Va desde León a Santiago de Compostela por la cornisa del mar Cantábrico. Un viaje gourmet para disfrutar con todos los sentidos.
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El punto de encuentro es en un convento. El de la Colegiata de San Isidoro, en León. Hay algunos argentinos, varios españoles, australianos, suizos, estadounidenses. Todos sentados en los bancos de la capilla. Uno a uno, suenan los apellidos de los pasajeros que pronto subirán al tren para vivir una semana de lujo, comiendo en Paradores y restaurantes de una estrella Michelin, con vinos de Rioja o del Duero, visitando los atractivos que hay en el camino de León a Santiago de Compostela: las Cuevas de Altamira, el Santuario de Covadonga, el Guggenheim en Bilbao, entre muchos otros.Hace tiempo que el monasterio pasó a ser un hotel. Y el viaje empieza bien. Con un almuerzo delicioso con vista al jardín del claustro, que suele incluir ingredientes locales: cecina de León, tosta de queso Valdeón con tomate dulce; solomillo de ternera con patata puente nuevo e higo agridulce y, de postre, cúpula de manzana y castaña con helado de mantecado. De allí en bus hasta la estación de San Feliz, a 10 km de León, donde el jefe de camareros recibe a los pasajeros con canapés y champagne. La formación tiene 10 vagones para un máximo de 48 pasajeros. Son revestidos en madera, con herrajes de bronce y alfombra.
Sin embargo, el Transcantábrico no nació como un tren de lujo. Su primer viaje data de 1983. Los primeros coches eran reciclados de los años 20 y 30, provenientes de los Ferrocarriles Vascongados. Por entonces sólo había literas que compartían un baño cada tres habitaciones. Recién en 1998 llegaron las suites y, a medida que el producto encontró respuesta internacional y la demanda creció, surgió la necesidad de aumentar el tamaño de las camas. En 2011 surgió el Transcantábrico Gran Lujo, que en lugar de tener 4 suites por coche, tiene sólo dos, con camas de 1,50 m de ancho en lugar de 1,20 m; más una antesala tipo living. En esa formación (que va de San Sebastián a Santiago de Compostela) la cantidad máxima de pasajeros es 24. Por lo demás, la calidad del servicio y la comida es idéntica. La salida completa es de 7 noches, pero hay versiones de 4 y 3 noches, siempre de mayo a octubre.Y hay algo más que es particular de este tren: no anda por las noches. Nada del vaivén característico y el sonido metálico de las vías para conciliar el sueño. La propuesta es dormir y descansar, de modo que al comenzar cada jornada está claro cuál será la estación final, donde el tren se detendrá en el andén hasta la hora señalada del día siguiente.
Al principio, León
Es bueno llegar un par de días antes a León, con tiempo para conocer su catedral, que es una de las más importantes de España, junto con la de Burgos y Toledo. Esta es conocida por sus 1750 m2 de vitrales, que hacen que muchas veces se la asocie con de Chartres y la Sainte Chapelle, y hasta sea llamada la Notre Dame española.
También vale para poder ver cuánto la ciudad despierta apenas el sol cae. El tapeo arde por la noche, pero las opciones son todas de cecina, mollejas, morcilla, callos, oreja y morro, chuletillas de lechazo, y las versiones marinas de pulpo, gambas, anchoas, chipirones y zamburiñas. Los vegetarianos se la verán complicada. Sin embargo, si la estadía fuera a ser sólo dos horas, que sean las del tapeo: está todo el mundo en la calle. De pronto no existen los bares vacíos.León es, además, parte del camino de Santiago. El trazado del Transcantábrico le “pisa los talones” a la ruta jacobea todo el tiempo. Los peregrinos, agotados. Los pasajeros del tren, pipones.
