“Tranquilos, nada va a cambiar”: reabrirá un mítico bodegón de La Boca que no había podido resistir la cuarentena
Este enclave bohemio y emblema de la gastronomía porteña, visitado por figuras internacionales como Bono o Willem Dafoe, volverá en noviembre gracias al aporte de fondos privados
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“Buenos Aires no es la misma sin El Obrero, en un mes reabrimos”, afirma Juan Carlos Castro a corazón abierto, sentado en una de las meses del mítico bodegón de La Boca que debió cerrar sus puertas por la cuarentena, y recientemente encontró ayuda en fondos privados que le permiten a la ciudad recuperar una de las máximas catedrales de la bohemia y la gastronomía porteña. “No estamos acostumbrados a estar tanto tiempo sin trabajar, estamos listos para volver —confiesa su hermana Silvia, y le envía un mensaje a la inmensa lista de devotos—. El menú será el mismo, no cambiamos nada”.
“Sentimos que la magia sigue intacta”, dice Silvia. Sus ojos están brillantes de la emoción y tiene motivos. Su hermano, a un costado, asiente, aplomado. Ambos crecieron en este bodegón que el diario The Guardian de Londres lo definió como un “Santo Grial de los entendidos del bife”, y por donde pasaron desde el Príncipe Alberto de Mónaco hasta Bono de U2. “Todo famoso que viene a la ciudad, pasa por acá”, sostiene Silvia.
Además de herederos de esta tradición familiar, ambos son mozos. “Somos los jefes, pero el trabajo tiene que salir y trabajamos a la par de todos los empleados”, dice Juan Carlos.
La reapertura se ha difundido en grupos de WhatsApp de La Boca y Barracas. La noticia nadie la ha querido confirmar hasta ahora. “La gente nos llamó llorando cuando cerramos —dice Silvia—. Tenemos clientes de tres generaciones”, aclara su hermano.
“No pudimos sostenerlo más, la cuarentena fue muy larga, también sufrimos mucho las restricciones”, confiesa Silvia. Con 20 mesas y una capacidad para 80 cubiertos, intentaron abrir el verano pasado pero fue un experimento fallido. “Con mucho dolor tuvimos que cerrar”, dice. Tenían diez empleados. Algunos encontraron trabajo, otros no. “La pandemia nos enseñó que no tenés nada asegurado”, sostiene Juan Carlos.
Un mes. Ese es el tiempo que tienen para reamar la mística. Noviembre es el mes elegido para que las puertas del bodegón vuelvan a abrir. El Obrero se hizo mundialmente famoso por su menú, escrito en pizarrones que cuelgan en sus paredes, junto a cientos de banderines y bufandas de clubes de fútbol de todo el planeta, con el escudo de Boca Juniors como elemento máximo de veneración. Completan la postal incontables fotos de todos los personajes que lo han visitado. “Nuestro bife de chorizo es inigualable”, afirma Silvia.
Rabas, tortillas, corvina a la vasca, estofado con papas y arvejas, mondongo, cazuela de mariscos, milanesa a la napolitana, ravioles y tallarines amasados a mano, abadejo al roquefort y fussilis al fierrito, puchero y la clásica sopa. Son algunos de los platos memorables que hicieron de El Obrero un lugar de culto. “Que se queden tranquilos, nada va a cambiar”, advierte Silvia.
“Hemos superado todas las crisis y muchos gobiernos —dice Juan Carlos—. El Obrero siempre estuvo abierto; en 67 años de historia, jamás habíamos cerrado”.
La pandemia fue un antes y después. “El contexto económico no es favorable”, dice Silvia. La inflación es el principal enemigo. “Los alimentos suben todos los días”, reconoce Juan Carlos. ¿Cómo armar entonces una carta con precios que sean amigables? “Estamos en eso”, dicen. También encuentran complicaciones con la burocracia estatal para volver a abrir. Algo tienen en claro y no es poco: “Lo que se perdió, ya se perdió, no pretendemos recuperar nada, es empezar de cero”, asegura Silvia.
Detrás de ella, está la vieja caja registradora de principios de siglo XX, los pingüinos, las copas y el mostrador, donde se destaca una caja de madera: son las cenizas de Marcelino Castro, padre y creador de este territorio.
Historia simbiótica
El Obrero tiene una historia simbiótica con La Boca. Su construcción data de 1910. Está a pocos metros del Riachuelo, y durante la primera mitad del siglo XX fue una fonda. Sus clientes eran los trabajadores portuarios e inmigrantes, que luego de estar trabajando muy duro, ahogaban sus penas y sentían contención en sus mesas. “Había solo dos platos: una sopa y guiso, y bebidas. La gente jugaba mucho a las cartas”, afirma Silvia. “Si vos querías trabajo, venías a La Boca”, suma Juan Carlos.
