Destino tan oculto como todavía ignorado, este territorio pedregoso y áspero con menos de medio habitante por kilómetro cuadrado guarda una riqueza geológica en fósiles marinos, pinturas rupestres, rastros tehuelches y cráteres antiguos que la lluvia convirtió en lagunas.
Se la detecta en el centro-sur de la provincia de Río Negro y abarca hasta el norte de Chubut.
Hay un arriba y hay un abajo: está la meseta y está la estepa. El arriba es una realidad demasiado aparte, casi invisible, sin caminos, desprovista de árboles y sin otros indicios que los del sol para saber dónde están los cuatro puntos cardinales. Asombroso y, a la vez, inquietante esa ausencia de derecha e izquierda, de adelante y detrás.
La meseta es un manto inextricable de piedras basálticas y de arbustos pinchudos, un llano a poco más de mil metros de altura y 25.000 km2, más grande que la provincia de Tucumán. Prácticamente vacía de seres humanos, la tierra severa de Somuncura –voz mapuche que vendría a significar "piedra que suena"– tiene la energía poderosa de los desiertos: pródiga en aire purísimo, en cielos brillantes que de noche son un solo torrente estrellado y en silencios tan hondos que devoran hasta la respiración.
No queda muy claro qué piedra es la que suena en clave de Somuncura; si la imaginada como un conjuro para quebrar la abstención de los ruidos, si la que guarda la memoria de los picaderos tehuelches, si la que silba el viento, única música audible. Cuando se está allá arriba, el mundo se percibe en un equilibro inexorable de milenios. Dicen que la meseta es contagiosa, capaz de corromper cualquier ímpetu de ansiedad, que anula la fiebre de los sobresaltos estériles y deja el espíritu hecho un almácigo de renovales para repensarse, repararse, reconciliarse con todo lo que ya es y lo que será. Los deseosos de experiencias no convencionales agradecen llegar y quisieran demorarse más de lo previsto, quizás, y entre otros intereses, para mejorar el ejercicio de caminar entre piedras que no están lo suficientemente separadas como para apoyar el pie entre ellas ni tan juntas que permita caminarlas por encima. La recompensa a esta torpeza se mide en el inabarcable vacío espacial, con lagunas pluviales ocultas en depresiones que son bocas de volcanes exangües; la recompensa es la vida animal que aletea sobre esos espejos de agua –cisnes de cuello negro, zambullidores, flamencos de rosado plumaje– y son los vegetales con sus diferencias: cactus, ciertos líquenes llenos de color aferrados al basalto, yerbalapiedra (que envuelve la piedra y se pone gris cuando se seca), una uña de gato, la tuna, el molle…
Somuncura es una voz mapuche que vendría a significar "piedra que suena"
Arriba, la meseta. Abajo, la estepa, esa otra inmensidad en la que pastan ovejas, los choiques se dan a la fuga y los guanacos saltan alambradas. Es el escenario natural de los zorros y del puma, la tierra en la que se afirman los pueblos y sus gentes. La de las propiedades rurales y la de los fósiles inverosímiles. Meseta y estepa.
La RN 23 atraviesa la provincia rionegrina de este a oeste con sus localidades referenciales: Valcheta, Ministro Ramos Mexía, Sierra Colorada, Los Menucos, Maquinchao. Al sur de esta arteria, vital para los habitantes de las exiguas poblaciones esteparias, tienen lugar las historias del arriba y del abajo.
LOS MENUCOS + SIERRA COLORADA
Marrón, ocre, gris verdoso, amarillo, gris grisáceo, gris áspero, piedra y arenisca. Bajo unas nubes leves que el viento hace jirones y los disipa como tramas de seda desgajada, las tonalidades quietas de la estepa asimilaron las vías ferroviarias que acompañan el trazado de la RN 23 hasta la costa y, en sentido contrario, hacia Bariloche.
Los Menucos es el punto en el que se cruzan la 23 y la RP 8, caminos visibles que llegaron después que lo hicieran grupos indígenas a principios del siglo pasado. Y más tarde, europeos que miraban la lana de oveja con ojos de comerciante. En 1906 abrió el primer almacén de ramos generales, y para 1911 la construcción del ferrocarril era una realidad que prometía. La estación, que entonces supo ser punta de rieles, hoy mantiene el servicio del Tren Patagónico que une Viedma con Bariloche.
