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Copa Libertadores: Botafogo es finalista por primera vez y se ilusiona con un cierre de temporada mágico
El Fogão cayó 3 a 1 en Montevideo, pero se impuso en la serie y avanzó al partido decisivo del 30 de noviembre; de la Segunda al sueño máximo en cuatro años
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La final de la Copa Libertadores será entre equipos brasileños, tal como sucedió en 2022, 2021 y 2020. No pudo Peñarol revertir la serie: superó por 3 a 1 a Botafogo en el estadio Centenario, pero el marcador resultó cortó después de la goleada (5-0) que los uruguayos recibieron en Río de Janeiro.
La superioridad de la liga de los cinco veces campeones del mundo se manifiesta en la cancha y en la estadística: seis de las últimas finales tuvieron al menos a un equipo brasileño en la cancha; tres de esas definiciones fueron entre clubes de Brasil. Atlético Mineiro y Botafogo serán los protagonistas, el 30 de noviembre, en Buenos Aires, y los que pulsearán por el trofeo. Un juego único para los cariocas, que por primera vez definirán el máximo certamen de clubes de la Conmebol.
La goleada del juego de ida y tomar recaudo con algunas situaciones singulares –las dos tarjetas amarillas que arrastraba el argentino Alexander Barboza, que de recibir una nueva amonestación no jugaba la final- provocó que Botafogo resguardara a algunas de sus figuras: Luiz Henrique, el jugador de la noche en Río de Janeiro, Thiago Almada, Gregore e Igor Jesus, fueron otros que observaron desde el banco de los suplentes el arranque y el entusiasmo que enseñaba Peñarol para intentar componer una noche épica, de las múltiples que protagonizó en la historia el gigante uruguayo.
Esta vez no hubo espacio para el milagro, aunque sí para atropellar al rival: las pinceladas de Leo Fernández, cuando no se enredó en protestar con el árbitro o rivales y simular golpes, los chispazos de Jaime Báez y de Leonardo Sequeira y el empuje del resto, era el fuego que avivaba a los aurinegros.
El golazo de Báez -de media distancia clavó el balón en el ángulo izquierdo del arquero John-, y un cabezazo de Rodrigo Pérez que devolvió el poste y en el desesperado despeje el capitán Danilo casi anota en contra, fueron las acciones que aumentaron la tensión en el Centenario. Botafogo, con varios titulares descansando, no ofrecía la imagen de equipo que sabe controlar el ritmo y la pelota, desequilibrar por todo el frente ofensivo y ser contundente en el área rival.
Lo mejor de la semifinal
Con el primer tiempo finalizado y los jugadores rumbo a los vestuarios, una irresponsabilidad del arquero Washington Aguerre quebró la ilusión aurinegra. Destacado por sus gestos desubicados a futbolistas e hinchas rivales, increpó al guardavalla John y le dio un pisotón frente al árbitro chileno Piero Maza, que inmediatamente lo expulsó. Una insensatez que apagó el fervor y el ímpetu de los hinchas y de sus compañeros.
Botafogo dejó de soportar el asedio y la intensidad de los aurinegros, que volvieron a descubrir una dosis extra de energía con un nuevo remate de Báez: otro latigazo inatajable para John, para reactivar a un equipo que descubrió una ventana para soñar con la expulsión del charrúa Mateo Ponte, que en dos minutos cometió dos violentos foules, y dejó el duelo diez contra diez.
Hasta el último minuto, Peñarol intentó achicar la diferencia. Botafogo movió piezas para resistir –ingresó Barboza- y piernas frescas –Almada- para desatar un par de contraataques. Almada descontó, tras una combinación con Marlon Freitas, y a continuación Facundo Batista volvió a establecer dos goles a favor de los uruguayos… La serie ya no tenía retorno.
Como varios rivales de Peñarol en esta Libertadores, Botafogo debió batallar en los escritorios de la Conmebol para que sus seguidores pudieran acompañar a su equipo a Montevideo. Sistemáticamente, los hinchas uruguayos protagonizaron incidentes y hechos de violencia en las visitas a Rosario, Caracas, y en dos oportunidades en Río de Janeiro… En la última visita a Brasil, para el partido de ida con el Fogão, 200 simpatizantes fueron detenidos. La respuesta del presidente aurinegro Ignacio Ruglio a cada acto fue la misma: culpar a las autoridades policiales locales de liberar zonas y reclamar ante la Conmebol que los visitantes, por seguridad y para evitar posibles disturbios, no asistan al estadio del Campeón del Siglo. Nunca logró el objetivo y esta vez, además, Peñarol debió mudar la sede al estadio Centenario.