Marcelino Castro —que falleció en 2011— llegó de Asturias a los 18 años sin saber leer, pero con muchas ganas de trabajar. Compró la fonda en 1954 y le dio otra impronta. Le puso El Obrero porque sus clientes lo eran, y amplió el menú. Comenzó la leyenda. En la década del 80, con el inicio de la democracia, el bodegón se convirtió en uno de los más genuinos de la ciudad. Una figura fue clave: Lidia Jerónimo, la esposa de Marcelino, que falleció en 2012.
“Mamá fue la primera mujer que entró al bodegón, entonces sólo de hombres”, dice Juan Carlos. Lidia le puso amor y determinación a la cocina. “Lo mismo que nos hacía a nosotros para comer, era lo que comían los clientes”, recuerda Silvia. Entonces llegó el guiso, el puchero, la sopa y la carne al horno. “La gente se enamoró de los platos de mamá”, dice Silvia. “Para nosotros siempre fue un orgullo, tener dos padres tan trabajadores”, agrega Juan Carlos.
El menú de El Obrero fue un furor. “Una cocina muy simple, casera. De hogar”, resume Silvia. El hechizo atrajo a personalidades de todo el mundo. Las historias de los ilustres visitantes son imperdibles y un capítulo aparte.
“Bono llegó con un grupo de amigos, después de tocar en River, a la medianoche”, recuerda Juan Carlos, que lo atendió. Pidió panaché de verduras y un bife de lomo, compartió el postre. Fue una noche larga que terminó con el líder de U2 cantando a capella una canción folclórica irlandesa. Susan Sarandon y Tim Robbins fueron de los más festivos, con varias botellas de Malbec sobre la mesa. La lista es larga: Roberto Duvall, Francis Ford Coppola, y Tommy Lee Jones, Manu Chao, los príncipes de Mónaco y Dinamarca.
“Nos pasó el dato Win Wenders”, dijo la esposa de William Dafoe, cuando The Guardian le preguntó cuáles fueron las mejores cosas que vivieron en la Argentina. “El Obrero”, fue la respuesta del actor. “Le tenía miedo porque siempre hace de malo en las películas, pero es un dulce, muy simpático”, dice Silvia. Francis Mallmann es uno de los habitúes. “Siempre pide pasta” cuentan.
Otra anécdota emociona a Juan Carlos. Mira a una mesa en un rincón. “Se sentaba siempre Luca Prodan”, recuerda. Pedía un plato, vino y a veces escribía. Una noche hizo lo mismo, pero se paró al mostrador para pedir un vaso de ginebra. Volvió a su mesa. “Esa noche supimos que escribió ‘La Rubia Tarada’”, confiesa Juan Carlos.
Existe una personalidad mundial que no pudo disfrutar de la comida casera de El Obrero: Bill Clinton. Llegó sin reserva, se bajó su personal de seguridad para gestionar una mesa. “Estábamos a full, con nuestros clientes, fue imposible hacerle un lugar a Clinton”, argumenta con naturalidad Silvia. La naturalidad por la que es tan genuina la experiencia de sentarse en El Obrero. ¿Ahora, qué tiene de diferente con respecto a otros bodegones? Según la nota de The Guardian, “la superioridad de la carne, supera la de la más distinguida parrilla de la ciudad”.
“La vuelta de El Obrero era algo que tenía que suceder sí o sí”, dice el periodista gastronómico Pietro Sorba, creador de la Semana de las Bodegones y conocedor como nadie de la realidad de estos espacios. En su libro Bodegones de Buenos Aires, este de La Boca tiene un capítulo. En 2014, El Obrero ganó dos sifones de oro al “Bodegón más representativo” y al de “Mejor cocina porteña”.
“Es muy importante para la gastronomía de la ciudad —afirma Sorba—. Así como estuvimos tristes con los cierres, ahora tenemos que estar felices con estas reaperturas”.
¿Su postre preferido en el bodegón? Pavé de Vainillas, una pequeña torre de vainillas con una capa crema de chocolate, otra de pastelera, chantilly, leche condensada y dulce de leche, bien borracho. “La reapertura de El Obrero significa que el mundo sigue girando”, confiesa Sorba.
La actividad en el bodegón es intensa. Tienen los días contadas para volver a abrir. La gente del barrio ve la puerta abierta y se ilusiona. Hay sonrisas y esperanzas en los hermanos Castro. “Estoy listo para arrancar”, dice Jorge Melgarejo, histórico mozo. Entró cuando tenía 18 años y, hoy a los 79, es el parrillero. “Es mi gran amor el bodegón, el primer lugar”, se emociona. “Le dediqué mi vida, soy feliz acá adentro”, confiesa. Los corazones laten fuerte en El Obrero: en un mes la historia continúa.