Astrónomos profesionales y aficionados de los Estados Unidos y de Argentina pernoctaron en un glamping de Piedra del Águila, Neuquén, para presenciar el fenómeno en primera fila. LUGARES estuvo allí, entre los gritos de emoción cuando al mediodía se hizo de noche por dos minutos.
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Nadie tiene idea de dónde y cómo lo encontrará el 2048, año en el que está fijada la próxima cita en la Argentina con un espectáculo natural del mismo tipo. Por eso más vale eclipse en mano y ante la posibilidad de ver uno total de sol desde la primera fila, no hay duda: se sepa algo o nada de astronomía, es una oportunidad única de vivir una experiencia excepcional. Y allá fuimos, dispuestas a desmentir la fama que culturas diversas a lo largo de los siglos le han endilgado a este fenómeno de los astros y a disfrutar de dos minutos mágicos en los que el corazón parece detenerse.
Los eclipses han tenido históricamente mala prensa: han sido señales nefastas y pronósticos de malos augurios tanto para civilizaciones primitivas como pueblos originarios y reyes. Por algo el sol, adorado universalmente, era devorado por las sombras. Por algo malo, claramente, porque se los asociaba a la oscuridad y el misterio.
Sin embargo, nada más predecible que un eclipse, tanto para matemáticos como para astrónomos y físicos, que son capaces de anunciar cuándo y dónde se producirán los de las próximas décadas con precisión de segundos.
Se trata de fenómenos más comunes de lo que podemos pensar. Todos los años hay varios, en algunos hasta siete. Pero sólo se pueden observar en determinados lugares del planeta. El año próximo será posible presenciar otro eclipse total de sol en Argentina, pero… solo desde la Antártida. Y en 2027 habrá uno más que se verá en el país, pero no será total sino del tipo anular.
Recién dentro de 28 años se podrá repetir esta experiencia del 2020, y será de nuevo en el sur patagónico. Pero para que un eclipse total de sol vuelva a ser visible en el exacto mismo lugar se estima que deben pasar unos cuatro siglos.
Campamento con glamour
El lugar de privilegio donde presenciamos el eclipse está ubicado a 14 km de la localidad neuquina de Piedra del Águila, una de las pocas del país que se encuentra en la franja donde el fenómeno se pudo apreciar en un 100%.
Los barbijos resultaron un aliado inesperado para mitigar el polvo que arremolinaba el fuerte viento. En la recepción del Eclipse Camp, montado por Frasson Travel Designer en terrenos de una estancia, ofrecían los lentes protectores con la recomendación extra de que, incluso usándolos, convenía mirar al sol unos minutos y dejar descansar la vista. El único lapso en el que no iban a ser necesarios sería en los dos minutos en el que la luna ocultaría totalmente sus rayos de nuestra vista. Pero, antes y después, mientras el eclipse fuera parcial, iban a ser imprescindibles, tanto que también las cámaras fotográficas, los telescopios y los binoculares necesitaban filtros especiales para no dañarse.
Veinte carpas de lujo para dos personas formaban una ronda gigante alrededor de un fogón. Aparte, una tienda grande oficiaba de lounge bar, y otra de mayor tamaño aún era el comedor para la cena. A pocos pasos, una ambulancia con personal paramédico nos cubría las espaldas y el resto de nuestras anatomías.
Nada de bolsas de dormir: cada carpa tenía camas de hotel, e incluso mesas de luz con leds y unos coquetos faroles en la entrada.
Un dúo de charanguista y violinista de Bariloche amenizaba el atardecer de la víspera del eclipse con chacareras y música clásica, mientras Horacio Codo, dueño de siete motos históricas, entretenía a grandes y chicos con mini paseos en sidecar.
A unos pasos, Adrián, astrónomo aficionado, explicaba cómo usar al día siguiente tres telescopios que estarían disponibles para los que quisieran ver el eclipse con detalle.
Entre los 80 acampantes había 65 argentinos y 15 norteamericanos que viajan por el mundo avistando eclipses. Lograron entrar al país dentro de un protocolo burbuja y gracias a un decreto presidencial firmado apenas el día anterior.
