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Matías Vargas, un jugador distinto: la burbuja del fútbol y por qué eligió jugar en Espanyol
La ilusión de ser futbolista, lo marcó y empujó a madurar con rapidez. Sortear escollos se convirtió en un temprano desafío, dentro y fuera de un campo de juego. Un reto que aceptó sin vacilar, aunque en el recorrido descubrió paisajes oscuros, pruebas que le fortalecieron el espíritu. Matías Vargas tomó el legado de Omar, su padre y quien le advirtió de la dureza y los sinsabores del camino; también fue el futbolista que lo deslumbró con su fenomenal manera de pegarle al balón, el que lo introdujo desde que era un niño en un vestuario y el que lo motivó para que la pelota no fuera el único eje de sus días. El Monito nació en Salta, se crió en Mendoza, transitó la adolescencia en Liniers y, con 22 años, se marchó a Barcelona. Menos de un centenar de partidos en Vélez resultaron suficientes para ser detectado por el radar de los clubes europeos. Espanyol pagó 10,5 millones de euros y una cláusula de rescisión que quintuplica ese número. Una cifra récord, se convirtió en la transferencia más cara de la historia del club. "Hay que olvidarse del dinero, la responsabilidad es la misma si ponen mil pesos o diez millones. Debo responder porque quiero ser el mejor, quiero ayudar al equipo a que seamos mejores… No por la plata", relata, mientras espera el partido de la selección ante Alemania.
–¿Era lo mismo si el pase era a un equipo de Qatar, Arabia o China?
–El objetivo era una de las ligas grandes. Si me preguntás cuál, no lo sé; creo que mi estilo de juego se podía adaptar a España, como finalmente sucedió, pero también a Holanda o a la Premier League. No me fijé nunca en el dinero, mi deseo era progresar como futbolista.
–¿Por esa razón rechazaste una transferencia dentro del fútbol argentino?
–Hubo llamados de Boca, pero Nicolás Burdisso no me pudo convencer. Y Europa siempre estuvo en mi cabeza. Tuve chances de irme antes, pero sentía que no estaba preparado para dar el salto.
–¿Por qué sentiste que era ahora y en Espanyol?
–Todo fue bastante rápido y cuando hablé con Rufete [director de fútbol profesional] sentí que me dieron una valorización, que no se trató de mis ganas de jugar en Espanyol, sino que el club me quería para su proyecto. La forma en que desea jugar el equipo también influyó, es una parte del todo, como también la ciudad a donde me mudaba. El conjunto era positivo.
–Los resultados son irregulares, ¿cómo resulta la adaptación?
–Siento que la llevo bien, me integraron muy rápido. Futbolísticamente, en la Liga nos está costando [un triunfo, dos empates y cinco caídas; penúltimos y ayer fue destituido el técnico Diego Gallego y en su reemplazo fue contratado Pablo Machín], no es bueno desde los resultados. Pero salteamos etapas de la preparación y se resintió el estilo de juego que proyectó el entrenador y lo estamos pagando. La urgencia era clasificarnos a la Europa League y ese objetivo se cumplió: somos segundos en el Grupo H, con cuatro puntos en dos encuentros.
–Menos compleja que cuando te sumaste a Vélez.
–Sí, claro. Me fui de Mendoza con 13 años y mis padres lo sufrieron mucho. No es fácil, son condicionantes que provocan que el fútbol, en determinados momentos, no se disfrute. Para cumplir los sueños hay que pasar muchas vallas, pero es lo mismo que le sucede a un trabajador, aunque las diferencias están en los momentos y en la edad en que se presentan esos desafíos. El sacrificio más grande, un futbolista lo hace de joven, en las divisiones inferiores. Por mi manera de ser me adapté bastante rápido, pero era mi familia la que sufría.
–¿Sentis que en el fútbol se habla poco de cómo fue el recorrido de un jugador?
–No me quejo de lo que me tocó vivir, porque lo elegí. Y si miro al costado, seguramente otras personas se van a preguntar de qué se está quejando este pibe. Pero entre los 13 y los 18 años no viví situaciones que viven los adolescentes: no me fui de viaje de egresados, los sábados no salía, vivía en una pensión lejos de mi familia y no tenía la posibilidad de visitarlos todos los meses ni ellos de ir a verme. Eso, a esa edad, es anormal. Pero también es cierto que el que quiere llegar alto debe resignar cosas.
