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Messi y Neymar, el mensaje contracultural de dos amigos charlando en cueros
Símbolos de Argentina y Brasil, regalaron una imagen poco usual entre dos selecciones enfrentadas desde el fondo de la historia
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“Tu brasilerito no arranca, ¿eh?”. El invierno de 2014 congelaba Catalunya y Neymar no terminaba de entrar en calor. Para febrero, cuando cumplió 22 años, una lesión en el tobillo lo tenía fuera de la cancha pero, sobre todo, lejos del círculo de confianza de Lionel Messi, el autor de aquella frase, un dardo que se clavó en el pecho de Sandro Rossell, el presidente del Fútbol Club Barcelona, que había comprado ese diamante seis meses atrás al Santos. No alcanzaban las muestras de adulación del paulista: “Quiero que Messi gane el Mundial”, llegó a decir en esos días, antes de Brasil 2014. Pero no había caso. En el fondo, un argumento de peso tenía enojado al súper crack: había descubierto que el recién llegado tenía un contrato superior al suyo, algo que leyó como una falta de respeto de parte del club. Pataleó hasta que recalcularon sus números. ¿Cómo podía ser que el “brasilerito”, que tenía todo por hacer, cobrara más dinero que él, que ya había hecho todo?
Pero Neymar no tenía mucho que ver con esos manejos turbios de Rossell, años después condenado por la justicia por administración fraudulenta. Él quería genuinamente a ese argentino que le esquivaba la mirada. El mismo que un día, aburrido de los elogios, lo encaró firme: “Dejá de decir que soy tu ídolo y ponete a jugar”, casi que le ordenó. Tal vez, en ese momento se sembró la semilla de una amistad que acaba de tener su muestra pública más grande.
Dos amigos en cueros, estirando las piernas después de un picado en un potrero de tierra. Eso eran, en esa conversación al pie del Maracaná, mucho más que dos gemas del fútbol brutalmente mercantilizado. Aunque acabaran de jugar la primera final de la historia entre Brasil y Argentina en ese templo. El estallido de los llantos iniciales de ambos -de alegría y tristeza- empezaban a apaciguarse. Fluía la verdad, lo más auténtico de la noche, incluso aunque no se lo hubieran propuesto. El fútbol en estado puro. Virgen. Mil veces adoctrinó Oscar Ruggeri desde la TV que él jamás cambió la camiseta con un brasileño, que eso no se hace. Como si ser argentino (o ser brasileño) necesitara reafirmarse con esos gestos altivos. Tribuneros. Como si el fútbol fuera más importante que las personas. Como si la vida fuera una pelota.
Lo dice tanto mejor Tite, un caballero al que un resultado no le altera los valores: “Hay grandeza en la derrota y en reconocer al rival. Quizás, la imagen que se vio entre Messi y Neymar después del partido sea un mensaje que tengamos que dar. Tiene el lado humano, de educación y de amistad que trasciende. Existen adversarios, no enemigos”, ponderó el entrenador brasileño tras la final, con el olor de la final perdida recién impregnando su piel. Por eso vale más. Lo escribió el propio Neymar en sus redes sociales, después de una noche en la que habrá dormido poco: “Perder me duele, me lastima... es algo con lo que todavía no he aprendido a vivir. Ayer cuando perdí fui a darle un abrazo al más grande y mejor de la historia que vi jugar. Mi amigo y hermano MESSI. Estaba triste y le dije ‘fdp me ganaste’. Estoy muy triste por haber perdido. ¡Pero este tipo es una mierda! Tengo un gran respeto por lo que ha hecho por el fútbol y especialmente por mí. ¡¡¡ODIO PERDER !!! Pero disfruta tu título, ¡el fútbol te estaba esperando para ese momento! FELICIDADES HERMANO HDP”. Así, con Messi en mayúsculas e insultos que son en verdad guiños de la intimidad que supieron construir.
Los separan cinco años (Messi 34, Neymar 29), arraigos diferentes y estilos de vida que nada que ver. A Messi lo envuelve la sobriedad familiar de Castelldefels, su refugio catalán alejado del ruido de la ciudad. Neymar, en esos cuatro años que compartieron en Barcelona, vivía su soltería en Pedralbes, cerca del corazón de la movida. Los juntó, en parte, el que llegó último: Luis Suárez, el otro integrante de “Los tres sudacas”, el grupo de WhatsApp que crearon entonces y todavía los mantiene conectados. Los asados se transformaron en una religión compartida, y juntos ganaron la última Champions League que detenta Barcelona, en 2015. Neymar se convirtió en héroe una noche en el Camp Nou, cuando Barcelona remontó una serie increíble ante PSG con dos goles decisivos suyos. Pero su gloria fue también su perdición: la figura imperial de Messi, festejando de cara a la gente, atrapó la atención de todos los medios alrededor del mundo. Siempre se dijo que fue entonces que el brasileño tomó la decisión de alejarse: para ser número 1 tenía que dejar de estar bajo la sombra del 10.
Su amigo no lo frenó. Al revés: lo alentó a que fuera allí donde se sintiera feliz. Ya nada alteraría la relación que se habían inventado. Neymar volvió cada tanto a Barcelona, y dos años atrás Messi presionó a la dirigencia para que lo trajera de vuelta al club: “Vení que te hago ganar el Balón de Oro”, lo invitó, definitivamente a años luz de aquel comienzo helado entre ambos. No ocurrió entonces, pero de alguna manera sucederá ahora: Neymar acaba de comprar una casa en Tibidabo, la montaña al oeste de la ciudad, para que allí vivan su hijo y la mamá. Recorrerá con más asiduidad todavía la ruta aérea entre París y su ciudad predilecta en Europa. Habrá nuevos asados. Y si Suárez baja desde Madrid, la fiesta será completa.
“El fútbol es más que ganar o perder”, escribió Barcelona en sus redes el domingo, con el video del abrazo que dio la vuelta al mundo. Ganó Argentina, perdió Brasil. O no. El “brasilerito” y el “mierda” escribieron juntos su propio triunfo. La fotografía icónica de la Copa América no es de un gol: son dos amigos riendo, en cueros. Para siempre.
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