Rubén Darío Insúa: “El entrenador es el eslabón más débil del fútbol en la Argentina”
Fanático de San Lorenzo, exfutbolista profesional y actual director técnico del club de sus amores repasa los aspectos más significativos de su vida y su carrera, los desafíos y el fútbol argentino
Rubén Darío Insúa lleva su pasión por el fútbol marcada a fuego en el corazón y en ningún momento intenta ocultarla. En 1978 debutó en la primera división como volante del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, pero ni sus mejores esfuerzos lograron frenar el descenso del equipo en el año 1981. Tras colgar los botines, se convirtió en entrenador, y en 2022 volvió a San Lorenzo, esta vez, para hacerse cargo del plantel en uno de sus peores momentos. Los valores aprendidos desde chiquito y el respeto por el deporte y sus jugadores hoy se notan en la cancha, en cada minuto del partido y en la respuesta de los aficionados.
–¿Qué tenés en el corazón, esas cosas que te hacen fuerte, lo que pensás antes de irte a dormir?
–La experiencia de vida y los afectos. Creo que lo más importante.
–Sos una persona muy familiera, muy cercana a tus hijos y con muchos valores. ¿Eso viene desde chico?
–Puede ser. Mis padres eran españoles, los dos, y siempre le dieron un gran valor a la familia, al ámbito familiar, al afecto cotidiano. Me imagino que lo habré aprendido de ellos, seguramente, y lo pongo en práctica.
–¿Qué rol juega el club, el deporte, el fútbol en la cercanía con un padre o un abuelo?
–Yo creo que bastante, por una multiplicidad de factores. Primero, porque el fútbol es muy apasionante, es una de las cosas que más le gusta al argentino. Después está el hecho de practicar deporte, de aprender a convivir con un grupo numeroso de gente. Te va mejorando. Al que le gusta el mundo del fútbol y el que siente placer por el juego, con el tiempo, produce una mejora integral en todos los aspectos. Vas aprendiendo, vas creciendo. Hay toda una vida relacionada, en este caso puntual con el fútbol, que te sirve para todos los factores.
–¿Ibas a la tribuna de niños, de chico? ¿Cómo era eso?
–Yo vivía a siete u ocho cuadras de la cancha y me llevaba mi papá. Llegábamos y él me dejaba en lo que se denominaba la tribuna de los niños, donde iban todos los chiquitos de menos de 10 años. Los padres los dejaban ahí y había una persona que los cuidaba. [Mi papá] se iba a la tribuna; cuando terminaba el partido me venía a buscar y después nos íbamos caminando a mi casa. Era otra sociedad, otro momento de la Argentina, otra calma. No había problemas de inseguridad, había mucho más respeto por el espacio ajeno. Era otro mundo y otra Argentina.
–¿Qué valores te enseñaron tus viejos?
–Todos. Era gente muy trabajadora, humildes.
–¿A qué se dedicaban?
–Mi mamá era ama de casa. Se dedicaba al cuidado de la casa y de nosotros, los hijos. Mi padre trabajó de varias cosas. Muchos años tuvo un garaje, era el dueño, pero aparte lo atendía, lavaba los autos, les cambiaba el aceite y el filtro y cargaba la nafta. Yo lo ayudaba en el verano. Al lado del garaje había un club y, en febrero, en las horas de la tarde cuando la gente no sacaba el auto –y a él le tocaba cuidar el lugar mientras su papá aprovechaba el descanso–, yo me iba a jugar al club de al lado a las cartas, al metegol… Y, a veces, me delataban los vecinos.
–Trabajaste de chico. ¿Qué más hiciste además de jugar al fútbol?
–Trabajé dos años en una fábrica de sillas; trabajé un par de meses vendiendo ropa en la calle. Hice el servicio militar, casi un año y medio. Mucho tiempo. Entré en marzo de 1980 y salí en julio de 1981.
–Cerquita de la guerra de Malvinas…
–Un año antes. De hecho, en pleno conflicto de Malvinas, hubo muchos soldados de la categoría ‘61 que fueron a la guerra. Yo estaba empezando a jugar. Por este tema del servicio militar, perdí gran parte del año como futbolista profesional. No entrenaba o entrenaba una vez a la semana. Había aumentado mucho de peso.
–¿Cómo vivías ese día a día?
–Me levanta muy temprano, cuatro de la mañana, e iba al servicio militar; muchas veces me tenía que quedar todo el día o varios días seguidos. A veces me liberaban después del mediodía, pero como el equipo entraba por la mañana, yo no podía acompañarlos. Pude empezar a entrenar con normalidad y establecerme en primera en el Nacional de 1981. Fue, en el plano personal y deportivo, bastante traumático; un año y pico haciendo el servicio militar que, en esa época, era obligatorio.
–Decís que fue traumático. ¿Qué recuerdo tenés de ese momento?
–Sufrirlo, entre comillas, porque era una vida no habitual, que vos no elegías. El trato cotidiano no era como al que estás acostumbrado cuando sos deportista. Es una suma de factores, como tener que ir a un lugar que no te da placer. Me preparé para jugar al fútbol, no para ser soldado. Después, por suerte, la democracia mejoró esos aspectos y [el servicio militar] dejó de ser obligatorio.
–¿El descenso de San Lorenzo te generó angustia?
–Jugué los últimos partidos como titular por haberme ganado ese lugar. Me habían dado la baja un mes antes, entonces empecé a entrenar con normalidad y pude jugar los últimos tres partidos. Siempre digo que me hubiese gustado tener la posibilidad de defender al equipo dentro de la cancha durante el desarrollo de todo el torneo, que dura más de 40 fechas, si no me equivoco.
