Iguazú: una aventura por la vieja ruta de acceso a las Cataratas
Ariel Centurión llega a la entrada del Parque Nacional Iguazú con su 4x4. Busca a un grupo de turistas y los lleva selva adentro. Algunos prefieren ir sentados y contemplar el paisaje desde la camioneta; otros optan por ir en la parte trasera y esquivar –o no– las ramas que asoman por el camino. Es que la naturaleza busca reconquistar ese terreno que perdió en manos del hombre y no le pide permiso para desplegarse a lo largo del recorrido. "La selva no te espera, avanza", dispara este hombre que desde hace cuatro años es guía del safari Rainforest, que coordina Enrique Matt Maske.
La propuesta consiste en descubrir la antigua ruta de acceso al parque, tal como señala un viejo cartel que indica el camino a las Cataratas. Esta ruta, la 12, se usaba hasta hace unos 40 años cuando, en 1974, se inauguró el asfalto: una de las medidas que se realizaron en Misiones mientras la provincia se preparaba para recibir la ola de turistas que vendría por el Mundial 78.
Entonces también se inauguró el aeropuerto y se instaló una antena para que los misioneros pudieran ver la televisión nacional. "Sentían poca pertenencia con la Argentina al ser esta provincia una cuña entre Paraguay y Brasil", explica Ariel.
Pero su relato va más allá en el tiempo. Cuenta que la tierra de las Cataratas, elegidas como una de las Siete Maravillas Naturales del mundo en 2011, antes era propiedad privada y pertenecía a Samuel Ayarragaray. En 1928, el Estado compró este territorio por $3.200.000 para hacer una represa y, en 1934, se creó el Parque Nacional Iguazú. Medio siglo más tarde, en 1984, las 67.620 hectáreas que componen el predio fueron nombradas Patrimonio Natural de la Humanidad.
El primer hotel que se instaló en esta región tenía 24 habitaciones, 10 baños y no contaba con energía eléctrica. En esa época, los turistas que llegaban a las Cataratas viajaban en un barco a vapor que era propiedad de Nicolás Mihanovich, tío bisabuelo de la cantante Sandra Mihanovich. Un viaje de cuatro semanas que dependía la navegabilidad del río.
Sentidos en alerta
Esta vieja ruta de acceso a las Cataratas se encuentra entre la ruta nacional 12 –que atraviesa el parque– y el río Iguazú. Son doce kilómetros de historia abrazadas por la flora y la fauna del lugar. Doce kilómetros donde "lo que se ve depende de lo que regale la naturaleza", como advierte el guía a los turistas. "En la selva, a diferencia de lo que sucede en la ciudad, los sentidos que más se usan son el olfato y el oído".
Dice eso y apaga el motor. "Nos está hablando el tucán", avisa, y por unos segundos solo se escucha el ruido del viento golpeando los árboles y algún que otro silbido. Iguazú es tierra de aves. En el parque hay 450 especies, lo que equivale a decir que allí vive el 40% del total de las especies de aves que existen en la Argentina. También hay 2000 especies de plantas y árboles; 70, de mamíferos; y un sinnúmero de insectos.
Se estima que los turistas no llegan a ver ni el 5% de los animales que viven en la selva porque están dispersos y, por eso, verlos depende, no solo de la atención, sino también de la suerte y la paciencia. Ese es el misterio que se esconde en la selva. "Acá no son centenares. Los que andan en grupos son los coatíes, los monos y los pecaríes (raza salvaje de cerdos). El resto andan solos porque es mejor para sobrevivir", acota el guía.
Lo que queda
Ariel vuelve a subirse a la camioneta y enciende el motor. Sus zapatillas ya se tiñeron de colorado por el color de la tierra. Avanza y, mientras maneja, explica: "Uno puede escarbar hasta 40 centímetros de humus con lo cual los árboles caen porque están sostenidos en el humus y en la tierra colorada".
A continuación dispara la frase que más resuena entre los guías que trabajan vinculados al parque: "De lo que había 40 años atrás, solo queda entre un 5 y un 7%". Es que el hombre en minutos puede talar árboles de 500 años. Detrás de estas cifras, está la decepción que le genera saber que, para que la selva borre los daños del hombre y vuelva a ser nativa tomará más de cien años dado que, entre otras cosas, "faltan árboles añejos, son todos muy jóvenes".
