Cerró la última pizzería de mostrador de la avenida Cabildo después de 89 años de historia
Generaciones enteras se deleitaron con su porción de muzzarella al molde o su irresistible fugazzeta
- 5 minutos de lectura'
Días atrás bajó definitivamente sus persianas Burgio, la última pizzería de mostrador de la avenida Cabildo Cabildo y un emblema del barrio de Belgrano. Fundada en 1932, la frecuentaron bohemios, escritores, hinchas de fútbol, estudiantes y familias. Generaciones enteras se deleitaron con su gran porción de muzzarella al molde o su irresistible fugazzeta. Algunos las disfrutaban de parado y otros sentados cómodamente con una copita de moscato.
Su cuenta de Instagram se inundó de tristeza y melancolía con cientos de comentarios luego del posteo de despedida que hicieron sus dueños. “Amigos, lamentamos desde el corazón informarles el cierre de Burgio”, comenzaba la última publicación en la red social, acompañada de una foto de la fachada de la pizzería cuando todavía tenía el toldo de metal.
Un pedazo de historia del barrio se va con ella, tal como afirman quienes fueron habitué de este clásico. “Gracias por tantos momentos, por tantas historias… por tantos encuentros. Se va una parte de mi vida y de varios de mi familia”, escribe debajo del mensaje de despedida uno de los tantos fans. Muchos de ellos, ante la noticia del inminente cierre se apresuraron para degustar la última porción.
Los comienzos
Traspasar su entrada era adentrarse en un viaje al pasado: las venecitas en las paredes, el horno a leña original, el pizarrón con letras de plástico blancas, los ventiladores de pared y el gran mostrador de los años 60, que mantuvo a los comensales codo a codo durante décadas.
Fue fundada en 1932 por el italiano Giuseppe Burgio y, en 1960, fue comprada por un grupo de diez amigos asturianos. “Creo que los gallegos la transformaron en el emblema que fue hasta hoy. Eran jóvenes, muy trabajadores, ellos hablaban con los clientes, que podían ser poetas, bohemios, hinchas de fútbol, los conocían, había mucho mostrador, era otra época. Los jubilados venían a la mañana a tomar su copita de coñac y los estudiantes a comer una porción al mediodía”, cuenta Fernando, socio e hijo de Francisco Sergio, uno de los dueños asturianos.
Todos pertenecían al rubro gastronómico. Además de Francisco, estaban: Alberto, José María, Ramiro, José, José Manuel, Monolito, Manuel, Luis y José E. “Decidieron poner cada uno lo que podía para empezar a trabajarla. Nosotros somos descendencia de esa generación, hijos y nietos”, aclara Fernando, que estuvo al frente de la pizzería durante los últimos años.
Él y Ramiro, que hoy tiene 92 y es uno de los asturianos que la compró en los 60, son los únicos socios que quedaron. Ramiro trabajó hasta los 88 detrás del gran mostrador de Burgio y Fernando también tiene toda una vida en la pizzería. “Empecé a trabajar los sábados y domingos cuando tenía 10 años. Me acuerdo que lavaba copas: me ponían un cajón de Coca Cola para que llegara a la pileta y yo venía contento porque comía pizza. Cuando terminé el secundario empecé a venir todos los días a partir del mediodía hasta que un tío que trabajaba acá tuvo un accidente y me quedé”, recuerda.
Burgio unió generaciones: abuelos, padres, hijos y nietos, un público particular amante del bodegón viejo fue fiel a este ícono porteño. “Cuando estaban los cines en Belgrano, venía mucha gente que salía de ver una película, los padres traían a sus hijos después de ir a Playland que estaba al lado. También la frecuentaban los hinchas de Platense y los de River que tenían una tradición: después de los partidos venían y la llenaban. También cuando jugaba la selección o después de algún recital”, explica.
El adiós a un clásico
“El horno nunca se había apagado hasta la pandemia, fue la primera vez que se enfrió”, señala José, hijo de Fernando que como su padre también se sumó al negocio familiar. Y enfatiza: “Durante casi 90 años se vendió pizza a mansalva”.
Durante la cuarentena Burgio estuvo cerrada completamente durante dos meses y reabrió el 19 de mayo para el turno día y por la noche recién el 1° de diciembre. Si bien, fue una crisis dura como para todos los gastronómicos, Fernando asegura que pudieron salir de a poquito. “He sufrido un cansancio extremo de más de 50 años de trabajo y este freno que puso la pandemia me hizo tener tiempo para parar y pensar qué estaba haciendo con mi vida. Eso me llevó a tomar una decisión que hay gente que la entiende y otra que no. Con los 64 años que tengo decidí salir de la gastronomía, estoy agotadísimo física y mentalmente. Elegí cerrar y priorizar mi vida, mi descanso. Después se puede juntar un poco el tema económico pero la decisión principal tiene que ver con un cambio de vida. Desde chiquito le di la vida a esta actividad”, explica.
Los clientes lo paran en la puerta para preguntarle por qué cierra, y se suceden escenas repetidas: un apretón de manos, un abrazo, algún lagrimón, el deseo de buena suerte, muestras de agradecimiento. “Yo tengo la misma tristeza que siente la gente. Les agradezco el cariño, me hubiera gustado seguir, pero llegué a un límite. De la pizzería me llevo el amor de la gente, no tengo palabras para agradecerles a ellos y a los empleados de toda la vida, algunos fallecieron, otros se jubilaron y otros bajaron la persiana conmigo. Todos hicieron grande esta pizzería”, concluye.