La selva misionera no es cuento: la provincia tiene el cincuenta por ciento de la biodiversidad total del país, en un millón y medio de hectáreas protegidas, con pequeños hoteles-refugios y programas de exploración
En Misiones el viajero se sumerge en la exuberancia de la selva. Pero no todo es Iguazú: se puede también unir las Cataratas con los Saltos del Moconá, distantes a cuatro horas o 322 kilómetros por rutas onduladas, en buen estado. Con parada obligada en el Parque Provincial Salto Encantado, más de 13 mil hectáreas protegidas, atravesadas por el arroyo Cuñá Pirú. Aunque poco conocidos, hay más de 70 saltos de agua en esta provincia.
Cada vez más hoteles y lodges proponen vivir la experiencia de selva desde el alojamiento mismo: para llegar a las habitaciones o cabañas construidas entre árboles y frutos de mil colores, hay que caminar por extensas pasarelas de madera en el medio del bosque.
Eso es lo que pasa en la reserva Iryapú, de 600 hectáreas, en Iguazú, y en el Moconá Virgin Lodge by Don, en el centro-este de la provincia. Allí no hay poblaciones cercanas: la luz viene de un generador que se apaga por las noches o cuando hay mucha tormenta mientras los relámpagos iluminan el cielo espeso y se cae la señal de wifi. Las caminatas, bicicleteadas, navegaciones en lanchas o kayacs, el rappel o la tirolesa completan la ilusión de la jungla perdida.
En el monte
Es noche cerrada y unas diez personas de distintas nacionalidades bajan por un sendero estrecho en la Reserva de Biósfera Yabotí, a 3 km de los Saltos de Moconá y unos 60 de El Soberbio, por la ruta P.N.2. Avanzan a tientas, cobijados por árboles de muchos metros entreverados entre sí como el alecrín, la caña fístula, el guatambú, el peteribí, el incienso y el cedro. Algunos se asustan, rompen el hechizo y encienden la linterna del celular; otros prueban con la luz de las estrellas. Se siente la humedad; de día hace calor y de noche apenas refresca. Cada tanto, una lluvia lo moja absolutamente todo.
Christian Haman guía la expedición con la voz clara, como sus ojos: su pelo amarillo resalta en la noche, tercera generación de colonos alemanes que llegaron a la tierra colorada desde Brasil y se afincaron en Aristóbulo del Valle, huyendo de la guerra. "Miren bien el suelo –advierte-, así no se llevan sorpresas". Aclara que en el monte siempre es mejor llevar pantalón largo y zapatos cerrados por la presencia de arañas y serpientes. "Aunque se asustan del ser humano, conviene ser precavido", dice.
Las yararás, las corales y las anacondas eran y serán hermosas pero al verlas se asemejan a la manguera y los recuerdos dolorosísimos de Mempo Giardinelli en su cuento Yarará como manguera. Por si acaso, el lodge cuenta con suero antiofídico: aunque algunas sí se ven, rara vez atacan y resultan una prueba más de la crudeza de la naturaleza con sus maravillas, terrores y misterios. Pero no se ilusione: se escuchan animales y se ven huellas pero en general no se ven.
"En esta reserva viven tres tribus guaraníes. Conservan gran parte de sus costumbres por estar bastante aisladas de la civilización, viven de la caza y de la pesca, sin celular. En Misiones hay 109 comunidades pero pocas se mantienen tan vírgenes como las de esta zona", cuenta Cristian.
La idea es compenetrarse con la mata atlántica y vislumbrar la cultura de esta provincia. De la selva original que cubría Brasil y Paraguay queda poco, pero aún un tercio de Misiones lo constituyen áreas protegidas.
El manjar que espera al final del camino iluminado por un gran fogón rodeado de troncos se llama ticueí con reviro. Consiste en carne de algún animal cortada en cubitos saltada en su propia grasa. "Hace unos doscientos años atrás –explica Cristian– esto era impenetrable y no había caminos, se llegaba solamente por agua. Los mensú, hoy taraferos, venían desde las ciudades a talar los árboles de yerba mate y otros, con la ilusión de prosperar; en cambio quedaban endeudados con el patrón y pocas veces podían salir de la selva. Entonces se alimentaban de lo que encontraban y así nació el ticueí, con los bichos que cazaban. Si intentaban huir, muchas veces los mataban", cuenta.
