Luciana Aymar: “Pensé que no iba a ser mamá”
La ‘leyenda del hockey’ inaugura la segunda temporada de Alma en el Juego, la serie de entrevistas a figuras del deporte, que estrena un nuevo formato para transitar las emociones más fuertes de esta leona
Luciana ‘Lucha’ Aymar apenas necesita presentación. La rosarina, integrante de la selección nacional de hockey entre 1998 y 2014 –capitana desde 2009– y campeona olímpica consecutiva en cuatro oportunidades, también fue declarada ‘Leyenda del Hockey’ por la Federación Internacional y Mejor Jugadora del Mundo en ¡ocho! ocasiones. Junto a La Leonas, Aymar disputó 376 partidos, marcó 162 goles y consiguió 22 medallas. Se retiró del deporte profesional en el año 2014 y, desde entonces, afrontó un nuevo desafío: alejarse de las canchas, vivir una vida ‘normal’ y formar una familia que, hoy, representa toda su felicidad.
Las emociones son el mapa de ruta de esta nueva temporada de Alma en el Juego, donde se develan las alegrías, las tristezas, los miedos y, por qué no, los momentos de ira de una de las mejores deportistas de nuestro país.
–¿Recordás algún momento de tu vida donde tu emoción principal haya sido el miedo?
–No quiero decir que vivo todo el tiempo con miedo, pero… (risas). Recuerdo, quizás, durante mi carrera deportiva, el miedo siempre estuvo presente en los comienzos. Después entrás a la cancha y ya está, tenés que hacerlo. Es avanzar, por más que haya miedos, y enfrentarlos; y si no sale bien, va a haber miles de otras oportunidades.
También están los miedos de la vida diaria, el hecho de haber sido mamá de más grande. Miedo a que no se me dé. Hubo muchos años que no se daba y la pasé mal, muy mal. Es la primera vez que hablo de esto, quizás, porque solté un poco; pasaron muchos años, tengo dos hijos que están hermosos y son mi bendición. Postergué mucho la maternidad por el deporte, que fue prioridad en mi vida. Cuando dejé de jugar no tenía una pareja, tampoco tenía intención de ser madre soltera. Conocí a Fer (Fernando González) y ahí me dieron muchas ganas de formar una familia, a él también… y bueh, ya estábamos grandes (risas).
–¿Qué ha pasado con la vergüenza a lo largo de tu vida?
–Siempre fui muy vergonzosa. Lo sigo siendo, de hecho. Me cuesta cuando hay mucha gente, hacerme grupos nuevos. Lo social me cuesta un montón. Pero siempre fui muy introvertida, y digo que el deporte, a mí, me ayudó a exteriorizar mis emociones porque, como no hablaba, todo lo hacía por medio de acciones. En el colegio, en vez de comunicar lo que me estaba pasando, me peleaba con alguien. Y con el deporte lo mismo, me peleaba con mis compañeras o no reaccionaba bien con los árbitros; y era todo porque no podía comunicarme. Pero cuando estaba dentro de la cancha de juego me comunicaba a través de mis acciones deportivas. La verdad, a mí me ayudó un montón.
–¿Ese momento en el que se te soltó la cadena?
–Mis iras más fuertes fueron dentro de la cancha. Me enojaba mucho porque, a veces, como te contaba, mis emociones pasaban a través del juego, y si no recibía la pelota, porque estaba muy marcada y mis compañeras no me la querían pasar, me enojaba muchísimo y me terminaba insultando con todas. Con Magui (Magdalena Aicega) me enojaba mucho, pero igual nos llevábamos perfecto, pero en la cancha, o nos matábamos de risa o nos insultábamos mal. También me enojaba mucho con los árbitros.
–¿Qué queda de la mejor jugadora del mundo?
–Creo que queda la superación. Trato de sacar todo lo que me dio el deporte porque a mí me forjó una personalidad de resiliencia, de perseverancia, y eso te queda; pero nostalgia siempre va a haber. La nostalgia de vestir la camiseta argentina y tener esos sentimientos, esa adrenalina. Hoy veo jugar a las chicas y lo disfruto un montón, pero los primeros años lo extrañaba, de hecho, lo padecía, lo sufría, me costaba verlas. Me encantaría estar en ese lugar porque fueron 20 años los que vestí la camiseta y lo extraño, estar ahí, peleando un lugar en un juego olímpico o en un Mundial. Yo entraba al campo de juego y era la persona más feliz del mundo. Pero sigue habiendo nostalgia y uno lo va a extrañar siempre. Yo lo voy a extrañar siempre. Fue la mitad de mi vida, prácticamente.
–¿Cómo describirías la alegría de ser mamá?
–Los abrazos, las caricias, las miradas, cuando te dicen “Te amo, mamá”, y ahí te derretís. Estar con ellos. Nosotros, al ser ‘deportistas jubilados’, contamos con más disponibilidad, más tiempo para compartir con ellos, y eso nos encanta. Porque podemos viajar, podemos estar con ellos, hacer actividades con ellos.
–¿Te quedó alguna puteada pendiente?
–Obvio. A mí me pasa que, cuando estoy enejada, me dicen algo y no soy de responder en el momento porque prefiero pensar y contestar cuando tenga mi tiempo y haya procesado el mensaje. Es mi forma de ser, pero a veces no se da ese momento, y te quedás con muchas cosas pendientes.
–¿Cuál fue el momento más triste de tu vida?
–Cuando era adolescente falleció mi abuelo, estaba grande, pero yo tenía una conexión con él muy fuerte y era como su protegida. Eso fue duro, me chocó, pero es parte de la vida, es una situación normal de la vida. Y después, obviamente, la parte de neonatología de Félix fue durísima. Estuvo dos meses en neo y era ir a verlo todos los días y no saber con qué te ibas a encontrar, esperando el parte médico, a ver qué te decían, festejando si había engordado 10 gramos. Y a la noche te ibas a dormir y decías, por favor, que no me suene el teléfono. Ver lo que viven los padres estando en neo también es muy duro.
–Si tuvieras que agradecerle a esa persona que fue un pilar fundamental en tu vida, ¿quién sería?
–Mis padres, no lo voy a dudar. Porque ellos fueron los que siempre me empujaron a hacer lo que más amaba, incluso en los momentos en que yo ya decía “basta, hasta acá llegué, no quiero saber nada más, estoy sufriendo, estoy pasándolo mal”. Eran los que siempre estaban, me ayudaron económicamente y emocionalmente. Mis hermanos me acompañaron toda mi carrera. Mi familia fue clave.
–La felicidad que encontraste durante 20 dentro de la cancha, ¿hoy dónde está?
–En mi familia. Totalmente ahí. Costó tenerla, pero como todo lo que cuesta, se disfruta un montón y, quizás, es una comparación con la carrera deportiva. También me costó un montón llegar a donde llegué, pero lo pude lograr y me genera muchísima felicidad. Hoy, mi vida es mi familia, y agradezco tener el tiempo para poder compartir muchas cosas con ellos.