La llaman Carita de Dios, Mitad del Mundo y Luz de América. Nombres más, nombres menos, San Francisco de Quito es un tesoro a ojos vistas y un cofre colmado de secretos. Más allá de la capital de Ecuador, otros tesoros aguardan.
Entre otras credenciales, Quito ostenta el rango de primera capital de Sudamérica y es una de las dos únicas ciudades declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco (la otra es Cracovia). Custodiada por volcanes, hacen falta varios días y buenas piernas para transitar sus calles zizagueantes que sortean colinas y quebradas. Y otros tantos para conocer las maravillas naturales que la rodean. Por empezar, cierta reserva privada donde brotan más de 270 especies protegidas de orquídeas. Y para seguir: Yunguilla, el habitado cráter del Pululahua, Cayambe, Otavalo con su mercado artesanal (el más grande de Ecuador), Cotacachi, Laguna Cuicocha, más un rosario de volcanes que tiene en el esquivo Cotopaxi su expresión mayúscula.
DEL CENTRO HISTÓRICO Y CALLE DE LA RONDA
Desde el novísimo hotel Mama Cuchara en Loma Grande –ubicación ideal para explorar a pie la ciudad– rumbeamos hacia el corazón del Centro Histórico hasta desembocar en la Plaza Grande. A un costado de la Catedral, un cartel proclama: Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas. En la barbería de la planta baja de la Casa de Gobierno ministros y funcionarios se atienden a la vista del público, mientras los artistas callejeros ensayan piruetas entre vendedores ambulantes. El bullicio se interrumpe apenas cruzamos el umbral del templo (único en el mundo donde se realiza el arrastre de caudas, ahora que Sevilla abandonó la práctica). Empujando una disimulada puerta sobre la derecha, subimos los 55 empinados escalones del pasadizo que nos conducirá de la oscuridad al brillo de las cúpulas de espejuelos, construidas entre 1600 y 1800, laberíntica geografía que invita a una huida de película por los techos. En la más alta de todas, el Gallito de la Catedral —que dicen cobra vida para picotear bravucones— parece a punto de levantar vuelo.
La Iglesia de la Compañía de Jesús, pura piedra volcánica traída a "lomo humano" de las minas cercanas, tardó más de cien años en construirse y ostenta la marca de los artesanos indígenas de la escuela quiteña que Guayasamín tanto admiraba. Revestida en láminas de oro, es una viva muestra del barroco americano. Los retratos de los santos, opacados entre las guardas mudéjares que tapizan las paredes, son como manchas de silencio flotando en un mar dorado. A los costados de la puerta principal hay dos escaleras de caracol: una de verdad y otra trompe l´oeil para mantener el principio de simetría. A pocos metros de allí, Casa Montecristi vende sus finos sombreros de paja toquilla y permite conocer un oficio en vías de extinción; no es para menos, ya que los sombrereros pasan siete horas diarias inclinados en ele sobre "el burrito" para tejer estas piezas únicas.
En el barrio de San Roque visitamos el Mercado San Francisco. Sobre un costado, fruterías abarrotadas de olorosos taxos, pitajayas, borojós, toronjas, cocos, chamburos, chirimoyas, tomates de árbol, granadillas y uvillas. Sobre el otro, puestos de medicina ancestral donde señoras que heredaron el oficio de sus mayores hacen limpias con ramilletes de hierbas y flores andinas, que van escogiendo según el semblante del cliente: ruda, santa maría, marco, chilca, sauco, medio yuyo, tigrecillo, congona, chancalahua, ataco... más la infaltable ortiga que sí o sí cura el espanto.
Tres lugarcitos para detenerse: Colaciones de la Cruz Verde, local donde Luis Banda prepara caramelos de azúcar rellenos de maní meciendo la misma paila que usaron tres generaciones de confiteros; Tienda de Caretas de Beatriz Martínez, junto al Museo del Alabado (otra visita imprescindible); y, si se atreve a platos fortísimos como la guagasingra o el yaguarlocro, el pequeño comedor junto a la tienda. Para los paladares exquisitos, Santa Rosa Histórico abunda en manjares como el atún de manta a la parrilla con aceite de ajonjolí y de jengibre, regado por una ginger blonde o una ipa artesanales y coronado por un sabroso birramisú.
