De Steinway a Tabasco, cinco marcas icónicas que abren sus puertas
1. Pianos en Nueva York: Steinway & Sons
Los pianos de esta prestigiosa marca se fabrican en Hamburgo, Alemania, y en Queens, uno de los barrios de la Gran Manzana. Desde principios de este año la casa también abrió una tercera base en Shanghai, China.
En la metrópolis norteamericana, Steinway es la fábrica más antigua todavía en funcionamiento. La fundó Heinrich Steinweg, un inmigrante alemán que conocía la técnica para fabricar pianos y se mudó a Estados Unidos, persiguiendo el sueño americano a mediados del siglo XIX. Allí cambió su nombre por Henri Steinway y se instaló en el SoHo, donde fabricó su primer piano.
En 1872 se mudó a Queens, donde está hoy todavía la sede norteamericana y donde transcurre la visita. Lo más llamativo del paseo es que se puede ver como, en nuestro mundo cada vez más robotizado, los pianos se siguen haciendo a mano, con gestos, herramientas y métodos en gran parte idénticos a los que implementó Steinway cuando creó su fábrica.
La visita abarca todo el proceso de creación del instrumento, desde los depósitos donde hay una auténtica fortuna en variedades de madera hasta el barnizado (que necesita gran cantidad de capas hasta que la laca sea como un espejo). Se descubre durante la visita que unas 12.000 piezas entran en la fabricación de un piano, y una vez terminados los instrumentos son sometidos a numerosas pruebas. Como la que soporta cada tecla, pulsada miles de veces para reproducir el mismo sonido a la perfección.
La fábrica se visita una vez por semana, los martes de 9.30 al mediodía, de septiembre a fines de junio. Como los grupos son de 16 personas como máximo es imprescindible reservar con anticipación. No se admiten menores de 16 años ni visitantes que necesiten bastón, o no puedan quedarse parados un par de horas. La visita se cobra US$10 por persona. Informes en tours@steinway.com. En 1, Steinway Place, Astoria (Queens).
2. Cristal en Bohemia: El arte de Moser
Las tiendas de recuerdos del casco antiguo de Praga saben bien cómo tentar a los visitantes: sobre todo con esas vidrieras relucientes de cristales de Bohemia -una de las tres regiones históricas, y la más grande, que componen la actual República Checa-, que evocan imperiales tiempos de gloria y traen el presente un arte antiguo de exquisita delicadeza.
Pero para dar un paso más y conocer su proceso de fabricación, hay que salir de Praga. En Karlovy Vary, la célebre ciudad termal, se encuentra la sede de Moser, la firma más conocida, con más de 160 años de trayectoria. Sus refinados cristales, presentes en los más lujosos palacios de Europa, impresionaron al mismísimo Louis Tiffany hace poco más de un siglo: ese mismo año, la compañía preparó la cristalería de mesa para Alfonso XIII.
A pesar de la ocupación nazi Moser logró superar años turbulentos y, consolidada como King of Glass, Glass of Kings -según dice su lema- es un símbolo del savoir-faire checo. Hoy la fábrica se visita y se puede ver en el taller cómo preparan la masa de cristal, pero no el proceso de decoración. Para eso hay que ir a la fábrica de Rückl, en Nižbor, que rivaliza con Moser y permite que los visitantes se familiaricen con el corte del cristal a mano y el proceso de soplado: un auténtico arte desarrollado en dos estilos, una colección contemporánea de siluetas modernas y una paleta de colores pastel, y una colección clásica que sigue los lineamientos más tradicionales del corte y el tallado del cristal.
La fábrica de Moser ofrece, además de las visitas comunes, tours VIP con una mirada más detallada a los entretelones de la fabricación de este famoso cristal. Se ven moldes de madera hechos a mano, obras de arte en cristal y herramientas para cortar y grabar. El tour VIP dura 90 minutos, días hábiles de 9 a 13 para grupos de dos a 15 personas. Con reserva previa a museum@moser.cz. En Rükl también hay que reservar las visitas (disponibles en inglés), que duran 45 minutos, en el e-mail marketa@ruckl.cz.
3. Chocolate en los Alpes Degustación Cailler
El sueño de todos los que leyeron alguna vez Charlie y la fábrica de chocolate es visitar una planta como la de Willy Wonka. La de Cailler no es tan extravagante como la que imaginó Roald Dahl y sus empleados no son umpa-lumpas… Pero la magia del chocolate y la degustación final compensan ampliamente estos detalles.
Se encuentra en Broc, un pueblito de los Alpes suizos muy cerca de Gruyères, donde nació uno de los quesos más famosos. De hecho en Bulle -otro pueblo vecino- está el museo del gruyère. Pero si se trata de visitar una fábrica en la región sobresale Cailler,marca fundada en 1819, cuando François-Louis Cailler creó la primera planta moderna y automatizada del mundo para producir chocolate.
