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Carlos Pairetti, la leyenda del TC que fue ídolo popular y deslumbró en el cine
Campeón en 1968 con el mítico Trueno Naranja, murió a los 86 años en Arrecifes; del pase de Chevrolet a Ford, al intento de correr en Indianápolis y la amistad con Sandro
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No era de Arrecifes, pero resultó uno de los hijos adoptivos de la Cuna de Campeones. Carlos Pairetti siempre se consideró arrecifeño, aunque los papeles señalen que nació el 17 de octubre de 1935 en estación Clucellas, Santa Fe, y recién se trasladó a los siete años a la ciudad bonaerense. “Acá no hay cuadra en la que no haya un taller. Los chicos nacen con nafta en las venas. No engancha otro deporte: en un momento el club Almirante Brown intentó armar un proyecto para llegar a primera y nadie le daba bola. Ahora, si escuchan que el domingo hay carrera de Fiat 600 en el autódromo, el Costanero explota de gente”, las razones que ensayaba para dimensionar esa relación única que existe entre el automovilismo y la máxima cantera de pilotos del deporte motor argentino. Murió el lunes, a los 86 años, afectado por las deficiencias respiratorias y cardiológicas que empeoraron su salud en los últimos meses. Pero el legado del piloto, el ídolo popular y la leyenda será eterno.
Piloto, y de los primeros en ser contratado por una terminal automotriz. El profesionalismo determinó que cambiara de Chevrolet a Ford, un pase que medio siglo atrás era impensado y una situación que todavía se observa de reojo cuando un nombre consagrado decide dar el paso. Rostro de productos relacionados con la velocidad, el marketing también lo tuvo entre los pioneros entre los corredores. El campeón que revolucionó el Turismo Carretera con el Trueno Naranja, pero también el hombre que intentó participar de las 500 Millas de Indianápolis, piloto de categorías como Sport Prototipos, Turismo Nacional, Fórmula 1 Mecánica Argentina. También corrió en las 300 Millas de Rafaela, en 1971, y en la Fórmula 3 Europea. Y cofundador –junto a Jorge Cupeiro- del Club Argentino de Pilotos (CAP).
La estadística señala que el 25 de marzo de 1962, en Pergamino, hizo su debut en el Turismo Carretera. El primer triunfo lo celebró el 18 de agosto de 1963, en la Vuelta de Mar del Plata, con un Chevrolet 39. En la categoría más longeva del automovilismo mundial logró 22 victorias, entre 1962 y 1978, año de su retiro. Con la marca del moño festejó 18 veces; 2, con Ford; una con Dodge –modelo 1500, en el autódromo de Mendoza- y la restante con Volvo, la única que se registró con el sello sueco. Entre sus éxitos más recordados asoman los Grandes Premios de 1963 y 1966, los dos con Chevrolet. “Aunque mis amigos se enojen, siempre digo que el primer Gran Premio que gané no fue mérito mío, sino que lo perdió Carlos Menditeguy. El otro sí, lo gané como a mí me gustaba: de punta a punta y con barro”, relataba las participaciones de aquella época, donde la ruta y los caminos de tierra eran también circuitos.
El sello histórico lo puso en 1968, cuando se consagró campeón con el Trueno Naranja, construido por Pedro Campo, y único sport prototipo que logró el título en el TC. “Llegué a la última fecha del campeonato peleando el título con Eduardo Copello. Él iba delante en los puntos, pero gané la primera serie y crecieron mis esperanzas. Cuando estábamos en la grilla de la última serie se me acercó y me dijo: ‘Carlitos, te felicito porque sos el campeón. Tengo el motor casi fundido, no va a aguantar’”, señalaba de aquel desenlace en el autódromo de Buenos Aires, después de 22 fechas y de las que se impuso en tres: Balcarce-Lobería, Oscar Cabalén y la última en el coliseo porteño.
Conocedor de los autos, el Trueno Naranja fue el que lo guio a la cúspide, pero no el mejor auto que manejó. “Con ese gané cuatro carreras y el campeonato, era muy bueno, pero el mejor fue una Ferrari 512 S con la que corrí los 1000 Kilómetros de Buenos Aires en 1971. Ese auto hacía todo bien: frenaba que era un espectáculo y tenía un motor que era impresionante, tanto que a la chicana de Ascari llegabas a 312 km/h. Un Alfa Romeo 33TT3 y un Porsche 908/02, otros dos autos que fueron increíbles de conducir. Era una época que ya no volverá, con fechas del Campeonato Mundial de Endurance (actualmente, WEC): al país, los equipos internacionales traían entre diez y quince autos para alquilar y en ese momento había dinero para hacerlo. A mí me aconsejaba Juan Manuel Fangio, él me hacía todos los contactos”, apuntaba, sobre cómo los pilotos llegaban a correr con esas marcas en el pasado.
Las 24 Horas de Le Mans y las 500 Millas de Indianápolis fueron dos carreras que quedaron en el debe de Pairetti. “Para la primera me invitó el español José María Juncadella, con el que corrí en el autódromo con la Ferrari, pero ese fin de semana había carrera y yo era piloto contratado. Me gustaban esas carreras largas, hasta gané las 12 Horas del Turismo Nacional en Buenos Aires. Para correr en Indy fui a pedirle apoyo a Alejandro Romay, el dueño de Canal 9, y me dijo que le diera para adelante, porque quería transmitir la carrera. Ensayé, di como 200 vueltas en un auto que ganó en 1963, con Parnelli Jones. Pero estábamos en 1970 y regalaba 18 millas de velocidad respecto a los autos de punta, y no logré clasificar. La experiencia valió la pena y ahí empecé con los trámites para que se corriera en Rafaela. Ellos, acostumbrados a correr en óvalos con paredones, le tenían respeto a los guardarrail y me preguntaban qué podía pasar en caso de un accidente: Te podés matar, les contestaba. Eran autos con 900 caballos, el doble que los Fórmula 1. En Rafaela volaban, 320 km/h. Es una sensación única, no te importa nada. Claro que sos consciente de lo que te puede pasar, pero estás tan concentrado que en el mundo no existe otra cosa que el auto, la pista y vos. Y el secreto es que tenés que mantener siempre una velocidad constante, cuando te perdiste… accidente”.
Il Matto (el Loco) como lo apodaron los italianos cuando corrió en la F.3 Europea, fue un fiel exponente de la década del 60 y 70 del automovilismo argentinos, donde las categorías recibían una fuerte participación de las fábricas, que aportaban presupuestos generosos. Y el deporte motor era sinónimo de velocidad, riesgo y glamour. El cine lo envolvió a Pairetti, que forjó una amistad con Sandro. Películas como Turismo Carretera (1968), Piloto de Pruebas (1972) y Operación Rosa Rosa (1974) lo tuvieron en la pantalla grande. “Él se enganchó mucho, le gustaba la velocidad y manejó un sport prototipo, que lo terminó volcando en el autódromo Oscar Cabalén, de Alta Gracia. Nos hicimos muy amigos y me dio tanta manija que me metí en la actuación”, rememoraba sobre su fugaz, pero agradable, paso por el cine tomando pequeñas participaciones o realizando doblajes.
“El automovilismo me dejó muchos amigos y eso es lo más importante, como el cariño de la gente. Los jóvenes que nunca te vieron correr se acercan y te piden una foto, un autógrafo, y eso vale tanto o más que un campeonato”, repetía Pairetti, la leyenda que se marchó, pero dejó un legado y un espacio en Arrecifes donde se lucen varios de sus autos de carrera.
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