Un ACA completo –hotel, restaurante y estación de servicio de reciente ampliación–, un residencial olvidable, el hotel Nevado, que vive lleno gracias a la actividad de la zona –extracción del pórfido y de la piedra laja– y más allá del núcleo urbano, a pocos kilómetros, en las proximidades de una laguna salada, la versión blanda de Los Menucos: un gran mallín profundo "en el todo lo que cae desaparece", según la creencia popular. El pueblo luce bien, muy arbolado y visiblemente "lajado". Normal: la piedra laja es un gran recurso de esta comunidad y al que se le dedica un festejo anual.
Hacia el norte, a 45 km por la RN 23, aparece Sierra Colorada. Entre ambas localidades se perfilan las elevaciones de Cerros Colorados, objeto de explotación minera. En Sierra Colorada, con unos tres mil habitantes, las casas son coloridas y al boulevard de la avenida 25 de Mayo lo sombrean los árboles. Hay un Centro Integrador Comunitario y está el monumento de las dos manos de hierro y piedras –obra de Alberto Saad, nieto de inmigrantes libaneses– que sintetiza el trabajo en las canteras, la solidaridad y la energía telúrica: los sierrenses se consideran el centro energizante de la provincia.
Aquí, en este pueblo por donde también pasa el viento, virtuosas tejedoras forman parte de Gente de Somuncura, cooperativa que agrupa a un centenar de mujeres.
LOS LAURIENTE
El primero de la familia en pisar la estepa fue Pedro, que llegó con su papá, Rafael Lauriente. Luego Pedro se volvió a Tapili-huque, paraje entre Ramos Mexía y Sierra Colorada, que está al pie de la meseta. Ellos eran carreros, "transportaban cosas y tenían entrenamiento en amanse de caballos", cuenta Miguel Ángel, tataranieto de Rafael, que se quedó trabajando con sus hijos Néstor y Rodolfo, entre el 30 y el 40, y a cada uno le tocó un campo de diez mil hectáreas. Hoy, La Caledonia es una propiedad de 15.000 hectáreas en manos de Miguel Ángel (hijo de Edgardo, nieto de Néstor), el único de tres hermanos focalizado en las complejidades de un campo esencialmente pecuario. Miguel habla de la gran sequía de siete años que padecieron de 2007 a 2014, y de sus consecuencias cuando empezó a llover y no paró en una semana: cayeron 230 mm y más de 400 mm en los meses siguientes, temporales mediante. El agua, que primero les supo a bendita, se volvió una pesadilla.
La casa familiar de La Caledonia tiene el encanto de las que permanecieron tal como fueron vividas, sin ninguna puesta en escena, con esa estética infalible regida por el sentido práctico de quienes la habitaron. Aquí y allá, se hace notar la discreta huella de su madre en la producción de algunos objetos decorativos y en las sillas pintadas con vaquitas de San Antonio. Muy sensible doña Susana del Carmen Mazziotti, italiana de Calabria, y con buena mano para la cocina. En la sangre de Miguel se mezclan varias corrientes. La abuela paterna, Clara Chaia, era hija de un matrimonio libanés, y la bisabuela por parte de madre, tehuelche mestiza de apellido Mendoza.
La Caledonia requiere tiempo, y si no queda, más vale inventarlo porque amerita, al menos, un reconocimiento veloz. La maratónica recorrida arranca en (1) el Puesto de la estancia, donde se mantienen en pie taperas de piedra olvidadas; otra, de adobe, más nueva, la usaba el abuelo de Miguel para hacer noche junto a otros arreadores cuando el campo no estaba dividido con alambradas internas. Afuera, la gran aguada permanente. Le sigue (2) la Aguada de las Chilcas –Baccharis salicifolia–, el monte de álamos idos en vicio, y el cerro que es puro pórfido. Después, (3) el puesto Trapalo (Trapal: barro, Co: agua) junto al mallín. (4) Hacia el "chenque" (cementerio de caciques tehuelches), cerro arriba; de allí, a la casita de piedra (5) junto a los "lloraderos" –filtraciones de agua en la piedra, que aquí es rosada, violácea, también verdosa– y a los rastros de pinturas rupestres (6) en formas de guardas –grecas–, propias de la cultura tehuelche, de entre 500 y 2000 años de antigüedad. También son grecas las del alero, en la formalmente denominada Cueva de Lauriente por haber sido Miguel el que las descubrió, en 2007. Alrededor, la tierra inconmensurable. Y por último (7), el dilatado cráter de 120-200 millones de años, según datos aportados por el geólogo Labudia, de la Universidad del Sur de Bahía Blanca. Aquí llegamos a la carrera para no perder los últimos reflejos del atardecer sobre la aparente infinitud de esa aparente planicie roja brotada de verdes lisos, el cráter reconfigurado.
