De repente, después de un solo verano, la camiseta rosada está en todas partes. Se ha vuelto casi imposible de adquirir, pero ahí está, paradójicamente, en las espaldas de miles de aficionados que abarrotan los estadios estadounidenses, colgada de los puestos de los mercados de Buenos Aires y Bangkok, un destello vivo en casi todas las canchas donde se reúnen los niños para jugar al fútbol en Inglaterra.