Entre el imponente legado cultural y las largas filas para admirar sus principales joyas, un recorrido básico y veraniego para principiantes en esta ciudad que parece tenerlo todo (aunque se haga esperar),etiqueta. Amil ex fdear exero doloreet autoli nim acidui erci blaque
Roma tiene lugar para todos. Para la bloguera que, en tacos aguja y sobre la calle empedrada, pretende disimular los 35 grados a la sombra; para el estudiante de dibujo que, con papel y lápiz, copia en detalle la fuente de los Cuatro Ríos en Piazza Navona; para el cura que en un minimercado elige un imán, sin decidirse por el del Papa o el gladiador.
El escenario de la Dolce Vita tiene arte, historia religiosa, monumentos milenarios y comida de leyenda. También tiene turistas que llegan en masa durante julio y agosto, a pesar del calor, y honran su título de Capital del Mundo. Según el Instituto Nacional de Estadística italiano, en 2018 la visitaron 29 millones de personas. No sorprende que las filas para distintas atracciones lleven horas, que haya reservas, pases rápidos y guías que parecen vendedores turcos con su insistente sistema de oferta.
Lo cierto es que a este ritmo la Ciudad Eterna podría dejar de serlo. Eso pensaron en la firma Bvlgari cuando en 2016 financiaron la renovación de las escalinatas de Piazza Spagna y plantearon la discusión pública sobre si se la debería cerrar para preservarla del público. Mientras tanto, las que se sienten eternas son las filas para entrar al Coliseo y a los Museos Vaticanos, que a partir de las 9 concentran hileras, aunque no pocos escapan cuando el sol pega directo; otros resisten con bajones de presión, caramelos y litros de agua. Todo acompañado por la cantinela empecinada de los que prometen accesos inmediatos y después disimulan una espera que es casi la misma.
Como un gladiador
Si se quiere visitar el Coliseo, el primer concejo es llegar cerca de las 8 de la mañana, cuando hay sombra y sólo espera un grupo de personas. El segundo es pararse como un gladiador y desoír las incontables propuestas (si no se reservó con un tour y algo de anticipación, ya es tarde). El recorrido por el laberinto de vallas se detiene cuando llega un contingente, porque tienen prioridad, y después vuelve a moverse. Así hasta llegar a la boletería.
Aunque resulta difícil imaginar aquellas luchas y fieras, el calor ayuda a comprender el agotamiento y la entrega de quienes se enfrentaban en este circo. El anfiteatro Flavio, en honor a la dinastía Flavia de emperadores romanos, se inauguró en el 80 DC. Allí se disputaban las muneras, combates entre gladiadores que los ciudadanos de alto status ofrecían al pueblo. Y las venationes, donde participaban animales exóticos traídos desde África. Todo era pan y circo para entretener a la plebe, un promedio de cincuenta mil espectadores.
En la actual tienda de recuerdos también hay una cola larguísima para pagar. Por suerte, la fila para devolver las audioguías no es tan extens. Afuera del Coliseo, la calle que rodea el Arco de Constantino conecta con una subida hacia el Palatino. Otra espera, ahora con un sol alto, sin sombras, y dos hombres que, a la caza de sedientos, venden bebidas al costado de la fila. La turista china de adelante, con paraguas, sombrero y lentes de sol, compra, pero abre la botella, la inclina y descubre que el agua es un enorme hielo. Así la tienen, congelada, intomable para que soporte esas sofocantes horas.
La cuna de Roma está en el Monte Palatino. Eso cuenta la leyenda que se reforzó en 2007 con un descubrimiento arqueológico: la cueva donde, según el mito, la loba amamantó a Rómulo, fundador de la ciudad en el 753 AC. El circuito empieza cuando se cruza el Arco di Tito y parece llevar un orden, hasta que las ruinas de un pasado imperial se bifurcan en distintos caminos.
El Palatino, el Foro Romano y los Imperiales (con la ventaja de estar al aire libre) sufren un nivel de amontonamiento bajo; aún menos gente hay en el Circo Massimo. Las pistas donde se corrían las carreras de carros unen la Via di S Gregorio con Santa María in Cosmedin, la iglesia medieval que tiene en su pórtico la Bocca della Verità. Ahí el tiempo de espera para meter la mano en la máscara de mármol (la leyenda asegura que los mentirosos la pierden) y sacar la foto es moderado. Con decir que cada tanto el cuidador encuentra espacio para gritar attenti! y asustar a algún turista.
Durante el siglo XVI, las ejecuciones públicas de la inquisición romana atraían multitudes. Hoy la plaza es una atracción de lunes a sábado por la feria de alimentos frescos que hasta 1869 se abría en Piazza Navona. Puestos y flores rodean la estatua de Giordano Bruno, un filósofo condenado a la hoguera por hereje en 1600. Tres curas le pasan por al lado con aparente prisa. Si no hay una iglesia en esa cuadra seguro hay en la siguiente. La barroca Sant’Andrea della Valle, por ejemplo, está cerca. Se dice que en Roma hay más de 900 iglesias y que el 98 por ciento de su población es católica. Las monjas y los curas pasean tanto como los turistas y también hacen shopping porque en el imperio de la moda no faltan vidrieras con casullas, sotanas y albas.