–¿La urgencia obliga al futbolista a madurar?
–En ese recorrido de las divisiones inferiores aparecen las dudas. A los dos años de estar en Vélez no me iba bien en la escuela, tampoco me encontraba con los compañeros de la pensión: me peleaba mucho, no estaba bien… Aproveché que me habían expulsado, me fui a Mendoza y decidí quedarme, porque en el club no estaba siendo feliz. Pero en esas tres semanas que dejé el club también me di cuenta que sin hacer lo que me gustaba y lo que deseaba tampoco era feliz. Ahí entendí que para cumplir el sueño de ser futbolista tenía que hacer sacrificios.
–¿La escuela era un sacrificio?
–Terminar la secundaria debería ser un requisito obligatorio para jugar en primera. En la adolescencia es importante seguir conectado con personas de tu edad, con chicos que están atravesando situaciones parecidas y que no tengan que ver únicamente con el fútbol. En la secundaria aprendí a convivir con los profesores, con los compañeros… Hay debates, charlas, intercambio de opiniones que te enriquecen… Pero también juega el entorno, porque a los 17 años podés cobrar más dinero que tus padres o los padres de tus compañeros de colegio, entonces pensás: ¿para qué voy a seguir estudiando?
–¿Ese fue el espacio que te empujó a involucrarte en cuestiones sociales?
–Me gusta hablar y compartir pensamientos; opinar, expresarme con libertad sin ser mirado o apuntado por lo que se piensa. El jugador muchas veces habla con el cassette porque cuando expresa lo que siente, si ese pensamiento no está en dirección de lo que opina la mayoría, se compra un problema. Entonces se calla.
–¿Viven o lo hacen vivir en una burbuja?
–El fútbol despierta pasión y emoción, pero no es todo. Y ahí aparece lo de la burbuja, que no deja de ser una verdad, porque pretenden que juegues al fútbol y nada más. Que entrenes, descanses, te alimentes bien... En Europa, en este corto tiempo, veo las cosas de otra manera, porque se actúa de otra manera: podés salir a comer a un restaurante, tener un auto de alta gama, divertirte, pasear. Acá, si te comportás de esa manera, enseguida se piensa que está de joda, que no sos profesional. El jugador vive una realidad distinta a la de otras personas, pero no por eso debe actuar totalmente distinto a ellas.
–¿Tu papá es quien buscó abrirte los ojos?
–No quería que fuera futbolista. Intentó convencerme, me lo dijo algunas veces, más allá de que es un fanático del fútbol. En verdad, lo que quería era transmitirme lo que sufrió él por el fútbol y, en particular, después del fútbol. Yo lo vi sufrir cuando terminó su carrera y muchos de los que estaban a su lado le dieron la espalda. Él no tenía estudios secundarios y lo padeció: pasamos hambre y en esos momentos de tristeza nos decía que no cometiéramos el mismo error, que debíamos formarnos, estudiar. Por eso una de las cosas más linda de la vida es aprender, escuchar y aprender.
En el Kaiserau Sport Centrum, de Dortmund, Vargas se entrenó con la selección –ayer se completó el grupo–, con miras al partido, de mañana, a las 15.45, con Alemania. Será la segunda experiencia, tras la victoria 3-0 sobre Guatemala, en Los Ángeles. "La ilusión de una nueva convocatoria estaba en la cabeza, pero también estuve con la Sub 23, donde hay jugadores de jerarquía. La selección es una sola y la debemos valorar, como también ver ciertas realidades: nutrimos a las mejores ligas del mundo, pero como no somos campeones, se critica. No existe la voluntad de construir", comenta el Monito, que recuerda con una sonrisa la enseñanza que le dejaron los siete minutos del debut en primera, cuatro años atrás. "Fue con Colón, toqué dos pelotas y las perdí. Me fui al vestuario enojadísimo. Me agarró Miguel Russo y me dijo: mirá que esto es largo y vos recién empezás. El apoyo psicológico es muy importante para nuestra actividad. Para jugar necesitamos del mejor estado físico, pero también una mente lucida".
Para ejercitarse fuera de la cancha repite una vieja rutina: armar rompecabezas. Un hobby que descubrió de chico y que lo acompaña ahora también en Barcelona, donde lleva armado más de una decena. Vargas, un distinto con y sin la pelota.
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