Históricamente a la sombra de los dos gigantes de Río, Flamengo y Fluminense –campeones de la Copa Libertadores 2022 y 2023, respectivamente-, Botafogo proyectó unirse a la lista en este calendario. Empezó la aventura en la etapa clasificatoria, donde dejó en el camino a Aurora (Bolivia) y Bragantino (Brasil). En el sorteo de grupos quedó emparejado con Junior (Colombia), que obtuvo luego el primer puesto; Liga Deportiva Universitaria de Quito (Ecuador) y Universitario (Perú). Perdió los dos primeros partidos, resultados que produjeron la contratación del director técnico portugués Artur Jorge para reemplazar en el cargo al interino Fabio Matias, que a su vez desde febrero suplantó al cesanteado Tiago Nunes, tras empatar 1-1 con Aurora en el debut de la Libertadores.
Con tres triunfos en cadena y un empate se clasificó en el segundo casillero para los octavos de final. Con los mata-mata a la vista, quienes dirigen a Botafogo -es una Sociedad Anónima Deportiva que lidera el estadounidense John Textor, dueño de Eagle Football Holdings, un multiclubes que engloba entre otros a Crystal Palace (Premier League) y Lyon (Ligue1)- no se detuvo en gastos: jugar la final era el gran objetivo.
Si rompió el mercado al inicio con Luiz Henrique, por quien pagó 16 millones de euros a Betis; también desembolsó 2.500.000 euros por Jefferson Savarino, el venezolano exReal Salt Lake, de la Major League Soccer, y la misma cifra por el volante Gregore, con paso por la MLS y Bahía (Brasil), no se asustó cuando la hoja de ruta enseñó a Palmeiras como examinador en los octavos de final.
De superar al Verdão, el horizonte ofrecía a Nacional (Uruguay) o San Pablo –resultaron los paulistas-, como rivales en cuartos de final. Entonces, la billetera volvió a abrirse: Thiago Almada -21 millones de dólares a Atlanta United, cifra que podría ascender a US$ 30 millones si se cumplen todos los objetivos; ¡cláusula de rescisión de US$ 500 millones!-; Vitinho, 8.000.000 de euros a Burnley; repatrió al juvenil Matheu Martins, de Udinese, por 10.000.000 de euros, y renovó contrato al zaguero angoleño Bastos. El juvenil Igor Jesús, que ya jugó en la selección y convirtió con la verdeamarela, y el volante Allan, ya tenían precontratos, que empezaron a regir a partir del 1° de julio.
El Glorioso arrastra años de frustraciones y quiere terminar con esa racha oscura. La temporada pasada dejó escapar el Brasileirao, torneo que lideró durante 30 de las 38 fechas. Hilvanó 11 partidos sin ganar, a falta de cinco jornadas cedió el primer puesto y terminó el recorrido en el quinto lugar. En 2020 descendió por tercera vez a Segunda. Aquel hundimiento sirvió de impulso para este presente, más allá de la desolación de 2023. Los 74 millones de euros que aportó Textor, una inyección de divisas que empezaron a repercutir en el campo de juego y en los resultados, aunque las formas –la campaña de 2023 tuvo cinco entrenadores- no siempre agradan a los torcedores. No gana un título local desde 1995 y por primera vez jugará la final de la Copa Libertadores.
El partido más importante de la historia de Botafogo tiene fecha: 30 de noviembre, en Buenos Aires. El juego que no pudieron disputar glorias del pasado como el genial Garrincha, Nilton Santos o Mario Lobo Zagallo en 1963, al caer en semifinales ante el Santos de Pelé, ni el extraordinario Jairzinho, Didí o Amarildo, figuras del equipo que lo intentó una década más tarde, pero que finalizó en el último puesto del Grupo B, detrás de Colo Colo (Chile) y Cerro Porteño (Paraguay). El club de la estrella solitaria quiere brillar y alumbrar a todo el continente.
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