El restaurante está en la esquina de Suárez y Del Valle Iberlucea, en el sur de la ciudad
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“No buscamos nada gourmet, acá tratamos de proteger el gusto argentino”, afirma Alejandra Silva, como si fuera un pronunciamiento desde La Esquina de mi Barrio, como se llama ahora el ex Ribera Sur, un típico y tradicional bodegón en el corazón de La Boca nacido en 1948, que reabrió luego de transitar los largos meses de prohibiciones por la pandemia.
“Acá se servía el mejor vermut de Argentina”, aclara Silva. A apenas 100 metros de La Bombonera, las paredes y manteles están pintados de azul y oro. “Esto es La Boca, puro barrio y sabores caseros”, anticipa.
El bodegón es un templo popular, está en la esquina de Suárez y Del Valle Iberlucea. No debe existir un lugar donde estén resumidos los valores y los códigos de un barrio donde los vecinos se saludan como si vivieran en un pueblo tierra adentro. El fútbol y los sentimientos están a flor de piel, pero también la cultura: a media cuadra Julio Bocca construye su escuela de baile. “Acá servimos platos abundantes, porque así comemos en casa”, enfatiza Silva. Su marido, Maximiliano Villafañe, la acompaña en la cocina.
“No hay muchos secretos, la comida que comés acá es la que te hacía tu madre o tu abuela”, afirma Silva. En este bodegón se apuesta por los sabores simples y populares. El colorido salón, que incluye un altar dedicado al ídolo máximo de La Boca, Diego Maradona (en el barrio con categoría de santo pagano) y de glorias del club como Martín Palermo y Carlos Tevez, las mesas con los clásicos colores xeneizes reciben clientes que buscan una experiencia genuina. No todos son del barrio. Y algunos ni siquiera del país.
Están llegando turistas de otros países, atraídos por la sencillez y la experiencia hipnótica de comer a metros de La Bombonera y de Caminito (está a dos cuadras). “Los europeos se sienten como en su casa”, afirma Silva. Franceses y españoles caminan por el barrio. “Disfrutan de estar tan tranquilos y de comer platos sencillos, les da tranquilidad”, sostiene. El testimonio sirve para entender la nueva manera de disfrutar del turismo pospandemia: lugares barriales, comida clásica y un ambiente relajado.
El menú es una bandera que defiende los principios de la pureza gastronómica argentina y los directos y siempre vigentes lazos que se sienten en La Boca con las recetas de los inmigrantes italianos. Pastas caseras, mostacholes y polenta con bolognesa son los platos insignias. “Hacemos un tuco que es para morirse”, afirma Silva.
La carta se completa con guiso de mondongo y de lentejas, carnes asadas, y un clásico que no admite competencia: la milanesa con fritas. “La verdad de la milanesa está en el ajo y el perejil; y en ser generosos”, afirma. Las papas fritas cortadas a cuchillo, hechas en el momento. La milanesa que sobresale del plato.
“A veces nos preguntan por qué servimos una porción tan abundante”, cuenta Silva. La respuesta es sencilla, como todo en La Esquina de mi Barrio: “Así es como cocino en mi casa”.
¿Por qué atraen tanto estos rincones históricos, donde el tiempo parece no haber pasado? En La Boca recientemente han reabierto varios, luego de permanecer cerrados por la cuarentena y sus restricciones. La Buena Medida, en Solís y Caboto, frente a Plaza Solís. El histórico Bar La Perla, de Caminito, donde cantó Gardel, El Portuario, cerca del puerto. Y, en unos días, reabre el decano de los bodegones: El Obrero, frente a la Usina del Arte.
“Los bodegones de La Boca guardan algo de lo exótico de un barrio muy exótico”, afirma Horacio Spaletti, periodista y director de Sur Capitalino, medio barrial. Conoce y transita las adoquinadas calles del arrabal boquense. “No veo aún una reactivación, sí existe un empujón cultural en el barrio que suma”.
La Boca tiene un sentido de pertenencia que ha transcendido sus fronteras. Es un ícono del turismo nacional e internacional. ¿Qué tiene de peculiar? “Es una burbuja, y su identidad está muy presente en sus bodegones, los han acompañado al bario desde hace más de un siglo”, reflexiona Spaletti. Otro de los secretos: la gastronomía y la tranquilidad.
“La experiencia gastronómica es siempre impecable. Es comida casera, es comer rico y abundante, es también sentirse cómodo en un ambiente distendido”, resume.
La Esquina de mi Barrio no siempre se llamó así. Abierto desde 1948, se conoció como La Verdurita, en referencia a una murga que paraba allí. La Boca tiene una gravitante actividad murguera. Según cuentan los viejos vecinos, asegura Silva, el boliche siempre se caracterizó por su vermut y una generosa tabla de ingredientes. Entonces el aperitivo era una ceremonia que además del trago, incluía hasta dos docenas de pequeños platos (tapas) con delicias que iban desde lupines (porotos aderezados), pickles, aceitunas, maní, albóndigas, queso, diferentes clases de embutidos y fiambres, y rabas. “Hoy si tenemos que hacer eso, tenemos que cobrar un vermut $3000″, confiesa Silva.
A pocas cuadras está la iglesia San Juan Evangelista, punto de encuentro de la fe de los vecinos. “Antes y después de la misa, los hombres venían a tomar su aperitivo”, afirma Alejandra. Aquellas ceremonias masculinas, se han perdido, pero tímidamente se van recuperando, ahora ya sin diferencia de géneros.
A partir de 1998, el bodegón se llamó Ribera Sur. Y durante 23 años cobró fama. Antes y después de los partidos de Boca Juniors, las diferentes peñas que llegaban del interior hacían base en el bodegón. También fue frecuentado por artistas del barrio. En 2019 debió cerrar por la suba de tarifas. La Boca perdía uno de sus sostenes anímicos más importantes.
“Agarramos a finales de 2019, pero en marzo llegó la cuarentena y recién hace dos meses pudimos abrir como queríamos”, afirma Silva. No solo el mundo cambió, sino que el principal enemigo ahora no es el Covid sino la inflación. “Todo aumenta todo el tiempo. Compramos todo en el barrio y un kilo de nalga está $1200; es imposible trabajar con esos precios”, cuestiona. A pesar de eso, ofrecen un menú con precios populares.
La reapertura de La Esquina de mi Barrio le ha devuelto al barrio uno de sus templos más queridos. “Está muy complicada la realidad, lo sabemos”, reconoce. Y aportan su grano de arena: las familias carenciadas pasan y retiran alimentos. “Es lo que podemos dar”, asiente.
“Los clientes saben que acá no van a encontrar nada gourmet, acá se viene comer”, reafirma Silva. Tiene esperanza en el verano y a pesar de que se enfocan en el cliente barrial, el turismo que llega a conocer La Bombonera y Caminito transita por esta esquina. “No lo hacemos tanto por la plata, sino para darle al barrio un lugar de encuentro”.