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Champions League: cuando Inter fue rey del mundo con un Príncipe y tres duques argentinos
La conquista le dio forma a una hazaña sin precedentes en el fútbol italiano. Diez años atrás, cuando Javier Zanetti levantó la copa de la Champions League, después del triunfo por 2-0 sobre Bayern Munich, Internazionale coronó una temporada de ensueño bajo el mando de José Mourinho. El estadio Santiago Bernabéu se tiñó de neroazzurri para celebrar un título que se había demorado 45 años, pero también para rematar un tricampeonato jamás firmado por un club del calcio: la orejona, junto con el scudetto y la Copa Italia, resaltó el poderío de una estructura que el entrenador portugués moldeó a su gusto y en la que cuatro futbolistas argentinos se exhibieron entre sus mejores piezas: Diego Milito fue el héroe de Madrid, aunque también dejó su sello en los restantes episodios de la trilogía; Zanetti descubrió esa noche el mejor regalo para su partido número 700; Walter Samuel refrendó el apodo de Il Muro, ese que pretendieron derribar en su paso por Real Madrid, y Esteban Cambiasso disfrutó un instante mágico en el escenario al que arribó con apenas 15 años.
La contratación de Milito formó parte de la reestructuración que ensayó Mourinho, a quien después de ganar con holgura el scudetto 2008/2009 se le exigía devolverle la gloria internacional a los neroazzuri. Las estadísticas de la temporada anterior en Genoa, con 24 goles en 31 juegos, convirtieron al Príncipe en el delantero apuntado, que arribó tras el desembolso de 16 millones de euros y las cesiones de Robert Aquafresca y Leonardo Bonucci. De 30 años, se hizo lugar entre Samuel Eto’o y Mario Balotelli para escribir su propia historia.
La final con Bayern Munich confirmó la insistencia de Mourinho por sumar a Milito: autor de los dos goles, elegido por la UEFA como el mejor futbolista del partido, tuvo puntería perfecta al rematar dos veces y hacer blanco en el arco que defendió Jans-Jörg Butt. "Cómo pasa el tiempo, es lo primero que se me viene a la mente. Parece que hubiera sido ayer", reflexiona Milito, entre risas, ante LA NACION. "El recuerdo está intacto: son momentos muy lindos que me tocaron vivir. Una Champions no es fácil y, además, ese año fue histórico para el club con el triplete. Esa noche fue la noche que uno sueña: ser protagonista de una final de Champions es maravilloso y por esa razón soy un eterno agradecido del fútbol por haber tenido esa alegría, como también la de vivir ese título y formar parte de ese grupo que lograba algo que el club y los hinchas esperaban hacía 45 años. Impensado que un club tan grande como Inter tuviera que esperar todo ese tiempo", comenta el exdelantero.
El arquero Julio César se vistió de arquero inglés y lanzó un pase largo, que Milito peinó para dejar la pelota en los pies de Wesley Sneijder; de memoria, el holandés devolvió al desmarque del goleador, que enseñó por qué fue el mejor matador de área de la temporada. Si Martín Demichelis lo padeció en la acción de la apertura, peor parte se llevó Daniel Van Buyten, que creyó tenerlo vigilado, pero fue burlado con un quiebre de cintura; con una definición sutil mandó el balón lejos del guardavalla y selló la consagración.
Mourinho lo homenajeó con un cambio, en el segundo minuto de adición, para que los tifosi se desgañitaran con el grito de Príncipe Milito. Marco Materazzi, su reemplazante y el único jugador italiano que pisó el césped en esa final, le hizo una reverencia y el entrenador abrazó con fuerza durante varios segundos a quien dio el presente en las tres consagraciones de Inter de esa temporada: gol a Roma, en el estadio Olímpico, para levantar la Copa Italia; tanto a Siena, para firmar el scudetto y las dos estocadas en el Santiago Bernabéu para la Champions.
"El mérito de José fue enorme. Él fue clave, fundamental, el artífice de ese logro. Sacó lo mejor de cada uno de nosotros. Siempre transmitió serenidad, mucha calma. Pedía que disfrutáramos del momento y que siempre juguemos como un equipo. En la final no nos pidió nada extraño, solo quería que repitiéramos lo que veníamos haciendo, porque por eso habíamos llegado hasta ahí. No debíamos corrernos ni un segundo de la fuerza que habíamos logrado como grupo que persiguió el sueño, porque él siempre habló de eso: del sueño de ganar la Champions para Inter. Eso fue tocar la parte emocional", reseña Milito sobre el portugués, con el que mantiene una estrecha relación, al igual que con varios de aquellos compañeros: "Somos una gran familia, lo dije siempre", ratifica. Mou lo pidió cuando asumió en Real Madrid y aunque existieron sondeos, Milito admite que "era difícil sacarme en ese momento de Inter".