La Calle de la Ronda, oficialmente Juan de Dios Morales, es una de las más antiguas. Cuando llegaron los incas, circa 1480, se llamaba Chaquiñán y era el sendero que recorrían los quitus para abastecerse de agua; cuando arribaron los españoles ya la conocían como Ullaguangayacu o "quebrada de los gallinazos", y durante la colonia adoptó su nombre actual, que alude a las rondas nocturnas. En esta calle de casas piponas con balcones de hierro y malvones, otrora frecuentada por bohemios y conspiradores, nació el pasillo con el dúo Valencia y Benítez, que siguió homenajeando a las bellas hasta 1970. Entre sus casas más famosas estaban el Murcielagario, con cantina secreta en el subsuelo, la de Faustino Rayo (ejecutor material del asesinato del ultraconservador García Moreno) y la de la Negra Mala, sede de tertulias literarias en los años 30. Hoy es zona de marcha y bares y refugio de oficios tradicionales: Humberto Silva, hojalatero; Luis López, sombrerero; Gerardo Zabala, juguetero que ofrece una "muestra de trompos" a los viandantes. El tote, el antiestrés de escritorio, el guayacán a cuerda, el platillo volador y el latigazo (pushko en la cultura taranki, que funciona a suaves golpes de soga) bailan sobre la pista de metal alentados por las manos rudas y gráciles de su hacedor. En la Casa de las Artes pueden visitarse el Taller de Orfebrería Campos, donde padre e hijo practican la sutil técnica del repujado, y el Taller de Madera de Juan José Jiménez, cultor de la escuela colonial que devela los secretos de un bargueño minúsculo: 28 cajones en total, que se descubren a medida que se van abriendo.
COCINA DE HOY Y DE SIEMPRE
La gastronomía quiteña se ha renovado —o ha recuperado sus raíces— de la mano de varios jóvenes chefs empeñados en reinterpretar los alimentos que Pachamama prodiga en este omphalos mundii —quinua, zambo, melloco, oca, mashua, yuca, camote, ají y dos infaltables: papa y maíz— combinándolos con otros que llegaron después como el ajo, la cebolla y el trigo. Las cooking class en Altamira son una excelente estrategia para adentrarse en los sabores locales; pertrechados con delantales y gorros, experimentamos lo que Edwin Yambay define como "cocina vivencial": vale decir, cocinar el propio e inesperado almuerzo. Las tareas van desde pelar papas y cortar aguacates en delgadas láminas diagonales para el locro de papa chola, hasta preparar una leche de coco y secar con parsimonia los patacones (rodajas de plátano), mientras el achiote tiñe de rojo el aceite donde se fríen el pescado y los camarones para el encocado.
La cocina de la capital de Ecuador está creciendo, con chefs jóvenes que reivindican localismos con arreglo a las pautas culinarias en boga. Bien vale dedicarle algunos días extras para combinar cultura y paisajes con buena mesa.
En Quitu, Juan Sebastián Pérez apuesta a probar de primera mano los sabores de los alimentos ancestrales, de allí que no haya más de cuatro ingredientes por plato. Su propuesta raigal, una conjunción de rusticidad y delicadeza, es la pamba mesa: menú por pasos que celebra la abundancia de la Pachamama con cada solsticio e incluye cucayos (entradas) y platos que evocan el mar, la tierra y la Amazonía. Los comensales comparten los alimentos, distribuidos en recipientes comunes a lo largo de la mesa y regados por una chicha elaborada con siete tipos de maíz.
Bajo la égida de Wilson Alpala, primer chef quiteño de este restaurante que alcanzó prestigio como peruano, Zazu se ha transformado. Basta observar la carta para apreciar el giro radical: miniempanadas de viento rellenas de queso crema, chocho y tomate de árbol; panecillos de mapagüira (versión refinada de nuestro chicharrón), de quinoa o de yuca; cazuela de langostinos costeña; raviol de cuy con crocante de morocho (una delicadeza única).
