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Juan Marcelo Ojeda: la mejor atajada
Hace ocho años, le detectaron una leucemia; con un tratamiento, el arquero está vigente
Hay acontecimientos que marcan a fuego a una persona. Para un deportista, la obtención de una medalla, un título, es un recuerdo que se atesorará por siempre. Juan Marcelo Ojeda tiene 34 años y una vuelta olímpica con River , junto al plantel que ganó el torneo Clausura 2008, con Diego Simeone como director técnico. Un año después de aquella alegría, el arquero tenía acordada la transferencia a Atlas, de México, que le extendía un contrato por tres temporadas. Un análisis de rutina le cambió el curso y, desde aquel diagnóstico, el fútbol resultó una terapia. Al comienzo, para sobrellevar la pesadumbre; más tarde, para enseñarse como un luchador que no se dejó vencer por un cáncer. Leucemia mieloide crónica, tres palabras que se ofrecían como una amenaza misteriosa, son una anécdota para el guardavalla de Boca Unidos , de Corrientes.
“Pasar de una venta a una leucemia fue chocante, más cuando en un principio te dicen que quizás no volvés a jugar. Para ganarle días a la pretemporada, el club [River] mandaba a hacer los análisis clínicos antes de entrar en el receso. Como yo tenía todo arreglado para irme a México me consultaron si los quería hacer y dije que sí, porque nunca había tenido nada raro. El doctor Pepe Seveso me comunicó que había algunas mediciones que no estaban bien y fuimos a ver al doctor Eduardo Bullorsky, del hospital Ramos Mejía. Ahí me apuntaron que tenía una leucemia”, repasa, con voz pausada, el hecho que modificó su rutina. “Lo tomé con tranquilidad, lo pensé desde el lado de la familia más que del futbolista. Estaba en pareja con Florencia –llevamos 16 años juntos– y no le podía demostrar debilidad a ella ni a mí papá Juan y a mis hermanos Sebastián y Matías. Posiblemente, porque no tenía total conciencia de lo que me estaba pasando. Nunca pensé en el pase, mi pensamiento era que si me hubieran descubierto la enfermedad más adelante podría haber sido peor”.
Desde ese momento, y luego de someterse a estudios moleculares y una biopsia de hueso, Ojeda empezó un tratamiento que consiste en la toma de una pastilla diaria, de coloración marrón y del tamaño de una aspirina, de un compuesto llamado imatinib, que inhibe la tirosincinasa y bloquea la acción de la proteína anormal que les indica las células cancerígenas que deben multiplicarse. “Siempre estuve con la misma medicación y cuando jugué en el exterior tenía que controlar para estar siempre abastecido. Logré, a través de la prepaga, que me entregaran de a dos frascos, de 30 comprimidos, que los venía a buscar o me los llevaba alguien de la familia”, relata el guardavalla, que se realiza controles de sangre cada dos meses.
Volvió a atajar un partido en River durante el ciclo de Ángel Cappa y se marchó a Deportivo Anzoátegui, de Venezuela. “No tenía facilidad de conseguir club y necesitaba jugar para demostrar que estaba en condiciones, porque si no llevaba las palabras a los hechos era muy complejo. Fue el momento más duro como jugador, porque no logré continuidad y de regreso estuve seis meses sin club hasta que me contactaron de Deportivo Cuenca, de Ecuador, donde jugué 70 partidos en dos años. Unión La Calera, que peleaba por no descender en Chile, se interesó y en la revisión médica me pasó algo contradictorio. Como venía con continuidad, el doctor se asustó cuando le dije que tenía una leucemia. Tuve que enseñarle todos los estudios, los análisis, la documentación del progreso del tratamiento... Evitamos el descenso y regresé al país, a Gimnasia y Esgrima, de Jujuy, para jugar el torneo de los diez ascensos. Eso entusiasmaba, lástima que nos pinchamos al final. Estuve 18 meses y ahora llevo un año y medio en Boca Unidos”, dice Ojeda, que repasa el recorrido, ése que cuando le diagnosticaron la enfermedad parecía un sueño lejano, pero que con convicciones convirtió en realidad.
Aquel clásico
El 29 de agosto de 2005, Central derrotó 1-0 a Newell’s y lo eliminó de la Copa Sudamericana. El gol de Rivarola es tan celebrado como la atajada del minuto 93, en la que Ojeda quedó sentado sobre la pelota y controló un taco del uruguayo Silva que, de convertir, sellaba el empate y clasificaba a los rojinegros. “Los hinchas siempre me la recuerdan. Jugando en Boca Unidos se acerca gente de la filial Chaco-Corrientes y me invitan a ver los partidos”, dice Ojeda, que en 2015 estuvo en los planes de Coudet.
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