En La Caledonia hay 105 km de camino y 120 km de alambrado. Me pregunto: ¿cuánto más hay que andar, hurgar y volver a escrutar la desmesura de este paisaje para abarcar todos los secretos que todavía oculta? La terquedad del viento impide calcularlo.
DONDE HUBO MAR
"Escarchiyó", dice Darío, a la vista del suelo blanco que en la mañana relumbra. Hace frío y Darío lo enfatiza con un localismo que en este instante quedó adoptado. Adiós helar, bienvenido escarchiyar. Darío Ibáñez Huaiquián es técnico agrónomo y profesor de biología.
Chileno por parte de abuela materna, vive en Los Menucos y asiste a su madre –Paula– cuando llegan visitantes con ganas de saber de qué se trata esa historia de fósiles marinos estepa adentro. Su madre es viuda, y está instalada en La Arboleda, a 65 km al oeste de Los Menucos, en el área de la Meseta Central.
En el camino, Darío también habla de la sequía de los siete años, y habla de "la matanza de los turcos", como se conoce a un hecho infausto acaecido en Lagunitas, paraje que figura en el censo de 1890 y que fue el primero de la región. Es otro de los sucesos que pervive en los pagos profundos de esta Patagonia. Otro, más místico que truculento, refiere que en el Cerro Somuncura había una entrada a una cueva donde oficiaban salamancas, esas reuniones de muertos que acostumbran a celebrar como si estuviesen vivos.
La Arboleda es un establecimiento rural de 4.750 hectáreas en el que pastan unas mil ovejas, pero su riqueza intrínseca son los fósiles marinos. Y en la casa, de adobe y acogedora, Darío guarda un muestrario de ese tesoro de naturaleza jurásica. Hace 60 millones de años la estepa era el fondo de un mar de baja profundidad, rico en diatomea, microorganismo de estructura silícea. De esa etapa de la vida quedó un sedimento de diatomeas saturado de crustáceos. Una caminata hasta la cercana loma Baya es suficiente para dar con tales vestigios en asombrosa cantidad y a cielo abierto. El hallazgo se repite cuando se recorren las cárcavas, donde se detectan enormes bloques sedimentarios que son un amasijo de bivalvos.
La riqueza intrínseca de La Arboleda son los fósiles marinos.
HUEVOS DE DINOS
Juan Carlos Calfuquir agrandó la casa y se prepara para recibir. Nuevo en estas lides, forma parte de la agrupación Meseta Infinita, que en agosto cumplió una década de existencia. Fiel a la consigna de este proyecto para el desarrollo turístico, Juan Carlos propone vivir la experiencia Somuncura en campo propio. Caitacó abarca 2.500 hectáreas al pie de la meseta, con 500 ovejas de explotación lanar. A la atención que le presta al campo se suma su trabajo en la "muni" de Los Menucos como Secretario de Producción. Y en su papel de anfitrión es asistido por un dúo de oro: su tío Eusebio Calfuquir y su mujer, Nelly. Mientras ellos se ocupan de la logística del almuerzo, encaramos una amplia recorrida con varias paradas clave. La primera es un sector del campo en el que aparecen, sobre un suelo llano y entre arbustos, numerosos fragmentos de cáscaras de huevos de dinosaurios, animales presentes en la Tierra durante el período cretácico inferior de la era mesozoica. Seguimos un buen trecho a campo traviesa para llegar hasta un "chenque", que se detecta en un alto y sin otra señal que un túmulo de piedras como referencia. En el descenso llegamos al pie de una barda, donde yacen troncos de árboles petrificados. Caitacó alberga un sorprendente botín prehistórico. Y, como es común en estos pagos, Juan Carlos cuenta con una generosa colección de puntas de flecha que el campo le fue revelando con los años. Un detalle para observar: las puntas de flechas sin remate en la base datan de una época anterior.
El bisabuelo de Juan Carlos era chileno, de Pitruquén, y su abuelo –es decir el papá de Eusebio– se asentó en Comicó ("agua buena" en mapuche), el último enclave habitado antes de la meseta. Para cuando volvemos a la casa, el cordero que Eusebio puso al asador está listo y crujiente, y las ensaladas, bajo la custodia de Nelly, esperan en la mesa ya puesta.