El pitazo final del inglés Howard Webb lo encontró a la estrella de pie, junto a la línea; le siguió una corrida alocada, sin rumbo, hasta que Maicon lo frenó y se fundieron en un abrazo, al que se sumó Zanetti; el llanto, de rodillas, con Cambiasso y el juego de mano y las burlas con Samuel, escenas que están vigentes, aunque el calendario sigue su curso. Michel Platini, por entonces presidente de la UEFA, le entregó la medalla y su hijo Leandro fue testigo de cada uno de esos actos, como también de los bailes en el campo de juego. El de Diego era un logro que enorgullecía un poco más a la familia Milito, que un año antes había celebrado la conquista de Gabriel, integrante de Barcelona, que superó 2-0 a Manchester United, en Roma.
De las dudas a la gloria
El recorrido de Internazionale no siempre tuvo paso firme y contundente. El inicio de la aventura resultó una pesadilla y al cuarto partido el sueño a punto estuvo de derrumbarse. Tres empates, dos de ellos en el estadio San Siro, y el puñal que clavó Andriy Schevchenko en el estadio Valeriy Lobanovskiy hacía estallar por el aire el proyecto. Pero en tres minutos, entre los 41 y 44 del segundo tiempo, Milito y Sneijder revirtieron el marcador y encendieron la llama. "Si no le ganábamos a Dinamo Kiev, donde en el primer tiempo perdíamos 1-0, quedábamos afuera; el empate tampoco nos alcanzaba y esa fue la primera señal de que este equipo podía hacer cosas importantes", refresca Zanetti, que fue capitán, pero también un jugador que actuó de rueda de auxilio para cada plan que trazó Mourinho, que modificaba esquemas -siete dibujos diferentes en 13 partidos- según la peligrosidad del rival y en búsqueda de la mejor versión. El capitán siempre dijo presente: de volante por las dos bandas y también como lateral izquierdo.
"Creo que el equipo se soltó en la serie con Chelsea, en los octavos de final. A causa de la erupción del volcán [Eyjafjallajökull, en Islandia] viajamos con antelación y tuvimos dos días de entrenamientos en Londres que ayudaron a preparar la parte ofensiva y defensiva. Hasta ese momento, y aunque no es una excusa, el equipo estaba en formación, porque habían llegado varias piezas que se tenían que amalgamar: jugadores que en su mayoría terminaron siendo titulares. En mi caso tenía que adaptarme a un nuevo compañero de zaga como Lucio y eso lleva un proceso. Es verdad, en el entretiempo del partido con Dinamo, en Kiev, donde íbamos perdiendo, Mourinho se enojó mucho", señala Samuel, que repasó el inicio del recorrido y que no tomó la final como un desquite, después de su salida de Real Madrid: "Rendí, pero soy muy crítico y creo que esperaba más de esa experiencia. Como sentía que ya no confiaban en mí e Inter hizo el esfuerzo y me tenía muy en cuenta, decidí el cambio: fueron nueve años muy buenos".
"Hablando con [Iván] Córdoba, Cuchu Cambiasso, recién nos damos cuenta ahora, a medida que pasan los años, de lo que logramos. Acá en Italia todavía somos el único equipo que ganó el triplete, a eso hay que sumarle que el Inter no ganaba la Copa de Europa hacía 45 años. Fue emotivo no solo por ser el capitán, si no porque cumplía 700 partidos y ganamos en el Bernabéu, un estadio histórico. Y no terminó en el partido: la vuelta a Milán a la madrugada, arribar con el San Siro lleno, fueron muchos momentos lindos que vivimos", destaca Zanetti, que sentencia cuál fue el rival y el momento de la campaña: "El partido trascendental fue dejar afuera a Barcelona. Para mí, esos dos partidos significaron eliminar al mejor equipo de esa época, que venía de ganar el triplete el año anterior y que tenía grandísimos jugadores. Fue un año muy argentino que quedó en la historia del fútbol mundial".
