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Son 1200 m2 de vitrales. Y hay de todos los tipos: verticales, en puertas, ventanas, grandes ventanales, los hay horizontales ubicados en los techos del salón de baile y la confitería, también como parte de plafones, copones, lámparas colgantes, y por último, los cientos de paños que conforman las marquesinas.
María Paula Farina Ruiz es técnica superior en vitrales. Desde septiembre de 2018 se desempeña como asesora en la restauración de los vitrales de la Confitería del Molino.
Actualmente ella y su equipo están abocados a las marquesinas, pero ya completaron los vitrales del salón del primer piso, y cinco de los nueve paños con escenas de El Quijote de la confitería de planta baja. Son especialmente interesantes cuando se ponen en perspectiva histórica.
La confitería de Cayetano Brenna tuvo su sede original en Rodríguez Peña y Rivadavia y se mudó en 1904 a la esquina de Rivadavia y Callao. Primero se instaló en la planta baja y en 1909 Brenna adquirió la planta alta. Después compró los lotes contiguos por ambas calles y convocó al arquitecto italiano Francisco Gianotti para levantar el gran edificio que tantas generaciones conocieron, inaugurado en 1916.
El nombre de “Confitería del Molino” le llegó en honor del vecino molino harinero Lorea, que había estado muy cerca, pero cuando Gianotti encaró su proyecto, la ciudad ya había crecido, y le pareció apropiado decorar el salón de planta baja y la cúpula con escenas del otro molino célebre del mundo: el del Quijote de Cervantes.
Farina Ruiz estudió sus vitrales en profundidad y con la colaboración de las especialistas catalanas Sílvia Cañellas y Núria Gil Farré, descubrió que las nueve escenas están basadas en las litografías del francés Gustave Doré (1832-1883), cuyo grabador Heliodore Joseph Pisan, los difundió por el mundo.
“Se trata de obras que no están firmadas y no son secuenciales, pero están realizadas con gran maestría. Los cortes técnicos se adaptan a la imagen con gran sutileza. Logran dibujar la escena, y los plomos acompañan cada figura como si fuese una fibra negra, realzando las características de los personajes. En estas obras, el color de los vidrios pasa a un segundo plano, porque lo notable es el trabajo de pintura, exquisito. El detalle de los pliegues de la ropa, la textura de las telas, las sombras que generan vida, todo da cuenta de una virtuosa utilización de la grisalla y los esmaltes. En las telas, por ejemplo, pintadas por ambas caras, logran verse la profundidad y el movimiento”, asegura.
Por esa gran variedad de vitrales que hacen del edificio un “muestrario”, Farina Ruiz afirma que en El Molino hay trabajo para varios años, y que es un desafío abordar esa multiplicidad de tipos de vitral en un mismo edificio, y uno tan especial y querido por los porteños. “Me gusta trabajar en equipo en esta tarea interdisciplinaria de recuperación del patrimonio nacional”, afirma.
De La Plata al mundo
El acercamiento de Paula Farina Ruiz al mundo de los vitrales fue durante un viaje y tuvo algo de flechazo, epifanía o inspiración. Estaba por terminar la carrera de odontología en La Plata, cuando sus padres la invitaron a Europa. Fueron los grandes rosetones y ventanales de la catedral de Chartres los que despertaron su interés.
Ya de regreso, se inscribió en el Instituto Superior de la Catedral de La Plata, su ciudad, donde se formó como técnica superior en vitrales. La carrera de tres años era nueva, y no duró mucho. Cerró en 2012, por falta de alumnos. Ella es de las pocas graduadas. Siguió especializándose en el Centre International du Vitrail de Chartres, donde fue la primera extranjera en ser aceptada, y resultó becada para profundizar sus conocimientos en conservación, restauración, y pintura medieval de vitrales. Llegó a trabajar en la catedral de Notre Dame de Chartres, la misma que la había conmovido unos años antes, cuando no podía sospechar que volvería allí como profesional.
“Los vitrales tienen un vínculo especial con la luz. Sin ella están apagados, es como si no existieran. Recuperarlos es devolverles su esplendor, traer de regreso esa luz para la que fueron concebidos”, explica Farina Ruiz.
Su relación con ellos, sin embargo, fue cambiando con los años. En La Plata, el aprendizaje se había concentrado en las técnicas: tiffany, vitrofusión, pasta de vidrio. El plan de estudios no incluía nada sobre restauración. El respeto por el origen de cada pieza surgió con los estudios en Chartres en 2012. “Aprendí que las cicatrices que el tiempo va dejando son huellas que no debo pretender borrar. Se pueden disimular, pero todo lo que los restauradores hacemos tiene que poder volver atrás. No tenemos que intervenir en lo que el artista hizo originalmente, ni en los rastros que la historia pudo haber dejado. Por otro lado, somos conscientes de que en el futuro pueden surgir técnicas superadoras de las actuales, de modo que, con más razón, nuestra tarea tiene que ser reversible. Se trata de recuperar, limpiar, reparar, pero no suplir ni modificar”.