En Urko (montaña en quichua) el espacio está organizado en distintos niveles, como una montaña. Y la cocina de Daniel Maldonado ocupa el lugar más alto. La vajilla es ecléctica y adecuada a cada plato y el menú cambia cada tres meses para incorporar los alimentos de estación. Los tragos de licores locales y hierbas amazónicas maceradas son un fresco maridaje para los ceviches y las sopas de verdes. Mijael Proaño y Washington Suasnavas, de Saguamby, son los más jóvenes de la partida. Quizá por eso el menú de seis pasos que proponen invoca el juego como premisa principal. Constantemente cambian de idea y su mayor desafío es intrigar paladares. Uno de los pasos del menú no implica comer sino oler: degustar hierbas por sus aromas, a las que luego se agrega hielo seco para "una limpia". Una aventura para los sentidos enmarcada por las mejores vistas de Quito desde todas las ventanas.
RESERVA ORQUIDEOLÓGICA EL PAHUMA
A pocos kilómetros de la ciudad, esta reserva privada —un bosque primario subtropical en las estribaciones de los Andes— ofrece distintas posibilidades de trekking según los intereses y el estado físico del viajero. La opción inicial es borgeana. Un sendero que se bifurca en dos nombres: Gallo de la Peña –donde anida el ave insignia de la zona– y Pacay. Dado que los gallos se avistan al amanecer y ya son las diez de la mañana, la hora decide el rumbo. Flanqueados por bromelias que emergen como atalayas entre una profusión de musgos, helechos gigantes, bermejas heliconias y orquídeas fulgurantes comenzamos el ascenso. El guía Juan Pablo Verdesoto identifica especies vegetales con precisión de esteta –puntas de lanza, cecropias, laureles, alisos, camachos (hojas anchas apodadas "el paraguas del pobre")–, mientras menciona los animales con que podríamos toparnos: ranas, salamandras y lagartijas; serpientes peligrosas como la equis y la coral; guantas, guatuzas, raposas y chichicos; monos aulladores café; tigrillos y perezosos y, en el vasto rango de las aves, tucanes, colibríes, quetzales ecuatorianos, trogones, pinchaflores y arasarís.
La única dificultad del escarpado sendero (unos 500 metros) es la eventual falta de aire: se recomienda beber agua en cantidad durante la permanencia en altura. El rumor del río anuncia la inminencia de la cascada, que aparece súbita en un claro: 45 metros de agua y espuma estallando sobre la superficie negra y reluciente de roca basáltica. Nos sentamos al sol, que pega a pico, y al instante nos rodea una nube de mariposas azules violetas naranjas amarillas verdes rojas que se posan confiadas en nuestros brazos. La caminata puede prolongarse dos horas más, cuesta arriba, por los senderos Orquídeas (flanqueado por más de 270 especies protegidas) y Pahuma (territorio del armadillo tampa, una especie de perro-gato) hasta desembocar en el Refugio. Lo ideal es pernoctar (hay cabaña y camping) para detectar al mamífero más buscado, el oso de anteojos, y concluir el recorrido por el camino de los yumbos, indígenas que construyeron los culuncos, angostas sendas para porteadores entre los Andes y la costa.
YUNGUILLA + CRÁTER DEL PULULAHUA
El trajín cotidiano se esfuma cuando llegamos a Yunguilla. Turismo comunitario. Nos anunciamos en la garita de la entrada y, unos metros más allá, en el almacén de ramos generales, Sonia Chuncho nos recibe con una sonrisa. "Hemos transformado al pueblo en una cooperativa. Yo atiendo, otros hacen dulces de chilla y chihualcán, labran la tierra o guían turistas". Yunguilla invita a quedarse un par de días para olvidar las preocupaciones mundanas. Los alimentos son orgánicos, hay actividades guiadas (mountain bike, cabalgatas al cráter, excursiones por los culuncos), y los pobladores ofrecen alojamiento en sus casas con las tres comidas incluidas. Sonia muestra la suya a guisa de ejemplo: en la planta baja vive la familia; arriba hay dos dormitorios con vista deslumbrante, sala de lectura y baño privado para uso exclusivo de los turistas. Martincito, el hijo menor, nos despide diciendo: "Todo hacemos en Yunguilla".
