Por qué elegimos el barco a vela como nuestra nueva casa y modo de vida
Son las 8:15 de la mañana, estamos a dos días de volar a Florianópolis para buscar el Tangaroa2, que va a ser nuestro medio de transporte y casa durante por lo menos un año. Ulises duerme en su cuna, rodeado de los juguetes que aún no embalamos, lo último que empacaremos. De día tildamos pendientes y de noche intercalamos horas de sueño con pequeños diálogos con Juan sobre cosas que no nos podemos olvidar y algunas incertidumbres de la etapa que se viene. Ahora, mientras escribo, pongo todo en pausa para pensar qué esperamos de este viaje y qué pensamos sobre los viajes en general. Que sea en barco no es una casualidad, es una elección.
1. A 8 kilómetros por hora
Repasamos todo el libro de los nombres, y Ulises fue el único en el que coincidimos. Mi abuela Coca amaba a los griegos, y nosotros los viajes. Significa "caminos" y su personaje más célebre es el Rey de Ítaca, el navegante, el que imagina el caballo de Troya. La Odisea es el viaje que hace Ulises para volver a su tierra y a su querida Penélope, un viaje que le lleva diez años: "Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo / lleno de aventuras, lleno de experiencias", empieza el poema de Constantino Cavafis. Este es nuestro primer deseo para el viaje que estamos por emprender en El Barco Amarillo. No vamos a correr para llegar a ningún lugar, de hecho, no hay una línea de llegada.
2. El viaje en vivo
A vela es imposible ser exactos. No podemos predecir qué día vamos a zarpar o a llegar al siguiente destino; si vamos a tener que hacer escalas o mejor seguir viaje para aprovechar vientos portantes; si una bahía nos va a retener más días de los que planeamos o no va a ofrecer el refugio suficiente para pronósticos de mal tiempo. Hace algunos años, yo estaba trabajando en Uruguay y Juan quiso irme a buscar a vela, fue el primer cruce del río que hizo en solitario, una navegación que suele durar unas 6-8 horas. Esa noche el viento soplaba fuerte de proa, había mucha ola y corriente en contra, así que Juan tuvo que cambiar de rumbo y tirar mil bordes: demoró casi 15 horas en llegar a Colonia. Del otro lado, no me asusté, una de las primeras lecciones en náutica es que sólo hay "derrotas": por más que uno planifique, organice, sea más o menos obsesivo con los preparativos y la precisión al timón, la estela del barco dibuja la derrota, lo que finalmente se puede. Todos los viajes son procesos vivos, orgánicos, donde es imposible controlar todos los factores y hay que estar dispuesto a volantear; la única diferencia con la vela, es que esto se hace más evidente.
3. No es un paquete
Se suele pensar en los viajes como paquetes con principio y final, transfers in/out, reservas en hoteles, excursiones incluidas. No se deja nada librado al azar, los itinerarios son cerrados y todo está pre-pagado para evitar mayores sorpresas en el resumen de la tarjeta. Así es más fácil, más seguro, pero también, este tipo de viajes no dejan margen para improvisar, descubrir y elegir sobre la marcha. En 2008 fuimos a México, empezamos en el DF, recorrimos la costa pacífica, atravesamos la selva hasta el Atlántico, y cuando llegamos a Cancún, nos decepcionó el monopolio de los all inclusives sobre las playas. Estábamos barajando por dónde seguir cuando supimos que Fidel se retiraba del poder después de 32 años y llamaba a elecciones. Tomamos un vuelo a La Habana y ese mismo día estábamos entre cubanos en el malecón. Nada más alejado de un paquete de viaje que un viaje a vela: vamos a ejercitar la cintura.
4. Estar disponibles
Los viajes cambian a las personas, eso está dicho, pero en qué medida ya depende de cada uno. Los lugares y las personas que nos encontremos en el camino pueden ser colecciones de fotos en Instagram o espacios de encuentro y transformación. Cuando los pingüinos de Madagascar llegan por fin a la Antártida y se dan cuenta que el clima ahí "está horrible", deciden pegar la vuelta y encarar un nuevo viaje hacia el norte, hacia el calor y la playa. Estos pingüinos se permitieron cambiar y adoptar un rumbo diferente al de todos los demás. Hace unos años hicimos un viaje por la costa de Brasil de sillón en sillón, haciendo puro couchsurfing (red social que te permite hospedar y ser hospedado de forma gratuita, con el objetivo de compartir experiencias). Eso definió no sólo los destinos que conocimos, sino la forma en la que los conocimos: por ejemplo, en Angra dos Reis una pareja de kayakistas nos llevó a remar entre islas; en Ilha do Mel pasamos dos días con una familia que nos enseñó a cocinar recetas con leche de coco, pescado y harina de mandioca; y en Barra da Tijuca aprendimos de basura y reciclaje con un ingeniero que trabajaba a favor del medioambiente. Cada casa era un viaje dentro del viaje; y también viajamos las veces que hospedamos turcos, griegos, neoyorkinos, japoneses… en casa.
5. En comunidad
Para que couchsurfing fuera posible, tuvimos que aprender a confiar: le abríamos la puerta de nuestra casa a totales desconocidos, a cambio de nada. Y con el tiempo, no sólo los habilitamos a estar y compartir con nosotros, sino que hicimos un juego de llaves para que pudieran circular libremente. Ahora aplicamos la misma lógica para nuestra casa-barco, y la escotilla siempre está abierta para otros navegantes que nos cruzamos en viaje. En marzo hicimos una prueba piloto de la vida y viaje a bordo por la costa de Santa Catarina, y en ese poco tiempo, conocimos una familia de franceses que invitamos con mates al Tangaroa2, y a una familia de brasileños, con dos mellizas de 6 años, que nos convidaron una cena en su hermoso barco. Hablamos en otros idiomas, aprendimos mutuamente de convivencia, puertos, experiencias y vueltas al mundo. Cuando uno proyecta cosas buenas, vuelven cosas buenas. Volviendo al poema sobre el viaje a Ítaca: "Ni a los lestrigones ni a los cíclopes / ni al salvaje Poseidón encontrarás / si no los llevas dentro de tu alma / si no los yergue tu alma ante ti". Al formar parte de una comunidad se puede más.
Este miércoles volamos a Florianópolis para subirnos al barco y seguir los cuatro juntos con rumbo norte. Vamos en busca de algo, como todo viajero, un camino. Algunos piensan que no queda nada por descubrir, que no hay más territorios por explorar; pero volviendo a la maestros griegos, nadie se baña dos veces en el mismo río: cada viaje es único.
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