Vitrales de aquí y de allá
Al regresar de Europa, María Paula realizó un curso de posgrado en Preservación y Conservación del Patrimonio. Y, desde entonces, el abordaje de sus tareas arranca siempre con la investigación sobre la historia y la naturaleza de las piezas, e incluye la documentación de todo el proceso, tal como ha hecho con el estudio de los vitrales del Museo Nacional de Arte Decorativo (que cuenta en su acervo con vitrales de los siglos XV y XVI), los vitrales del ex-Palacio Unzué, o el asesoramiento técnico para el Palais de Glace.
Desde su rol de asesora en vitrales en el Departamento de Restauración y Conservación de la Cámara de Diputados, donde ingresó en 2015, ha sumado también la capacitación. “Allí armé el equipo de vitrales de cero, porque no existía. Formé a varias personas y empezamos a trabajar como un taller escuela para asumir, en 2018, el desafío más importante de mi carrera hasta el momento: la restauración de los vitrales del Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados”, cuenta.
Dividido en cinco lucarnas temáticas de 7 x 2 m (de 40 paños cada una) representan la Agricultura, la Ciencia, la Justicia, las Artes y el Comerciol, típica iconografía republicana y liberal de principios del siglo XX. “Tal como sugieren los lineamientos internacionales de conservación y restauración, comenzamos realizando una búsqueda histórico-artística, en la cual encontramos una imagen del CeDIAP (Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública) y nos dimos cuenta de que la disposición de las imágenes había sido alterada en restauraciones previas. Estuvimos un año a 13 m de altura, sujetados con arneses, apoyados en tablones suspendidos sobre los vitrales, trabajando de manera conjunta con las áreas de seguridad e higiene, desmontando y recuperando los paños. Una vez finalizada su restauración, los volvimos a montar, ubicándolos como en 1916. Además, descubrimos que había atributos de las imágenes que no coincidían con el original, que habían cambiado, y los rehicimos tomando las referencias de archivo para devolverles su lectura. Hoy puede decirse que cada paño ha vuelto a contar lo que quiso decir su autor en un principio”.
María Paula trabajó también en los vitrales del Palacio Vera en Av. de Mayo, en los del Salón de los Bustos de la Casa Rosada, en la cúpula del excafé Retiro de la estación Retiro-Mitre, en el rosetón y el nártex de la Medalla Milagrosa, en la iglesia de San Agustín, en Nuestra Señora del Carmen, en las confiterías Las Violetas, La Ideal y en la cúpula del hall de honor del Palacio Paz en la plaza San Martín. También realizó estudio y análisis de los vitrales de las catedrales de La Plata y de San Carlos de Bariloche.
“La restauración de la cúpula del Círculo Militar fue la más importante que hice por su imponencia en el lugar en el que está emplazada, por su historia, por el trabajo multidisciplinario que abordamos. Los vitrales fueron traídos de París, y están firmados por la famosa casa Jansen, realizados por Laumonnerie en 1913. Ese palacio fue la construcción más importante de la época”, asegura. “Fue una experiencia muy rica y gratificante. Trabajamos de lunes a lunes durante cinco meses. El día que lo vi terminado no podía creer lo que habíamos hecho”, evoca. El logro tuvo su reconocimiento: recibió el primer premio del concurso de Patrimonio 2019 realizado por el Fondo Nacional de las Artes.
Catálogo argentino
“Proteger los bienes patrimoniales a lo largo del tiempo no se trata sólo de ocuparse de lo material, sino de transmitir de generación en generación los valores que la sociedad le otorga a su herencia”, asegura Paula Farina Ruiz.
El relevamiento es una de las fases importantes para asegurar la conservación. Por eso, desde hace muchos años, Paula también trabaja en un proyecto de investigación, documentación e inventario de vitrales de nuestro país. “Archivo cada vitral que conozco y documento la mayor cantidad de datos posibles: el año de realización, la firma del taller, una descripción de las imágenes con su simbología, la ciudad y el nombre del edificio donde se ubica. El objetivo es armar un archivo público, para saber lo que tenemos, y llevar un registro que nos permita saber cómo y cuándo llegaron a la Argentina, quién realizó los encargos, técnicas utilizadas por el taller, simbologías, y así comprender y difundir un poco más de nuestra historia.
Paula lleva identificados más de 363 edificios a lo largo de todo el país, pero no es algo que haya conseguido sola, se nutre de la información que muchas personas le hacen llegar a diario en sus redes sociales. “Eso también ayuda a visibilizar y difundir el valor de nuestro patrimonio”.
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