Un homenaje a una figura singular, que se vio obligada a viajar por las circunstancias fortuitas de su vida, y se constituyó en una de las primeras feministas.
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El 7 de abril de 1833, Flora Célestine Thérèse Henriette Tristán y Moscoso Lesnais se embarcaba con destino final a Perú, en el viaje que cambiaría su vida. Partía desde el puerto de Burdeos (Francia) en busca de su identidad, de su linaje y de la herencia que le había negado la familia de su padre, una de las más poderosas de ese país. Ese día Flora cumplía 30 años.
Muchos la identifican como la abuela del artista Paul Gauguin, a quien le gustaba presumir que era heredero de esta mujer de origen peruano, aristócrata y revolucionaria, pero Flora fue mucho más allá de esa frívola descripción. Tuvo una vida de película en la que luchó para vencer todas las limitaciones que la sociedad francesa de la época imponía a las mujeres. Escritora, luchadora, precursora del feminismo, activista por los derechos de los oprimidos y, tal vez a su pesar, viajera incansable, alguna vez se definió a sí misma como una “paria”.
Su doble condición de hija ilegítima y de mujer separada la marginó de un medio social que por entonces no aceptaba el divorcio. El matrimonio con un hombre violento la empujó a la separación y luego a una vida de constantes desplazamientos. Esos viajes forzados despertaron una mirada aguda que desplegó en varios libros: Peregrinaciones de una paria, Paseos por Londres y El tour de Francia. Escribía con gran pasión y habilidad, pese a que las circunstancias de su vida le habían impedido recibir una educación formal.
Flora había nacido entre dos mundos, el 7 de abril de 1803. Su padre, Mariano Tristán y Moscoso, fue coronel del ejército español y pertenecía a una de las familias más poderosas de Perú. Mariano conoció en Bilbao a Thérèse Lesnais (también conocida como Anne-Pierre Laisnay), que provenía de una familia burguesa de refugiados de la Revolución Francesa. La pareja se enamoró y viajó a París, donde se casaron y tuvieron una hija, pero la unión nunca fue legalizada, razón por la cual Thérèse nunca tuvo los derechos de una esposa y Flora fue considerada una hija bastarda, sin derecho a heredar la fortuna de su padre.
Mariano Tristán murió joven, cuando Flora tenía apenas cinco años. En vida de su padre estuvo rodeada de lujos en una casa por la que circulaban virreyes, celebridades y, según cuentan algunos, hasta el mismísimo Simón Bolívar. Pero la dicha duró poco, y, cuando quedó huérfana de padre, ella y su madre debieron mudarse a un barrio sórdido de París, donde sobrevivieron como podían.
En su novela El paraíso en la otra esquina, el escritor Mario Vargas Llosa indaga en la vida de Flora Tristán y se pregunta:
¿Qué habría pasado si el coronel don Mariano Tristán hubiera vivido muchos años más? No hubieras conocido la pobreza, Florita. Gracias a una buena dote, estarías casada con un burgués […]. Ignorarías lo que es irse a la cama con las tripas torcidas de hambre […]. Serías un bello parásito enquistado en tu buen matrimonio. Nunca hubieras sentido curiosidad por saber cómo era el mundo más allá de ese reducto en el que vivirías confinada, a la sombra da tu padre, de tu madre, de tu esposo, de tus hijos.
Cuando tenía 16 años, consiguió empleo como obrera en un taller de litografía, y un año después se casó con el dueño, André Chazal. El matrimonio tuvo tres hijos: el primero murió poco después de nacer, el segundo se llamó Ernest, y la tercera, Aline, luego sería la madre de Paul Gauguin. Pero Chazal era un hombre violento y alcohólico que la empujó a huir de su casa con sus dos hijos y a llevar una vida miserable e itinerante. Separada y sin recursos económicos, perdió la custodia de su hijo varón, mientras intentaba sostener a su hija Aline y escapar de su exmarido, que jamás dejó de perseguirla y acosarla. Decidió entonces viajar a Perú para reclamar la herencia de su padre.
El día que cumplió 30 años, Flora emprendió el viaje de su vida. Cinco meses duró la travesía a bordo de Le Mexican, en el que tuvieron que atravesar “olas como montañas”. Recorrió Perú durante más de un año y abrió sus ojos a las injusticias sociales, a la esclavitud y a la opresiva situación de las mujeres. En Arequipa, su tío Pío Tristán le reconoció apenas una pensión sin ningún derecho hereditario por su condición de hija ilegítima.
Desde el punto de vista económico el viaje fue un fracaso, pero despertó su vocación de escritora y su militancia por los derechos de los más vulnerables. Al regreso publicó Peregrinaciones de una paria, libro que fue quemado en Arequipa por sus ácidas observaciones sobre la sociedad peruana. Así se explaya sobre la situación de las mujeres casadas:
“Las mujeres son aquí, por el matrimonio, tan desgraciadas como en Francia: ellas encuentran también la opresión de ese lazo y la inteligencia que Dios les ha dado queda inerte y estéril”.
En 1834 emprendió el regreso a Europa, decepcionada por no haber logrado que se reconociera su identidad ni su herencia:
“Dejada de lado por todos, sin familia, sin fortuna ni profesión, sin siquiera un nombre propio, partía al azar como un globo en el espacio que va a caer allí donde el viento lo lleva.”
El globo cae en Londres, donde despierta su conciencia socialista mientras recorre fábricas, barrios insalubres, hospitales, psiquiátricos, cárceles y asilos donde vivía la población marginada. En 1840 publica Paseos en Londres, en el que observa: “la aristocracia altanera y despectiva viene cada día para escapar a su tedio y hacer muestra de un lujo desenfrenado, o para gozar del sentimiento de su grandeza a través del espectáculo de la miseria del pueblo”.
En 1838, de regreso en París, consiguió la separación legal de su marido y la custodia de sus hijos. La noticia enfureció a Chazal, que le disparó en plena calle y la dejó herida con una bala que quedó alojada en su pecho para siempre. El intento de asesinato terminó en una condena a 20 años de trabajos forzados. Flora se sintió libre después de tantos años de violencia y persecución.
En adelante dedicó su vida a recorrer cada rincón de Francia para defender los derechos de las mujeres y de los trabajadores. Publicó un folleto titulado “La Unión Obrera” en el que detalló sus ideas socialistas. Los textos que escribió en aquellos días, mezcla de diario personal, ideario político y experiencias de viaje, salieron a la luz recién en 1973, cuando fueron publicados en el libro El tour de Francia (1843-1844).
“Demasiada vida mata a la vida”, escribió alguna vez. Mal nutrida, agotada, al límite de su capacidad, la vida de Flora se fue apagando hasta que el 14 de noviembre de 1844 murió en Burdeos, cuando su cuerpo cedió al tifus. Tenía apenas 41 años.
Flora viajó hasta el último día de su vida, aunque no fue ella quien eligió ese destino itinerante. A diferencia de los viajeros de la época, sus travesías no fueron impulsadas por la curiosidad o por el afán de aventura, sino por su situación de “paria” en una sociedad que condenaba a las mujeres sin padre y sin marido. Esa misma condición afiló su mirada, que se posó con agudeza sobre los márgenes y las injusticias. En su funeral una multitud de trabajadores cargó su ataúd por las calles de Burdeos y, cuatro años más tarde, se abrió una colecta para colocar un monumento sobre su tumba. Había dejado de ser una paria.