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Las clásicas cabezas con clavos de Geniol, los leones de carrousel marca Sequalino, la megaaguja de Singer, son algunos de los tesoros que asoman aquí y allá. “De novios, siendo estudiantes de Ciencias Económicas, en vez de ir a pasear, a bailar o a cenar, nosotros salíamos a ‘gitanear’. Eduardo me pasaba a buscar y recorríamos compraventas, mercados de pulgas y anticuarios, nos perdíamos por caminos atrás de un dato, buscábamos cosas. Él era de la zona norte de Córdoba, le gustaba la música, componía. Y yo de la zona sur, también amante del arte, pero más vinculada al diseño. Los dos empezamos con esta pasión de coleccionistas hace 35 años y no paramos nunca más”, confiesa Claudia González, hablando también por su marido, Eduardo Argüello, en uno de los comedores del espléndido Hotel San Leonardo.
La casona de aires románticos fue proyectada en 1930 por el arquitecto italiano Augusto César Ferrari (1871-1970) para una influyente familia de Agua de Oro, los Vergonjeanne, que tenían un hijo religioso, Gastón, sacerdote de toda de la región. Leonardo (a quien se debe el nombre de la propiedad) era el padre de Gastón, ingeniero de acomodada posición económica.
Ferrari es el responsable de varias iglesias en las sierras: la de los Capuchinos en la capital cordobesa, la de Unquillo y la de Villa Allende. La gran casona de los Vergonjeanne se concibió con techo de tejas musleras, mampara vidriada y 42 columnas ornamentales en la estructura de dos plantas, dominando desde lo alto un parque arbolado que llega hasta el río. El edificio ingresó hace tres años en la nómina de bienes protegidos de la Comisión Nacional de Monumentos Históricos de la Nación y además de ofrecer siete suites ambientadas en distintos estilos, alberga un salón de fiestas y restaurante gourmet con capacidad para 200 cubiertos, bar, casa de té y una tienda vintage de objetos mid century que haría delirar a los productores de la serie Mad Men.
San Leonardo funciona, a su vez, como centro de interpretación de la obra del también pintor y fotógrafo europeo (padre del artista plástico León Ferrari) y como un museo sumamente atractivo ya que en las vitrinas, paredes y techos del salón principal Eduardo va rotando parte de su colección de publicidad corpórea (la que no es plana, ni gráfica), una de las más importantes de país, constituida por unas tres mil piezas. “Algunas, como esas lámparas, las busqué durante más de 20 años”, admite, señalando con un gesto embelesado tres bombitas gigantes marca Osram y Philips que cuelgan del techo.
Hay otros objetos preciados, aunque su debilidad son las viejas muestras de vendedor, réplicas exactas en miniatura de calefones, asientos de barbería, cocinas o planchas, con sus mecanismos perfectos, que hace 60 años servían para demostrar las virtudes de un producto en las giras comerciales.
Claramente, San Leonardo es mucho más que un hotel. Parada obligada en un recorrido por las Sierras Chicas, es un refugio donde confluyen historia, cultura, naturaleza y buena gastronomía, todo coronado por la amabilidad de sus anfitriones, con los que es un placer conversar sobre cada detalle. Es que hace 15 años, tras haber funcionado con distintos dueños como vivienda, como hotel (entre los años 50 y 60) y como casa de retiro de la Iglesia Cristiana Ortodoxa, el edificio fue ocupado y saqueado, y recuperarlo fue un sueño y un acto de amor al arte. Claudia abre el teléfono y muestra la postal de ese abandono, una foto impactante por el contraste con el esplendor actual que le sirve también como recordatorio y mojón de su propia historia.
Una historia con final feliz
“Siempre decimos que la casa nos encontró a nosotros”, aseguran, evocando esa mañana de 2006 en que caminaban por la costanera de Agua de Oro y vieron asomar el edificio entre los yuyos, todo grafiteado, ni un vidrio sano. Para ellos, fue amor a primera vista y la compraron sin tener un plan concreto. Estuvieron un año contemplándolo, analizando con especialistas en arquitectura y patrimonio qué hacer con semejante joya. Para esa época, profesionales, Eduardo y Claudia ya dirigían la inmobiliaria ARGO Usina de Proyectos (por Argüello-González) pero seguían comprando tesoros y la casa de Villa Allende donde vivían con su hijo Octavio se les había saturado de objetos y antigüedades. “Era algo directamente intransitable. Le decíamos El Museíto. Venían los amigos y no teníamos dónde recibirlos”, se ríen.
Tres años sin descanso les llevó la restauración. En 2010 abrieron el restaurante y, a los tres meses, un amigo les pidió si podían realizar allí la fiesta de casamiento de su hijo. Sin más antecedentes en el asunto que su propia boda, Claudia asumió el desafío con dedicación y sensibilidad, y salió todo perfecto. Desde entonces, San Leonardo es el marco perfecto para dar el sí. En 10 años hicieron 178 celebraciones matrimoniales, la última hace apenas unos días, iniciando la era posCovid.
Con la casona nuevamente en su esplendor, la pasión de coleccionistas cobró cada vez más sentido y los muebles de El Museíto fueron encontrando su lugar indicado. El hotel abrió en 2018 con siete habitaciones, cada una ambientada en un estilo diferente: francés, inglés, art déco, Tudor, americano, Chippendale y oriental imperial. Al principio sólo se habilitaban para los novios e invitados, eventos corporativos o en ciertas fechas especiales, y desde diciembre de 2020 se ofrecen también al público en general (sólo en verano y en paquete con pensión completa). “En marzo retomamos la temporada de bodas hasta diciembre´21, en que vamos a sumarle las cuatro habitaciones que faltaban. Los estilos que vienen son: renacimiento italiano, art nouveau, provenzal y andaluz. Están quedando maravillosas”, anticipa Claudia, entusiasmada.
Un paseo completo
El restaurante del hotel, que funciona de jueves a domingo, se hace fuerte en platos de cocina no convencional con productos de la región, como los ravioles crocantes de cabrito braseado en su jugo, hechos en masa de hojaldre. Premiado por su cocina de vanguardia, ya participó en tres ocasiones del “Goût de France”, evento en el que mil restaurantes del mundo honran el mismo día la gastronomía francesa. El bar, que tiene el techo tapizado con 100 carteles de publicidades antiguas, ofrece también un servicio de té muy recomendable.
La tienda vintage está conectada con el hotel pero con ingreso independiente y es el otro gran atractivo de San Leonardo. Está enteramente a cargo de Octavio, que heredó de sus padres la puntería para dar con magníficas piezas. Del último viaje a Buenos Aires volvió con una lámpara de cristal de Murano de 80 centímetros de diámetro apoyada sobre la falda, porque ya no entraba un alfiler en la camioneta. “Veo que está cortado por la misma tijera que el padre. Su impronta es más moderna, pero cuando sale con Eduardo busca piezas muy concretas. Para mí que se está armando una colección porque son Muranos especiales, firmados, de autor”, dice Claudia. Y se le adivina el orgullo.
Hotel San Leonardo
Luis Lozano esquina Costanera, Agua de Oro. T: (0351) 398-8800 y 397-3168. Durante diciembre, enero y febrero abren los fines de semana. Desde el sábado a las 14 hasta el domingo a las 18: u$s 120 la doble. Incluye cena del sábado, brunch del domingo. Noche adicional u$s 50. De marzo a diciembre, el hotel cierra para todo público y se dedica a los eventos. Durante todo el año, el restaurante está abierto de jueves a domingo, y los lunes feriados.