Para Mourinho, Zanetti no fue un jugador más: este año, cuando armó el equipo ideal de los jugadores que dirigió, Pupi fue el único argentino que integró esa formación. "Tiene cabeza, piernas y calidad", lo definió cuando lo entrenaba en Italia, quien no daba crédito al no verlo en la lista que armó Diego Maradona para jugar el Mundial de Sudáfrica 2010. Tampoco en esa nómina figuró Cambiasso, al que el portugués, cuando tomó el equipo, le observó parecidos con Fernando Redondo: "Es un jugador que piensa a gran velocidad, es táctico y sabe todo del fútbol. Aprieta a los compañeros para que presionen, sabe ayudar a la defensa en la zona central. Es un jugador muy inteligente", lo definió.
Mourinho y la jaula para Messi
La serie de semifinales con Barcelona, episodio de un clásico moderno que protagonizaron Mourinho y Pep Guardiola, confrontación de estilo se hizo más agitada con los tres años que el portugués dirigió a Real Madrid. Lionel Messi fue el principal foco de atención de esos duelos de la Champions League 2009/10 y Mou estructuró un sistema defensivo para matizar el impacto que pudiera causar el rosarino. No fue una marca personal, el setubalense diseñó una jaula. "No podía estar solo cuando se metía entre líneas. No podía jugar con facilidad", rememoró hace un tiempo Mourinho en el programa The Coaches Voices. Después del encuentro de ida y de la victoria 3-1, los medios italianos definieron el sistema como gabbia (jaula): "No hacíamos presión hombre a hombre, sino con Zanetti, Thiago Motta y Cambiasso. Todos eran responsables de la zona a la que fuera Messi, incluso Sneijder debía comprometerse según el movimiento. Nuestro estilo defensivo se basaba en un asunto posicional: teníamos que ser compactos y no ceder espacios", señaló en aquella clase táctica que dio por TV en 2019.
Si Barcelona alzó la voz después del juego de ida –las quejas fueron hacia el árbitro portugués Olegario Benquerenca por el juego brusco y un reclamo de tres faltas que los catalanes consideraron penales, a lo que Mourinho contestó que "un equipo que gana siempre a veces no sabe perder"–, el desquite agigantó esa llama. Y el entrenador hizo gala de su espíritu provocador para desestabilizar al rival desde el discurso: "Una cosa es seguir un sueño, otra cosa es seguir una obsesión. Hay una gran diferencia: un sueño es más puro que una obsesión. Un suelo es sobre el orgullo y para Barcelona no es un sueño, porque su obsesión se llama Madrid y Santiago Bernabéu", arremetió en la sala de prensa, el día antes de la revancha en el Camp Nou.
La expulsión de Thiago Motta, a la media hora de partido, provocó que Mourinho decidiera utilizar a Eto’o como lateral. La caída 1-0 terminó por enseñarse como "la derrota más bonita de mi vida", como la definió con ironía Mou, que durante el juego protagonizó imágenes como la de la intromisión mientras Guardiola le daba indicaciones a Zlatan Ibrahimovic, la corrida por todo el campo con el brazo derecho levantado y con el dedo índice marcando el N°1 durante la celebración –en Chelsea se autoproclamó The Special One-, y el final de cara a los hinchas de Inter y exacerbando a los blaugranas…
"La serie con Barcelona, que era el mejor equipo del mundo, fue muy hablada. Si Chelsea nos hizo sentir que éramos un equipo, eliminar a Barcelona nos ofreció la convicción y la seguridad para ir a jugar la final con mucha fortaleza. Los más experimentados, como en mi caso, sentíamos que posiblemente no íbamos a tener una nueva chance de estar en otra definición de Champions. Y Mourinho nos preparamos mentalmente: él es un grande que se la cree y nos hacía creer, siempre bajó el mensaje de que íbamos a ganarla. Además, él era el que con sus modos de actuar o declarar acaparaba la presión del medio y nos liberaba a nosotros para que jugáramos. Sus actuaciones eran con la prensa y los rivales, con el grupo siempre el trabajo fue excelente", explica Samuel, y pinta lo que significó Mou, el arquitecto de la obra de Inter.
Mourinho cambió esa temporada la estructura vertical del equipo con las contrataciones de Lucio, Thiago Motta, Sneijder y Milito. Y mayo se convirtió en el mes de las consagraciones para Inter, que en 17 días y con un Príncipe como eje selló la Triple Corona: el 5, la Copa Italia; el 16, el scudetto y el 22, la Champions League. Todos con la firma de Milito, para muchos el segundo eslabón y el símbolo en la cancha de la cadena de éxitos que construyó el portugués en Internazionale.
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