La gran construcción blanca fue levantada por sus herederos en 1899 y fue uno de los primeros lugares donde se produjo chocolate con leche. La historia de Cailler y sus múltiples inventos a lo largo de dos siglos son el eje principal de la visita, que pasa por donde se fabrican tabletas y bombones, por un museo y por la tienda -con degustación- al final del recorrido.
En el camino se sigue el proceso de elaboración del chocolate, desde la cosecha de las habas de cacao hasta los productos finales. Es posible agregar un toque aún más suizo a esta visita, saliendo de Montreux a bordo del Tren del… Chocolate.
La planta abre a las visitas todos los días (menos el 25 de diciembre y 1 de enero). De 10 a 17 entre abril y fines de octubre y hasta las 16 desde noviembre a fines de marzo. El tour de hora y media cuesta CHF 12 por persona. Menores de 16, acompañados por un adulto, gratis. También se puede participar de talleres para fabricar sus propios chocolates. La experiencia dura 2 horas y media, y cuesta CHF 77 por persona. La planta se encuentra en la calle Jules Bellet 7, en Broc. Visitas y reservas de turnos para los talleres: maisoncailler@nestle.com. Horarios y tarifas de una jornada a bordo del Tren del Chocolate: www.goldenpass.ch
4.Salsa en Luisiana: La isla del Tabasco
La salsa picante más famosa del mundo se produce en un único lugar, el mismo donde se inventó hacia 1870 en el estado norteamericano de Luisiana. Se encuentra en medio de una verdadera curiosidad geográfica, 200 kilómetros al oeste de Nueva Orleans: se trata de una isla en medio de las tierras, que es a su vez una colina de sal rodeada de pantanos.
Los primeros colonos normandos desarrollaron una mina, hasta que Edmund McIlhenny elaboró una salsa a base de pimientos que encontraron allí un lugar propicio para crecer. El paseo autoguiado evoca esta historia y empieza en el centro de visitantes-museo-boutique, pasando por los invernaderos donde se cuidan los plantines de pimientos hasta la cadena de envasado, debajo de un letrero que va contando las botellas producidas en tiempo real.
La información se presenta con carteles en cada sitio, para saber por ejemplo que se despachan 700.000 botellitas por día; o que luego de la cosecha los pimientos son triturados para hacer una pasta y el proceso de producción tarda varios años entre ese momento y el embotellado de la salsa.
Se puede complementar la visita con un paseo por los Jungle Gardens, la reserva natural que protege la naturaleza tropical de la isla. En el camino se ven aligátores y muchas aves. Y más especialmente en Bird City, una laguna donde conviven decenas de especies que anidan sobre plataformas de madera construidas para ellas. De vuelta en el punto de partida, la boutique es la única en el mundo exclusivamente dedicada al Tabasco, una ocasión única para probar helados, chocolate o mermeladas con sabor a la salsa picante y sus derivados.
Visitas todos los días de 9 a 16. La entrada cuesta US$5,50 y da acceso al museo, los invernaderos, la sala de barriles de estacionamiento de la pasta, la planta de envase y el diorama de la mina de sal. Hay un restaurante amplio (junto con Jungle Gardens) como para pasar buena parte del día. Se accede por la Highway 329. Las ciudades más cercanas son Lafayette y New Iberia. www.tabasco.com.
5. Autos en Modena: El laboratorio Maserati
La terra dei motori es una región de Emilia Romagna, alrededor de Módena, donde se encuentran las sedes de las principales casas italianas de automóviles de lujo: Lamborghini, Pagani, Ferrari o Maserati.
Por lo general es la marca del cavallino rampante la principal atracción turística local, gracias al Museo Ferrari y la casa-museo de su fundador. Pero las demás también tienen su museo o abren las puertas a los visitantes, como hace el argentino Pagani, que produce vehículos deportivos de ultralujo.
En el caso de la marca del tridente se visitan una sala de exhibición y la cadena de montaje. La ocasión soñada para acercarse a estos vehículos únicos y comprobar que, si bien la marca cambió muchas veces de manos en su historia (fue creada por los hermanos Maserati en 1914 y un tiempo fue propiedad del ítalo-argentino Alejandro de Tomaso) siempre se fabricó en Módena.
La visita dura una hora y media, con idas y vueltas entre la historia y las nuevas tecnologías: entre el pasado y un presente que ya es el futuro para varias otras marcas. La experiencia está a la altura de la casa: empieza con una recepción y una pequeña charla en las salas de exposición y sigue por la cadena de montaje, que se parece más un laboratorio que a una planta mecánica por su nivel de precisión y prolijidad. Termina en una especie de palacio donde se sueña con ojos abiertos ante una excepcional colección de autos.
Además de la visita completa con la planta, se puede optar por una más breve, de 45 minutos, que se limita a la recepción y un paseo guiado por la colección de autos. Ambas modalidades necesitan reserva previa, por factorytour@maserati.com. Las visitas se hacen de lunes a viernes entre las 9 y las 15.30; en italiano, pero también en español. Solo para mayores de 18 años.