracción deportiva. Decía el protagonista: "Sin abandonar las ideas revolucionarias, pueden ir a los partidos de la Copa América. Pero atención: el pueblo debe estar preparado para los sabotajes de la burguesía local y del imperialismo yanqui". Era una de sus habituales sentencias al margen del campo de juego, en una concurrida manifestación mezclada con la inauguración de un puente, a días del pitazo inicial. "¡Patria o muerte! ¡Viva el socialismo! ¡Venceremos!", gritaba el presidente de Venezuela.
Unos 3800 militares fueron destinados a la seguridad durante el certamen que tuvo una inversión de 238 millones de dólares en la construcción y reformulación de los nueve estadios que hospedaron los partidos. Nueve años después, se desató revuelo por la declaración del por aquel entonces alcalde de Maracaibo. Giancarlo di Martino dio detalles de un supuesto soborno a dirigentes de la Conmebol y la FIFA para que su ciudad lograra ser sede de la final.
La pelota corría mientras se apaciguaban las marchas de unos y otros. Venezuela estaba dividida con una enorme grieta que apenas unos años más tarde nuestro país replicó. En esos días, miles de universitarios marchaban por Caracas con consignas como "libertad de expresión", en defensa de derechos que consideran limitados por el Gobierno. Desde el 28 de mayo, cuando el gobierno apagó la señal abierta de Radio Caracas Televisión (RCTV), la televisora más antigua y con mayor audiencia, los estudiantes salieron a las calles. A pocos metros de distancia, una marea roja sostenía en alto las banderas de "la revolución". Eran tiempos, por ejemplo, de reformas en la Constitución. El fútbol resultó una distracción ideal –y efímera- en esos días convulsionados. Que se acrecentaron con el tiempo.
En cuanto al seleccionado, la historia de Basile en la piscina traspasó el tiempo. Tiene su intimidad. Fue el 29 de junio por la tarde. El sol caía como un rayo. Pileta del hotel Crown Plaza, en el sur de Maracaibo, la ciudad petrolera. Cascada que aminora el calor, barra al paso con tragos varios. Bajo el agua, el detalle de unas butacas. El personaje se presenta, torso desnudo, cabello mojado, sonrisa especial, voz inconfundible. "¿Puede ser una piña, amigo?", interroga al paso. "Sí, claro, caballero", sorprendido, contesta Yirson, el encargado del bar. "¿Con alcohol?", sugiere. "Un poco, nada más", es la respuesta. Y de inmediato, una pequeña dosis de ron condimenta el trago. "Demasiado dulce", según la voz del actor principal.
Alfio Basile, el Coco, disfrutaba de una mañana encantada, por primera vez refrescado en la piscina, horas después del contundente triunfo argentino por 4 a 1 frente a los Estados Unidos. Los "players", como los denominaba en la intimidad, estaban a su lado, con sus hijos y esposas. La temperatura solía sobrepasar los 35 grados. Cuenta la historia que entre los chapoteos ajenos, Coco perdió el anillo de casado. Desesperado, lo buscó entre las aguas. Rápida de reflejos, Iara, hija de Sebastián Verón, encontró el trofeo. Y un aplauso generalizado de los jugadores frenó la posible desesperación. Era tal la diversión más allá del campo de juego, que los jugadores llegaron a arrojar a la pileta a algunos trabajadores de prensa.
El recorrido deportivo fue un festín. Todavía se recuerda el gol de Messi a México, una vaselina, en la noche del 3-0 de las semifinales, una de las joyas del crack en el seleccionado en el tramo decisivo de una competencia. A la tarde del 15 de julio, en una tórrida Maracaibo, ante unos 44.000 espectadores, se jugó la finalísima, con un aire triunfal albiceleste en la atmósfera.
La final: 0-3 contra Brasil
Roberto Abbondanzieri; Javier Zanetti, Roberto Ayala, Gabriel Milito y Gabriel Heinze; Juan Sebastián Verón, Javier Mascherano y Esteban Cambiasso; Juan Román Riquelme; Lionel Messi y Carlos Tevez fue el equipo titular. Más tarde, entraron Pablo Aimar y Lucho González. Brasil lo pulverizó de contraataque, con Julio Baptista y Robinho como estandartes de un equipo sin demasiadas figuras. Dani Alves (autor de un gol) y Diego ingresaron en el tramo final. Brasil destrozó a la Argentina sin Ronaldinho y Kaká, entre otros fuera de serie, que prefirieron no participar.
La herida fue tan grande que Roberto Ayala, autor de un gol en contra, tomó el impulso final para retirarse del seleccionado, luego de 115 partidos en celeste y blanco. "Tomé la decisión hace tiempo porque creo que un ciclo termina. No me voy por esta copa; no tuvo nada que ver la derrota ante Brasil", le contó a La Nación, por esos días. Nadie imaginó que un descalabro en la final para el seleccionado (un dolor parecido al de cuatro años antes, al perder por penales contra el mismo rival, en Perú, con Marcelo Bielsa como entrenador), se mantendría hasta nuestros días.
Venezuela profundizó su modelo social y económico en los últimos 13 años. Y el seleccionado se mantiene huérfano de títulos. Después del libre albedrío de Basile, pasaron Maradona, Batista, Sabella, Martino, Bauza y Sampaoli. El timón lo tiene hoy Lionel Scaloni. Por ahora, no hay caso. Ni con Messi, que ya no tiene 20, pero conserva el fuego sagrado que encendió en la cálida, agrietada Venezuela.
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