Almorzamos en El Cráter, restaurante del hotel homónimo. Nuestro anfitrión Francisco Moscoso, pionero en la zona, extiende el brazo para abarcar la inmensidad. La propiedad entera (restaurante, hotel y spa) es un mirador al Pululahua: único cráter de volcán habitado de que se tenga noticia. Mientras saboreamos un inefable locro de papas y un seco de chivo ("seco" viene de "second dish", de modo que no espere un charqui), platos emblemáticos de un menú que ¡sorpresa! incluye milanesas argentinas, vemos avanzar las nubes como humo espeso entre las montañas hasta cubrir por completo el caserío. Los quichuas las consideraban deidades protectoras y ¿cómo dudarlo al contemplar ese manto insondable que, momentáneamente, separa la tierra del cielo donde aún sobrevuelan las águilas pechinegras y los quilicos?
CIUDAD MITAD DEL MUNDO + MUSEO DE SITIO INTI ÑAN
Hemos llegado al punto donde se volverá visible la línea imaginaria que tanto intrigaba a los antiguos griegos, para quienes el mundo habitado existía en oposición al alter orbis, cuyo acceso estaba bloqueado por el Ecuador, un anillo de fuego plagado de dragones. Las preguntas surgen, ingenuas e inevitables: ¿Es cierto que nos encontramos en la mitad del mundo, que podemos pisar simultáneamente los hemisferios norte y sur, y que estamos en la latitud 0º 0' 0", cuya distancia respecto de ambos polos es idéntica? Sabemos que sí. Pero una cosa es saber, y otra experimentar. Y aunque tres lugares próximos le disputan la soberanía equinoccial, la Ciudad Mitad del Mundo se impone por su carácter simbólico. Esta urbe en miniatura —con planetario y primer museo entomológico del país— tiene por epicentro un monumento de 30 metros de altura en honor a la misión geodésica francesa que, hace más de 200 años, tras algunas deserciones, asesinatos y tribulaciones, ubicó precisamente aquí la codiciada latitud cero. Pero lo más impactante es la línea amarilla: esa que divide fácticamente los hemisferios y que hasta ahora sólo concebíamos en la mente. Pararse de un lado o del otro, salticar entre ambos, sentarse a horcajadas, recorrerla haciendo equilibrio como una cuerda floja... todos jugamos como niños y sentimos que el mundo es nuestro porque estamos parados sobre el globo terráqueo, perpendiculares al espacio exterior. Allí cerca, como si pudiéramos rozarlo con la yema de los dedos, se yergue el Cayambe, único volcán del mundo atravesado por la línea del Ecuador.
A 200 metros, otra manera de experimentar el equinoccio: el Museo de Sitio Inti Ñan, centro interactivo de culturas solares. Aquí encontramos un cilindro solar que es réplica de los acoratenes cayambis, una curi-cancha (anfiteatro), un bosque totémico y distintos sectores dedicados a las culturas originarias. Y conocemos el ritual shuar del tzantza –cortar la cabeza, dejar la piel y el cabello, hervir con plantas, coser la boca y los ojos para mantener el espíritu adentro, cicatrizar las aberturas con piedras calientes, ahumar y clavar en pica (si es enemigo) o conservar con corona de plumas (si es chamán, niño o animal)–; una choza wuaorani; una tola funeraria quitu; una vivienda salasaca hecha con hojas de sigse y caña brava. El instructor nos muestra el efecto coriolis mediante un recipiente lleno de agua: cuando se retira el tapón en la línea equinoccial, el desagüe es perpendicular; en el hemisferio sur el agua cae en sentido horario y en el hemisferio norte al revés. Por último, la prueba de fuego: parar un huevo –para las culturas primitivas, el origen de la vida– sobre la cabeza de un clavo. Quienes lo logran –y son la mayoría– obtienen un certificado.
CAYAMBE + OTAVALO + COTACACHI + LAGUNA CUICOCHA
Cayambe, tierra del diablo huma y las fiestas de San Juan al son de los valses chagras, pueblo donde aún hay corridas de toros: no en una plaza con toros de lidia, sino con toros de pueblo, a los que el más valiente (o el más borracho) debe quitarles una colcha bordada donada por los priostes (patrocinadores de la fiesta). Pasamos a conocer la Fábrica de Bizcochos San Pedro, frente al cementerio, con sus enormes bandejas dorándose en el horno a leña.