MESETA PARA DOS
Mastuasto es el extraño nombre de una lagartija gordita, endémica de Somuncura. Le vuelvo a preguntar el nombre a Eusebio y me lo repite: mastuasto. No entendí mal. Y así lo anoto. Él se sonríe y sigue andando; yo lo sigo de cerca y no dejo de mirar un arbusto aquí, otro pinchudo allá, ni de oler el aire que, de a ratos, se llena de un aroma vegetal que creo reconocer, pero no. Algo más adelante van Nelly y Paula, la fotógrafa. Andar sobre la meseta no resulta difícil pero incómodo sí que es… hasta que el cuerpo se acostumbra y después ya es como pisar siempre liso. O casi. Vamos rumbo a una de las lagunas que guarda Los Flamencos, la estancia de los Calfuquir donde pasan buena parte del tiempo. Cuesta aceptar que en esta inmensidad nadie más viva. En realidad, hay una tercera persona; se trata de Gregorio Inalaf, nieto de los longevos Inalaf, venidos de Chile y residentes de la meseta hasta que partieron de este mundo, ella a los 105 y él a los 115 años. La vivienda que ocupaban está junto a una gran laguna y hoy sólo son ruinas entre las que creció un robusto mimbre. Ahí paramos ayer a la tarde, cuando subimos. Pero al buen Gregorio, que sabe tocar el acordeón, no nos lo topamos.
La meseta es una isla sobre la estepa, con un suelo que contiene greda roja, blanca y negra.
Ayer a la mañana, camino a la estancia Caitacó, la parda monotonía del paisaje mostraba las irregularidades de ese horizonte elevado; "allá arriba tenemos que llegar antes de que anochezca", había señalado Eusebio; "si demoramos la salida, volvemos a Los Menucos". Y llegamos. Al volante se había puesto Nelly. De movida fue un andar normal, pero cuando empezamos a trepar la situación cambió drásticamente: la camioneta se sacudía sin intermitencias, según iba escalando piedras tremendas sobre un plano inclinado cada vez más vertical. Con un último envión la certera maniobra nos dejó sobre la meseta. Este trance en el que el cuerpo siente que va a desencuadernarse, puede durar unos 20 minutos y a él se enfrenta este matrimonio al menos una vez por semana.
En el camino a la casa habíamos parado en un par de lagunas: la primera, donde las ruinas de Inalaf, y ya con la puesta de sol, en la de los flamencos. En la propiedad hay unas 14 lagunas; entre ellas, Bartolo, Damajuana (cerca de la casa de los anfitriones), Grande, etcétera. Eusebio cuenta que donde están las ruinas del lugar que sus ancestros habitaron, la laguna tiene playa de arena, pero el acceso demanda un descenso muy escabroso. Esos ojos oblicuos de agua dulce aparecen como destellos ocultos en medio de la aridez. "Son de agua llovida", apuntó Eusebio una hora más tarde, mientras hablábamos del tema y descorchaba un vino. Nelly, mientras tanto, la personificación misma de la serenidad, ultimaba detalles de la cena: tres pizzas diferentes que devoraríamos con ganas, al amparo de las paredes que ellos supieron levantar cuando se decidieron, sin dudarlo, a abrirse al turismo. Estamos los cuatro solos en varios miles de kilómetros a la redonda, en la hondonada que ocupa la casa a resguardo de los vientos que soplan y soplan, e iluminados por la luz de generador. Anoche, la noche cobijaba tan perfecto momento.
Eusebio cumplió 69 en septiembre y Nelly 50 en enero. Él nació arriba; ella, en Choique Mahuida, paraje donde vive parte de su familia, cerca del cerro del mismo nombre. De apellido Mirán y antepasados tehuelches, Nelly tiene toda la estampa que dignifica ese linaje: alta, fuerte, bien plantada, la gestualidad precisa. Por las venas de Eusebio, hombre dado con gusto a escuchar más que a contar, corre sangre mapuche. Son progenitores orgullosos de dos hijos que están en la "uni" y por los que todo esfuerzo realizado bien valió la pena. Los Calfuquir tienen también una casa cerca del pueblito de Comicó (con una habitación acondicionada para alojar), a 62 km de Los Menucos, y otra en Los Menucos, donde viven con sus perros y unas 40 ovejas cuando no están aquí arriba. Este año hubo temporal y muchas heladas; les fue imposible seguir con la obra de la ampliación iniciada meses atrás, y que esperan poder terminar ahora, en octubre, porque hasta septiembre suelen tener nieve, hiela… "pero no es tanto el frío", dice Nelly, espíritu templado en el rigor de la meseta.
Acá arriba tienen mil ovejas. Eusebio sabe cazar guanaco y choique, y a la hora de comer prefiere la carne de choique. Nelly hace jamón de guanaco, escabeche de choique, mermeladas –de michay, de ciruelas, de higos– y pan blanco de molde. También hila y teje al telar, así que suele prestarse a compartir su oficio con las artesanas de Gente de Somuncura cuando está abajo.