Antes de la pandemia se esperaban en el glamping al menos 500 extranjeros. Un staff de 30 personas atendía las necesidades de los que contrataron el servicio.
Tortilla de papas, croquetas de espinaca, pinchos de pollo, trucha a la plancha con salsa holandesa y duraznos con crumble de avena fueron algunas de las exquisiteces de la cena.
Cada acampante había pagado $80.000 por la experiencia con pernocte, y los cien que se sumaron al día siguiente solo por esa jornada, entre $9.600 y $14.400 por persona.
Día D
Tras un completo desayuno, todos empezaron a prepararse para el plato fuerte. El show del eclipse comenzó a las 11.45 en dirección noreste, con el sol bien alto en el horizonte. Poco a poco, una mueca de oscuridad empezó a crecer desde el cuadrante izquierdo superior del sol, como parte de un proceso que se extendió por casi tres horas y que tuvimos la suerte de disfrutar a pleno porque no se nubló.
Proyectando un cono de sombra de 90 km de ancho que avanzaba a una velocidad de 2.400 km por hora, a las 13.08 la luna lo logró: tapó totalmente al sol. Se hizo de noche en pleno día, la temperatura bajó y en la línea del horizonte se producía un efecto extraño: había luz. Era como ponerle una tapa redonda al cielo, pero verlo desde adentro de una olla que no se termina de cerrar y de la cual en todo el borde se seguía pudiendo mirar hacia afuera.
Las aves desaparecieron del cielo, convencidas de que era hora de irse a dormir y el viento dejó de soplar. Dos minutos después, empezó la segunda fase del eclipse parcial, con la luna en retirada, que se extendió hasta las 14.35.
Así, el satélite natural de la Tierra iba avanzando desde Junín de los Andes hacia la costa atlántica, tapando al sol a medida que iba surcando el territorio de Neuquén y de Río Negro en un recorrido que proyectó su sombra durante 17 minutos por todo el ancho de la Patagonia.
La corona del sol se pudo ver claramente como un halo delgado. Festín para científicos: es una oportunidad única de estudiar la parte externa de la atmósfera solar que no se puede ver normalmente, ni a simple vista ni con instrumental por su brillo intenso.
Fans del cielo
Son como cazadores de tornados pero que hacen foco en los astros, tan fanáticos que son capaces de perseguir el próximo eclipse, sea donde sea.
Anne Marie Adkins nació en San Antonio pero vive en Texas y dejó todo atrás (su hogar pero también sus dos profesiones, consultora en management y diseñadora gráfica) para vivir su pasión verdadera: los cielos. Tiene 9 telescopios en su casa y suele reunirse en suelo estadounidense con otros 400 astrónomos tan aficionados como ella en mítines de observación. Pero también corre detrás de eclipses por todo el planeta y fue una de las que logró llegar a la Argentina con su filtro casero para binoculares como extensión de su cuerpo. Lo lleva pegado a su mano, como otros tenemos el celular. Pero lo presta, generosa, y enseña a usarlo.
“Esto es un lujo”, dice extasiada a LUGARES, y habla tanto del campamento como de la posibilidad de ver en vivo y de modo presencial un fenómeno estelar más.
Anne viajó como parte del grupo de viajeros estelares que lidera la astrónoma estadounidense Victoria Sahami, fundadora de Sirius Travel, agencia especializada en eso de recorrer el mundo en fechas precisas y mirando para arriba.
Victoria acumula remeras conmemorativas como hacen los runners con las de las carreras. Solo que las suyas marcan las fechas y los lugares del planeta en los que el sol desapareció. Tiene puesta una que recuerda el que presenció en China, y que es uno de los 12 que ya vivió, siempre desde la primera fila.
Una de sus tareas fundamentales es viajar un año antes al sitio del mundo que tenga las perspectivas de ser el mejor (por clima y por ubicación) para lograr ver el eclipse al 100% de su esplendor.