Dejamos atrás Pichincha y apenas entramos en la provincia de Imbabura nos recibe el majestuoso volcán homónimo coronado de nubes. "La cima jamás despunta", dice Juan Pablo, "porque el Imba, ya casado con Mama Cotacachi, tuvo un romance con el Cajas. Mama Cota despechada lo abandonó y tan triste quedó el Imba que su cima jamás se ve. Y tanto lloró que sus lágrimas formaron el Lago San Pablo". Pobrecito volcán llorón, que en vez de lava suelta lágrimas.
El viajero sabe que ha entrado a Otavalo no sólo por los carteles sino por los atuendos: todos llevan ponchos azul oscuro y alpargatas, pantalones blanco prístino ellos, blusas blancas bordadas y mullos (collares) ellas, y ambos lucen largas trenzas negras (los otavaleños son los únicos a quienes no se rapa durante el servicio militar). El mejor día para visitar el mercado (entre los más pintorescos de Sudamérica) es el sábado, cuando se expande por las calles desde su sede en Plaza de los Ponchos en un estallido de colores, sabores y aromas. Granos de todas formas y matices, puestos de comida donde chispea el achiote, choclos amarillos, blancos y morochos y toda clase de especias rodean los puestos de los artesanos, donde reinan los tejidos y los casimires otavaleños. Hay de todos los precios y para todos los gustos, confeccionados a mano y no. (Si busca piezas más trabajadas, y más costosas, visite a las tejedoras de Hacienda Zuleta, del otro lado de la montaña.) La opción histórica (en todo el sentido de la palabra) de alojamiento en estos pagos es Hacienda Pinsaquí: 300 años de antigüedad, 22 como hotel y siete generaciones en la familia Freire Larrea. En la casa antigua las paredes tienen un metro de ancho, y en una de sus habitaciones solía pernoctar Simón Bolívar.
Desviándonos unos seis kilómetros desde la Panamericana llegamos a Cotacachi, el pueblo del cuero, cuya calle principal está flanqueada por locales de venta y exposición. Pero su mayor encanto son las esculturas pintadas que representan oficios tradicionales –talabarteros, curtidores, zapateros– y el hecho de que todavía se juegue al trompo en las calles.
La Mirage. Garden Hotel & Spa es "el lugar" donde alojarse, relajarse y comer en Cotacachi. Su propietario Jorge Espinoza inauguró, hace 33 años, este pequeño paraíso que alberga el primer spa de Ecuador y rescata las tradiciones andinas, tanto en la decoración como en la cocina y el servicio, combinándolas con un toque moderno. Los detalles son la clave del almuerzo: tres cajas de música en sendas bandejas llegan a la mesa portadas por elegantes otavaleñas. Al abrirlas, un bocadillo afina nuestros sentidos. Después llegarán el repe (sopa de Loja con quinua y aguacate), el filete de pescado y camarones encocados, el dulce de babaco con helado de frutos andinos.
La Laguna Cuicocha, en la vecina Reserva Cotacachi-Cayapas, es el cráter inundado de un volcán. Sus aguas salobres son inhabitables para los peces; quizás por eso una solitaria gallareta acompaña nuestro paseo en lancha. Comienzan a bajar las nubes cuando avanzamos cortando las olas hasta las fumarolas que circundan los domos del volcán, crestas gemelas tapizadas de vegetación autóctona. Otra posibilidad es hacer una caminata de cinco horas alrededor del cráter: un sendero ancho sin precipicios con algunas cuestas arduas, pero mayormente llano y disfrutable.