En movimiento
El primer tramo es corto, va sólo hasta Cistierna. La primera cena es a bordo, dando comienzo a una tradición que durará toda la semana. Casi todos los días hay una comida en el tren y otra en un restaurante; y todas de tres pasos, con productos y vinos de la región. Al regresar a la suite, la cama estará abierta, con un bombón o una flor y el programa para el día siguiente.Por la mañana la primera parada es para conocer la villa romana de La Olmeda: una propiedad que se supone que llegó a tener más de 35 habitaciones, de las cuales 26 están decoradas con mosaicos asombrosos, en muy buen estado de conservación. Fue descubierta de casualidad por Javier Cortes en 1968, y hasta que murió, en 2009, dedicó su vida, y todo su dinero, a las excavaciones. Entre 1968 y 1980 recuperó –él solo– 175 metros del mosaico de Aquiles, uno de los más grandes que existen en el mundo. El museo actual fue inaugurado en 2009.
La siguiente parada es en Carrión de los Condes, para visitar la Parroquia de Santa María del Camino y San Andrés y otros ejemplos del estilo románico palentino. Se almuerza en el Mesón Los Templarios, en Villalcazar de Sirga, donde Pablo Payo Pérez (1919-2003) recibió la medalla al Mérito Turístico en 1966 y el título de Mesonero Mayor en 1990. Anfitrión de ley, su habilidad al asar en horno de leña el lechazo fue reconocida con el Lechazo de Oro en 1991. Hoy el mesón está al frente de sus hijos, que continúan con la tradición del formidable lechazo (cordero lechal).
Bilbao y Santander
El tren llega un lunes a Bilbao, el día que cierra el Guggenheim. La desgracia viene con suerte porque da más tiempo para merodear por Las Siete Calles, el precioso casco viejo de la ciudad. Igual hay tiempo para merodear por fuera al gigante de titanio, admirar sus esculturas, el Puppy de Jeff Koons, pero sobre todo ese encanto de modernidad y tradición que tan bien le ha sentado a Bilbao, los planos curvos y acerados del bastión de Gehry reflejándose sobre la ría del Nervión.Ese día se almuerza a bordo mientras el tren se acerca a Santander. Se recorre la bahía en bus, pasando frente al Centro Botín que abrió en junio de 2017, para llegar hasta el faro de Bellavista. Es el primer encuentro con el mar y para celebrarlo, la cita por la noche es en un restaurante especializado en pescados y mariscos de la ciudad llamado La Mulata.
Santillana del Mar y Ribadesella
Las excursiones de este día, el cuarto, son –como dirían los locales– la ostia. Las Cuevas de Altamira son Patrimonio de la Humandidad de la Unesco desde 1985. Basta ingresar a la Neocueva (la versión que se visita desde 2001) y observar esas figuras de bisontes tan antiguas, la historia del derrumbe que cerró el ingreso durante siglos, protegiendo las pinturas; la niña pequeña que entra en 1868 por una hendija y los estudios de su padre, Marcelino Sanz Santuola, el gran prócer de Altamira. El turismo en el siglo XIX ya se movilizaba para ver las pinturas de esta cueva que, cómo evitarlo, acabó siendo conocida como la Capilla Sixtina del Cuaternario. El sudor, el hollín de las antorchas, la incomodidad para apreciarlas (en las originales no cabe un adulto de pie) promovió la clausura en 2002 y la inauguración del Museo de Altamira que, además de esta cueva, incorporó en 2008 otras 17 en el País Vasco, Asturias y la propia Cantabria.
Altamira está solo a 2 km de Santillana del Mar, pueblito delicioso, que es conocido como Pueblo de los Blasones, por la cantidad de ellos que decoran las casas. En el siglo XVI había 857 nobles, la mayoría de las familias Barreda, Polanco, Velarde y Villa. También por aquí se dejan ver decenas de peregrinos por sus calles adoquinadas.El almuerzo en el Parador Gil Blas precisa traducción simultánea: chupito de crema de nécoras (un tipo de cangrejo), cocido montañés con berza (acelga), entrecote de Tudanca y quesada pasiega, un dulce típico de la región, con cierto parecido a la tarta de ricota, pero hecha con queso pasiego.
