Mama Antula, la historia del milagro argentino. Paso a paso, cómo fue la vida de la santa argentina que sorprendió a Occidente
Todo un ejemplo de espiritualidad, María Antonia de San José, se dedicó a divulgar y mantener viva la obra de los jesuitas
Desde que se entregó a la vida religiosa, a muy temprana edad, María Antonia de San José se comprometió a ayudar a los más necesitados y a mantener vivas las tradiciones jesuitas, incluso después de la expulsión de la orden en 1767. Incansable y decidida, devota de San Cayetano y referente espiritual de la alta sociedad y la dirigencia colonial argentina del siglo XVIII, María Antonia de Paz y Figueroa –más conocida como ‘Mama Antula’–, fue canonizada el pasado 11 de febrero, convirtiéndose así en la primera santa de nuestro país.
El 2 de julio de 2010, el Papa Benedicto XVI firmó el decreto por el que se reconocieron los martirios y virtudes heroicas de esta religiosa, primer paso para su beatificación, la que se concretó el 27 de agosto de 2016 en la ciudad de Santiago del Estero. En marzo de ese mismo año, el Papa Francisco aprobó el primero de los dos milagros que se le atribuyen: la curación, en 1905, de una colecistitis aguda a la hermana Vanina Rosa de la congregación de las Hijas del Divino Salvador.
El segundo milagro lo protagonizó Claudio Perusini, un profesor de filosofía jubilado quien, tras sufrir un accidente cerebrovascular, pasó 28 días en estado vegetativo, aparentemente, sin posibilidad de rehabilitación. Un amigo de la familia, el sacerdote Ernesto Giobando, rezó por él, le dejó una estampa de Mama Antula y le recomendó a su esposa –María Laura– que le implorara a la beata con la esperanza de un nuevo milagro. La recuperación de Claudio fue inexplicable e inesperada y se convirtió en el segundo milagro conseguido por intercesión de María Antonia.
¿Quién fue Mama Antula?
Se cree que María Antonia, o “Mama Antula” (según la traducción de su apodo en quechua santiagueño), nació el 11 de febrero de 1730 en Santiago del Estero, por aquel entonces, tenencia de gobierno de Santiago del Estero, una jurisdicción política territorial que formaba parte del Imperio español. María Antonia se crió en el seno de una familia acomodada. Muy influenciada por la educación religiosa que recibió en sus primeros años, se alejó de los mandatos patriarcales impuestos sobre las mujeres de su clase social y resolvió consagrarse, en vez de contraer matrimonio o convertirse en monja.
A los quince años hizo votos informales de pobreza y castidad y decidió vestir el hábito como beata, una laica consagrada católica que comenzó sus ejercicios espirituales en el convento de los padres de la Compañía de Jesús, acompañando a los jesuitas en su tarea de evangelizar a los pueblos originarios de la región.
Antonia, sus beatas y la misión jesuita
Antula pasó veinte años al servicio de los jesuitas, asistiéndolos especialmente en las tareas auxiliares de los Ejercicios Espirituales Ignacianos. Pudo conocer de cerca los métodos utilizados por los religiosos, y trabajó junto al padre Gaspar Juárez en la instrucción de menores y el cuidado de los enfermos. Sabía leer y escribir, y muchos aseguran que fue “la primera escritora rioplatense”; una divulgadora encomendada a la obra jesuita, más allá de no pertenecer formalmente a la orden por su condición femenina.
Bajo su ala se agruparon otras jóvenes que rezaban y ejercían la caridad; otras beatas que colaboraban con los padres y permanecieron fieles a la futura santa cuando en abril de 1767, Carlos III –el rey católico de España– ordenó la expulsión de los jesuitas de todas las colonias españolas. María Antonia tenía aproximadamente 37 años cuando sus compañeros cayeron en la calumnia y el desprestigio y, a pesar de la prohibición, el dolor del destierro la impulsó a llenar ese vació. Tras una ‘epifanía’ se dedicó a continuar con la práctica de los ejercicios espirituales en su ciudad natal y en las parroquias de Salavina y Soconcho donde ya era una figura reconocida como “Mama Antula”. En ese momento eligió su nombre de iglesia: María Antonia de San José y dedicó el resto de su vida a mantener viva la obra de los jesuitas en Argentina.
La travesía evangelizadora
Con el permiso del nuevo prelado, María Antonia se abocó a otras tareas y se convirtió en peregrina. Según la creencia popular, descalza y con la ayuda de limosnas, recorrió las actuales provincias de Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja acompañada de la cruz de madera que utilizaban los jesuitas para visitar a los enfermos, una imagen de Nuestra Señora de los Dolores y un manto jesuita, regalo de uno de los sacerdotes al momento del destierro. Antula quería ver a los jesuitas “restaurados en honor y júbilo”, para ello organizó ejercicios espirituales, fundó casas de recogimiento y nunca frenó la marcha hasta llegar a Córdoba en 1777, donde pudo formar parte de una red por correspondencia transatlántica que, durante más de dos décadas, la mantuvo conectada con los miembros de la orden asentados en Europa.
Mama Antula atravesó montañas y desiertos a pie estimulada por sus creencias y su misión evangelizadora. Junto a sus compañeras, y tras recorrer unos 700 kilómetros, en septiembre de 1779 llegaron a una floreciente Buenos Aires, convertida en capital del nuevo Virreinato de la Plata. Pero las beatas no fueron bien recibidas y el Virrey Juan José de Vértiz no dudó al momento de rechazar su solicitud para impartir los ejercicios espirituales. Pero ella nunca desistió en su propósito: construir una casa de ejercicios espirituales, hoy conocida como la Santa Casa de Ejercicios Espirituales San Ignacio de Loyola, ubicada en la avenida Independencia al 1100, en el barrio de Constitución.
A pesar de la negativa y la prohibición del Virrey, María Antonia consiguió aliados poderosos y empezó a organizar los ejercicios de forma clandestina. Pronto, las prácticas salieron a la luz, las donaciones no pararon de acumularse y la Casa de Ejercicios Espirituales se transformó en una realidad. El creciente prestigio de Antula la convirtió en una figura influyente entre la nobleza y las figuras políticas que buscaron su consejo, y su apostolado adquirió trascendencia internacional.
La correspondencia que mantuvo con sus compañeros jesuitas y muchos de sus escritos llegaron a Roma, donde fueron traducidos al latín, francés, inglés y alemán y enviados a diferentes países. La obra ejemplar de Mama Antula recorrió el mundo, donde se la reconoció como una figura significativa de la Iglesia de Buenos Aires.
María Antonia de San José falleció el 7 de marzo de 1799 a la edad de 69 años, en la casa que fundó, aunque todavía no se encontraba habilitada. En 1836, los jesuitas pudieron regresar al Río de la Plata: sus misiones habían desaparecido, pero su espiritualidad seguía intacta, en gran parte gracias a la obra de una joven beata santiagueña.