De Chaitén a Villa O’Higgins, más de mil kilómetros que atraviesan áreas protegidas, lagos turquesas, fiordos, ríos y bosques de coihues y arrayanes, con vista a los andes patagónicos y desvíos hacia el Pacífico.
La Carretera Austral (Ruta CH-7) une Puerto Montt, en la Región de Los Lagos y Villa O’Higgins, en la región de Aysén. Es la única vía de transporte y también una ruta paisajística que atraviesa una decena de parques nacionales y áreas protegidas. Unos años atrás, Douglas Tompkins propuso cambiarle el nombre por Ruta de los Parques. El New York Times la acaba de incluir en 6° lugar en la lista de los destinos de 2018 que hay que conocer.
Tiene 1.242 kilómetros y sólo alrededor del 30 % está pavimentado. El resto, unos 850 kilómetros, son de ripio. A veces, incluso, ripio, curvas y calzada angosta (hay tramos de siete metros de ancho). Se avanza lento, por eso la distancia se cuenta en horas y no en kilómetros.
Es un proyecto nacional, pasan los gobiernos y la convicción de asfaltarla continúa. La construcción principal finalizó en 1999; sin embargo, está previsto hacer un tramo más entre Hornopirén y Caleta Gonzalo, que actualmente se cruza en ferry. Por eso se habla de ruta bimodal (terrestre y de navegación).
Chaitén, antes y después del volcán
El volcán Chaitén, que entró en erupción la noche del 1° de mayo 2008, está a 10 km del pueblo. Ese día por la mañana hubo una tremenda columna de humo espeso y blanco. Se supo que alcanzó los 30 kilómetros de altura. Más de 300 casas y 50 botes de pescadores se fueron al mar. No hubo muertos ni heridos ni testigos. Nadie lo vio porque la mañana antes del desastre evacuaron el pueblo. A los pobladores les llevó un tiempo acostumbrarse a decir flujo piroclástico; ya son expertos y tienen charlas periódicas con vulcanólogos.
Antes del volcán vivían 7 mil personas, hoy serán unas 2 mil con flamante aeropuerto (8 vuelos diarios a Puerto Montt) y mucho por hacer. La gente está volviendo. Como suele pasar en estos casos, la gente quiso volver al lugar de sus ancestros, donde están sus muertos y la escuela de su infancia.
Muchas casas tienen carteles que dicen "propiedad fiscal prohibido el acceso" y cerca del centro hay un Museo de Sitio. Son tres cuadras donde todo parece embalsamado y quieto desde la erupción. Los vidrios explotados, las casas enterradas varios metros y llenas de ceniza. Los cuadernos con la tarea a medio hacer, el placard volcado sobre el sillón. La televisión vieja, botas de goma, un par de ganchos de bronce. Un inventario sobre el abandono.
Parque Nacional Queulat
Es uno de los lugares con menos contaminación humana del planeta. Tiene más de 154.000 hectáreas en las que se protegen los bosques andino patagónicos (lengas, coihues de Magallanes, tepas, canelos y turberas) y aves como el carpintero negro, el cóndor y el chucao, y mamímeros como el pudú, la guiña y el puma. Tiene una amplia variedad de circuitos turísticos a los que se ingresa por distintas entradas.
Desde el ingreso principal al parque, unos 20 kilómetros al sur de Puyuhuapi, parten seis senderos de distinta duración y dificultad. El Ventisquero colgante tiene las mejores vistas. Son unos 3,3 kilómetros luego de cruzar el río Ventisquero. En el camino puede cruzarse algún pudú (foto), el ciervo más chico del mundo, un animal en peligro de extinción.
El Bosque Encantado, en el sector del Portezuelo, tiene un sendero que se interna en un bosque de penumbra, de jardines verticales espontáneos, de líquenes diminutos y preciosos, musgos que gotean, hongos repisa. Son unas dos horas de ida y vuelta, contando una parada generosa para la contemplación. Los paseos no se suspenden por lluvia porque llueven unos 4.000 mm por año, es decir casi todos los días.
Puerto Tranquilo
La llegada a Puerto Río Tranquilo debería ser parte de una galería de arte con foco en paisajes. El ripio blanquecino se abre camino entre los pastos amarillentos que bajan el cerro y en el fondo el lago General Carreras, inmenso y turquesa. Los tehuelches, antiguos habitantes, lo llamaban Chelenko, en su lengua significa lago de temporales. Después del Titicaca, es el segundo lago más grande de América del Sur, y el más grande de Chile. El límite internacional lo divide y le cambia el nombre. Buenos Aires, del lado argentino y General Carrera del chileno.
Este pueblito tiene 500 habitantes, la mayoría dedicados al turismo de aventura. Hay buenos restaurantes, hoteles y bares que colapsan de gente en temporada (hasta tienen su propia cerveza artesanal Arisca).
