Los chicos de la AMIA: la historia de los casi 800 voluntarios que tuvieron la valiente misión de rescatar miles de libros de los escombros
Con motivo del 30 aniversario del atentado de la AMIA, LA NACION presenta un documental sobre la historia de un grupo de adolescentes – de entre 15 y 20 años - que formó parte de un heroico equipo de rescate.
El 18 de julio de 1994 los estudiantes porteños estaban de vacaciones de invierno: algunos en Buenos Aires, otros de viaje o en alguna quinta o campamento. Los que estaban en la ciudad escucharon el ruido de la explosión, los otros se enteraron después - tal vez días más tarde porque en esa época no había celulares y mucho menos WhatsApp. Para todos ellos, las vacaciones del 94 quedarían grabadas en su memoria como el momento cuando ocurrió el mayor atentado terrorista de nuestro país: la explosión del edificio de la AMIA.
El documental que acompaña a esta nota cuenta la historia de un grupo de esos chicos que se animó a más y decidió actuar, que se adentró - desde el primer día - en los escombros y pasó sus vacaciones de invierno entre restos humanos, olor a muerte y peligro de derrumbe. El video relata, también, la historia de Ester y Abraham del Instituto IWO, el Instituto Judío de Investigación que funcionaba en el tercer y cuarto piso del edificio de la AMIA. Fueron ellos dos los que tuvieron la idea de convocar a ese grupo de jóvenes para encomendarles una tarea titánica: rescatar de entre las ruinas, libros y documentos históricos del pueblo judío, cuadros, objetos rituales y hasta un piano que estaban guardados en el IWO. Todos estos materiales tenían un valor inmenso para la comunidad judía argentina e internacional.
Los chicos enseguida aceptaron el desafío, incluso siguieron trabajando en el rescate después que terminaron las vacaciones de invierno. Con mucho esfuerzo e ingenio, los jóvenes armaron pasamanos, puentes que atravesaban el vacío que había dejado la explosión, rampas y escaleras improvisadas para poder treparse por las paredes que quedaban en pie y, así, salvar desde bolsas llenas de libros hasta muebles pesados. Con el correr de los meses, se fueron sumando más estudiantes que iban en micros, a la salida de sus escuelas, para colaborar. Llegaron a ser, en total, 800 adolescentes de escuelas judías y no judías.
El proceso del rescate fue largo, se extendió por varios meses, pero los chicos nunca perdieron el entusiasmo. A todos ellos, Ester y Abraham les contaron que había algunos libros y objetos que tenían una historia muy especial. Al término de la Segunda Guerra Mundial se estableció la organización “Reconstrucción Cultural Judía” con el objetivo de recuperar pertenencias del pueblo judío que habían sobrevivido a los saqueos y destrucción de los nazis en varios países de Europa: desde objetos personales – como partidas de nacimiento, fotos y discos- hasta ropa de los campos de concentración, libros y obras de arte. La mayoría de los materiales recuperados fueron llevados a Estados Unidos e Israel, pero algunos llegaron a Buenos Aires y se guardaron en el archivo del IWO. Tras el atentado de la AMIA, todos ellos quedaron nuevamente sepultados entre escombros y cenizas. Así, estos adolescentes volvieron a rescatar esos mismos libros, documentos, obras de arte y objetos, a los que llamaron: “los salvados dos veces”.
Nadie sabe bien quién fue, pero en un momento alguien comenzó a llamar a este grupo de adolescentes “La Segunda Brigada de Papel”. No todos sabían por qué los llamaban así y Ester tuvo que explicárselos. Cuando Alemania invadió Lituania, el ejército nazi intentó saquear la sede del IWO que funcionaba en la capital de ese país. Pero un equipo de trabajadores logró ocultar una cantidad significativa de libros. A ese grupo de lituanos se los conoció como “La Brigada de Papel” y esa fue la inspiración para llamar de igual manera a los jóvenes rescatistas de 1994.
Con testimonios de los protagonistas del rescate y material de archivo inédito, “Los chicos de AMIA: la segunda brigada de papel” retrata la historia de este grupo de adolescentes que, abruptamente, tuvo que transitar su paso a la adultez entre el horror del terrorismo y la esperanza de preservar la memoria.