–¿Sentís cuando vas a ganar?
–Cuando sos entrenador es un poquito más difícil, porque ser entrenador no depende de vos mismo como cuando sos jugador. Cuando sos jugador pensás y ejecutás a través de tus propias condiciones. Cuando sos entrenador, tus ideas las tiene que ejecutar un tercero, es mucho más complejo. Por eso es muy difícil ser entrenador en Argentina.
–¿Qué es más lindo, ser jugador o ser entrenador?
–Para mí, las dos cosas. Yo disfruté mucho cuando fui jugador y disfruto ahora que soy entrenador. Por supuesto que la profesión es mucho más compleja, por muchos factores que sería larguísimo de explicar. En Argentina, el rol del entrenador está muy debilitado, es el eslabón más débil del fútbol. Es el único que deja de trabajar durante el año. Todos los eslabones que forman parte del fútbol facturan desde el 1° de enero al 31 de diciembre, menos los entrenadores.
–¿Por qué creés que pasa eso?
–La respuesta es larguísima. En la Argentina, en las últimas décadas, se naturalizó el maltrato y no decir la verdad. En el fútbol, cuando le echás la culpa a uno solo y obviás todos los demás eslabones, es lo más fácil y lo más cómodo. Yo estudié psicología deportiva y eso se llama transferencia de responsabilidad: vos le trasladás el problema a uno solo y todos lo demás siguen en su lugar.
Es un contrasentido que no pasa en el resto de la sociedad, porque en las empresas o en cualquier lugar vos tenés un gerente general o ponés a alguien a cargo. Cuando ponés a alguien a cargo de algo, le estás dando la potestad de que te maneje tu principal patrimonio, tu empresa, tu negocio y, en el caso del fútbol, los jugadores, que son el principal capital. Cuando vos elegís a alguien y le das tu principal capital, es antinatural que después lo debilites porque está manejando tu propio patrimonio.
–En San Lorenzo lograste torcer lo que venía pasando. ¿Cómo hiciste para lograr ese cambio?
–Bueno, eso lleva tiempo, horas de trabajo, convencimiento. Y, esencialmente, el acierto en el diagnóstico. Hay una similitud entre el fútbol y la medicina. En la medicina, si vos vas al médico y acierta el diagnóstico, te manda a la farmacia y comprás un medicamento. Si el tipo le erra o comprás el remedio equivocado es un problemón. Y en el fútbol pasa algo bastante parecido. Tenés que estudiar la problemática, leer bien para después tomar decisiones correctas. No es fácil, eso lleva tiempo y mucho trabajo, química, conocimiento del lugar en el que vas a trabajar, cierta perspectiva.
Obviamente, yo sabía la realidad del club en su momento, lo que había pasado los años anteriores. Por eso, tenés que acertar en la metodología de trabajo, tener conocimiento del jugador, conocer la mente. Para conducir a un grupo numeroso de personas tenés que estudiar su comportamiento, la cabeza. Hoy, yo conozco a todos los jugadores. Sé cómo piensan, cómo actúan, qué cosas les gustan.
–¿Y cómo hacés, te tomás el tiempo para charlar personalmente con cada uno?
–Hablar, verlos entrenar, en la concentración, antes del partido, después del partido, en el entretiempo, cuando el equipo va ganando, cuando va perdiendo. En psicología deportiva se estudia la mirada, los silencios, que a veces dicen más que las palabras, el aspecto gestual.
–¿Tenés algún futbolista que te haya sorprendido?
–Me llevé muchas sorpresas de acá y, la verdad, casi todas agradables. Vi un plantel con muchos jugadores jóvenes muy buenos, con espíritu, que tenían ganas de jugar en la Primera; que no les pesaba la responsabilidad, que sentían placer por el lugar en el que estaban. También un grupo de jugadores con más experiencia, a los que les había tocado pasarla no demasiado bien, y se quedaron y revirtieron la situación, aunque el problema no eran ellos, sino el contexto que los rodeaba. Lo que hoy te exige el fútbol de alta competencia, en general, y el fútbol argentino, en particular, es que es muy riguroso en el aspecto físico, en el aspecto táctico y en el aspecto mental.
–¿Cómo hacés para mantener a todos contentos con tus decisiones?
–Creo que nosotros, desde el primer día, dimos tres o cuatro normas básicas de convivencia relacionadas con el sentido común. Es un plantel bastante inteligente en ese aspecto, para entender rápido que era lo que queríamos, además de pregonar con el ejemplo. Es de ida y vuelta, hay que generar un compromiso grupal. Yo creo en el rol de conductor, pagar cuando haya que pagar un precio para defender al conducido; que el jugador sepa que el entrenador lo va a defender cuando sea necesario, en un momento dentro de la cancha, afuera o enfrentando a los medios de comunicación. Para mí, todo el mundo tiene que estar contento. Ni hablar si jugás en la Primera de San Lorenzo, que estás en un lugar, entre comillas, de privilegio.
–¿Qué es para vos el fútbol?
–Es una pasión. Me encanta desde muy chiquito, amo el fútbol. Creo que el tipo que inventó la pelota de fútbol era un genio porque le gusta a todo el mundo y me da placer. Empecé a jugar desde muy chiquito en la calle, en el potrero, a los nueve años venía acá. Después jugué todo el tiempo que pude, y cuando me di cuenta de que estaba grande, que ya no podía jugar, me dediqué a estudiar para ser entrenador. Y el día que deje de ser entrenador, que todavía faltan como 15 años más o menos, voy a volver a hacer lo que hacía antes de debutar en Primera: ir a ver jugar a San Lorenzo en la tribuna general, detrás del arco. Es lo que tengo pensado.