Se mezcla con el reviro, especie de granulado de harina con grasa o aceite que se come solo o con miel y sirve para acompañar el mate quemado, hecho con azúcar y brasas colocadas en la pava u olla con yerba y agua. El resultado es una bebida dulce con el sabor ahumado del caramelo, deliciosa, acompañada por una comida contundente.
La historia del reviro viene de la época de la colonización con la llegada del trigo, aunque dicen que los guaraníes ya tenían un plato similar hecho con harina de maíz.
Jane y Tarzán
Las experiencias en el Moconá Virgin Lodge incluyen el "vuelo" sobre el Salto Horacio con una tirolesa de 600 m de largo a 60 m de altura sobre los árboles gigantes; o caminar hasta verlo, bordeando el arroyo Oveja Negra, que forma una cascada de 20 metros. La bella caída de agua lleva su nombre en honor al guardaparque Horacio Foerster, que dio su vida en los saltos del Moconá el 19 de octubre de 1993.
Otra opción es hacer kayak y bañarse en el arroyo Yabotí, con agua dulce y cristalina, uno de los más puros de Misiones. Al no atravesar poblaciones en su curso hasta desembocar en el río Uruguay, su cauce suave resulta ideal para observar aves de colores como el bailarín azul, la mosqueta ceja amarilla, el yetapa negro, el surucuá amarillo o el tucán de pico verde, entre otras. También, la yacutinga o el carpintero cara canelo, ambos en peligro de extinción. Y detrás de las cascadas, los vencejos, que de día vuelan y hacen piruetas en el aire y de noche duermen y anidan tras el manto de agua.
Yabotí es el nombre de una tortuga que habita el arroyo y las cataratas, de tamaño mediano, no tan grande como la que se sacrifica por el hombre en los cuentos de Horacio Quiroga, cuya casa-museo también se puede visitar en este u otro viaje. Se realizan dos o tres actividades-experiencias para terminar el día agotadísimo y feliz.
"Misiones, con un millón y medio de hectáreas protegidas, conserva el 51 por ciento de la biodiversidad total que hay en la Argentina: es realmente potente lo que pasa acá", señala Juan Manuel Zorraquín, asesor del lodge.
Moconá está dentro de la reserva de biósfera que implica una protección de la UNESCO. "Nosotros lo fomentamos a través del uso racional del agua, la clasificación de residuos, la reducción del consumo de energía eléctrica, la contratación de personal local. También invitamos a las escuelas para que conozcan el predio, entre otras medidas por las cuales obtuvimos el certificado de turismo sostenible de la Rainforest Alliance", dice.
Todos a bordo
Los Saltos del Moconá, "el que todo lo traga", en idioma guaraní, no siempre se muestran: uno puede ir varias veces a Misiones y no verlos. Depende de las condiciones del río: a menor caudal, mayor altura alcanzan las caídas que pueden llegar desde los 4 hasta los 10 metros; si en cambio el agua crece, el desnivel desaparece. Se forman debido a la existencia de una falla geológica paralela al cauce del río Uruguay, que hace que el lecho caiga sobre sí mismo y provoque una línea de saltos durante casi 3 km.
Luis Orlando Pereira tiene 58 años pero se siente de 20, tal vez por vivir en este paraíso de naturaleza virgen. También tiene ojos celestes y cara de gringo: nacido y criado en El Soberbio, la localidad más importante a 60 km de los saltos, anota los candidatos a navegar que llegan hasta el embarcardero Piedra El Bugre del Parque Provincial de 1000 ha, y les coloca un salvavidas. Pertenece a una de las seis empresas de la cooperativa que navega los saltos del Moconá. Cuenta que él conoce los saltos hace más de 50 años, "cuando veníamos con una canoa de madera porque era bajo, más tranquilo". Debido a la presencia de cuatro represas en Brasil, el régimen de agua cambió y cuesta más verlos.
