Adolfo Cambiaso: “Cuartetera fue la mejor yegua que ha existido en el polo mundial”
Adolfito disfruta cada momento en La Dolfina, ‘su casa’ ubicada en la ciudad de Cañuelas. A los 48 años todavía no piensa en el retiro, pero ve con orgullo como ‘Poroto’, su hijo, toma el testigo para seguirle los pasos a uno de los máximos referentes del deporte argentino
Adolfo Cambiaso lamenta no haber podido terminar el secundario. A los 14 años ya jugaba profesionalmente al polo fuera del país, tenía un trabajo fijo de ocho meses al año y vivía de sus sueños. Hoy está considerado como el mejor jugador del mundo de la actualidad y uno de los máximos referentes en la historia de este deporte. Su garra lo llevó a fundar La Dolfina en 1997, el club donde trabaja, pero también disfruta. Esta es su casa, ubicada en su Cañuelas natal, aunque su corazón se divide entre Buenos Aires y Córdoba, donde su verdadera pasión se hace realidad: la cría (y clonación) de caballos. ¿Qué le depara el futuro a este as del polo argentino? Por lo pronto, saborear su mejor triunfo: el orgullo de haber ganado el Abierto Argentino de Palermo de 2022 junto a su hijo, Adolfo ‘Poroto’ Cambiaso.
–¿Preferís Cañuelas o el campo de Córdoba?
–Es difícil. Esta es mi casa. En cambio, Córdoba es mi pasión: los caballos. Criar caballos es lo que más me gusta. Te diría que por los caballos me dediqué al polo.
–¿Qué cosas llevás en el corazón?
–Siempre tuve claro qué quería hacer, que quería ser y a dónde quería llegar. Sabía que necesitaba un montón de esfuerzo de mi parte, separar un montón de cosas en mi vida, como amigos, el sacrificio del día a día… Pero siempre miraba para adelante y siempre tenía en claro lo que quería.
–¿Sentís que perdiste algo en el camino?
–Esto va de la mano con el disfrute. Yo disfruto del día a día. Para mí, la presión es adrenalina. Cuando tengo presión y adrenalina lo paso bien. Busco constantemente la adrenalina, y sale lo mejor de mí cuando estoy bajo presión, cuando me dicen que no. Cuando me la hacen difícil es cuando más me gusta, cuando más me divierte; la cabeza me trabaja de forma más clara. Y por ahí, cuando me relajo, es donde no me va tan bien.
–¿Creés que para ser el número uno hay que dejar cosas de lado? Tal vez, estás muy centrado en algo y hay otras cosas que quedan relegadas.
–En mi caso, no. Hay un montón de cosas que no hice y tampoco las hago hoy que podría hacerlo. Entonces, ¿perdí algo? No. Disfruté de lo que hice y creo que he logré lo que logré porque lo pasé bien en todo el proceso. Obviamente, hay sacrificios. Hay lugares donde uno no quiere estar, hay viajes que ya no quiero hacer y los tengo que hacer, hay partidos que no quiero jugar y los tengo que jugar. Cuando era más chico todo lo veía espectacular. Hoy en día me cuesta un poco más. Pero es obvio, ya tengo 35 años de carrera y estoy aflojando un poco.
–¿Y esos momentos donde querés estar con tu familia?
–Eso pasa un montón, obviamente, porque estás siete u ocho meses al año afuera. Pero, en mi caso, María [Vázquez] me la hizo muy fácil: yo siempre me ocupé de lo deportivo y ella de la familia, lo cual nos mantuvo siempre muy unidos. Ella me acompañó toda la vida y yo soy un agradecido; no solo a María, sino al sistema en el cual se formó nuestra familia, que fue acompañándome para todos lados. Creo que eso es lo que extendió mi carrera a lo largo del tiempo. Si hubiese sido de otra manera, quizás, hubiese terminado antes.
–Ya que la mencionaste, ¿cómo definirías a María?
–María es una madraza, una compañera de lujo. Es la razón por la que no voy casi al psicólogo porque conversamos mucho, sobre todo en esta etapa de mi vida, donde uno va terminando y cada vez tiene más dudas. Cuando te vas poniendo grande, sentís que todos son muchísimo mejor que vos, que todos hacen las cosas mucho mejor que vos, y creo que el sostén de ella siempre fue increíble, sobre todo en el exterior. La bancada familiar es importante. Ella siempre fue el motor de la familia. Cada uno tiene su rol, y yo siempre fui un agradecido.
–¿Te acordás alguna frase, algún consejo de ella?
–Ella tiene distintas formas de entrarme porque me conoce. No hay algo específico, es de acuerdo a cómo me ve. Sabe en qué momento hablarme. A esta altura, llevamos treinta y pico de años juntos y ya me conoce de memoria. Casi toda mi carrera la compartimos juntos.
–Dicen que un deportista pierde más de lo que gana. En tu caso, ¿se da a la inversa?
–La verdad que tuve la suerte de haber ganado más de lo que perdí en toda mi carrera. En general, uno no mira para atrás. Seguramente, cuando decida retirarme del todo, voy a mirar para atrás y va a ser lindo ver todos los logros.
–¿Qué significa ganar?
–A mí no me gusta perder. Yo lo veo más por ese lado: a mí me molesta perder. No sé si me gusta tanto ganar porque gano y al otro día, para mí, es lo mismo.
–Entonces, ¿qué es perder para vos?
–Es molesto. La verdad, es molesto perder porque uno trabaja mucho para ganar y trabaja mucho para no perder. Hay veces que, en tu entorno, ganar es normal y, de este lado, ganar cada vez es más difícil. El triunfo del año pasado –ganar con mi hijo– fue un sueño hecho realidad, un sueño como fue para Messi ganar el Mundial.