En Misiones la deforestación se llevó a cabo, en gran parte, para hacer plantaciones de pino, soja y, en menor medida, yerba mate. Pero ahora el control volvió a la naturaleza. Los pioneros en la recuperación del terreno son los arbustos a los que ellos llaman "colonizadores o invasores" porque son los primeros en aparecer. Por ellos, "la selva está muy tupida a los costados y es imposible caminar".
Este misionero dice que a partir de estos arbustos es que la selva podrá recuperar su estado original. "Avanzan, recuperan la tierra, la hacen fértil nuevamente. Luego, crecen, tienen flores, semillas y frutos. Al mismo tiempo, caen semillas de los árboles que empiezan a crecer. Estos árboles, una vez que superan a los arbustos, tienen más luz y crecen más rápido. En un momento, va a haber mayoría de árboles y menos plantas por debajo porque entrará menos luz".
Próxima parada: "El kilómetro 11", que lleva ese nombre porque está a 11 kilómetros de las Cataratas y a 11, del puerto. De todos modos, su importancia no reside en su ubicación estratégica, sino en su historia. Si bien allí solo se ve un pozo de agua, ese lugar es donde vivía el guardaparques Bernabé Méndez: un hombre que fue asesinado el 14 de abril de 1968 por cazadores furtivos. Algunos ven en él a un héroe por su labor para conservar el medio ambiente y por eso hoy un salto lleva su nombre.
Este enamorado de Iguazú aprovecha otra parada para contar cuáles son las excentricidades que trajeron los inmigrantes, como una uva japonesa que se utilizaba para hacer coñac, dulce y mermelada. "Los guardaparques están tratando de erradicarlas pero antes las estudian –explica–. El objetivo es recuperar lo propio de la selva".
La estrella del lugar es entonces el Palo Rosa: el monumento de Misiones, que, entre otras cosas, se usa para hacer pintura, muebles e instrumentos (especialmente de cuerda); aunque también hay un lugar en el podio para el Yacaratiá, un "árbol del que sacan la madera para hacer un dulce".
Mientras habla ve en el suelo un nido de hormigas gigantes. Estas "hormigas tigre", como se las llama, miden dos centímetros y medio y son otras de las maravillas exóticas que se esconden entre las plantas.
Toma una y mientras la deja caminar por su mano explica que son carnívoras, que pican y que viven alrededor de veinte por nido. "Cuando la dejamos circular por el cuerpo no pasa nada, nos usa de puente. Nos pican solo si nos tienen miedo, por defensa". Lo dice entre chistes, pero detrás de esas palabras está la regla de la selva: no invadir y dejar que la naturaleza mande.
Colesterol, diabetes y sobrepeso
Como dice Horacio Ortigoza, otro guía del parque, "en Iguazú se vive y se respira turismo. Si no hay turismo, la gente se muere". De todos modos, esta actividad que mantiene viva a la ciudad también perjudica a su fauna silvestre.
Año a año, se producen alrededor de 500 accidentes de tránsito con animales y, sobre todo los coaties, monos, hurracas y los peces sufren problemas alimenticios por la comida que le dan los turistas en su afán por sacarse fotos o interactuar con ellos. Colesterol, diabetes o sobrepeso, son solo algunas de las enfermedades que "se pusieron de moda" entre los animales.
Estos se alejan de la selva y dejan de cumplir su rol natural –que es el de esparcir frutos y semillas– para convivir con los turistas: un problema de dos vías. Esto puede ser peligroso, también para las personas, por las consecuencias que les puede generar una mordida. Por ejemplo, los guías advierten que, por las bacterias, la mordida de los monos puede afectar al cerebro humano y, en algunos casos, causar daños irreversibles.
Hoy, bajo la consigna "tu comida me mata", desde el Parque intentan revertir esta situación generando conciencia. Además, hay refugios como Güira Oga, donde se trabaja para rehabilitar a estos animales para que vuelvan a alimentarse de semillas y frutos naturales y puedan superar sus adicciones y vicios.