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Argentina vuelve a verse con Chile en el mismo estadio de 2016, cuando perdió la final y Messi renunció a la selección
Pasaron ocho años y el capitán argentino ya es un héroe indiscutido; pero aquella derrota por penales, en Nueva Jersey, marcó un antes y un después en la vida del rosarino
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NUEVA JERSEY (enviado especial).- Es el fin de semana más caliente del año, azuzan desde la prensa local. Ni siquiera los esporádicos chubascos vespertinos aplacaron el sofoco que domina la segunda parada de la selección en su viaje por Estados Unidos para defender el título de campeón de la Copa América. Es el quinto día con temperaturas que superan los 35 grados. Y hasta en la vecina Nueva York, castigada también por el sopor, anunciaron la instalación de 500 centros de refrigeración para todo el fin de semana con el fin de ayudar a los residentes.
Nueva Jersey tiene de un lado el aroma y la impronta de su vecina Manhattan, de la que se separa por el río Hudson y se une por el tren subterráneo. Y es en ese lado donde se palpa la bohemia y las fachadas tan típicas neoyorquinas. Ahí está la ribereña Hoboken, forjada a comienzos de siglo XX por alemanes luego perseguidos cuando estalló la Primera Guerra Mundial; abrazada en aquellos albores por migrantes irlandeses y sobre todo por italianos, con sus divisiones entre norteños presuntuosos y pobres sureños campesinos. De esa mezcla de clases, en los barrios portuarios de Nueva Jersey la pudiente Natalia Della Garavante engendró con el humilde boxeador Marty Sinatra a una de las figuras más grandes de la historia de la música. Frank Sinatra está, en esta tierra, presente en calles, ramblas y veredas.
Pero está la otra Nueva Jersey, la de los suburbios. La que David Chase eligió para que Tony Soprano viviera como un rey mientras cometía tropelías como líder mafioso en la exitosa serie Los Soprano. En el lado idílico y señorial de Jersey está Short Hills, donde la selección argentina espera con tensa calma el segundo compromiso de la Copa América, un duelo que hace algunos años las circunstancias –desafortunadas para el lado albiceleste- convirtieron en una suerte de clásico. Ya no es como en Atlanta, encerrados en una mole céntrica acorralada por los fanáticos. Aquí, a cuarenta minutos del centro, los de Scaloni respiran un aire más puro.
Igualmente, nada impide que muchos argentinos que andan dando vuelta por Estados Unidos se acerquen a mirar. Todos quieren estar cerca de la selección, los expatriados, los que buscan contacto con los campeones del mundo. Lionel Messi recibió la visita de Juan Pablo Caffa, exfutbolista de Boca, Arsenal, Betis y Zaragoza, y que terminó su carrera en la MLS. Caffa está radicado en Denver, trabaja en una agencia de representación y es también embajador del Johan Cruyff Institute.
El mejor de todos los tiempos. pic.twitter.com/E7TGZmLagN
— Juan P (@juanpcaffa) June 22, 2024
Todo ayuda a relajarse luego de un debut complicado pero exitoso ante Canadá. Sobre todo, porque en el horizonte aparece un rival que hace unos años se transformó en un dolor de cabeza para la Argentina. Chile le ganó a la selección dos finales consecutivas de Copa América –ambas por penales-, y si bien en fase de grupos la cuestión no es a todo o nada, es inevitable caer en el recuerdo del último encuentro decisivo por una razón simbólica y extraordinaria: el duelo del próximo martes, a las 22 de nuestro país, se disputará en el MetLife Stadium, el mismo donde la Argentina de Tata Martino sucumbió ante los chilenos en la Copa América Centenario de 2016.
¿Qué protagonistas repetidos de aquella noche de 2016 habrá este martes sobre el cuestionado césped del MetLife? Chile tiene varios: Claudio Bravo, Mauricio Isla, Eric Pulgar, Alexis Sánchez y Eduardo Vargas. Por Argentina, los tres viejitos: Messi, Di María y Otamendi.
Aquella infausta noche del 26 de junio, Lionel Messi quedó desbordado y con los ojos inyectados en lágrimas. “No va más”, dijo, con un dolor profundizado por haber errado ¡él! el primer penal de la serie definitoria.
“La selección no es para mí”, expresó y desató el cisma en los fanáticos de la selección. “He decidido terminar todo aquí”, agregó. El asombro logró superar la tristeza por la derrota. ¿Cómo se va a ir de la selección el mejor de todos? Hoy es impensado y da la sensación de que aquella crisis quedó en una niebla de la historia. Sin embargo, ocurrió, y simbolizó el hartazgo general por tres frustraciones consecutivas, comenzando por el Mundial de Brasil en 2014.
Aquella noche en el MetLife, la selección, dirigida por Tata Martino, llegaba de manera arrasadora. Había ganado los cinco encuentros previos, con un promedio de gol de casi 4 por partido y apenas dos tantos en contra. Incluso había vencido a Chile en California, por la fase de grupos.
Argentina empezó mejor y tuvo a su favor la expulsión de Marcelo Díaz a los 28 minutos. Pero sobre el final del primer tiempo Marcos Rojo cometió una imprudencia y también vio la tarjeta roja. El partido fue trabado y sin luces. Hubo algún gol errado, pero todo condujo a los penales. Falló Vidal para Chile; falló Messi para Argentina. Bravo se lo atajó a Biglia y Francisco Silva le dio la Copa a su país.
Pareció un acto reflejo aquel discurso intempestivo y de renuncia post partido de Messi. O un ejercicio de anticipación a la carnicería pública que se le venía, tras la tercera final seguida perdida. Messi pateó por arriba del travesaño, insultó, se estiró la camiseta, volvió a insultarse. Y después de que Biglia no pudiera, el 10 dejó la hilera de sus compañeros, caminó con la vista hacia la platea y se levantó el cuello de la casaca, como queriendo esconder el rostro por la vergüenza.
Era otro Messi, era otra Argentina y era otro sentir de los fanáticos. Aquel Messi tenso dista del actual, que sin perder la ambición y la naturaleza competitiva tiene en el rostro el rictus del disfrute. Se lo vio en Atlanta, cuando salió a la cancha para enfrentarse con Canadá. ¿Qué pasó en el medio? La Scaloneta. Un grupo de enorme temple que se juró forjarle alegrías al ídolo. Pasaron los tres títulos. Por eso, que Argentina y Chile vuelvan a encontrarse en Nueva Jersey casi ocho años después, genera el morbo del recuerdo de una noche dolorosa. Solo eso.
Este Messi es otro, ganador, seguro de sí mismo y de su lugar en la selección argentina. Y dueño del cetro que le confirió la historia, algo tarde para el gusto del futbolero de ley.
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