–¿El más grande de tu carrera?
–Sí, por lejos. Porque nunca pensé que a los 47 años iba a lograr el campeonato más importante del mundo (el Abierto de Palermo) jugando con mi hijo de 16. O sea, yo haber aguantado hasta los 47 y él siendo tan chico, y haber ganado el torneo más importante del mundo, juntos. Fue lo más importante. La verdad, no hay nada en mi carrera que se compare con eso.
–Sin embargo, ¿cuál fue el sentimiento inmediato después de esa final?
–Estaba enojadísimo porque me fue mal. Me fui a mi casa bastante enojado porque jugué mal. No me gustó como jugué, no lo disfruté. Pero creo que todo lo difícil no tiene disfrute porque le ponés demasiada cabeza y trabajo.
–¿Por qué lo hacés?
–Eso te preguntás cuando te levantás todas las mañanas y decís: “¿Por qué?”. Pero es el ser competitivo, el tratar de que el resto no te gane o tratar de ser mejor que el resto. Te levantás cada mañana y tratás de ser un poco mejor. Es una pregunta muy buena de la que no sé la respuesta, pero la realidad es que sí, que haber ganado con mi hijo fue lo más grande que hay. Pero como te dije, no lo disfruté por la presión que yo sentía; yo sabía que tenía mucha edad, que no iba a tener otra oportunidad como esa en mi vida y no la podía dejar pasar. Entonces, fue un partido que no lo disfruté porque perder hubiese sido lo peor del mundo, aunque ganar fue espectacular.
–¿Hay una relación entre el éxito y el egoísmo?
–100%. Lamentablemente, hay momentos en que hay que pensar en uno para lograr los objetivos.
–¿Tuviste esa charla con tu hijo?
–Él sabe que la presión la va a tener por ser mi hijo y por dedicarse al polo, porque la gente se lo hace saber. Por eso tiene un mérito muy grande, que tan chico haya llegado tan alto. Obviamente, tiene que tener los pies sobre la tierra, y ahí está la madre que siempre lo ayuda un montón a la hora de hablar. Yo no soy muy bueno para hablar ni para hablar. Trato de enseñar con mis ejemplos.
–¿Qué valor le encontrás al polo? Te escuché decir que conviven en un mismo lugar personas de todas las clases sociales.
–Creo que es así. Yo convivo diariamente con gente de todas clases sociales, gente muy humilde que labura día a día para que a uno le vaya bien. Esa es la convivencia diaria del polista con el petisero y con la gente que trabaja. El polo tiene esa variedad que es increíble, llegás a todo el mundo.
–Cuando un deportista se dedica tanto a lo suyo, a veces le saca tiempo con la familia. ¿No es tu caso?
–No, mi cable a tierra son mis hijos. María me da un espacio importante y yo comparto con cada uno mis tiempos, mis charlas, mis idas al campo. Mi idea de viaje es ir al campo, recorrer a caballo. Mi desenchufe es un poco más con la naturaleza, y a los chicos le gusta exactamente lo mismo. María tiene su desenchufe en Buenos Aires, es un buen equilibrio.
–¿Cuál creés que es tu legado en el polo y en el mundo del deporte?
–El legado es el que trato de dejar día a día, lo que uno puede ir dejando como deportista o como persona. El legado se lo dejás a tus hijos. Creo que es importante dejar el legado de ser una buena persona, una persona honesta, laburadora. Creo que en ese sentido, por ahora, voy cumpliendo con lo que quiero ser.
–¿Qué le criticarías a Cambiaso ni nos fueses Cambiaso?
–Muchos me dicen el egoísmo, pero siempre digo que, en mi caso, no es una crítica, es una decisión. Creo que en el aspecto deportivo, el egoísmo es importante. Son decisiones que uno tiene que tomar.
–¿Cuál es tu apuesta para el futuro?
–Intentar disfrutar. Me gustan mucho los caballos, criar caballos, seguir clonando y seguir haciendo lo que me gusta, que es vivir en el campo, y acompañar a mis hijos en lo que decidan ser. Creo que la vida pasa también por ahí. Hoy, tratar de disfrutar, porque no va a ser fácil dejar una carrera de tantos años.
–¿Qué fue Cuartetera para vos?
–La mejor yegua que ha existido en el polo mundial. Tuve la suerte de criarla, de clonarla y que los clones sean exitosos. Se abrió un debate espectacular, que es muy divertido. Yo creo que el clonaje es ciencia, es un avance. Creo mucho en la ciencia, en esta tecnología, en lo nuevo.
–¿Y sentimentalmente?
–La parte sentimental va de acuerdo a los triunfos que uno va compartiendo. La Cuartetera tiene un sentimiento especial, sobre todo la original. Cuando murió, hace poquito, la traje de Córdoba para enterrarla acá, y para mí es una deportista de élite. Fue un animal de otro planeta que me acompañó en tantos triunfos.
–¿Qué es el amor para Adolfito Cambiaso?
–Para mí el amor es todo. Es muy importante.
–¿Qué es el miedo?
–El miedo inhibe, no te ayuda a pensar. Creo que hay que tratar de superar los miedos para seguir avanzando. Creo que el miedo te quita mucho tiempo en la cabeza.
–¿Qué es el polo?
–No es solo mi trabajo, sino mi pasión. Fue una carrera, lo que compartí toda mi vida con mi familia.
–¿Y la cría de caballos?
–Es mi pasión.