Ubicado frente a la Plaza Solís, y a metros del Riachuelo, La Buena Medida volvió a levantar las persianas de la mano de dos amigos y exclientes que se hicieron cargo del fondo de comercio
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“No reabrimos para ganar dinero, acá hay mucho corazón, esto es sentimiento puro, sentimos amor por el lugar”, confiesa Jorge Lafratti, de 50 años, desde el mostrador de La Buena Medida, el último bodegón que permanece abierto en La Boca, inaugurado en 1905. “Una semana después que se fundó el Club Atlético Boca Juniors”, sostiene para ilustrar el fuste histórico de esta pulpería urbana ubicada frente a la mítica Plaza Solís, donde nació el mito xeneize.
La Buena Medida cerró sus persianas en marzo del 2020, con el inicio de la cuarentena. En mayo de este año, cuando se creía que nunca más abriría, dos amigos y exclientes se hicieron cargo del fondo de comercio y reabrieron. “Acá venía con mi abuelo y mi padre”, asegura Lafratti, flamante bodegonero.
“En el bodegón pasé mis mejores años. Es histórico para nosotros, nos habla al corazón”, afirma Lafratti. “Acá viví mi infancia, parte de mi crianza. Es el único que quedó en el barrio”, agrega Maximiliano Mendoza, de 29 años, socio y coprotagonista de esta recuperación de un espacio que pretende enviar varios mensajes. “Ofrecemos cocina de bodegón, acá no hay ningún plato gourmet. Acá se come bueno, rico, barato, abundante y gustoso”, afirma Lafratti. Es una declaración de principios. “Lo mismo que comíamos con mi abuelo, no hemos cambiado nada”, sostiene.
Hace dos meses que tomaron la posta del bodegón, y ya han logrado lo más importante: detener las agujas del reloj. “El tiempo acá adentro no pasa”, aclara Lafratti.
Emotivo y sentimental, dos palabras que definen la reapertura más esperada de La Boca, que quedó huérfana de bodegones. La pandemia y la crisis económica condenaron a estos espacios que concentran el alma de un barrio bohemio, con señas muy particulares. “Queremos que todo siga igual”, aclara Maximiliano. “Sabemos que estamos contra la corriente y que es un acto arriesgado, pero La Boca tiene que tener La Buena Medida abierta”, afirma Lafratti.
“Es un bar conventillo, ¿en qué otra parte vas a encontrar algo así?”, se pregunta Lafratti. Propio del barrio, el bodegón está hecho de chapas, y su planta alta es habitada por familias. Con más de un siglo de historia, comenzó siendo un almacén de ramos generales, a 200 metros del puerto y del Riachuelo; la vida portuaria lo modeló. Antes y después de la salida de los barcos, los marineros venían a tomar una copa y las familias, a buscar sus provisiones.
“Acá nunca se perdió la ceremonia del aperitivo”, cuenta Lafratti. Discretos y con un aire nobiliario barrial, los hombres se acercan al mostrador, de parados, a apurar un vaso.
“Vienen, se toman su copa de vino, y se van, más tranquilos”, cuenta Lafratti. Como natural compañía, una playlist con éxitos tangueros se oye como un mantra mistongo. “Todavía hay bohemia, muchos vienen a tomar su copa y a leer”, agrega. Perdidos en una soledad voluntaria, los cofrades vienen a buscar algún rato de sosiego de una realidad hostil. Un ícono protege: un retrato de Carlos Gardel con una contraseña que todos entienden... “Sonríe, él nos mira”.
“Se cayó el turismo, pero mantener el bodegón con su historia es inigualable —confirma Mendoza—. Nos encanta que nos visiten gente de otros lugares, pero lo pensamos para la gente de La Boca”.
Los planes son claros y directos: “Tuvimos la oportunidad de hacer arreglos, modificarlo y volverlo vintage, pero sería un sacrilegio”, acuerda Mendoza. Ambos socios levantan una bandera, que tiene mucho de resistencia: “No se toca nada, todo queda tal cual estuvo”.
Luminoso, el sol entra y entibia las mesas. Pequeños pizarrones en la vereda señalan la propuesta gastronómica. “Lo que se comía antes, es lo que se come ahora”, resume Lafratti. Su hijo Diego Armando atiende las mesas, y la cuenta de Instagram. “Lo único de modernidad que permitimos”, aclara su padre.
Escudo contra los platos sofisticados, antípoda de la cultura gourmet, La Buena Medida se levanta orgullosa con sabores familiares. “Acá te podés comer una polenta con bolognesa, albóndiga con puré, napolitana con fritas, guiso de mondongo, de lentejas, tortilla de papas”, señala Lafratti.
“Queremos que la gente del barrio vuelva a salir”, advierte. Los precios son accesibles, solo un plato cuesta más de $500: el bife de chorizo con puré o fritas. “Lo tuvimos que poner a $600, es lo más costoso que tenemos”, afirma el bodegonero. A pocas cuadras de allí, en los comedores de Caminito, el mismo plato asciende de $1300, para arriba.