“Son tan fanáticos que si cuando hacen sus mediciones ven que corriendo el campamento 500 metros logran dos segundos más de oscuridad total, te piden que lo muevas”, reconoce Luciano Frasson, uno de los organizadores de Eclipse Patagonia 2020. Con su empresa Frasson Travel Designer durante dos años y medio trabajó para montar todos los detalles de la experiencia. “Cuando vinieron el año pasado dijeron que este sitio era perfecto y que la zona tenía el menor registro histórico de nubosidad de toda la franja en la que iba a verse el eclipse total al 100%”, se enorgullece.
Reposeras para el cuello
“Sí, es verdad. En primer lugar estudié el clima de esta región los días 14 de diciembre de los últimos 20 años. Cuando me convencí de que podría ser un gran destino, vine a hacer una site inspection, chequear todo justo hoy, pero hace un año porque para nosotros cada segundo cuenta. Lo que les sugerí a los organizadores es que pusieran reposeras porque todo el proceso es largo y es el mejor modo de descansar los cuellos”, sonríe la astrónoma, e invita con gran generosidad a hacer uso de su telescopio personal que permite ver al sol menguando poco a poco, como si fuera una luna.
Victoria reconoce que la suya es una industria de astros redondos, pero paradójicamente de aristas muy filosas. De hecho, para asegurarse ubicaciones de privilegio hay quienes pagan todo con cinco años de anticipación. “Hay una gran competencia. En un eclipse habíamos contratado un hotel entero para un contingente, pero apenas días antes otro grupo de un país europeo ofreció el triple. Y nos cancelaron la reserva”, recuerda. Obviamente movió tierra, pero sobre todo cielo, y logró reubicar a sus pasajeros.
¿Qué información esperás recoger de este eclipse? “¡Ninguna! Vengo a vivirlo, y a ayudar a que los integrantes del tour que lidero lo experimenten al máximo. Es una experiencia que te para el corazón. De todos modos, obviamente les doy el contexto científico: mis clientes ponen la plata, yo la astronomía”, dice con una sonrisa enorme.
“Fijate: al este están Júpiter y Saturno. Al oeste, Venus. Y cerca del sol, Mercurio”, señala Victoria, didáctica, a esta cronista.
Los asistentes coinciden en un grito. Los ¡WOWWWWWWW! ¡AMAZING! ¡AWESOME! de una señora que vive en Colorado, USA, y había viajado sola, por su cuenta, hasta la polvorienta estepa para ver el primer eclipse de su vida se mezclan con los FAAAAAAAAA, MIRÁ ESOOOOOOOO de un treintañero que había resuelto festejar su cumple invitando a tres amigas, todos debutantes también en esto de dejarse arrobar por la noche diurna.
Hay aplausos de euforia y se siente un sobrecogimiento extraño que mezcla la adrenalina de saberse viviendo un hecho inusual y una magia inasible, sobrenatural, pero racional a la vez.
“El último campamento al que fui en mi vida se hizo cuando tenía 8 años. Ahora, con 39, no sabés la alegría que siento de estar acá”. “Yo tengo 11 y me moría de ganas por dormir en carpa”. “Para mí era la oportunidad de reunir a mis afectos después de tantos meses sin vernos por la cuarentena. Estoy a punto de cumplir 68 y qué mejor que darles el gusto a mi nieta y a mi hija”, dice Oscar Álvarez con una felicidad que no le cabe en la reposera, rodeado por Celeste y por Cecil, la mamá de la nena. El eclipse, paradójicamente, lo iluminó.
La familia es mendocina, pero por trabajo Oscar vive en Neuquén. Este fenómeno los reunió en Piedra del Águila. “Tenemos cero vínculo con la astronomía. Mi nieta cursa la primaria, mi hija es bióloga molecular y yo estoy en la industria petrolera. Nos entusiasmó –cuenta– la posibilidad de reunir a las tres generaciones para vivir una aventura, un hecho histórico y sin tumulto”. Los tres quedaron azorados.
A unos pasos de distancia, Victoria anticipa que llevará a su grupo de cazadores de eclipses a disfrutar de tres días en Bariloche y otros tantos en Buenos Aires. Pero ella y sus pasajeros saben bien que eso es accesorio, puro relleno. Lo central fue, y será, aquel latido detenido en el corazón.
AGRADECIMIENTO: Federico Soto.