MAQUINCHAO Y ADIÓS
El Caín es el único pueblo que está sobre la meseta, pero como ocupa un gran bajo casi en su borde occidental, es considerado como otra de las poblaciones que se hallan al pie. Se llega desde Maquinchao, por la RP 5, en dirección sur sureste.
En Maquinchao se halla el establecimiento rural San José, donde, además de visitar el Museo Familiar y Arqueológico que montó el ingeniero agrónomo Gustavo Zgaib, se puede pasar un día de campo. Gustavo, 40 abriles, es de origen libanés; cuenta que su abuelo hablaba tehuelche y sabía contar hasta diez en español; que el campo de su papá está en el paraje Rucu Luan; que tiene un medio hermano (Ariel) y uno entero (Julián), y que entre los tres atienden el campo: 3.400 hectáreas y la cría de ganado lanar de doble propósito.
En el galpón cuelgan unas cuantas pieles de zorro y una de puma. Él los caza, "en defensa propia" dice. Fardos de forraje se apilan para el invierno. Sobre los cueros de oveja que se adunan en un rincón del cobertizo dos gatos hacen fiaca.
El recorrido por estepa y meseta cierra aquí, en Maquinchao. Como despedida, organizaron una cena colectiva en el restaurante Los Vascos, y Javier Chaia, su propietario, propone menú degustación con jamón de guanaco, berenjenas en escabeche, un rico capón en escabeche… y varios platos más. De todo se come y se habla poco. En 1991, recuerdan, acá la temperatura llegó a -37 °C; sostienen que estamos en la región más fría de la Argentina y que Maquinchao es anterior a Los Menucos. Casas añosas tiene y esquinas tomadas por el olvido, también, y se ven bellas en su condición.
Después de comer aparece una guitarra, los cantores largan sus trinos, los aplausos piden bis y más vino para alargar la noche. Antes de que la calabaza se vaya y cese el encantamiento, decimos adiós a quienes nos atendieron, nos prodigaron sustento y reparo, compartieron con nosotras la intimidad de sus casas e hicieron de faro en nuestras exploraciones por una realidad patagónica misteriosa y severa. Somuncura: piedra que suena sus míticos acordes.
DATOS ÚTILES
La meseta es un programa en sí mismo y conviene ir después de recorrer algunas de las estancias de la estepa para que la experiencia sea completa. En cualquier caso, las visitas son con guía.
CÓMO LLEGAR
Bariloche-Los Menucos. Por RN 23 son 348,5 km. En bus, cinco horas y media. Transporte Las Grutas. T: 0810-333-5697.
BARILOCHE
DÓNDE DORMIR
Posada Los Juncos. Av. Bustillo Km 20. T: (+54 294) 444-8485. T: (+54 9 294) 495-7871.
LOS MENUCOS
DÓNDE DORMIR
Hotel Nevado. Av. San Martín 1158. T: (02940) 49-2569. nevado_hotel@yahoo.com. Hotel con alta demanda (aloja a empleados de las canteras) que duplicó el número de sus habitaciones: de las seis con que abrió en 2008 pasó a doce. Pulcro, con wifi y un correcto desayuno básico.
SIERRA COLORADA
DÓNDE DORMIR
Peuma Hospedaje. Ramón Puig 573. T: (02940) 49-5205. C: (2984) 64-2833. La casa de Sandra y Raquel ofrece 2 sencillas habitaciones triples con baño privado y otras 2 con baño compartido. Total: 11 camas.
MAQUINCHAO
DÓNDE COMER
Los Vascos. Julio A. Roca 252. T: (02940) 49-1382. Un clásico con 35 años de trayectoria, desde hace diez en manos de Javier Chaia y de Cristina, su mujer. Se especializan en la carne de capón (cuando hay) y el flan es casero. Buenas minutas. Lunes a sábado de 09 a 15.
PASEOS Y EXCURSIONES
Establecimiento San José. T: (2984) 66-8419. En pleno campo, un Museo Familiar y Arqueológico, de los hermanos Zgaib. Se armó con objetos antiguos y abundantes vestigios indígenas y apunta a seguir creciendo.
Meseta Infinita. T: (2944) 61-3100 y (2944) 66-3411. Agrupación de establecimientos rurales, gastronómicos y culturales que propone programas en la meseta y en la estepa. A la fecha, los integrantes son: La Caledonia, Caitacó, La Arboleda, Los Flamencos, San José, Gente de Somuncura y restaurante Los Vascos. Los programas se trazan de acuerdo al interés y a la cantidad de personas y abarcan tanto actividades por el día –cabalgata, caminata– como por varios días con noche en el campo.