Prendidos al celular, hasta en el museo
La Mona Lisa huele a sudor alemán. Mientras la contemplo, la axila del germano está a un metro de mi nariz. No quiero olerla, pero es imposible no hacerlo.
Antes de ver la obra de Leonardo da Vinci, la espío por un iPhone y por el nuevo Samsung Galaxy de dos turistas chinos. En sepia y decolorada. La Gioconda con filtros y en un mensaje lleno de emojis.
¿Es posible emocionarse ante la contemplación del arte en un ambiente saturado? ¿Hubiera sentido Stendhal esa reacción corporal ante la belleza en los museos de hoy?
Cuando visitó Florencia en 1817, escribió: "[?] Me latía con fuerza el corazón; sentía aquello que en Berlín denominan nervios; la vida se había agotado en mí, andaba con miedo a caerme".
Aquí, en esta sala del Louvre uno tiene miedo de que le entierren un palo de selfie en el ojo. En este tiempo la contemplación está intervenida por el turismo y la necesidad de mostrar el viaje inmediatamente.
También tomaré mi celular y sacaré fotos para Instagram. Lo haré, pero igual que Bartleby, preferiría no hacerlo. Preferiría museos sin celulares. Como en los famosos fiestones del Chapo Guzmán, donde la condición para entrar era dejar los celulares en custodia. Lo que pasaba adentro era privado. En los últimos años extraño lo privado en los museos. El goce íntimo de la forma y el color. El silencio. Estar un momento a solas con Matisse, acercarme a los cielos ansiosos de Van Gogh, dejar que me rompan la cabeza las bombas cubistas de Picasso. Nada de eso es posible hoy en los grandes museos: mediatizados, superpoblados, ruidosos.
Para llegar a La Gioconda es necesario romper la masa turística. Pedir permiso no basta, hay que avanzar con hombros y codos. El cuerpo también está en juego pero en un sentido menos romántico que en los años de Stendhal. Cuando la masa se agrieta y finalmente llego a La Gioconda, un grupo de egresados españoles hace muecas a la pantalla. De espaldas al cuadro.
Que vuelvan los museos sin celulares.
Las palabras y los fuegos
Este texto forma parte de Verás cosas extraordinarias (editorial Periplo), nuevo libro de relatos de viaje de Carolina Reymúndez. Con ilustraciones de Marcos Farina, desde Siberia hasta Salta y de Zimbawe a Nueva York, cada historia está acompañada por una receta de Florencia Cillo. Porque, recuerda la contratapa, las palabras siempre estuvieron cerca de los fuegos. Se presenta el martes 16 de octubre, 18.30, en Falena (Charlone 201).