La Carretera Austral llegó hasta acá en 1987. Antes se demoraba un mes hasta Coyhaique. Se viajaba a caballo, en un pilchero. Durante mucho tiempo, pasar por Argentina era la única forma de conexión. La Carretera Austral le cambió la vida a la gente, y aunque el asfalto va despacio, en los últimos años avanzó bastante. Llaman la atención los espectaculares puentes colgantes de color naranja sobre los ríos Palena y Rosselot, entre otros. En más de un tramo, el GPS está desactualizado respecto de las mejoras.
Las Capillas de Mármol son el principal atractivo cercano. Para llegar, hay que embarcarse en un gomón desde la costa del lago. Del otro lado están capilla, catedral y caverna de mármol, islotes en donde el carbonato de calcio erosionado por el agua durante millones de años tomó formas redondeadas, texturadas y con colores que varían del amarillo al rosado según filtraciones y minerales.
Puerto Bertrand
Las aguas del Chelenko desembocan en el Baker, un río caudaloso y turquesa que nace en el Lago Bertrand, cerca de Puerto Bertrand. En sus casi 200 kilómetros de extensión tiene algunos rápidos interesantes para el rafting y varios rincones para pescar truchas. En Puerto Bertrand, el lodge Borde Baker es una buena base para recorrer la zona, cerca de la confluencia de los ríos Baker (turquesa) y Neff (verde), y del ingreso al Parque Patagonia. Las posibilidades de ver huemules son altas: en los parques o cruzando la ruta.
Otro hallazgo es el Museo Rural Pioneros del Baker, que atesora la historia de los que llegaron primero.
Caleta Tortel, tierra de leñadores
Es un pueblo de 500 habitantes donde no hay calles ni autos. Acá se camina por pasarelas de madera construidas sobre las laderas del cerro. Hay una rambla que lo recorre entero y tres niveles de pasarelas (6 km en total) que corren paralelas y se conectan por escaleras. Hay varias plazas, varios muelles y siempre suena una motosierra porque esta es una caleta de leñadores, que comen más carne que pescado.
"Aquí todas las mujeres son buenas para el hacha", cuenta María Paz Hargreaves, la propietaria de Entre Hielos Lodge. Las mujeres manejan el hacha porque pasan varios días solas. Los hombres se van a cortar madera a las islas y vuelven una semana después. Ciprés de las Guaitecas, eso cortan. Una conífera alta y de crecimiento lento. Hace cincuenta años permitieron talar los bosques para fomentar la actividad económica y lo que hoy se aprovecha es la madera muerta.
María Paz vino a Tortel en 1998 para hacer su tesis de arquitectura. En esa época todavía no había carretera. Se llegaba en balsa después de navegar más de dos horas por el río Baker. También había una avioneta que volaba una vez por semana a Coyhaique, y un barco de la armada que les traía alimentos para canjear por madera. Era la única conexión con el mundo exterior. Hoy, un desvío de la Carretera Austral llega hasta "la puerta" del pueblo, declarado Zona Típica y, según los locales, protegido por eso de las salmoneras. Sin embargo, el título no fue suficiente para que se haga el alcantarillado que tanta falta le hace al pueblo. Tampoco basta la potencia eléctrica de 1000 watts. Hay mucho por hacer en esta caleta.
A María Paz le gustó tanto Tortel que volvió y volvió otra vez y un día se enamoró de un tortelino y al tiempo se casó y tiene tres hijos, un lodge y corta leña si hace falta. Se podría decir que es bastante tortelina aunque haya nacido en Santiago.
Las casas son de madera, algunas tienen tejuelas. El colmo de un cuartel de bomberos podría ser que se incendie y eso pasó en Tortel; todavía se ven los restos de palos quemados. Hay una escuela, una biblioteca, una radio, una plaza cubierta, una iglesia que está siempre abierta (se tira de un cordel para entrar) y una estatua del padre Ronchi, el curita rasca que llegó de Italia en los años 60 y abrió camino en Tortel y en la región de Aysén.
Villa O’Higgins, el final
La primera vez que Daniel Muñoz, gerente del lodge Robinson Crusoe hizo la Carretera Austral fue en un Land Rover, en 1981. Avanzaba 60 kilómetros por día, iba a la velocidad de los bueyes. Más rápido no se podía. "Era romántico, pero hoy es arcaico. Claro que queremos que llegue el asfalto. La carretera trajo mucho bien", dice él.
Villa O’Higgins es el KM 1.242, el final del camino. Un pueblo chico con el monumento a una pionera a caballo en la plaza.
Desde aquí hay dos opciones para ir más allá: un barco y luego veinte kilómetros a pie hasta el Lago del Desierto y la frontera argentina o salir volando, como dos mochileros sudafricanos que pagaron un taxi aéreo hasta El Chaltén. El piloto es Vincent Beasley, austríaco, dueño de un Cessna de seis plazas que hace vuelos de investigación para la NASA (vinieron hace poco a medir el espesor del hielo de los glaciares), vuelos sanitarios, vuelos de transporte y vuelos turísticos sobre el Campo de Hielo Sur.