Son 20 minutos de navegación a pura adrenalina, contra la corriente del río y su furia. Si se contrata la excursión desde Moconá Lodge se puede embarcar directo en su muelle: entonces el paseo es aún más extenso y hermoso, surcando las aguas de un río silencioso salvo por el canto de los pájaros.
El plan no es para melindrosos; sí para aventureros y personas que aman la naturaleza. Si hasta parece que Dios se vuelve flor y árbol y la luz del sol y la luna se entremezclan con los ruidos de animales que se oyen pero no se ven.
Datos útiles
Cómo llegar
En avión de Buenos Aires a Puerto Iguazú, pasajes ida y vuelta, desde $3000. El bus Sol del Norte, de Iguazú a San Vicente, cuesta $800, y un remis desde San Vicente hasta El Soberbio, $110.
Dónde dormir
Paquete de cuatro noches. Desde $15.400. Incluye dos noches de alojamiento para dos personas en La Cantera Lodge de Selva by DON (Puerto Iguazú) con media pensión. Caminatas y una bicicleteada. Más dos noches de alojamiento en Moconá Virgin Lodge para dos personas con pensión completa y actividades, menos la navegación. Más información, 523-69095, www.hotelesdon.com.
Qué hacer
Las excursiones de navegación a los Saltos del Moconá arrancan en $1200 por persona. En servicios regulares desde el Parque Provincial cuesta $500 para argentinos y $700 para extranjeros.En las Cataratas del Iguazú, la excursión Cataratas Lado Argentino cuesta $1150. Entrada Parque Nacional: $360 (para argentinos) y $700 (extranjeros).Entrada al Parque Provincial Salto Encantado: $ 20. www.saltoencantado.tur.ar
Manjares salvajes
La experiencia de la selva se vuelve glamorosa por las noches cuando llegan a la mesa platos como los ñoquis de mandioca del chef Hugo Yrala, de la Cantera Lodge by Don, en Iguazú. O los chipás tibios con corazón de queso, para mordisquear con el mate cuando el sol se esconde en el Mirador de la Selva, camino a los Saltos del Moconá.Para los ñoquis, Hugo prepara un puré de mandioca con poca harina -porque el almidón es 5 a 6 veces más denso que el de la papa-, queso rallado, sal y pimienta, sin huevo para que queden más blanditos. Los acompaña con salsa liviana de tomates cherry, cebolla, ajo y albahaca. Van bien con un Pinot Noir mendocino o patagónico, el Torrontés salteño o el Sauvignon Blanc... ¡Jujeño! Simples y deliciosos.Otros platos para comer en el restaurante del Parque Provincial Salto Encantado, por ejemplo, son el mbeyú, suerte de tortilla en estilo mexicano con harina de mandioca, tres tipos de queso y algo de manteca. Se come solo con el mate o relleno con vegetales o carne, en este caso. Sin olvidarse de los pescados de río como el surubí, el dorado o el pacú, entre otros.
Bicicletas al cielo
Alejandro Cárdenas guía las bicicleteadas en la Reserva Iryapú (donde están el hotel La Cantera, Awasi y La Aldea, entre otros 19) y también dentro del Parque Nacional Iguazú. Emociona recorrer los senderos de tierra colorada a bordo de dos ruedas, a veces a gran velocidad en bajadas empinadas o subidas, charcos y entre pájaros de miles de colores. Además se puede visitar alguna de las comunicades Mbya Guaraní y apreciar sus artesanías. Se trata del único guía habilitado para realizar paseos en bicicleta dentro del parque Nacional Iguazú, los más agrestes que se pueden hacer allí ya que transitan por un sendero que pertenece al área del Parque. Los horarios también son importantes: conviene salir bien temprano para aumentar las posibilidades de ver pájaros y otros animales mientras se aprende de las costumbres, flora y fauna y se llega pedaleando, transpirado y feliz, hasta la orilla del río Iguazú. www.iguazubiketours.com.ar