EL ESQUIVO COTOPAXI + TELEFÉRIQO DE QUITO
Cuando ingresamos al valle, los volcanes empiezan a aparecer y desaparecer a ambos lados de la ruta siguiendo las curvas del camino, como si jugaran a las escondidas. Ilaló, Pichincha, Atacazo, Pasochoa, Rumiñhui, Corazón, Sincholagua, la Viudita, los gemelos Ilinizas. Atravesamos Machachí, la tierra del chagra (el gaucho ecuatoriano) y tomando por El Pedregal, antigua vía hecha a mano que conduce a la entrada norte del PN Cotopaxi, ponemos rumbo a la Hacienda El Porvenir, donde la anfitriona Malu nos recibe con un canelazo. Estamos a 3.600 msnm y a 4 km de las faldas del volcán, que en raras ocasiones se muestra. La hacienda, situada en las Cuatro Esquinas –así llamada por estar rodeada por cuatro volcanes– pertenece a la familia Pérez Gangotena hace seis generaciones. La casa principal tiene 50 años y desde hace 18 se dedica al turismo cultural que homenajea la cultura chagra. Después de una clase de cocina con Segundo Chachalo –donde aprendemos a preparar uchu rumi (ají en piedra) y empanadillas de viento–, vamos a los establos, y vestidos con zamarro, poncho y sombrero nos alistamos para la cabalgata hasta la parte alta del Rumiñahui por senderos que trazaron los caballos. Rumbeando hacia el corral en mi tordillo Piquero (lo llaman así porque lo usan para probar toros bravos), nuestro guía Rafael Changoluisa cuenta que monta desde los cinco años, cuando su papá Francisco –uno de los chagras más valientes de la comarca, enlazador de potros salvajes que murió a los 86 años poco después de haber marcado ganado– lo llevaba a los rodeos atado a la cintura con una sábana. Después de un delicioso almuerzo a cargo de la chef Diana Krebs –sopa de quinoa, trucha con chimichurri andino y tortillas de zanahoria blanca– emprendemos el regreso. Nos despedimos de Quito viendo avanzar un océano compacto de nubes sobre la ciudad desde la cima del TelefériQo.
Si pensás viajar...
QUITO
DÓNDE DORMIR
Vista del Ángel. Hotel Boutique. Cotopaxi N9-17 y Esmeraldas. San Juan. Centro Histórico. castillovistadelangel@gmail.com. La doble u$s 130 con desayuno e impuestos.
Casa Gangotena. Bolívar OE6-41 y Cuenca. San Roque. Centro Histórico. La doble u$s 450 con desayuno e impuestos.
La Casa Sol. Classic Inn & Cafeteria. José Calama 127 y Av. 6 de Diciembre. La Mariscal.18 habitaciones con baño privado. Patio y cocina. Un lujo en el barrio, alejado del bullicio. La doble u$s 50.
DÓNDE COMER
La Plaza – Mama Cuchara. Vicente Rocafuerte E3-250 y Luis Chávez. Centro Histórico. Imperdibles los ceviches de Manabí del chef Jaime Samuesa. Siempre hay música, y de la buena. Desde u$s 15 el plato fuerte.
Santa Rosa Histórico Restaurante & Beer Pub. Mejía esquina Guayaquil. Centro Histórico. Desde u$s 13, cerveza incluida.
Quitu, identidad culinaria . Alberto Mena Caamaño E13-54 y González Suárez. Las Casas. Desde u$s 15 el plato fuerte. Menú Pamba Mesa: u$s 35.
Las guatas de la colmena. Benalcázar N31-19, y Espejo. Centro Histórico. Típica hueca quiteña. Prueben La Bandera: arroz, camarones y mejillones. u$s 8.
Colaciones de la Cruz Verde. Bolívar OE-8-97, esquina Chimborazo.
Café Jervis. Guipuzcoa y Mallorca. La Floresta.
Plaza Navarro. Lérida y Ladrón de Guevara. La Floresta. Los quiteños hacen fila en "Las Tripas" por una suculenta mishki con sopa de papa. u$s 1.
PASEOS Y EXCURSIONES
Catedral Metropolitana. Eugenio Espejo, Plaza Grande. Centro Histórico. Ingreso u$s 3. Visita a las cúpulas u$s 6.
Iglesia de la Compañía de Jesús. García Moreno N10-43. Centro Histórico. Ingreso u$s 5.
Mercado de San Francisco. Rocafuerte y Chimborazo. San Roque. Limpia con Rosa Lagla Correo u$s 5.
Mirador del Panecillo. Taxi desde el centro u$s 3. Ingreso u$s 1.