Con la panza llena se avanza en bus hasta Cabezón de la Sal y luego con el tren hasta Ribadesella, de donde es oriunda la abuela de la reina Letizia, y donde ella pasaba de niña los veranos.
La cena es en El Corral del Indianu, en Arriondas, restaurante comandado por José Antonio Campo Viejo, que ostenta desde hace 18 años una estrella Michelin. Para no abusar de la lista de delicias, bastan los amuse bouche: bombón de queso azul (cabrales), chocolate blanco y manzana asada; torta de maíz, guacamole y cebolla enchilada, y croqueta cremosa de jamón ibérico. El que sabe, sabe.
De Covadonga a Luarca
La próxima escala es el Santuario de Covadonga. Allí se libró en 722 la batalla que inició la reconquista, cuando Pelayo venció con apenas 300 soldados a los miles de musulmanes a los que emboscó en la cueva donde hoy se venera la imagen de la Santina.
La basílica, levantada en piedra caliza rosada, está rodeada de los verdores de esas cumbres que forman la parte occidental del Parque Nacional Picos de Europa.Tras un alto en Cangas de Onís y unas horas en la elegante ciudad de Oviedo, se llega finalmente a Candás. En todos estos sitios es fácil detectar las casas de “indianos”, los españoles que emigraron en el siglo XIX y lograron regresar de América con los bolsillos bien llenos: son pequeños palacetes, y por lo general, lucen una palmera en el jardín.Al día siguiente, después del desayuno, es hora de recorrer el Centro Cultural Oscar Niemeyer de Avilés. Como Bilbao con el Guggenheim, Avilés pretendió atenuar su perfil de ciudad industrial, haciendo un gesto hacia el diseño y la cultura, al dar vida a este proyecto del gran arquitecto brasileño en 2011, un año antes de que muriera, cuando le faltaban días para cumplir los 105.Y por la tarde, una joyita. Luarca. Una pequeña villa asturiana sobre el mar, elegida por los españoles para las vacaciones de verano. Un escenario perfecto de acantilados, con puerto iluminado allá abajo, el faro aquí arriba. Y ahí nomás, el cementerio. Con esa vista da gusto morirse. O, por lo menos, ya que vamos a hacerlo igual, mejor hacerlo en un sitio así.
Ribadeo y Viveiro
El viaje va llegando a su fin. Y para concluir queda una de las frutillas del postre: la playa de Las Catedrales, a donde se llega en bus Ribadeo. Hay que controlar la tabla de mareas e ir antes de que suba. Cuando el mar crece no pueden apreciarse los espléndidos arcos y formaciones de piedra que parecen castillos sobre la arena. Están revestidos en mejillones y percebes, esos crustáceos que tienen aspecto de pezuña, pero son cotizadísimos en España porque son muy peligrosos y caros de obtener.
Al otro día, apenas después del desayuno se llega a Ferrol, donde concluye el viaje del tren. Sólo queda el tramo en bus hasta Santiago de Compostela. La ciudad es un hervidero de peregrinos. La fachada de la catedral está en obras y cubierta por andamios. Diluvia. Pero igual la gente se tira al piso, se saca selfies, muestra su Compostela, la libreta llena de sellos que da cuenta del gran logro. El entusiasmo se respira en el aire y es contagioso. Los pasajeros del tren también sienten el suyo.
El Parador de Santiago es el punto de encuentro del próximo grupo. Ellos almorzarán e irán en bus hasta Ferrol, donde subirán a bordo del tren para hacer el mismo camino, pero al revés. Las vías y el tren son los mismos. Pero el viaje será diferente.
Datos útiles
Transcantábrico. En Buenos Aires, Essential Travel. El viaje de siete días, desde Euros 3.600 por persona en base doble. Incluye comidas, bedidas y paseos.
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