Del Popolo a San Pedro
Si es cierto que todos los caminos conducen a Roma, sin dudas convergen en la Fontana Di Trevi. La gente no para de llegar. Es imposible pararse y mirarla sin pestañar antes que alguien empuje, pise o, en el mejor de los casos, pida permiso. La plaza es tan chica como grande es la fuente que se terminó de construir en el siglo XVIII. A la mañana ya hay gente, a la hora que cae el sol y a la medianoche, igual.
Los tachos de basura alrededor de Piazza del Popolo rebalsan de botellas plásticas. Dan ganas de robarle la atención al chico que con paciencia hace burbujas de jabón, para pedirle al público un poco de consciencia. No sólo son un atentado al medio ambiente, sino un pecado en la ciudad donde abundan las fuentes de agua. Los Nasoni son bebederos con grifos curvos que parecen una gran nariz (de ahí su nombre) y proveen agua fresca, potable y gratuita. Están por todos lados. El primero se instaló en 1874. El más antiguo en funcionamiento está en la Piazza della Rotonda, cerca del Panteón de Agripa.
La capital italiana lleva (casi por lógica) a cruzar la frontera al Vaticano. Sin exagerar, la entrada a sus museos es peor que un tramite migratorio. El calor, la falta de viento, la sed recuerdan a Moisés y el cruce del desierto mientras los guías ofrecen atajos. Después de hora y media en una fila que adelanta poco y nada, caemos rendidos con la oferta de llegar a la tierra prometida. El guía se presenta: "no se preocupen que a las 14 terminamos porque de acá me voy a la playa". Sí, hay arena y mar muy cerca del aeropuerto de Fiumicino. En Ostia, un barrio adonde van los romanos cuando el calor es insoportable.
"Si se sumara el valor de cada obra de arte, este sería el país más rico del mundo", cuenta con una sonrisa transpirada. Acto seguido recita el pasaje de la Biblia: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Tocó un guía cubano, el paseo será toda una aventura.
Si hubiera avisado con anticipación que escaleras abajo íbamos a ver vitrinas con regalos al Papa Francisco, hubiéramos dicho no gracias. La regulación de energía durante el recorrido es importante. Remeras de fútbol autografiadas, mates, una exposición de objetos en honor al argentino; y después una marcha sin pausa (para no congestionar el tránsito turístico) por las obras de Miguel Ángel, Rafael, Leonardo Da Vinci, Caravaggio. Imposible ver todo.
En Plaza San Pedro
La explicación sobre el Pacto de Letrán, cuando en 1929 Mussolini (como Primer Ministro de Víctor Manuel III) firmó con el cardenal Pietro Gasparri (representante del Papa Pío XI) la independencia de la Santa Sede fue interrumpida por una señora que pedía a gritos una salida de emergencia. "Es que la gente va como ganado". se escuchó desde algún lado, "también así te tratan" le respondieron. Entonces un guardia de seguridad largó un chistido de silencio ante la escalera que lleva a la Capilla Sixtina.
En la Plaza San Pedro no hay sombra, pero corre viento. "Adentro de la basílica no dejen de prestar atención a la tumba de Juan Pablo II, la de San Pedro justo debajo de la cúpula y a la Piedad de Miguel Ángel", recomienda el guía. Tras seguir las indicaciones y despedir la ciudad del Vaticano, el Castel Sant’Angelo queda de frente. Ese monumento que fue mausoleo, fortaleza, palacio, cárcel y museo tiene, como si fuera poco, uno de los puentes más lindos de Roma. Si todavía queda espacio para admirar esculturas, desde el castillo a la derecha, la segunda y la cuarta son obras de Bernini.
El antídoto para una tarde bulliciosa es caminar junto al río Tíber. Mejor si es en dirección a Trastevere, barrio bohemio, lejos de los empujones, con música y bares para la hora del aperitivo, o trattorías para cenar una saltimbocca alla romana (en Grazia & Graziella, Largo M.D. Fumasoni Biondi, 5) o unos spaghetti carbonara (en Ditta Trinchetti, Via della Lungaretta, 76). Eso sí, sólo cuando baje la temperatura.
Datos útiles
Qué ver
Coliseo: Piazza del Colosseo, 00184 Roma. La entrada cuesta 12 euros e incluye el acceso al Palatino y Foros Romanos. Para hacer la visita con un guía oficial se recomienda reservar con anticipación, el costo es de 5 euros y los grupos son de un máximo de 40 personas. En el caso de no conseguir cupo se puede alquilar una audioguía por 6 euros. Los primeros domingos de cada mes la entrada es gratis. El boleto online tiene un costo extra de 2 euros, y se puede comprar en www.coopculture.it/colosseo-e-shop.cfm. Abierto todos los días a partir de las 8.30 con horarios de cierre que varían entre as 16.30 y las 19 según la temporada.
Vaticano. La entrada general a los Museos y la Capilla Sixtina es de 17 euros. Combinar entrada y audioguía cuesta 24 euros. Si se compra online hay que sumar 4 euros por el derecho de reserva. El supuesto acceso rápido que ofrecen los guías a la gente que hace cola ronda los 57 euros. Los horarios de apertura son: de lunes a sábado de 9 a 18, con último acceso a las 16. Cada último domingo de mes de 9 a 14, con último acceso a las 12.30
Bocca della Verità: Piazza della Bocca della Verità, 18. Se puede visitar todos los días de 9.30 a 17.50. La entrada es gratuita.
Castel Sant ‘Angelo, Lungotevere Castello, 50. Está abierto de martes a domingos de 9 a 19.30. La entrada general cuesta 14 euros.