Zabalartes. Juguetes de madera. Morales 925 y Guayaquil. La Ronda. T: (+593) 98 167-7428.
Germán Campos Alarcón. Orfebre. Morales y Venezuela. Casa 9-89. La Ronda. T: (+593) 97 902-3530.
José Jiménez Arteaga. Taracea y escultura colonial quiteña.Morales y Venezuela. Casa 9-89. La Ronda. T: (+593) 2 3003-116.
Pacarí. Julio Zaldumbide N22-676 y Miraville. La Floresta. Catas del mejor chocolate de Ecuador. Todos los jueves de 16 a 17.30. Con reserva.
Ecuagenera. Orquídeas del Ecuador. Vizcaya E-1392 y Pontevedra. La Floresta. Orquídeas del mundo entero para llevar.
Tienda de caretas Beatriz Martínez. Cuenca esquina Rocafuerte. Centro Histórico.
Mercado Artesanal de La Mariscal. Juan León Mera y Jorge Washington. La Mariscal.
Ciudad Mitad del Mundo. 26 km al norte de Quito.Quito Tour Bus tiene una salida diaria con tres embarques: Venezuela y Espejo 11.00; La Mariscal-Plaza Foch 11.20; Bulevar Naciones Unidas, 11.45. Boleto u$s 30. Otra opción: Bus Mitad del Mundo sobre Av. Occidental en sentido sur-norte. Boleto u$s 0.40. Lun a dom de 9.30 a 17. Ingreso u$s 5.
YUNGUILLA
DÓNDE DORMIR
Reserva Yunguilla. Turismo comunitario. A 30 minutos de Quito. Ruta Calacalí-La Independencia. Tomar el desvío a 200 metros del antiguo peaje de Calacalí y hacer 6 km. Convivencia con familias, visita a finca Tahuallullo y mirador El Chochal, recorrido por el bosque nublado. Cada 10 minutos salen buses que conectan Calacalí con el metro de Quito durante el día: u$s 0.50. De Calacalí a Yunguillas el traslado cuesta u$s 4 por persona. La habitación en casa de familia, u$s 45 por día con las tres comidas.
OTAVALO
DÓNDE DORMIR
Hostería Hacienda Pinsaqui. Panamericana Norte, Km 5 vía Ibarra. La doble u$s 138 con desayuno e impuestos. Cabalgatas día completo u$s 95 (incluye almuerzo).
Puerto Lago Country Inn. Panamericana Norte, Km 5. Lago San Pablo. El chalet doble u$s 100 + impuestos.
DÓNDE COMER
Hostería Hacienda Pinsaqui. Panamericana Norte, Km 5. T: (+593) 6 294-6116.
PASEOS Y EXCURSIONES
Mercado Artesanal de Otavalo. Todos los días, de 8 a 18. Miércoles y sábados son días de feria, con puestos de comida al paso y venta de granos y frutas.
COTACACHI
PASEOS Y EXCURSIONES
Parque Nacional Cotacachi Cayapas. Ingreso gratuito. Paseo en lancha por Laguna Cuicocha, u$s 3.50.
COTOPAXI
DÓNDE DORMIR
Hacienda El Porvenir. El Pedregal, a 30 minutos de Machachí. 4 km antes de la Entrada Norte del PN Cotopaxi. Habitaciones machai, por persona u$s 22 con baño compartido y desayuno continental. Estándar con baño privado u$s 93 la doble con desayuno de hacienda. Suites con tina y chimenea a leña u$s 139 la doble con desayuno de hacienda, sin impuestos. Además Chef Diana Krebs y cocineros locales. Almuerzo de 13 a 15; cena de 19 a 21. u$s 15 el plato fuerte.
Bicis aro 29, la hora u$s 21 con equipo incluido. Cabalgatas de 2 horas con guía, u$s 29 por persona. Apu Mountain Spa con vista al volcán y temascal: u$s 14 por día por persona.
SANGOLQUÍ
DÓNDE COMER
Barrio Selva Alegre. Calle de los Cuyes, vía fábrica Encador. u$s 24 el cuy con papas, salsa de maní y jarra de chicha.