A través de un recetario reivindicatorio de las recetas puras de la cocina inmigrante que dio nacimiento a la porteña, se abren puertas que se detienen en recuerdos de las épocas felices. “Hay mucha gente sin trabajo, que la está pasando mal, hay tristeza y cansancio”, describe Lafratti la radiografía barrial. Aquí se piensa una solución: “Precios accesibles para que todos puedan disfrutar de un rato en el bodegón”, afirma. Choripán a $150; sándwich de bondiola y vacío, $300, de chinchulín, $150; de riñón, $150; albóndigas con puré, $350; ñoquis, $250.
“Queremos devolver un poco de lo mucho que el barrio le dio al bodegón”, confiesa Mendoza. En unos días materializan una idea que los tiene contentos: los lunes van a abrir para que la gente que no tiene dinero pueda pasar al salón, sentarse y elegir de un menú más reducido, los platos típicos. Sin costo. “Que no tengas plata no puede ser impedimento para que no puedas traer a tu familia a disfrutar de un plato de comida”, afirma Lafratti.
El puerto, las cantinas y Boca Juniors son pilares en la historia de La Buena Medida. El puerto de La Boca, hasta la década de 70, tenía un intenso movimiento. Venían barcos pesqueros de Mar del Plata a llevar toneladas de mercadería a las cantinas de la calle Necochea, que estaban abiertas las 24 horas. Era común ver niños jugando al fútbol con centollas muertas que venían de Tierra del Fuego. “Los turistas bajaban del avión y se venían a comer rabas, no paraba nunca la actividad”, señala Lafratti. Le tocó vivir el ocaso. “Ahora es muy triste caminar por calle Necochea y ver todo abandonado. Sería lindo que nos pongan baldosas nuevas, para eso pagamos impuestos”, agrega.
Uno de los secretos de por qué la reapertura de La Buena Medida enseguida atrajo la atención fue por lo genuino de la propuesta. “Es muy fácil, hoy solo hay cervecerías y todos los bares son iguales: este bodegón tiene un espíritu tanguero, rioplatense y de puerto”, sentencia Lafratti.
La plaza Solís está frente al bodegón. Emblemática y pintoresca, fue y es el punto de encuentro de este rincón proletario de La Boca. Un hecho la vuelve imprescindible: el 3 de abril de 1905, seis amigos de los conventillos (muchos aún están en pie) que se juntaban a jugar al fútbol en la plaza, luego de un partido se sentaron en un banco y decidieron fundar un club. Tenía que tener una bandera. Tuvieron una idea: los colores de la bandera del primer barco que entrara al puerto al día siguiente, esos serían los del club. Fondeó un barco sueco. Nacía la leyenda xeneize. Una semana después, el 10 de abril de 1905, abría sus puertas La Buena Medida. Desde ese entonces, club y bodegón están hermanados. La liturgia bostera está presente en sus paredes.
Algo llama la atención: la presencia de obras plásticas en las paredes del bodegón. “Los artistas del barrio exponen sus obras”, aclara Lafratti. El espacio funciona como un museo de arte popular, al alcance de todos. ¿Qué profunda relación existe entre el arte y el bodegón? “Es el último refugio de algunas entrañables verdades con las que trabaja el arte”, afirma Víctor Fernández, de 57 años, director de Museo Benito Quinquela Martín, y artista plástico.
“Es un lazo natural. Picasso decía que el arte era una ficción que nos hacía ver como nadie la realidad; en los bodegones se presenta sin máscaras ni convenciones, es un refugio para el bohemio”, afirma.
“La Buena Medida fue siempre un espacio donde el artista podía sentir que lo tenía todo con muy poco: una copa de vino, un café con leche, un plato de puchero”, resume Fernández.
La familia es una protagonista en esta dilatada historia. “Es un lugar íntimo, y muy tranquilo”, cuenta Erika Dentino, de 43 años, vecina del barrio. “Los chicos se cruzan a la plaza y juegan al fútbol hasta que está la comida, vuelven con hambre y felices”, sostiene. “Piden siempre la misma comida: papas fritas a caballo, para ellos es un lugar ideal”, concluye.
“Hacía 40 años que no se abría de noche, lo estamos haciendo para demostrar que es seguro”, confirma Lafratti. El bodegón es un faro de esperanza.
¿Los pasos por seguir para aprovechar al máximo la experiencia? “Podés comenzar con un buen vermut, una picada de mondongo y berenjena al escabeche, de principal unas albóndigas con puré o una napolitana con fritas, un buen malbec y de postre un flan casero con crema y dulce de leche o un panqueque sellado”, expone Lafratti. Y esa es la hipótesis de la felicidad en La Buena Medida.